Revista Ecos de Asia

Viaje con nosotros: fundamentos y funciones del cartel turístico tradicional japonés III

En artículos anteriores hemos ido repasando cuáles eran las condiciones generales del turismo en Japón durante las primeras décadas del siglo XX, así como analizado algunos datos sobre la manera y los lenguajes en los que diferentes entidades y agencias turísticas –tanto gubernamentales como privadas- instaban al viaje y conocimiento de la geografía japonesa. Por lo tanto, en esta parte de nuestra serie, hace falta comenzar a desgranar qué visitas y elementos eran los que figuraban en estos materiales; es decir, qué es lo que realmente se estaba instando a conocer y visitar.

Así pues, antes de abordar los mucho más complejos símbolos y elementos patrimoniales japoneses,[1] nos referiremos en primer lugar a los destinos y recomendaciones geográficos concretos presentes en estos materiales. Por supuesto, muchos de estos destinos están condicionados por el propio origen de los materiales (por ejemplo, los planos, mapas y folletos realizados por los principales hoteles o por compañías como la N.Y.K.), pero hay también toda una serie de posters y guías de viaje que, continuando con la esencia de la desaparecida Kihin-Kai, promocionaban una serie de lugares hoy considerados clásicos, donde tendrán una gran importancia no solo los monumentos históricos, sino también los paisajes culturales y naturales.

Lo cierto es que la excepción a esta regla la constituye la capital japonesa, la ciudad de Tokio, de la que se promocionaba su lado más moderno y cosmopolita, en detrimento de las atracciones tradicionales o el antiguo patrimonio de Edo. Así pues, en muchos de los materiales aparece su moderno y novedoso metro (abierto al público general en 1927, convirtiéndose en el primer tren suburbano de Asia), o el célebre Hotel Imperial –del que ya hablamos en otra ocasión-; como referencia tradicional, únicamente el Monte Fuji aparece en algunos de los materiales promocionales sobre Tokio, aunque este es una constante en toda la imagen publicitaria de Japón.

 

También son numerosos los materiales sobre otras ciudades de gran importancia comercial y cultural, aunque sin demasiadas novedades en su iconografía. Dentro del primer caso encontramos las ciudades de Kobe y Yokohama, en cuyos materiales aparecen sus célebres puertos; en el caso de Kobe, también es habitual encontrar referencias a su popular daibutsu.[2]

También existen numerosos materiales sobre destinos de carácter cultural, como Kioto, donde la imagen más repetida es la de un templo sintoísta precedido de una agradable fémina en hábito tradicional; en muchos de los materiales aparece también el Kinkaku-ji o Pabellón de Oro. En el caso de la ciudad de Nara su principal elemento representativo en la cartelística son los –anteriormente divinos, ahora meramente patrimoniales– ciervos del Parque de Nara, cuya representación se combina con diferentes elementos naturales (destacando sus bosques) y humanos, como abundantes linternas de piedra o representaciones del Horyu-ji.

La representación de muchas otras ciudades suele estar limitada a uno o dos elementos representativos de las mismas, como los castillos de Osaka, Nagoya[3]y Hirosaki.

Otro de los destinos más representados, solicitados y fácilmente reconocibles es Nikko, una de cuyas puertas, Yoyeimon, aparece constantemente representada en unos folletos que también nos hablan de las bondades de su parque natural; en este sentido, la importancia de Nikko conecta con la tradición del turismo de época Meiji, en donde su visita esta era una de las paradas principales.[4]

Precisamente por este peso de la tradición resulta particularmente sorprendente la casi total ausencia de dos de las mayores protagonistas del pintoresquismo turístico de época anterior: Kamakura (personificada en su monumental daibutsu)[5] y Mijayima (representada por su icónica y ya mencionada puerta en el agua, un famoso torii del santuario de Itsukushima, o en ocasiones, destacando también su carácter insular).

Igualmente, se promocionan otros destinos, como Izu, Kyushu y Shikoku, Okayama, Karuizawa o Matsusima, entre los que sobresalen con fuerza elementos naturales como el monte Fuji y lagos como el Towaka y Yanamaka.

Sobra decir que en estos materiales convive el uso de los lenguajes artísticos más variados (con gran tendencia a la geometrización y abstracción en el caso del Fuji), en habitual y pacífica coexistencia con la fotografía. Por supuesto, el omnipresente Fuji es uno de los elementos más representados, ya que funciona a la vez como símbolo y como referencia real, representada tanto de telón de fondo de muchos destinos turísticos como en solitario. No obstante, de todos estos símbolos –como geishas, pagodas y jardines- nos ocuparemos en un futuro artículo, para hablar de las condiciones y consecuencias de su representación.

 

Notas:

[1]Japón fue uno de los países pioneros en cuanto a la legislación –y aplicación de la misma– de los bienes culturales y naturales, adelantándose en sus medidas y su amplitud a las de muchos países europeos –como España– e incluso a la UNESCO, especialmente en lo que se refiere a figuras como el patrimonio etnográfico o el paisaje–reconocidos ya en 1919- y los monumentos naturales. Así, mediante la «Law for the protection of Cultural Property», promulgada en 1950 y que sigue en vigor, se protegieron muchos aspectos que no fueron tenidos en cuenta en Occidente hasta varias décadas después, especialmente en lo que afecta a elementos ligados a la sensibilidad artística tradicional, como el sentido del paisaje y las expresiones de vida tradicionales. Así, el texto de la ley define seis tipos de Patrimonio Cultural (Tangible, Intangible, Etnográfico, Monumentos, Paisajes Culturales y Grupos de edificios tradicionales), según los cuales un nutrido grupo de elementos es susceptible de ser Patrimonio Cultural, siempre que tenga un valor histórico, científico y/o artístico significativo para Japón: edificios de todo tipo, yacimientos arqueológicos de todo tipo, pintura, artes aplicadas, obras de caligrafía, libros clásicos, documentos antiguos, fuentes históricas, pero también música y artes escénicas, costumbres que afectan a la vestimenta, la vivienda, las profesiones, la alimentación y las creencias religiosas y sus festividades. También se protegen animales, plantas y zonas geológicas y minerales, así como «paisajes culturales» creados por los modos de vida tradicional. Es decir, en Japón está contemplado como Patrimonio un vasto conjunto de elementos que excede por mucho los monumentos y paisajes históricos y culturales que son los que abordamos en el presente artículo. Para más información, veáse Agudo Torrico, Juan. “La valoración del patrimonio inmaterial en España y Japón. Una breve reflexión comparativa” y Abad de los Santos, Rafael. “El patrimonio arqueológico y su conservación en Japón”. en Gómez Aragón, Anjhara (ed.). Japón y Occidente. El patrimonio cultural como punto de encuentro. Sevilla, 26 al 29 de marzo de 2014. Sevilla, Aconcagua Libros, 2016.

[2] Este daibutsu o “gran Buda”, algo menos famoso que su homólogo de Kamakura, es una escultura que se encuentra en el templo budista de Nôfuku-ji, fundado en el siglo IX d.C. Esta escultura no se realizó hasta 1891, por lo que era una atracción reciente, aunque tampoco es la que puede visitarse en la actualidad: en 1944 fue fundida para reaprovechar el metal y la nueva versión no fue inaugurada sino hasta 1991.

[3] De nuestro estudio excluimos los materiales producidos para la promoción y celebración de la Exposición Pan-Pacífica de la Paz, realizada en Nagoya en 1937, que por su particular tipología requerirían de un examen aparte.

[4] Para más información, véase Barlés Báguena, Elena. “Nikko, “la Alhambra japonesa” en la mirada de los viajeros occidentales en el periodo Meiji”, en Gómez Aragón, Anjhara (ed.): Japón y Occidente. El patrimonio cultural como punto de encuentro. Sevilla, 26 al 29 de marzo de 2014. Sevilla, Aconcagua Libros, 2016, pp. 615-625.

[5] El Gran Buda de Kamakura fue precisamente uno de los iconos más mediáticos del recién abierto Japón. Para más información, véase Almazán Tomás, Vicente David. “La construcción visual de Japón desde Occidente: el Gran Buda de Kamakura como monumento turístico”, en Itinerarios, viajes y contactos Japón-Europa, 49-64. Berna. Peter Lang Publishing Group, 2013 pp. 49-64.

avatar Marisa Peiró Márquez (145 Posts)

Marisa Peiró Márquez (marisapeiro@ecosdeasia.com) es Doctora en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza. En esta misma universidad se licenció en Historia del Arte y realizó el Máster en Estudios Avanzados de Historia del Arte, así como el Diploma de Especialización en Estudios Japoneses. Se especializa en el Arte y la Cultura Audiovisual de la primera mitad del s. XX, y en las relaciones artísticas interculturales, especialmente entre Asia y América Latina (fue becaria del Gobierno de México), con especial interés en el Sudeste Asiático y en Oceanía.


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