Anónimos y marginados

No siempre resulta fácil explicar las realidades que nos rodean y que nos han tocado vivir, por eso desde hace algún tiempo, sin dar la espalda a las cosas que a todos nos preocupan e interesan, he preferido central mis artículos en aquello que mejor conozco y a lo que me he dedicado toda mi vida, a la historia. La historia como maestra de la vida y como referencia ilustrativa del complejo devenir humano, lleno de situaciones y experiencias  que, como mínimo, pueden resultar ilustrativas.
Siempre procuro relacionar los conocimientos históricos con problemas y situaciones actuales; lo no que me gusta comentar son esos asuntos de “rabiosa” actualidad que durante algunos días o semanas llenan telediarios e informativos, para después ser olvidados como si nunca hubieran ocurrido. En cambio, la vida diaria nos enfrenta con situaciones y personas, mucho más reales que el rollo político o la falsa sensibilización colectiva con que, por lo general, nos suelen bombardean los medios. 
Pocas veces, además, dedico mis comentarios a personajes concretos y, cuando lo he hecho, se trataba de aquellos cuya relevancia política o social lo justificaba. Pasa igual en la historia, las  personas anónimas se pierden en la vorágine de acontecimientos de mayor o menor relevancia para nuestra memoria. Sin embargo, entre esos sucesos tan aparentemente importantes suelen asomar, si los sabemos percibir, los verdaderos protagonistas de la historia, cualquier ser humano, por poco importante que pueda parecer.
La sensibilidad no es una cuestión de grandes planteamientos o de modas, sino de percepción inmediata de la realidad; sobre todo de aquella que afecta a la suerte de nuestros semejantes. En los últimos tiempos me cruzaba con frecuencia con una de esas personas que, por razones desconocidas, están solas y practican la mendicidad. Llegado al parecer de lejos, sin recursos y supongo que totalmente desarraigado, frecuentaba sitios donde esperaba conseguir unas monedas para poder subsistir.
Alguna vez me paré a hablar con él, aunque lo podría haber hecho con más frecuencia y profundidad. Apenas me enteré de su nombre, que oculto por respeto y discreción; tampoco sé si le hubiera podido ayudar más. Muchas veces la buena voluntad no basta y las posibilidades de ayuda a nivel personal son limitadas. Por suerte y a pesar de su situación  de marginalidad, cuando más lo necesitó, al enfermar de gravedad, la asistencia sanitaria y la organización que más se preocupa de las personas sin recursos, Cáritas, le dieron la atención necesaria. Me alegro por él y deseo que a pesar de la gravedad de sus dolencias disfrute de esa atención y cariño que todo ser humano merece.
 

Anónimos y marginados

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