SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.26 número1Una cura para la disyuntivitis: El papel de la experiencia en nuestra visión del mundo índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay articulos similaresSimilares en SciELO

Compartir


EPISTEME

versión impresa ISSN 0798-4324

EPISTEME v.26 n.1 caracas ene. 2006

 

La Naturalización de La Intencionalidad*

Juan José Acero

Universidad de Granada

acero@ugr.es

 

Resumen

Este capítulo analiza críticamente dos propuestas de naturalización de la intencionalidad y el significado propuestas en las dos últimas décadas: la elaborada por Ruth Millikan, que responde la idea de que lenguaje y pensamiento (o mente) son categorías biológicas, y la propuesta por Jerry Fodor, articulada en la Teoría de la Representación Asimétrica. Así mismo, se objeta a una estrategia que se ha hecho popular dentro de los actuales proyectos de naturalización: la de la Semántica basada en Intenciones. Dejando a un lado las debilidades concretas que sufren estos proyectos, se sugiere que derivan de valorar insuficientemente el hecho de que desde el comienzo mismo de la vida humana los rasgos culturales, y especialmente las normas lingüísticas, infectan las capacidades cognitivas naturales. Es natural, entonces, concluir que el único proyecto solvente de naturalización sería el que se desarrollaría sumando a los hallazgos de la Psicología Evolucionista los de la Psicología Evolutiva, y que debe hacerse caso omiso del reduccionismo metafísico que alienta a aquellos otros.

Palabras clave: Naturalización, intencionalidad, significado.

Naturalization of intentionality  

Summary  

In this chapter two philosophical projects put forward in the last two decades that aim at naturalizing intentionality are critically examined. One of them is Ruth Millikan's, whose main motive is her conviction that both language and thought are biological categories. The other one is Jerry Fodor's, whose main result is his Theory of Asymmetrical Dependence. Moreover, doubt is also cast upon a popular strategy followed in nowadays naturalization projects, namely that of Intention Based Semantics. Leaving aside what specific weak spots those projects have, it is suggested that they arise from not paying due attention to the fact the cultural traits, i.e. linguistic norms, infect natural cognitive abilities from the very beginning of human life. It is reasonable then to infer that the only reliable programme of naturalization should be articulated by adding to Evolutionary Psychology's findings those of Develpmental Psychology, thus getting rid of the kind of metaphysical reductionism that abets those other projects.  

Keywords: Naturalization, intencionality, meaning.  

Recibido: 19-01-2006 Aceptado: 26-01-2006

Aunque sea tópico decirlo, la filosofía del lenguaje se ocupa de distintas cuestiones de fundamentación de la teoría del significado, cuestiones tanto de orden conceptual como doctrinal. El porqué resulta fácil de comprender tan pronto como se consulta un libro de semántica (o de pragmática). Leído con la mentalidad del filósofo, no puede pasársele a uno por alto que sus páginas, muy a menudo las primeras, suscitan dudas e interrogantes que quedan finalmente sin despejar. Y es comprensible que así sea: no hay ciencia sin conceptos primitivos; no hay ni ciencia sin supuestos ni ciencia en la que no se tomen decisiones, más o menos explícitas, acerca de cuáles han de ser los problemas a los que se ha de circunscribir la investigación y de los problemas que pueden archivarse para mejor ocasión. La filosofía del lenguaje se ha constituido como un dominio de reflexión más o menos bien acotado, porque hay conceptos y problemas con ese carácter a la vez fundamental y previo a la investigación científica consciente al que acabo de aludir. En concreto, la naturaleza ontológica de eso que, genéricamente hablando, llamamos el significado o la representación lingüística, los principios de su conocimiento y la metodología de su estudio son cuestiones que responden a esas características.
Obviamente, esta delimitación es harto esquemática, puesto que responde a criterios que examinan la cuestión a ojo de pájaro. Sólo cuando entra uno en los detalles y ajusta adecuadamente el enfoque los problemas adquieren perfiles más nítidos y su origen se hace inteligible. Eso acontece, a mi modo de ver, con el problema que quiero considerar en la presente ocasión: el problema de si es posible naturalizar el significado, [1] de si cabe ofrecer una explicación de las propiedades semánticas, representacionales, de las expresiones lingüísticas que satisfaga las exigencias del naturalismo. Esas exigencias imponen al teórico -es decir, al filósofo- la obligación de mostrar que las propiedades semánticas de las oraciones y de sus constituyentes sobrevienen de propiedades naturales, de rasgos de la biología del sistema nervioso; y en última instancia del catálogo de propiedades que finalmente sancione la ciencia física. [2] Así según Fodor, uno de los líderes de este programa, una teoría naturalizada del significado ha de ser "una teoría que articule, en términos que no sean ni semánticos ni intencionales, condiciones suficientes para que un fragmento del mundo sea acerca de (exprese, represente, sea verdad de) otro fragmento". [3] En los términos en que Jacob ha presentado el problema, la cuestión estriba en mostrar cómo las cosas -y esto significa: las representaciones, mentales lingüísticas- que tienen propiedades semánticas, poseen estas propiedades en virtud de propiedades tener propiedades que no son semánticas, sino físicas, químicas, biológicas o informacionales. [4] ¿Son, entonces, los significados y otras propiedades y relaciones semánticas parte, podríamos decir, del inventario del mundo de la ciencia natural?

En estas páginas voy a tratar de sentar dos puntos. En primer lugar, argüiré que hay razones para adoptar una actitud escéptica ante proyectos de naturalización del significado como los que se intentan desarrollar en el último cuarto de siglo aproximadamente. Eso no obsta para mirar con simpatía la doctrina -vaga, pues inicialmente al menos no puede decirse otra cosa de ella- de que las capacidades representacionales de las lenguas humanas y de otros sistemas simbólicos deban verse como extensiones de otras capacidades de representación de índole natural. Por ello, tras explicar por qué veo con mucho escepticismo programas como el de Ruth Millikan, inspirado en ideas biológicas, y el que intenta reducir el contenido lingüístico al mental, para tratar a continuación de ofrecer un análisis naturalista de este último -es decir, el proyecto o estrategia de la llamada Semántica Basada en Intenciones- finalizaré sugiriendo otra manera de concebir la idea misma de naturalización del significado, una que es deudora de la vieja convicción aristotélica de que el hombre es un animal social y de que el lenguaje es el principal caldo de cultivo en el que se cuecen los nexos sociales.

El lenguaje como categoría biológica

Ruth Millikan está comprometida con el proyecto filosófico de naturalización de la intencionalidad en la medida en que se plantea el objetivo es el de mostrar que lenguaje, pensamiento y nociones afines -significado, contenido y demás- son una categorías biológicas. Para conseguirlo, entiende que hay que poner de manifiesto que las propiedades semánticas y pragmáticas de las expresiones y morfemas lingüísticos, de pensamientos y conceptos, son como los músculos que bombean sangre, los dispositivos de camuflaje de los camaleones, los sistemas de ecolocalización de los murciélagos o el lenguaje de las abejas. Todos ellos pueden ser entendidos utilizando nociones de claro carácter biológico: nociones como las de proliferación, familia establecida por reproducción, función propia, función estabilizadora y canónica o explicación Normal (con una 'n' mayúscula). A juicio de Millikan, todos estos conceptos son categorías biológicas, categorías que se acuñan en el estudio de los organismos, órganos, dispositivos y procesos biológicos cuando se los estudia desde una perspectiva evolucionista. [5]

Millikan considera el lenguaje un repertorio de dispositivos que encajan limpiamente en ese esquema biológico. Modos verbales (como el imperativo y el indicativo), nombres, verbos y preposiciones, formas sintácticas, los sentidos de los diccionarios, exclamaciones y muchas cosas más son todos ellos casos de familias biológicas. Son familias con funciones propias estabilizadoras y canónicas que dan cuenta de su éxito reproductivo. Eso quiere decir que la proliferación de los mecanismos lingüísticos depende de que se encuentre vigente un determinado tipo de relación cooperativa entre hablantes y oyentes en un porcentaje crítico de casos:

"La función (o funciones) propia(s) estabilizadora(s) y canónica(s) de un dispositivo lingüístico es esa función hipotética que tiende al mismo tiempo a que los hablantes que siguen usando el dispositivo de formas canónicas los oyentes continúen respondiendo a él de formas canónicas, estabilizando con ello su función o funciones". [6]

Aunque no se los persiga muy lejos, los detalles de una concepción biológica del lenguaje como es ésta tienen aquí su interés. La función propia del modo imperativo, por poner un ejemplo, es la de hacer surgir una cierta intención en aquel a quien se dirige la proferencia oportuna. El dispositivo tiene éxito evolutivo porque aquellos que obran en consonancia con la intención que se buscaba producir al utilizarlo ven frecuentemente, o al menos en un número crítico de casos, reforzada la acción que llevaron a cabo. Cumplen una orden, responden a una solicitud, se atienen a un consejo o siguen una cierta dirección en su comportamiento posterior por la que no sólo se les premia o no se les penaliza, sino que proporciona alguna ventaja al hablante que hizo uso del dispositivo en cuestión. 

La pertinencia de esta aproximación para el análisis de la intencionalidad lingüística se hace patente cuando examinamos en qué condiciones cumplen sus funciones propias dispositivos como los aludidos. De entre ellas, Millikan señala la existencia de reglas de proyección semántica que conectan sistemáticamente las oraciones del lenguaje con estados de cosas y situaciones extralingüísticas. Así, 'el Océano Pacífico baña las costas de Chile' puede ser proferida para dar lugar a una creencia verdadera porque, en condiciones Normales, el término singular 'el Océano Pacífico' refiere a una porción de la extensión marina del planeta, porque 'Chile' designa al país andino del Cono Sur, etc. Reglas como éstas, que entienden el lenguaje como un sistema de representación del mundo han de invocarse forzosamente en una explicación Normal del ejercicio de su función propia por la oración 'el Océano Pacífico baña las costas de Chile'. La intencionalidad del lenguaje es, por lo tanto, una condición Normal del desempeño propio de sus funciones, y los principios que disponen las piezas lingüísticas sobre la superficie del mundo son los que son en virtud de la historia de la proliferación de aquellas primeras. [7] Por ello, la teoría de la intencionalidad de Millikan puede en justicia calificarse de teoría histórica de la intencionalidad.

Con lo apuntado no puede hacerse justicia a una teoría con un grado de elaboración conceptual que pocas obras filosóficas escritas en las últimas décadas han alcanzado. Pese a ello, quizás sea suficiente lo anterior para transmitir mi impresión de que el proyecto de Millikan de llevar a cabo una elucidación naturalista de la intencionalidad lingüística no puede culminarse con éxito. Es cierto que esta autora muestra que existen interesantes analogías entre las familias biológicas en sentido estricto y otras familias metafóricamente biológicas. Pero si uno escarba algo más por debajo de la analogía, lo que queda al descubierto traiciona abiertamente las convicciones de un naturalista verdaderamente comprometido con el espíritu de su doctrina. En efecto, lo que es de esperar en una concepción naturalista ortodoxa del significado, al menos según los criterios vigentes en la actualidad, es una distribución de las propiedades intencionales de tal índole que unas capas, las sobrevinientes, se asienten sobre capas ontológicamente más básicas, las sobrevenidas, que se supone que están constituidas por entidades, propiedades y relaciones exclusivamente naturales. Un mundo ordenado por relaciones de sobreveniencia es un mundo estratificado o sedimentado, como ha escrito John Heil. [8] Semejante ideal de estratificación no se percibe, sin embargo, en la aplicación que hace Millikan de las categorías al caso del lenguaje. En efecto, consideremos una explicación Normal de algunos de los dispositivos lingüísticos de los que Millikan habla y, en particular, las reglas que en una explicación Normal de las funciones propias de los mecanismos lingüísticos proyectan el lenguaje sobre el mundo. Las explicaciones de ese género, entiendo, logran su propósito a condición de que haya instituciones lingüísticas y culturales que conecten nuestros usos de las palabras con sus referentes y con sus significados. Sin instituciones así no es plausible en absoluto que nuestra denominación del Océano Pacífico se origine, como está reconocido, con la imposición dada por Núñez de Balboa. ¿Qué es, entonces, metafísicamente más fundamental y qué lo es menos, el significado de la oración anterior o los mecanismos de transmisión cultural que median entre un primer uso de un término y un uso contemporáneo? ¿Qué justificación tiene hablar de estratificación cuando se reconoce que las propiedades semánticas de un uso particular de un nombre sobrevienen localmente de las propiedades semánticas de otras expresiones, de los estados mentales de personas y grupos y de las propiedades semánticas de las palabras con que esas personas y grupos se comunican? Yo no veo posibilidad alguna de regimentación que no parezca, o que finalmente no sea, arbitraria. Por lo tanto, mi conclusión es que en multitud de casos el uso de las categorías biológicas que propugna Millikan sólo serviría para dar un barniz naturalista a un barroco cuadro en el que todo tipo de instituciones culturales, no naturales, y aquí han de incluirse instituciones lingüísticas muy diversas, soportan el peso de la explicación. Es más, sospecho que entre las condiciones Normales de la explicación se contará la existencia de esas instituciones y la exigencia de su correcto desempeño. El resultado, por consiguiente, no pasará de ser una elucidación de ciertos mecanismos lingüísticos en términos de otros mecanismos sociolingüísticos y culturales en general. Pero, entonces, la duda de que ello valga como naturalización de la intencionalidad lingüística es más que razonable. Del naturalismo queda tan sólo la convicción de que "entre las señales animales que sin embargo surven principalmente como signos naturales y esas que son plenamente intencionales sólo puede existir una línea vaga". [9]

La estrategia de la semántica basada en intenciones

Para tratar de ser justo, hay que dejar claro que la concepción de la intencionalidad elaborada por Millikan es compatible con la eficacia causal del significado. Así, son los mecanismos de la selección natural los que dan cuenta de que en condiciones Normales la ejecución por una abeja de una danza ritual signifique que hay polen en un cierto lugar; y son esos mecanismos los que crean el engarce adecuado entre la ejecución de la danza y los efectos causales que ésta tiene. Una abeja danza así y asá; otras después vuelan en la dirección adecuada. El que en condiciones Normales danzas con determinadas propiedades indiquen la ubicación del néctar deseado explica la proliferación del mecanismo. Mi reserva es que esta teoría deja en alto las espadas de la naturalización de la intencionalidad lingüística: que no basta con insistir en la historia del ejercicio de las funciones propias de los mecanismos lingüísticos en condiciones Normales para haber naturalizado el significado. Y no basta por la existencia de un sistema de relaciones de ida y vuelta entre el contenido mental y el significado lingüístico. La idea de un círculo hermenéutico, que goza de gran predicamento en la filosofía contemporánea, entre filósofos de la tradición continental como Gadamer, Apel o Habermas y filósofos analíticos como Davidson o Grandy, proporciona la última explicación de la quiebra de semejante programa naturalista.
Frente a esta convicción, hay filósofos que tienen una fe ciega en que el círculo hermenéutico puede romperse. Es una fe, primero, en que las propiedades semánticas de las expresiones lingüísticas son elucidables recurriendo a las propiedades representacionales de ciertos estados mentales; y en segundo lugar, en que cabe explicar ese segundo género de propiedades de acuerdo con cánones naturalistas. El defensor de esta forma de naturalismo acepta, por lo tanto, la posibilidad de enumerar para cada estado mental -un estado, por ejemplo, como la creencia de que Lubitsch dirigió Ninotchka- un conjunto de propiedades del cerebro tales que, si el cerebro de Ernesto tiene esas propiedades en un cierto momento de tiempo, Ernesto cree en ese momento que Lubitsch dirigió Ninotchka.

Además, bajo alguna de sus variantes, ese filósofo naturalista no sólo es fisicalista, sino también atomista. No afirma únicamente que existe algún género de correspondencia entre la complejidad del estado mental ocurrente y la complejidad del evento cerebral al que aquel es idéntico, sino también que este evento se compone de eventos cerebrales más simples, de expedientes intencionales atómicos. La exigencia se hace obvia en el caso de la Teoría Representacional de la Mente. [10] Para los partidarios de esta teoría, los procesos mentales son computacionales, es decir, procesos que suponen operaciones con supuestas oraciones de algún medio de representación, el llamado lenguaje del pensamiento o mentalés. Y si tal "lenguaje" consta de supuestas "oraciones" y éstas tienen significado, debe haber "palabras" o "semantemas" mentales con contenido. Como la naturalización de la intencionalidad lingüística exige la naturalización del contenido mental, la de éste precisa a su vez la de las expresiones básicas, atómicas, del lenguaje del pensamiento. Al final, toda la intencionalidad se explicaría por la existencia de representaciones mentales que aportan los átomos de la intencionalidad y de principios que organizan estos átomos en contenidos complejos.

El esquema general de esta segunda estrategia de naturalización es, así pues, el siguiente. [11] Fase I: Se reducen los significados de las palabras y oraciones al contenido de los estados mentales. Fase II: Se analizan los contenidos de las representaciones mentales en términos de los contenidos de sus átomos y de los principios de composición. Que existen estos principios de composición y que son cosa de nuestra dotación genética es, por decirlo dogmáticamente, una idea con la cual nos ha familiarizado la labor de Chomsky y sus discípulos. Fase III: Se elabora una teoría naturalista del contenido de los átomos intencionales del lenguaje del pensamiento.

Me propongo detenerme, aunque muy brevemente, en la Fase I, pues aquí ya pueden detectarse obstáculos formidables para la realización del programa. También examinaré el hoy día clásico intento de Fodor de culminar la Fase III: su teoría del contenido de la Dependencia Asimétrica. Por lo que respecta a la Fase II, mi convicción es que los principios de composicionalidad son excesivamente laxos. Según esos principios, habríamos de admitir como pensamientos combinaciones de átomos conceptuales o semánticos que no alcanzan a tener otro estatuto que el de plenos sinsentidos. Si ello es así, disponer de una elucidación naturalista de los átomos conceptuales no garantiza que las combinaciones de éstos que vengan sancionadas por los principios de composición queden automáticamente validadas. Son estos principios los que están bajo sospecha. [12]

Consideremos la Fase I. También aquí piensa el filósofo naturalista que tiene bazas que jugar. La carta que guarda en la manga es una lectura reduccionista de un bien conocido análisis, inicialmente propuesto por Grice hacia finales de la década de los cincuenta, del concepto de significado del hablante ('el hablante comunica que p al proferir "x"'). Ese análisis vincula de una forma sistemática el significado de las expresiones lingüísticas, pero también de signos no lingüísticos, como un gesto o una señal, con un cierto género de intenciones comunicativas. En forma resumida el análisis dice lo siguiente:

[Grice] Al proferir "x" un hablante H comunicó que p si, y sólo si, H profirió "x" con la intención de causar en su interlocutor un cierto efecto por medio del reconocimiento de su intención.

La intuición que subyace a esta definición es que la comunicación de un cierto contenido debe satisfacer, como ha escrito Simon Blackburn, un requisito de transparencia. [13] El hablante no sólo quiere producir un cierto efecto en quien le oiga o atienda, sino que pretende lograrlo por medio del reconocimiento de su intención. Los efectos aludidos pueden ser de diversos tipos, pero en lo esencial se resumen en dos, según la proferencia sea indicativa o imperativa: que el interlocutor crea que p (o que crea que el hablante cree que p) o que tenga la intención de hacer de forma que sea el caso que p (o que crea que el hablante desea que él haga de forma que sea el caso que p).

A nuestro filósofo naturalista le interesa [Grice] por ocupar una posición estratégica en todo un sistema de relaciones semánticas y pragmáticas. En efecto, existe un cierto consenso en cuanto a que las nociones semánticas propiamente dichas, nociones como 'la expresión "x" significa ó aquí', 'uno de los significados de "x" es ó' o '"x" significa ó' son definibles en términos del definiens de [Grice]. Es decir, existe un cierto consenso en cuanto a la posibilidad de definir el significado de las expresiones lingüísticas en términos del significado del hablante. [14] Y si esto es así, entonces -piensa el filósofo naturalista- los conceptos semánticos son reducibles a conceptos psicológicos, pues [Grice] proporciona la conexión que resta. La virtud de [Grice] sería la de permitir eliminar toda referencia a los qsignificados de las expresiones cuando son proferidas bajo la guía de sus intenciones comunicativas. Si, a su vez, pudiesen enumerarse condiciones fisicalistas de este complejo género de estados mentales, el programa naturalista podría darse por culminado. Dada la importancia del cometido que desempeña [Grice] en esta estrategia y dado lo central del papel que juegan en ellas las intenciones comunicativas, se la puede denominar la estrategia de la Semántica Basada en Intenciones.

¿Qué decir de esta estrategia? A mi juicio, durante las dos últimas décadas se han acumulado suficientes argumentos como para pensar que el objetivo de la Fase I es un desideratum imposible de satisfacer. De una parte, tenemos el argumento del uso deferencial del lenguaje. [15] El argumento, en dos de sus formas, fue introducido en la década de los setenta por Putnam y Burge, [16] cuando ambos pusieron de moda el eslogan de que "el significado no está en la cabeza". El camino que siguieron para ello consistió en demostrar que dos individuos pueden ser idénticos en lo que concierne a sus propiedades físicas (especialmente estado de su cerebro) y, sin embargo, diferir en el contenido de sus estados mentales. Las propiedades intencionales no sobrevienen de propiedades neurofisiológicas. (En general, no sobrevienen de propiedades intrínsecas de los individuos.) No voy a insistir en el tema, para no tener que contar de nuevo historias familiares. Me limitaré a insistir en la hipótesis de la división del trabajo lingüístico. Explicada por la vía del ejemplo, la hipótesis afirma que "[a]penas si podríamos emplear palabras como 'olmo' y 'aluminio' si no hubiera nadie que estuviera en posesión de una pauta para reconocer los olmos y el aluminio". [17] Por lo tanto, la identidad de los conceptos que tenemos de la especie vegetal y del metal citados -y éstos son tan sólo dos ejemplos- viene fijada por criterios que podemos perfectamente desconocer (en parte cuando menos) y de los cuales participamos por pertenecer a comunidades organizadas de manera cooperativa. Esto significa, a mi modo de ver, que una parte significativa de nuestros recursos conceptuales es de tal género que el uso que hacemos de ellos es deferencial, es decir, un uso en cuya corrección tácitamente cedemos la autoridad final a otros. [18]

Hay, así pues, razones para ser escéptico a propósito de la naturalización del significado. Yo creo que esas razones se refuerzan cuando uno se apercibe de que el intento de combinar las exigencias del naturalismo con las de la adecuación empírica de una teoría del contenido parecen difícilmente conciliables. Justamente es lo que le sucede al proyecto de desarrollar en sus detalles una teoría causal-informacional. Esa teoría explota una analogía interesante entre la mente humana y dispositivos como barómetros, termostatos o indicadores, por ejemplo, de la cantidad de gasolina que hay en los depósitos de combustible de los automóviles: unas y otros son sistemas que procesan información en virtud de nexos causales sistemáticos, de patrones de dependencias contrafácticas o de covariación causal, entre los estados del entorno al que se hallan conectados y los estados internos de esos dispositivos. La conexión es tal que, cuando se cumplen las condiciones adecuadas, si la información de que p está presente en el entorno del sistema, éste se halla en un cierto estado interno que representa precisamente el estado de cosas de que p. Se dice entonces que el sistema responde selectivamente a esa información. En el caso de la mente humana, podemos entender la fase durante la cual el agente adquiere la habilidad de detectar que p como un proceso en el que determinadas redes neuronales se especializan en responder selectivamente a esa información. Pero hay más. Así como el termostato se diseña para regular la acción de un compresor y controlar la temperatura de un recipiente cuando éste rebase un punto crítico, los estados representacionales del ser humano también asumen el control de su conducta. Como se dice, las creencias son mapas que orientan la acción del hombre. La otra cara del ingrediente intencional de la moneda es el elemento de control.

Aceptemos, entonces, que la intencionalidad de un estado mental consiste, al menos parcialmente, en su capacidad para responder a la presencia de determinada información. [19] Sucede, además, que la información no sólo tiene un irreducible elemento de contraste, ya que creer algo supone caracterizar un estado interno distinguiendo situaciones en las que ese algo es verdad de las alternativas en que es falso, sino también un ingrediente pragmático. Con otras palabras, la información de la que dependen nuestros mentales y que se fija en ellos, pero también la que expresan nuestras proferencias, no sólo es relativa a una matriz de posibilidades, sino que la matriz no es, como si dijésemos, la matriz total, una que está dada de una vez y para siempre, sino una que depende de la situación del agente y de las condiciones en que accede a sus estados cognitivos. Dos personas, por ejemplo, pueden creer cosas diferentes al proferir '¡Ahí hay agua!', si las condiciones en que cada una accede normalmente a su estado cognitivo difieren de las de la otra. Si (como en el ejemplo de Putnam) en el entorno de una normalmente hay agua, es decir, H2O, mientras que en la de la otra hay normalmente XYZ, ambos ejemplares de esa misma proferencia-tipo expresan creencias distintas. Eso es así, porque cada matriz de posibles estados de información del entorno contempla una alternativa específica: H2O frente a algo que no lo es; XYZ frente a algo que no es XYZ.

Pues bien, la acción combinada de una teoría causal-informacional de la información con una concepción pragmática de ésta proporciona un serio argumento contra la posibilidad de naturalizar el significado. El argumento se resume en esto: si la identidad del contenido mental no puede separarse de las condiciones de adecuación en que el sistema responde selectivamente, entonces dependerá constitutivamente de esas condiciones. Y si entre ellas no descartamos que haya expresiones que posean estas o aquellas propiedades semánticas, entonces la posibilidad general de que la intencionalidad de la mente sobrevenga tan sólo de propiedades físicas se habrá desvanecido. Pero tal cosa es lo que sucede de ahormarse (al menos en parte) el espacio de posibilidades informacionales a partir de propiedades semánticas del lenguaje (es decir, intencionales). [20]

Cabe ilustrar la letra pequeña del argumento anterior haciendo una rápida referencia al conocido rompecabezas de Kripke. Todos estamos familiarizados con el caso de Pierre, así que no repetiré su historia. Como Kripke, también creo que Pierre no es un tipo lógicamente incapacitado; es decir, no opino que Pierre tenga creencias contradictorias, aunque opine cosas lógicamente contradictorias unas de otras de lo que resulta ser una sola y la misma ciudad. De la ciudad que en su niñez oyó llamar 'Londres' cree que es bella; y de la ciudad que de adulto Pierre conoce, y a la que sus convecinos dan el nombre de 'London', cree que no es bella. [21] Si Pierre procesa adecuadamente la información del mundo en que vive y al que está causalmente conectado -y si Kripke no construye su caso en conformidad con esta exigencia, puede modificarse en semejante dirección-, la identidad de su creencia ha de venir parcialmente constituida por el hecho de que su estado cognitivo distingue dos estados de cosas: uno en el que 'Londres' y 'London' nombran la misma ciudad y otro en el que designan ciudades distintas. Y fijémonos en que el contenido del estado mental de Pierre adquiere la identidad que tiene por referencia a propiedades semánticas de los nombres 'Londres' y 'London'. Ahora bien, si la matriz de posibilidades con respecto a la cual las creencias de Pierre distinguen estados de cosas a los que responden selectivamente se caracteriza mediante parámetros intencionales, entonces no hay forma de dar cuenta de las creencias de Pierre de un modo que satisfaga al naturalista. [22]

Contenido mental y dependencia asimétrica

Me detendré ahora en el problema que afronta el proyecto naturalista cuando entra en la Fase III, a saber: el de si puede articularse una explicación del significado de las expresiones primitivas del lenguaje del pensamiento que no recurra a nociones semánticas y, en general, intenciones, especialmente a actitudes proposicionales. Como he venido haciendo hasta el momento, sugeriré también al final de esta sección que el proyecto fracasa. De este revés me interesa subrayar especialmente la sintonía que guarda con la razón que he ofrecido para juzgar que el programa de naturalización entra en crisis ya en la Fase I.

Fodor ha sido el promotor de un esfuerzo sostenido a lo largo de los años cuya finalidad ha sido la de demostrar que hay una explicación naturalista del contenido de los símbolos o representaciones primitivos del lenguaje del pensamiento; es decir, de las expresiones simples del medio computacional en el que se desarrolla, a su juicio, nuestra actividad mental. La propuesta que Fodor hace se divide en dos partes. En la primera de ellas Fodor, que se mueve en la órbita de una teoría causal-informacional del contenido, oferta lo que él ha denominado una Teoría Causal Tosca del Contenido [TCTC, en lo que sigue]. [23] Según TCTC, una expresión-tipo primitiva del lenguaje del pensamiento, #X#, tiene como contenido aquella propiedad P cuyas instancias causan que se produzca un ejemplar de #X# en el módulo mental correspondiente del sujeto. Enunciado con exactitud, el tipo #X# tiene como contenido la propiedad P, si hay una relación causal, nomológica, entre la propiedad de ser una instancia de P y la propiedad de ser un caso de producción de un ejemplar del tipo #X#. (Podemos referirnos a esta relación diciendo que P covaría causalmente con X#.) Y dicho de forma más ágil: #X# significa P en el caso de que si algo tuviera la propiedad P causaría en el sujeto que pensara: 'Un X', si éste se relacionara causalmente con ese algo. Así, las cosas que tienen P son portadoras de la información de que ahí, ante el sujeto que las percibe, hay un X; y ésa no es una generalización accidental, sino una ley natural.

La TCTC es tosca porque no supera un problema contra el que el naturalista ha chocado repetidamente: el problema de la disyunción. El problema estriba en que la TCTC no permite que haya error en la representación mental del contenido. En efecto, supongamos que hay una conexión causal -es decir, nomológica- no sólo entre P y #X#, sino también entre Q y #X#: P Þ #X# y Q Þ #X#. Por ejemplo, que no sólo los gatos causan producciones de ejemplares de #GATO# (gato Þ #GATO#), sino que hay gatos-robot, robogatos, artilugios que sólo un experto es capaz de distinguir de un gato. En ese caso, además de la conexión nomológica gato Þ #GATO# tendríamos también la conexión nomológica robogato Þ #GATO#. Eso no sucederá casualmente, sino también en virtud de leyes naturales. Lo que la TCTC prescribe es que #GATO# tiene por contenido la propiedad disyuntiva gato È robogato. Con otras palabras: tanto los gatos como los robogatos producen en la gente el pensamiento 'Ahí hay un gato' (o el uso en el pensamiento de #GATO#). En una circunstancia así nadie que vea un robogato y lo tome por un gato ('¡Un gato!' = #¡GATO!#) comete un error. No sólo los trozos de oro causan ejemplares de #ORO# (oro Þ #ORO#); también trozos de pirita pueden hacerlo (pirita Þ #ORO#). Ahora bien, una teoría del contenido (o del significado) que haga imposible que nadie pueda equivocarse al usar un símbolo en el pensamiento o en el lenguaje debe sufrir de un error fundamental. Por lo tanto, si el naturalista acepta que la TCTC incorpora una intuición valiosa a la que no ha de renunciar, su siguiente paso consistirá en modificar la TCTC hasta dejar espacio al error en la representación mental. ¿Cómo lograrlo?

La reflexión que lleva a Fodor a proponer la conocida ahora como Teoría de la Dependencia Asimétrica del Contenido [TDAC, en lo que sigue] es ésta.
Es una vieja opinión -supongo que tan vieja como Platón- que las falsedades son ontológicamente dependientes de las verdades de una manera en la que las verdades no son ontológicamente dependientes de las falsedades. Los mecanismos que rinden falsedades son, de alguna forma, parásitos de los que rinden verdades. En consecuencia, solamente se puede tener creencias falsas acerca de lo que se puede tener creencias verdaderas (mientras que se puede tener creencias verdaderas acerca de cualquier cosa de la que se pueda tener una creencia en absoluto). [24]

[...] la teoría que estoy vendiendo dice que los ejemplares falsos pueden darse siempre que quieran; sólo cuando ellos se den habrán de darse también los de otros géneros: ningún [ejemplar de] #GATO# causado por no gatos sin [ejemplares] de #GATO# causados por gatos; los ejemplares falsos dependen metafísicamente de los verdaderos. [25]

En consonancia con esta convicción, Fodor entiende que relaciones nomológicas como robogato Þ #GATO# y como pirita Þ #ORO# dependen de relaciones nomológicas como gato Þ #GATO# y oro Þ #ORO#, respectivamente, mientras que el caso inverso no se da. Es decir, las primeras relaciones nomólogicas dependen de las segundas, pero no a la inversa. Asumido esto, Fodor puede decir que una condición suficiente de que #X# tenga como contenido P es que P Þ #X# y que si Q Þ #X# (para cualquier propiedad Q distinta de P), entonces la conexión nomólogica Q Þ #X# dependa asimétricamente de P Þ #X#.

¿Qué significado tiene TDAC? En primer lugar, y cuadrando con el talante naturalista de las teorías causales-informacionales (incluyendo TCTC), TDAC otorga un peso específico a la relación entre contenido e información: el contenido de un símbolo primitivo del lenguaje del pensamiento no es independiente de determinada información presente en el mundo; de información a la que el sujeto accede a través de los tentáculos causales de sus sistemas perceptivos. Ahora bien, información y contenido/significado no son lo mismo. La información asociada al tipo #X# depende de la etiología, de la historia causal, de los ejemplares de #X#. Pero no de su historia real, sino de lo que a veces Fodor ha llamado su historia subjuntiva. Éstos pueden ser, son de hecho, diversos. El contenido o el significado, sostiene Fodor, es único. Aunque muchas instancias de propiedades P, Q, R,... pueden causar ejemplares de #X#, este símbolo tendrá habitualmente por contenido una de ellas tan sólo. Fodor da nombre a este hecho diciendo que el contenido es robusto. La TDAC hace justicia a esta condición en la medida en que exige que Q Þ #X#, R Þ #X#, etc. dependan asimétricamente de P Þ #X#. Así, la TCTC yerra por pasar por alto la robustez del contenido, y acaba dándose de bruces contra su consecuencia inmediata, a saber: el obstáculo del problema de la disyunción. La TDAC, al ser sensible a la robustez del contenido, resuelve limpiamente ese problema: la representación mental #X# no significa P È Q È R È ..., sino que es capaz de señalar la propiedad relevante.

En segundo lugar, Fodor entiende que la TDAC cumple el objetivo naturalista. En su Fase III, el proyecto naturalista se propone explicar cuándo un símbolo #X# tiene como contenido una propiedad P sin echar mano para ello de conceptos de propiedades o relaciones intencionales. Y lo hace satisfaciendo dos condiciones que explícitamente Fodor se propone respetar. Una, que la TDAC sea atomista: que diga cuál es el contenido de #X# sin apelar a los contenidos de otros símbolos del sistema de representación mental. Dos, que sea fisicalista: que analice la noción de contenido en términos de las de 'propiedad', 'causa', 'ley natural', etc. y en particular de 'dependencia asimétrica'. Y que haga esto "sin recurrir a expresiones intencionales o semánticas". [26] Estas dos condiciones, que son independientes la una de la otra, marcan otros tantos rasgos decisivos de la propuesta de Fodor. La primera evitaría el fracaso del programa naturalista al impedir que el tipo de nociones que uno quiere excluir reaparezcan en algún momento de su realización. Sin embargo, por sí solo no garantiza que las nociones de la teoría del contenido, como tal teoría, y especialmente el requisito de una dependencia asimétrica entre vínculos nomológicos, reintroduzcan el virus del antinaturalismo. Es el análisis de esta noción lo que trata de cerrarle el paso a esta posibilidad.

¿Es satisfactoria la respuesta de Fodor? Mi opinión es que no lo es. No puedo desarrollar aquí en detalle el argumento en que se basa mi crítica. Me limitaré a exponer la razón de fondo de por qué la TDAC no es un producto satisfactorio para quien esté empeñado en culminar un programa de naturalización del contenido. [27] Lo que más me sorprende de todo este asunto es que Fodor se dé por satisfecho señalando que la TDAC cumple los cánones del fisicalismo; que la TDAC es fisicalista porque, dice él, se limita a usar terminología que no es intencional ni semántica, puesto que no recurre más que a palabras como 'causa', 'propiedad' o 'dependencia asimétrica'. Esta explicación me parece muy insatisfactoria. Suena a como si contásemos la parte que nos conviene de una verdad. No hay duda de que los términos que elige Fodor no son explícitamente intencionales. En cambio, son palabras de la terminología metafísica, de un ámbito del discurso filosófico tan abstracto que su empleo no garantiza para nada que no abarquen también propiedades y relaciones intencionales recubiertas de un barniz aparentemente respetable. Así uno o más de ellos, y especialmente el término 'dependencia asimétrica', podrían designar perfectamente una relación intencional soterrada. Mi sospecha es que Fodor ha maniobrado para sortear un obstáculo, no para demolerlo; y que si obrar como Fodor es aceptable para un naturalista, entonces el naturalismo ya no es lo que era. Voy a tratar de hacer creíble este juicio.

Las covariaciones casuales robogato Þ #GATO# y pirita Þ #ORO#, por ejemplo, dependen asimétricamente, de forma respectiva, de las covariaciones gato Þ #GATO# y oro Þ #ORO#, porque los robogatos no darían lugar a ejemplares de #GATO# y los trozos de pirita no darían lugar a ejemplares de #ORO# a no ser, de forma respectiva, que los gatos produzcan ejemplares de #GATO# y los trozos de oro produzcan ejemplares de #ORO#. Ahora bien, ¿en qué condiciones producirían las instancias de una propiedad P ejemplares del tipo #X#? En Psychosemantics Fodor resume esas condiciones en una palabra: 'Psicofísica':

En una primera aproximación (las precauciones vendrán después), la psicofísica es la ciencia que nos dice cómo el contenido de la caja de creencias de un organismo varía con los valores de ciertos parámetros físicos de su entorno próximo. Y lo dice en un vocabulario que no es ni intencional ni semántico: en el vocabulario de las longitudes de onda, la potencia de luz, las irradiaciones de la retina, y cosas por el estilo. [28]

De inmediato, sin embargo, Fodor se apresura a añadir que, a diferencia de lo que la psicofísica diría de conceptos como #ROJO#, esa ciencia nada alcanza a informar de conceptos como #PROTÓN# o como #CABALLO#. Y, es de suponer entonces, que tampoco dice nada de #GATO# u #ORO#. Nadie sabe, y posiblemente ni siquiera tenga justificación preguntar, cuáles son los parámetros psicofísicos de la generación de ejemplares de estas palabras del lenguaje del pensamiento. [29] Ni los protones ni los caballos ni los gatos ni el oro son asunto de la psicofísica. Son asuntos, más bien, de lo que comúnmente se denomina la fijación de la creencia: de los mecanismos que median entre la activación de nuestros receptores sensoriales y la generación de estados mentales con contenido intencional. Y la fijación de la creencia, admite Fodor, es posible gracias a la existencia de mediaciones intencionales del sujeto del caso que pueden llegar a ser tan complejas como el haber digerido una parte relevante de la teoría física. [30] Fodor admite esto. En efecto, escribe, "es característico de los protones que ejerzan control sobre [los ejemplares de] #PROTÓN# mediante la activación de mecanismos intencionales". [31] Este control se encuentra mediado por mecanismos intencionales, como lo está el que se canaliza a través de los instrumentos de observación en la ciencia:

Pero es razonablemente compatible [con que lo que determina el contenido sea su dependencia causal asimétrica] que los sistemas de creencias medien en estas dependencias causales semánticamente destacadas [entre gatos y ejemplares de #GATO#). Pueden formar eslabones en la cadena causal que va de los gatos a los ejemplares de #GATO#, así como los instrumentos de observación forman eslabones en la cadena causal que va de las galaxias a los ejemplares de #GALAXIA#. En la medida en que esto sea así, cualquier patrón proximal podría mediar en la relación entre gatos y pensamientos-de-gato para cualquiera que piense en gatos en una u otra ocasión en que vea un gato. [32]

La duda, la gran duda, es si admitir que la relación de dependencia asimétrica se sostiene sobre los mecanismos de la fijación de la creencia no es simplemente el golpe de gracia para el programa de naturalización del contenido.

La contestación de Fodor a esta expresión de duda es tajante: los mecanismos de la fijación de la creencia son una cosa; el contenido (de los símbolos primitivos del lenguaje del pensamiento) otra bien distinta. En lo que respecta a este último, lo único que hace al caso son las relaciones (de dependencia causal asimétrica) entre el mundo y la mente. Los mecanismos que median entre el uno y la otra no importan. Podrían ser cualesquiera y seguir sin importar. Esta actitud es, a mi juicio, tan fuerte que atribuírsela a Fodor con responsabilidad requiere de más de una cita. Así, siguiendo a Skinner, Fodor declara esto:

La idea básica de la semántica de Skinner es que todo lo que importa para el significado es las relaciones 'funcionales' (relaciones de covariación nómica) entre los símbolos y sus denotaciones. En particular, no importa cómo se ve mediada esa covariación; no importa qué mecanismos (neurológicos, intencionales, espirituales, psicológicos o lo que sea) sostienen la covariación. [33]

Los filósofos solían cometer el siguiente error. Las teorías y los telescopios, argüían, median las relaciones causales entre las estrellas y nuestros ejemplares de 'estrella'. Por lo tanto, lo que queremos decir con 'estrella' depende de nuestras teorías y telescopios. En la actualidad está generalmente admitido (bien, bastante ampliamente admitido; bueno, admitido sin más) que era un error que arguyeran eso incluso cuando suponían que una relación causal entre estrellas y ejemplares de 'estrella' determina lo que significan esos ejemplares y que es esencial que los telescopios medien en esta relación causal. [34]

(Las cursivas son del propio autor.) El diagnóstico es claro. A la semántica del lenguaje y a la teoría del contenido mental únicamente le conciernen las relaciones nomológicas entre instancias de propiedades y ejemplares de tipos lingüísticos y mentales. Si fijamos los términos de esa relación, fijamos los significados de las palabras y los contenidos de los conceptos primitivos. Sin embargo, determinar qué mecanismos sustenten esas relaciones no es cosa de la semántica. Lo es, dice Fodor, de la epistemología. [35] Y la epistemología y la semántica son empresas separadas. Así que podemos cuantificar sobre esos mecanismos mediadores y decir: si el tipo mental #X# significa P, entonces los ejemplares de #X# se hallan bajo el control causal de las instancias de P y si hay ejemplares de #X# que se hallan también bajo el control causal de las instancias de Q, esta segunda conexión nomológica depende asimétricamente de la primera. Y en toda esta propuesta no se emplea para nada lenguaje intencional ni semántico.

Sin duda, esto último es innegable, pero poco o nada satisfactorio para un naturalista. Su victoria es pírrica. (O el naturalismo no es ya lo que fue.) Un naturalista que quisiera ir más allá de la pugna sofística habría de exigirse a sí mismo mucho más. Cuantificar sobre los mecanismos es una forma técnicamente elegante de barrer las palabras molestas debajo de la alfombra. No es haber avanzado ni un paso hacia el objetivo de poner de manifiesto que los mecanismos mediadores pueden describirse en el lenguaje de la psicofísica. Es decir algo como: "El contenido mental de los símbolos primitivos del lenguaje del pensamiento puede analizarse (al menos en parte) en términos de relaciones causales. ¡Pero no me pregunte qué crea y sostiene esas relaciones! En cuanto a eso, me contento con cuantificar." Lo único importante que se desprende de esa maniobra es que el programa de naturalización está lejos de haberse culminado. Es como si dijésemos que mi actual representación mental de la nebulosa de, digamos, El Caballo, es natural, pese a estar observándola por un telescopio, porque éste es simplemente un canal que hace posible que luz de ese remoto lugar del espacio alcance mi retina: por un lado, la radiación emitida por la nebulosa; por otro mis receptores visuales siendo afectados. ¿No es todo natural? --Pero ¿y el telescopio, qué es, sino un artefacto? ¿Es que no es un producto cultural que sustenta la relación supuestamente natural? Y si ahora se nos dice que lo pertinente son los términos de la relación, no lo que asienta, lo que nos queda es un regusto a medida arbitraria. [36]

En efecto, mi observación final sobre la propuesta de Fodor de naturalización de los conceptos primitivos es que une en matrimonio dos proyectos que, de hacer vidas separadas, se enfrentarían a obstáculos más llevaderos. Por un lado, Fodor está empeñado en desarrollar una semántica atomista porque, a su juicio, cualquier variante de la idea de que el contenido es holista acaba haciendo imposible una ciencia de la psicología de sentido común, una ciencia que reivindique las explicaciones de la acción atribuyendo deseos y creencias. [37] Por otra parte, su fisicalismo le lleva a Fodor a empeñarse en sacar adelante un programa de naturalización del contenido que sitúe la teoría del contenido en el campo de juego de la ciencia natural. Sin embargo, se hace muy cuesta arriba pensar que Fodor está en condiciones de ganar las partidas de estos dos tableros cuando se sujeta a condiciones tan desfavorables en el segundo de ellos. El espíritu del naturalismo permite que al amparo de un mismo marbete uno se proponga tareas distintas, y Fodor ha elegido, creo, la más exigente y menos plausible, a saber: que bastan los conceptos de la ciencia natural, y especialmente los de la ciencia física, para elucidar la naturaleza del significado lingüístico y del contenido mental. Si lo que le interesa es el espíritu, y no únicamente la letra, de la empresa, Fodor ha de reconocer que ha asumido un reto, el del naturalismo fisicalista, cuya meta está muy lejos de haber alcanzado. Sin embargo, hay formas, menos radicales pero más plausibles, de asumir el ideal del naturalismo; formas que no someten la noción de dependencia asimétrica a la presión extrema que ejerce sobre ella el naturalismo fisicalista o reductivo. [38] Liberada de este corsé, la idea de una dependencia asimétrica, como Fodor la presenta, ya sólo se enfrenta al reto de hacer sus propios méritos.

* * *

Más arriba me he referido a un intento de combinar las exigencias del naturalismo con las de la adecuación empírica de una teoría del contenido. Ese intento trata de aunar una idea causal-informacional del contenido con una concepción pragmática del contenido informacional. La articulación de ambos requisitos ha demostrado que rinde frutos excelentes como teoría empírica del contenido. (El ejemplo al que me remití es el del rompecabezas de la creencia, de Krikpe.) La contrapartida es que, si se toma esa aproximación sin tratar de maquillar su estatuto, se ha de reconocer que su adecuación al tipo de naturalismo que propugnaría Fodor está lejos de lograrse. Esta circunstancia no es casual, y resulta interesante apercibirse de por qué sucede justamente esto. En la aproximación a la que estoy haciendo referencia -la que Stalnaker ha elaborado a lo largo de los años-, un estado mental de un agente A responde selectivamente a (covaría causalmente con) la presencia de cierta información I relativamente a una matriz de posibilidades M. Esta matriz M representa, como si dijésemos, el estado cognitivo del agente: el sistema de sus creencias fijadas (en un momento dado). Responde, por ejemplo, a la visión de la nebulosa del Caballo cambiando a un estado cuyo contenido informacional es la presencia de esa nebulosa. Lo interesante del caso es que esa respuesta -un estado con contenido I- se halla obviamente mediada por el sistema de la fijación de la creencia del agente, pues el agente A se podrá hallar en un estado con contenido I, sólo si I se encuentra entre las opciones de la matriz M permitidas por el estado cognitivo del agente. Como dije, la dificultad para el naturalista, o lo que éste encontraría difícil de asimilar, estriba en que M no puede caracterizarse sin violar el requisito fundamental: el de emplear para ello nociones intencionales o semánticas. El sujeto no creerá ver la nebulosa del Caballo, si su sistema de creencias no cuenta con esa posibilidad entre sus opciones.

Pues bien, este resultado no puede reconciliarse con el diagnóstico de Fodor de que la atomicidad del contenido va de la mano de su naturalización; es decir, con su convicción de que para el contenido únicamente resultan pertinentes los términos de la relación de covariación, pero no los mecanismos que sustentan ese vínculo. Al articular una idea causal-informacional del contenido con un entendimiento pragmático de la información, resaltamos el papel que desempeñan los mecanismos que aseguran la covariación. El efecto inmediato de esto es la restricción de la gama de términos entre los que se da esa covariación. No hay duda: no sabiendo lo que es una nebulosa, careceré de la capacidad de entrar en un estado mental con la información de la presencia de la nebulosa del Caballo (es decir, de pensar que estoy viendo la nebulosa del Caballo). Por lo tanto, ese tándem hace lo que Fodor entiende que le está prohibido al naturalista, a saber: introducir la epistemología en la teoría del contenido. La teoría de Stalnaker se caracteriza, entonces, por violar el requisito naturalista. Sin embargo, yo no veo en ello un argumento que hable en contra suya.

Naturalismo sin reduccionismo (o quién abre el 'círculo hermenéutico')

¿Significa la crisis de la estrategia de la Semántica Fundada en Intenciones el fin de las ambiciones naturalistas? Supone el fin de una manera demasiado directa de hacer valer sus reivindicaciones -y, por lo tanto, de querer abrir una fisura en el círculo hermenéutico-, pero no el de su espíritu. El naturalista sigue teniendo todavía un camino abierto por el que transitar, aunque la realización de su programa no pueda hacerse con los instrumentos del análisis lógico-conceptual. Ese camino precisa, no obstante, de una lectura de [Grice] no reduccionista. En efecto, sugiero que veamos en la definición griceana del concepto de significado del hablante una condición necesaria y suficiente de qué le supone a un hablante comunicarle a un interlocutor un determinado contenido comunicativo. La definición nos iluminaría sobre el género de complejidad psicológica que ha de poseer alguien para poder comunicar ese contenido profiriendo una cierta expresión o haciendo una señal o indicación. En esa lectura, [Grice] no nos dice qué es comunicarle algo a alguien en general. La apelación de las intenciones comunicativas del hablante a la hora de comunicar que p sería compatible con la satisfacción de esta doble exigencia:

(i) que el hablante H no pueda tener la intención comunicativa de que p sin que previamente tenga actitudes proposicionales hacia contenidos q, r, etc.; y
(ii) que la posesión de actitudes proposicionales hacia estos otros contenidos, q, r, etc., dependa -es decir, que sobrevenga- de propiedades intencionales del lenguaje de la comunidad a la que H pertenece.

¿Qué significa esto? Significa que no existe nada como una superposición de la totalidad de las propiedades intencionales del lenguaje sobre la totalidad de las propiedades intencionales de la mente. Por el contrario, la aceptación de [Grice] en conjunción con (i)-(ii) abre las puertas a una visión de las relaciones entre el lenguaje y el pensamiento mucho más flexible que la del naturalismo que asume la estrategia de la Semántica Fundada en Intenciones. Esa mayor flexibilidad se traduce en la admisión de que las propiedades semánticas de una expresión derivan de las intenciones comunicativas de sus usuarios y de que, así mismo a la inversa, hay estados mentales cuyas capacidades representacionales sobrevienen de las capacidades representacionales de ciertos expedientes semánticos. Por lo tanto, admito que sea necesario disponer de sistemas -personas, digamos- con determinada complejidad psicológica para que sus proferencias alcancen a convertirse en vehículos de contenidos comunicativos. Pero admito, así mismo, que para alcanzar a poseer esa complejidad se precise de determinada competencia semántica. No hay círculo en lo que digo. No, porque en esa doble dependencia las propiedades sobrevinientes y las sobrevenidas no son las mismas. El contenido de que p podría depender de intenciones comunicativas que únicamente podrían estar al alcance de agentes capaces de tener actitudes proposicionales hacia q, r y demás; a su vez, entre las condiciones de identidad de los contenidos de que q, r, etc. no se cuentan los propios del contenido de que p.

El dibujo cuyos trazos más destacados estoy dando exige que los seres humanos contemos con algunas capacidades intencionales primitivas, capacidades que poseemos por disponer de la dotación genética que nos es propia. Es sobre semejante inicial intencionalidad potencial que, en el normal transcurso de las cosas, se erigen las restantes. Y ese normal transcurso incluye ser una parte más del grupo social y tener la experiencia lingüística y cultural pertinentes. La experiencia propia, el adiestramiento a que se nos somete y nuestro propio bagaje promueven nuevas capacidades representacionales, las cuales ensanchan el círculo intencional: formas básicas de pensamiento dan lugar a formas más complejas de representación, algunas consistentes en incipientes capacidades de significación lingüística; éstas incrementan a su vez el alcance y los resortes de nuestras formas de pensamiento y ello pone a nuestra disposición un mayor número de recursos lingüísticos, de formas expresivas y pautas de razonamiento e interpretación. John Searle ha formulado la idea de una manera muy sugerente:

[U]n niño comienza con formas prelingüísticas de intencionalidad. A través de un efecto de auto-estiramiento de orejas el niño adquiere expresiones lingüísticas primitivas de esa Intencionalidad. Pero un poco de lenguaje hace mucho camino, y el niño desarrolla una Intencionalidad más rica que no podría haber desarrollado sin formas lingüísticas. Esta Intencionalidad más rica hace posible un más rico desarrollo ulterior que, a su vez, permite una Intencionalidad más rica. Y así, siempre hacia adelante hasta llegar al adulto, hay una serie compleja de interacciones lógicas y de desarrollo entre la Intencionalidad y el lenguaje. La mayoría de formas de Intencionalidad adulta son esencialmente lingüísticas. Sin embargo, la totalidad del edificio descansa en formas biológicas primitivas de Intencionalidad prelingüística. [39]

Tal y como yo tiendo a interpretar estas palabras, Searle estaría transmitiendo una importante idea que cabría desplegar quizás en una metáfora como la siguiente: una elipse comienza a abrirse en el área de las capacidades representacionales de la mente que permite al sujeto establecer las primeras relaciones sistemáticas de detección y exploración de su entorno próximo. Estaríamos, entonces, ante formas de intencionalidad muy primitivas, inicialmente anteriores a la posesión de un lenguaje; ante capacidades de representación que responderían de un modo considerablemente indiferenciado a propiedades del medio que habita el agente. Más adelante, conforme se va expandiendo, la elipse invade la zona de la significación lingüística para luego regresar al territorio de la intencionalidad mental y alcanzar lugares más profundos de éste. La entrada en el lenguaje -es decir, en su aprendizaje- capacitaría al sujeto para proyectar sobre sus iniciales espacios de similitudes y diferencias una trama, que posteriormente se iría enriqueciendo, de distinciones más finas y de analogías más profundas, que multiplicarían sus capacidades de pensamiento y sus habilidades para explorar su entorno más allá de las primeras y muy burdas apariencias. Y así sucesivamente en un proceso que dura lo que dure el aprendizaje del individuo y su familiarización con la cultura a la que pertenece. (Véase la figura.)

PENSAMIENTO LENGUAJE

FIGURA

No pretendo que esto sea más que una metáfora. Pero sí que pretendo que la metáfora ilumine, aunque sea indirectamente, una verdad. Una verdad de tres caras: (i) que la sobreveniencia de las propiedades intencionales del lenguaje de las propiedades intencionales del pensamiento es local: es decir, tiene lugar entre algunas propiedades de una clase y algunas propiedades de la otra; (ii) que opera en ambos sentidos: de la intencionalidad del pensamiento a la del lenguaje y de la de éste a la de aquel primero; y (iii) que, funcionando en ambos sentidos, no involucra las mismas propiedades en los dos casos. Es decir, hay propiedades semánticas (de palabras y oraciones) que sobrevienen de propiedades intencionales de la mente; pero también hay propiedades intencionales de la mente que sobrevienen de propiedades semánticas del lenguaje. Esta sobreveniencia no significa que sólo ejerzamos capacidades de representación -por lo tanto, con propiedades intencionales- plenas cuando empleamos nuestro lenguaje para comunicar algo o para entender lo que otro nos diga. Significa que las capacidades conceptuales que ponemos en práctica en nuestro pensamiento las adquirimos muchas veces en el uso de la lengua o lenguas que hablamos o comprendemos. El aprendizaje de una lenguaje o de un sistema de señas nos proporciona conceptos y pensamientos a los que no tendríamos acceso de otra forma. Puesto que esto es así, o yo lo creo firmemente, no es posible dar cuenta del contenido de muchos conceptos y otros recursos conceptuales sin involucrar en ello propiedades intencionales del lenguaje. [40] En definitiva, nada parecido a la estrategia reduccionista de la Semántica Fundada en Intenciones debería merecer mucho crédito.
Acabo de decir que tras la metáfora de la espiral que va abriéndose dentro de los territorios del pensamiento y el lenguaje había una triple verdad -quizás debería de haber dicho una triple intuición-. Pero no son sólo tres, sino al menos cuatro los elementos de provecho. El último es que esa espiral no es igual para todos los hablantes/pensantes. Cada individuo es dueño de una trayectoria de singularidades propias, una ruta personal con la cual se adentra en el círculo hermenéutico. Cierto que el entorno socio-cultural presiona en la dirección de una cierta uniformidad, pero no hasta el punto de que el barniz de la educación oculte la impronta de cada historia individual. Por consiguiente, ni siquiera hay principios generales de sobreveniencia local.

Después de todo esto, ¿resta alguna esperanza de reivindicar un punto de vista naturalista acerca de la intencionalidad? No, desde luego, en el sentido estricto expuesto al principio de estas páginas, a saber: el de que quepa especificar propiedades físicas (neurofisiológicas, biológicas) del cerebro cuya posesión es condición suficiente de que el hablante use una expresión 'x' para comunicar que p. Ahora bien, existe otra manera, ciertamente más indirecta que la tenida en cuenta aquí, de encarar las pretensiones naturalistas, una manera que podría ser llamada naturalismo evolutivo. El naturalismo evolutivo no responde a, ni es parte de, un programa filosófico basado en argumentos sostenibles a priori. Su idea principal estriba en la reflexión de que cuando nuestros padres nos engendran somos apenas un conjunto de instrucciones grabadas en un medio de proteínas. Nada como un alma, un espíritu, kharma o lo que sea, está presente en ese soporte químico. Sin embargo, en un ambiente biológico y socialmente adecuado esa primera materia genética se multiplica y alcanza a producir seres humanos, primero, y personas, después, éstas con capacidades ocasionalmente muy complejas de representación de su entorno y de sí misma. Mis inclinaciones naturalistas me harían sentirme satisfecho comprendiendo, o esperando que alguien pueda llegar a comprender en el futuro, los grandes principios generales y los pequeños detalles de ese proceso. Este objetivo, puede verse, es el objetivo de la ciencia empírica, de la biología y de la psicología, de la lingüística.

Hace casi tres décadas, Quine propuso la naturalización de la epistemología reemplazando esta disciplina filosófica por la psicología. Pero ésta era para Quine la ciencia del estímulo y la respuesta. Yo no quiero hacer esa misma propuesta, pero sí recomendar la orientación general. El único proyecto de naturalización de la intencionalidad con visos de tener éxito es el de los programas de investigación de la biología, la psicología y otras disciplinas científicas; y son programas que abarcan una multitud de proyectos distintos. En general, es una parte muy sustancial de la ciencia contemporánea la que tiene que decir algo sobre el tema aquí debatido. No tengo por qué defender este proyecto, porque la ciencia no necesita de mi defensa. Entiendo que en este caso el mejor proyecto filosófico no pasa por emprender ninguna nueva cruzada, sino por alentar y discutir el trabajo que otros ya están haciendo y por ayudar a plantear nuevas cuestiones y a aclarar su pertinencia.

Bibliografía

     1.      French P. A., Uehling Th. & Wettstein H. K., (eds.), Midwest Studies in Philosophy, II: Contemporary Perspectives in the Philosophy of Language, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1992.        [ Links ]

2.      Loewer B. & Rey G., (eds.) Meaning in Mind. Fodor and His Critics, Oxford, Basil Blackwell, 1991.        [ Links ]

3.      Putnam, Mind, language and reality. Philosophical pappers, vol. 2, Cambridge, Cambridge University Press, 1975.        [ Links ]

4.      Fodor, Psychosemantics. The Problem of Meaning in the Philosophy of Mind, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1987.        [ Links ]

5.      Jacob P., “Can Selection Explain Content?”, en The Proceedings of the Twentieth World Congress of Philosophy vol. 9, Philosophy of Mind. Editado por Elevitch B., Philosophy Documentation Center: Charlottesville, 2000.          [ Links ]

6.      Millikan R., Language, Thought, and Other Biological Categories. Cambridge, MA: The M.I.T. Press, 1984.          [ Links ]

7.      Heil,The Nature of True Minds. Cambridge University Press. 1992.          [ Links ]

8.      Millikan, The Varieties of Meaning, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 2004.          [ Links ]

9.      Fodor, A Theory of Content and Other Essays, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1990.          [ Links ]

10.  In Critical Condition. Polemical Essays on Cognitive Science and the Philosophy of Mind, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1998.          [ Links ]

11.  Hale B. y Wright C., (eds.), A Companion to the Philosophy of Language, Oxford, Blackwell Publishers, 1997.          [ Links ]

12.  A Companion to the Philosophy of Language, Oxford, Blackwell Publishers, 1997.          [ Links ]

13.  Pietrowski, “Intentionality and Teleological Error”, Pacific Philosophical Quarterly 73, 1993.          [ Links ]

14.  Rowlands, “Teleological Semantics”, Mind 106, 1997.          [ Links ]

15.  Jacob, What Minds Can Do, Cambridge University Press, 1997.          [ Links ]

16.  Butterfield J., (ed.), Language, Mind & Logia, Cambridge University Press, 1986        [ Links ]

17.  Acero, “Pensamientos aparentes”, en Homenaje a John Corcoran. Santiago de Compostela, Ediciones de la Universidad de Santiago de Compostela, 2006.          [ Links ]

18.  Blackburn, Spreading the Word, Oxford, Clarendon Press, 1984.          [ Links ]

19.  Referring to Objects, 2005, On-line Conference. http://www.interdisciplines.org et al        [ Links ]

20.  Stalnaker, Inquirí, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1984.          [ Links ]

21.  Stalnaker, Content and Context, Oxford University Press, 1999.          [ Links ]

22.  Drestke, Knowledge and the Flow of Information, Oxford, Basil Blackwell, 1981.          [ Links ]

23.  Margalit A., (ed.), Meaning and Use. Dordrecht D., Reidel Publishing Company, 1979.          [ Links ]

24.  Rey, Contemporary Philosophy of Mind, Oxford, Blackwell Publishers, 1997        [ Links ]

25.  Jutronic D., (ed.), The Maribor Papers in Naturalized Semantics, Slovenia, Maribor University Press, 1997        [ Links ]

26.  Tomberlin J. E., (ed.), Philosophical Perspectives, vol. 3, Philosophy of Mind and Action Theory, Atascadero, CA, Ridgeview Publishing Company; 1989.          [ Links ]

27.  Loewer & Rey, (eds.) Meaning in Mind…, cit.; Godfrey-Smith, “Misinformation”, Canadian Journal of Philosophy 19, 1989        [ Links ]

28.  Fodor, Concepts. Where Cognitive Science Went Wrong. Cambridge, MA: The M.I.T. Press, 1998        [ Links ]

29.  Baker, Explaining Attitudes. A Practical Approach to Mind. Cambridge University Press, 1995.          [ Links ]

30.  Strawson, Skepticism and Naturalism: Some Varieties, New Cork, Columbia University Press, 1985.          [ Links ]

31.  LePore E. & Van Gulick R., (eds.) John Searle and His Critics, Oxford, Basil Blackwell, 1991.          [ Links ]

32. Hech R., jr., (ed.), Language, Thought, and Logic: Essays in Honour of Michael Dummett, Oxford University Press, 1997.         [ Links ]

Notas

* Una primera versión de este trabajo fue presentada en la Universidad de Murcia en 1995. El impulso para preparar la versión final lo proporcionaron sendas invitaciones del Instituto de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, del C.E.P. de Torrelavega (Santander, España) y del Departamento de Filosofía de la Universidad de Oviedo. A las tres instituciones, a los miembros del Seminario de Trabajos en Contrucción del Departamento de Filosofía de la Universidad de Granada, a Manuel de Pinedo, Alfonso García Suárez, Fran Camós, Nieves Guasch, y Neftalí Villanueva les expreso mi gratitud por sus sugerencias y críticas. Los resultados expuestos aquí han sido obtenidos durante la ejecución de los proyectos de investigación BFF2000-1073-C04-01 y HUM2004-118 del antiguo Ministerio de Ciencia y Tecnología, así como del actual Ministerio de Educación y Ciencia, respectivamente.

[1] La importancia del problema tiene que ver, sin duda, con el desplazamiento de la atención filosófica desde el ámbito de la filosofía del lenguaje al de la filosofía de la mente. Acerca de ello véase Burge "Individualism and the Mental", en French P. A., Uehling Th. & Wettstein H. K., (eds.), Midwest Studies in Philosophy, II: Contemporary Perspectives in the Philosophy of Language, Minneapolis, University of Minnesota Press, 1992, pp. 27 y ss.

[2] Es así, en términos de la noción de sobreveniencia, que se plantea el problema de la naturalización del significado durante las dos últimas décadas. Véase Boghossian, P., "Naturalizing Content", en Loewer B. & Rey G., (eds.) Meaning in Mind. Fodor and His Critics, Oxford, Basil Blackwell, 1991, pp. 65 y s. En última instancia, esta forma de plantear la cuestión encuentra su primera formulación en la obra reciente de Fodor. El recurso al concepto de sobreveniencia permite precisar la convicción de que no existe ningún género de objetos, propiedades y eventos por encima de los de la ciencia física, que es como se enuncia a veces la doctrina del naturalismo. La vaguedad del "por encima de" es lo que me incomoda. Sin embargo, la opción estrictamente materialista de identificar directamente las propiedades intencionales con propiedades del sistema nervioso central parece cerrada desde hace tiempo por los argumentos clásicos de Putnam, Mind, language and reality. Philosophical pappers, vol. 2, Cambridge, Cambridge University Press, 1975 y Burge "Individualism and the …", cit. La clave del asunto es que el filósofo materialista señalaría propiedades intrínsecas del sistema nervioso, mientras que las propiedades intencionales son extrínsecas.

[3] Fodor, Psychosemantics. The Problem of Meaning in the Philosophy of Mind, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1987, p. 146.

[4] Jacob P., "Can Selection Explain Content?", en The Proceedings of the Twentieth World Congress of Philosophy vol. 9, Philosophy of Mind. Editado por Elevitch B., Philosophy Documentation Center: Charlottesville, 2000 § 1.

[5] El tipo de dispositivo de camuflaje del camaleón, por citar un ejemplo de Millikan, permite ilustrar estas nociones. Los dispositivos de los distintos miembros de la especie, a lo largo y ancho del tiempo, constituyen una familia establecida por reproducción. El mismo tipo de dispositivo se reproduce, es decir, se repite o copia, en cada miembro de la especie como parte de su dotación genética. Eso sucede porque cada dispositivo ejerce una función, la de camuflarse en su entorno inmediato, que contribuye a su supervivencia y, con ello, a su proliferación. Si bien en el caso particular del camaleón, la función propia es una función adaptada a las condiciones de su entorno, lo característico de una función propia reside en su historia. El hecho de que en el pasado el dispositivo, en virtud de ciertos rasgos suyos, ha ejercido una determinada función es lo que da cuenta del éxito reproductivo del dispositivo. Ese éxito no ha medirse con criterios estadísticos. El camaleón se confunde con su entorno de forma regular, sin necesidad de que un depredador le aceche, pero la especie ha proliferado porque en un número suficiente de ocasiones del pasado el dispositivo ha ejercido la función de camuflarle en su entorno próximo, cuando el peligro era real. Una explicación como la anterior -pese a su brevedad-, que da cuenta de cómo se ha ejercido históricamente esa función cuando se han dado ciertas condiciones, es una explicación Normal, paradigmática, del ejercicio de la función. Su importancia se debe a que muestra la manera en que pueden invocarse normas en un ámbito regido por procesos enteramente naturales.

[6] Millikan R., Language, Thought, and Other Biological Categories. Cambridge, MA: The M.I.T. Press, 1984, pp. 31 y ss.

[7] Así, Millikan escribe: "Mi afirmación es tan sólo la de que para todo oyente comprensivo que ha alcanzado a comprender de acuerdo con una explicación Normal del funcionamiento propio de los equipamientos de aprendizaje de su lenguaje innato, la explicación Normal del funcionamiento propio de su respuesta estabilizadora a una oración indicativa o imperativa hace referencia en algún momento a las mismas reglas de proyección que [aquellas a las que recurra] todo otro hablante que comprenda. Éstas son reglas según las cuales una masa crítica de oraciones se han proyectado en el pasado sobre estados de cosas del mundo, produciendo con ello patrones de correlación entre ciertas clases de elementos de las oraciones y ciertas clases de configuraciones en el mundo, patrones de correlación a los que se han adaptado los mecanismos de interpretación del oyente que funcionan Normalmente, [de modo que] esta adaptación explica su éxito" en Ibid., pp. 99 y ss

[8] Heil, The Nature of True Minds. Cambridge University Press. 1992, p. 59.

[9] Millikan, The Varieties of Meaning, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 2004, p. 108. Valoraciones críticas de las ideas de Millikan sobre la naturalización de la intencionalidad se encuentran en Fodor, A Theory of Content and Other Essays, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1990, cap. 3; (Ib.) In Critical Condition. Polemical Essays on Cognitive Science and the Philosophy of Mind, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1998, pp. 179 y ss., Jacob, "Can Selection Explain…," cit.; Loewer, "A Guide to Naturalizing Semantics", en Hale B. y Wright C., (eds.), A Companion to the Philosophy of Language, Oxford, Blackwell Publishers, 1997; Neander, "Misrepresenting and Malfunctioning", Philosophical Studies, 79, 1995, pp. 109-41; Pietrowski, "Intentionality and Teleological Error", Pacific Philosophical Quarterly 73, 1993, pp. 267-82; Rowlands, "Teleological Semantics", Mind 106, 1997, pp. 279-303. La línea argumental expuesta más arriba ha seguido un camino propio, que no se ve afectado por las novedades introducidas por Millikan recientemente, en particular en Millikan, The Varieties of…, cit. De entre éstas, dos destacan por encima de las demás. Primero, una delimitación de en qué sentido es naturalista el proyecto de Millikan de explicar la intencionalidad. La respuesta a esta cuestión (en Ibid., cap. 5) señala que las teorías teleosemánticas no responden a la pregunta de qué contenido tiene un cierto signo, sino a la pregunta de qué función (o propósito) tiene un signo con este o ese contenido. Y segundo, una teoría de las funciones o propósitos (expuesta en Ibid., cap. 1) de la cual se sigue que "[e]n un cierto sentido todos los propósitos son 'propósitos naturales", Ibid., p. 13. El sentido en cuestión es uno que el filósofo que mira con escepticismo los programas de naturalización de la intencionalidad considera o bien carente de pertinencia o bien conducente a una petición de principio. La idea es que las cosas que tienen propiedades intencionales -conceptos, palabras, construcciones sintácticas, etc.- son memes que han sido seleccionados por tener funciones o propósitos. Y la selección puede ser natural o resultado del aprendizaje de sus usuarios (o consumidores, como le gusta decir a Millikan). La cuestión, para quien se plantea el problema de la naturalización de la intencionalidad como se ha hecho más arriba, es qué queda de este problema si la diferencia entre genes y memes no sienta las bases para distinguir entre naturaleza y cultura, y que es biología todo lo que se rige por mecanismos de selección darviniana, como se sostiene en Dennett, Freedom Evolves, London, Penguin Books, 2003, cap. 6. Por otra parte, si se acepta que los mecanismos de selección memética no son naturales, sino culturales, y que entre memes y genes hay simplemente analogías interesantes, no se puede considerar a Millikan promotora de una explicación naturalista de la intencionalidad, aunque sea con las acotaciones ahora explicitadas, pues habría dado por sentado lo que está por demostrar. Mi impresión es que no sólo en su clásico (Millikan, Language, Thought, and…, cit.), sino en su mucho más reciente (Millikan, The Varieties of…, cit.), las dicotomías que Millikan pone en circulación -entre genes y memes, propósitos naturales y propósitos consciente, entre signos naturales y signos intencionales, entre intencionalidad natural e intencionalidad convencional, etc.- cortan transversalmente la línea divisoria clásica entre naturaleza y cultura, o bien entre propiedades naturales y propiedades intencionales. Un solo botón de muestra es el siguiente: Millikan aclara (en Ibid., p. 116, nota) que lo que llama 'memes' ahora coincide con lo que en (Millikan, Language, Thought, and…, cit.) llamaba 'miembros de familias de primer orden asentadas por vía reproductiva'. Es importante esta aclaración porque estos miembros pueden productos (o mecanismos) culturales.

[10] De hecho, la concepción representacional de la mente se ha convertido en la actualidad en un presupuesto de partida de los programas de naturalización. Cf. Jacob, What Minds Can Do, Cambridge University Press, 1997, § 1.1; (Id.) "Can Selection Explain…", cit.

[11] Fodor, A Theory of Content…, cit., cap. 7; (Id.) In Critical Condition…, cit., cap. 6; Papineau, "Semantic Reductionism and Reference", en Butterfield J., (ed.), Language, Mind & Logia, Cambridge University Press, 1986, son lugares en que se expone con claridad la estrategia de la Semántica Basada en Intenciones. Jacob, What Minds Can…, cit., defiende una variación de este esquema de desarrollo contrario al atomismo semántico.

[12]Desarrollo mi crítica a los principios de composición en Acero, "Pensamientos aparentes", en Homenaje a John Corcoran. Santiago de Compostela, Ediciones de la Universidad de Santiago de Compostela, 2006.

[13] Blackburn, Spreading the Word, Oxford, Clarendon Press, 1984, pp. 114 y ss.

[14] Pero no sólo en términos de este concepto, sino también por medio del concepto de convención. Sobre la forma de analizar esta noción, Grice, Lewis y Schiffer han hecho propuestas interesantes y bien conocidas.

[15] Loar, "Can We Explain Intentionality?", en Loewer & Rey, (eds.), Meaning in Mind…, cit., ha insistido en este aspecto del problema.

[16] Putnam, Mind, language and…, cit.; Burge "Individualism and the …", cit.

[17] Putnam, Mind, language and…, cit., p. 227.

[18] Para un análisis de la noción de deferencia, véase Villanueva, Brabanter, Ph. de, Stojanovich, I. y Nicholas, D., "Deferential Utterances", en Referring to Objects, 2005, On-line Conference. http://www.interdisciplines.org et al.

[19] Esta combinación, así como el argumento antinaturalista que viene a continuación, se deben a Robert Stalnaker. Sin pretender separar los escritos en que se refiere a la primera o en que expone el segundo, las referencias bibliográficas se extienden más allá de una decena de años. Véase Stalnaker, Inquirí, Cambridge, MA, The M.I.T. Press, 1984; (Ib.) "Replies to Field and Schiffer", Pacific Philosophical Quarterly, 67, pp. 113-26, 1986; (Ib.) "How to Do Semantics for The Language of Thought" en Loewer & Rey, (eds.) Meaning in Mind…, cit., 1991; y Stalnaker, Content and Context, Oxford University Press, 1999.

[20] Dentro de las aproximaciones causal-informacionales al contenido, éste es el problema denominado de las Condiciones del Canal, sobre el cual ha venido llamando la atención Pierre Jacob de forma insistente. Cf. Jacob, What Minds Can…, cit., § 2.4; (Ib.) "Can Selection Explain…" cit.; El problema se formula por primera vez en Drestke, Knowledge and the Flow of Information, Oxford, Basil Blackwell, 1981, cap. 5.

[21] Kripke, "A Puzzle About Belief", en Margalit A., (ed.), Meaning and Use. Dordrecht D., Reidel Publishing Company, 1979.

[22] Ilustro la aproximación de Stalnaker al contenido mental con el rompecabezas de Kripke para dar al lector una idea de la capacidad explicativa de esa aproximación. En efecto, el rompecabezas de Kripke es verdaderamente un rompecabezas y aquí tenemos una herramienta que nos da la oportunidad de ver sus entresijos.

[23] Fodor, Psychosemantics. The Problem… cit., pp. 104 y ss.

[24] Ibid., p. 157.

[25] Fodor, A Theory of Content…, cit., p. 91, aquí, como en otras ocasiones me permito sustituir el ejemplo original de Fodor por el que yo vengo usando.

[26] Ibid., p. 92 y 56 y ss.

[27] Un útil resumen del género de limitaciones de teorías del contenido (o del significado) puramente denotacionales, como lo es la TDAC, se expone en Rey, Contemporary Philosophy of Mind, Oxford, Blackwell Publishers, 1997, § 9.2.4. Mi propio argumento contra la TDAC, que dejo para otra ocasión, apunta a una diana contra la cual autores han lanzado ya sus dardos: la de mostrar que la propuesta de Fodor no resuelve el problema de la disyunción. Véase Aydede, "Pure Informational Semantics and the Narrow/Broad Dichotomy", en Jutronic D., (ed.), The Maribor Papers in Naturalized Semantics, Slovenia, Maribor University Press, 1997; Baker, "On a Causal Theory of Content", en Tomberlin J. E., (ed.), Philosophical Perspectives, vol. 3, Philosophy of Mind and Action Theory, Atascadero, CA, Ridgeview Publishing Company; 1989; Baker, "Has Content Been Naturalized?", en Loewer & Rey, (eds.) Meaning in Mind…, cit.; Godfrey-Smith, "Misinformation", Canadian Journal of Philosophy 19, 1989, pp. 553-50; Loewer, "A Guide to Naturalizing…," cit.; Fodor, A Theory of Content…, cit.; (Ib.) "Replies", en Loewer & Rey, (eds.) Meaning in Mind…, cit.; Fodor, Concepts. Where Cognitive Science Went Wrong. Cambridge, MA: The M.I.T. Press, 1998, contienen respuestas a muchas de las objeciones que se le han dirigido.

[28] Fodor, Psychosemantics. The Problem…, cit., p. 166.

[29] Ibid., p. 113 y ss.

[30] Incluso de las políticas lingüísticas de los hablantes, que "dan lugar a las dependencias causales asimétricas en cuyos términos se definen las condiciones de la robustez [del significado]". Fodor, A Theory of Content…, cit., pp. 99 y ss.

[31] Fodor, Psychosemantics. The Problem…, cit., p. 121. La cursiva es mía.

[32] Fodor, A Theory of Content…, cit., p. 110.

[33] Ibid., p. 56.

[34] Fodor, "Replies" en Loewer & Rey, (eds.), Meaning in Mind…, cit., pp. 266 y ss.

[35] Fodor, Psychosemantics. The Problem…, cit., p. 123.

[36] Baker, Explaining Attitudes. A Practical Approach to Mind. Cambridge University Press, 1995, cap. 7, desarrolla un argumento detenido contra el proyecto de naturalización de las propiedades definitorias de los artefactos (como la de ser un carburador).

[37] Fodor, Psychosemantics. The Problem…, cit.; (Ib.) Concepts. Where Cognitive…, cit., son clásicos del tema.

[38]Una propuesta bien conocida es la distinción, de Strawson, entre naturalismo reductivo y naturalismo no reductivo. Véase Strawson, Skepticism and Naturalism: Some Varieties, New Cork, Columbia University Press, 1985. Mi propia alternativa, la de un naturalismo evolutivo, se esboza muy rápidamente en las últimas páginas del presente trabajo.

[39] Searle, "Response: Meaning, Intentionality, and Speech Acts", en LePore E. & Van Gulick R., (eds.) John Searle and His Critics, Oxford, Basil Blackwell, 1991, p. 94.

[40] Peacocke, "Concepts without Words", en Hech R., jr., (ed.), Language, Thought, and Logic: Essays in Honour of Michael Dummett, Oxford University Press, 1997, contiene el mejor desarrollo que yo conozco de esta idea.