«Hoy, por primera vez, están aquí con nosotros también dos hermanos obispos de la China continental. Démosles nuestra calurosa bienvenida». Con la voz quebrada por la emoción durante algunos instantes, el Papa Francisco, durante la misa con la que inicia el Sínodo de los obispos sobre los jóvenes, dio la bienvenida a dos obispos chinos, Giovanni Battista Yang Xaoting y Giuseppe Guo Zincai, que llegaron a Roma después del reciente acuerdo entre la Santa Sede y Pekín sobre los nombramientos episcopales en China, entre los aplausos de los fieles que estaban presentes en la Plaza San Pedro.

 

En su homilía, Jorge Mario Bergoglio expresó el deseo de que la asamblea que comienza hoy y concluye dentro de tres semanas (el próximo 28 de octubre) sea «memoria» evangélica que «no se deje sofocar ni aplastar por los profetas de calamidades y de desgracias, ni por nuestros límites, errores y pecados», e hizo un llamado para que el trabajo sinodal se desarrolle con una actitud de «escucha sincera, orante y lo más posible libre de prejuicios y condiciones», para «mirar directamente el rostro de los jóvenes y las situaciones en las que se encuentran«, y no abandonarlos «en las manos de tantos mercaderes de muerte que oprimen sus vidas y oscurecen su visión». El Papa concluyó la homilía recordando el mensaje a los jóvenes con el que concluyó el Concilio Vaticano II.

 

«Hoy, por primera vez, están aquí con nosotros también dos hermanos Obispos de la China continental», dijo el Papa. «Démosles nuestra calurosa bienvenida: la comunión del Episcopado entero con el Sucesor de Pedro es todavía más visible gracias a su presencia». La primera oración de los fieles durante la celebración fue en lengua china: «Manda, oh Padre, sobre el Santo Padre y sobre los Obispos el Espíritu de Sabiduría y de Discernimiento: que busquen con el corazón abierto la verdad y que sean obedientes en todo a tu voluntad».

 

Francisco inauguró el Sínodo retomando uno de los versículos del Evangelio de Juan: «El Espíritu Santo que el Padre mandará en mi nombre, él les enseñará cada cosa y les recordará todo lo que yo les he dicho». «Al comienzo de este momento de gracia para toda la Iglesia, en sintonía con la Palabra de Dios, pidamos con insistencia al Paráclito que nos ayude a hacer memoria y a reavivar las palabras del Señor que encendían nuestro corazón», dijo el Papa, «para que sepamos que nuestros jóvenes serán capaces de profecía y de visión en la medida en la que nosotros, ya adultos o ancianos, seamos capaces de soñar y contagiar y compartir los sueños y las esperanzas que llevamos en el corazón». Que el Espíritu, invocó el Papa, «nos dé la gracia de ser memoria operosa, viva, eficaz, que de generación en generación no se deje sofocar ni aplastar por los profetas de calamidades y desgracias, ni por nuestros límites, errores y pecados, sino que sea capaz de encontrar espacios para encender el corazón y discernir las vías del Espíritu. Es con esta actitud de dócil escucha de la voz del Espíritu que hemos venido de todas las partes del mundo».

 

«La esperanza nos interpela, nos sacude y rompe el conformismo del “se ha siempre hecho así”, y nos pide que nos levantemos para ver directamente el rostro de los jóvenes y las situaciones en las que se encuentran. La misma esperanza nos pide trabajar para invertir las situaciones de precariedad, de exclusión y de violencia a las que están expuestos nuestros chicos», dijo Francisco.

 

«Los jóvenes, fruto de muchas de las decisiones tomadas en el pasado, nos llaman a hacernos cargo junto con ellos del presente con mayor compromiso y a luchar en contra de lo que de diferentes maneras impide que sus vidas se desarrollen con dignidad. Ellos nos piden y exigen una dedicación creativa, una dinámica inteligente, entusiasta y llena de esperanza, y que no los abandonemos en las manos de tantos mercaderes de muerte que oprimen sus vidas y obscurecen su visión».

Los padres sinodales

Después Jorge Mario Bergoglio recomendó a los 266 padres sinodales que desarrollaran la actitud descrita por san Pablo de esta manera: «Que ninguno busque el propio interés, sino el de los demás», y, al mismo tiempo, aclaró, apueste más «pidiendo con que con humildad consideremos a los demás superiores a nosotros mismos. Con este espíritu trataremos de escucharnos los unos a los otros para discernir juntos lo que el Señor le está pidiendo a su Iglesia. Y esto exige de nosotros que estemos atentos y que pongamos cuidado para que no prevalezca la lógica de la auto-preservación y de la auto-referencialidad, que acaba por hacer que sea más importante lo que es secundario y secundario lo que es importante». Por el contrario, recomendó, «hay que extender la mirada y no perder de vista la misión a la que nos llama, para apostar por un bien más grande que nos beneficiará a todos nosotros: sin esta actitud, todos nuestros esfuerzos serán vanos. El don de la escucha sincera, orante y lo más posible libre de prejuicios y condiciones nos permitirá entrar en comunión con las diferentes situaciones que vive el Pueblo de Dios». Hay que evitar, aconsejó Francisco, la tentación de caer en posiciones «elitistas, así como la atracción por ideologías abstractas que no corresponden nunca a la realidad de nuestra gente».

Francisco concluyó la homilía citando el Concilio Vaticano II: «Durante cuatro años la Iglesia ha trabajado para rejuvenecer su rostro, para corresponder mejor al designio de su fundador, el gran Viviente, Cristo, eternamente joven. Y al final de esta impresionante “reforma de vida”, se dirige a ustedes: es para ustedes, jóvenes, sobre todo para ustedes, que la Iglesia con su Concilio acaba de encender una luz, luz que alumbrará el porvenir, su porvenir». Y sentenció: «Padres sinodales, la Iglesia los mira con confianza y amor». Por ello, «en nombre de este Dios y de su Hijo Jesús, nosotros los exhortamos a ampliar sus corazones según las dimensiones del mundo, a comprender el llamado de sus hermanos y a poner sus jóvenes energías a su servicio. Luchen contra todo egoísmo –recomendó Francisco a los jóvenes–, rechacen dar libre cauce a los instintos de la violencia y del odio, que generan las guerras y su triste séquito de miserias. Sean generosos, puros, respetuosos, sinceros. ¡Y construyan en el entusiasmo un mundo mejor que el actual!». 

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