Por
  • Luisa Miñana

Carne y hueso

El rostro que buscan debe ser amable y amigable.
'Carne y hueso'.
Freepik

Ninguna crisis completa su ciclo hasta que conseguimos incorporar a nuestras vidas los cambios consecuentes. Cuando hablamos del inicio del siglo XX, siempre remarcamos que Versalles cerró en falso la crisis del sistema colonial que había conducido a la Primera Guerra Mundial. La pugna entre los viejos poderes y la democracia no se resolvió en occidente a favor de ésta hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando el Estado del bienestar materializó en la carne y los huesos de las mayorías ciudadanas los derechos y mejoras que la teoría democrática pregonaba.

Parece que el siglo XXI no comenzó el día en que fueron asombrosamente derribadas las Torres Gemelas. Empezamos a calibrar que es la quiebra bulímica de la burbuja financiera en 2008 la que nos sitúa en medio de desequilibrios con componentes desconocidos, que introducen una nueva fase histórica. Los pensadores coinciden en general en que, otra vez, no dimos los pasos necesarios y evidentes para que se produjeran los cambios que permitieran cerrar el ciclo. Sobre unas heridas mal suturadas se ha cebado ahora el coronavirus y una nueva incertidumbre global. Dos crisis que serían fases de la misma. La última nos está enseñando que, frente a la aceleración digital tecnológica y su virtualidad, aún dependemos del mundo físico, de nuestros frágiles cuerpos humanos y sus tiempos. Para cerrar el ciclo, deberíamos dirigir la tecnología prioritariamente a su cuidado y al del mundo que habitan, si queremos apuntalar el siglo y la vida.

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