La concepción aristotélica de la verdad
Luciano Garófalo *
Resumen
El propósito del artículo es ofrecer una visión conjunta de los planteamientos de Aristóteles
acerca del concepto lógico de verdad. En vista de ello, analizamos diversos textos dentro del
corpus aristotélico donde encontramos una reflexión explícita sobre este tema, a saber: en
Metafísica, Sobre la interpretación y en el tratado Acerca del alma. Nuestra opinión es que la
formulación contenida en Metafísica, IV, 1011b25, conocida como el famoso «dictum»
aristotélico, no es, en realidad, su versión más acabada. En distintos lugares se presenta otra
caracterización de la misma cuya especificidad consiste en estar delimitada únicamente a las
oraciones declarativas (lógos apophantikós). Por lo que, en primer lugar, explicamos cuáles son
los requerimientos que éstas deben cumplir para ser consideradas como portadoras de verdad.
Luego, exponemos las diferentes definiciones de la misma a lo largo de su obra. A nuestro juicio,
la noción aristotélica de verdad puede verse como una versión particular de la teoría
correspondentista.
Palabras clave: Verdad, lógica, correspondencia.
Aristotle’s conception of truth
Abstract
The purpose of this article is offer a wide view of the Aristotle’s thoughts about the logical
concept of truth. In sight of this, we analyze different writings in the Aristotelian corpus where
we find an explicit consideration about this subject-matter, namely: in Metaphysics, De
Interpretatione and the treatise De Anima. We believe that the formulation contained in
Metaphysics, IV, 7, 1011b25, well-known as the famous Aristotelian «dictum», is not, truly, the
most accomplished. Elsewhere he presents another characterization thereof whose specificity is
to be delimited only to declaratives sentences (logos apophantikós). Which is why, first of all, we
explain what requirements must be fulfilled by these to be considered as truth bearers.
Subsequently, we expose the various definitions of truth throughout his work. In our opinion, the
Aristotelian concept of truth can be seen as a particular account of the correspondence theory.
Keywords: Truth, Logic, Correspondence.
*
Universidad Central de Venezuela.
Articulo recibido 15 de octubre de 2016 – Arbitrado 15 de noviembre de 2016
Apuntes Filosóficos. Vol. 26. Nº 50 (2017): 114- 128.
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Apuntes Filosóficos. Volumen 26. Número 50/2017
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0. Introducción
En el libro gamma de Metafísica, en medio de una discusión acerca del Principio de Tercio
Excluso, encontramos la clásica definición de la verdad conocida como el «dictum» aristotélico.
En efecto, allí se afirma que «verdadero es decir que lo que es, es, y que lo que no es, no es»1.No
obstante, si nos remontamos a los diálogos platónicos nos damos cuenta de que, más allá de
representar plenamente un dictum de Aristóteles, éste constituye una idea bastante griega. Así,
Eutidemo–en el diálogo homónimo– asevera frente a Ctesipo que «el que dice lo que es y las
cosas que son, dice la verdad»2. Señalamientos similares los hallamos en el Crátilo3y en el
Sofista 4.
Mucha tinta ha corrido sobre esta célebre definición aristotélica, representando el pilar de
toda teoría de la verdad correspondentista, que, en palabras de Frápolli y Nicolás 5, la han
colocado en la paradójica circunstancia de ser a la vez irrenunciable e irrealizable. Sin embargo, a
pesar de la atención que ha recibido, en pocas oportunidades se ha advertido que no es la única
definición que nos brinda el estagirita. En las páginas que siguen mostraremos otra de sus
formulaciones.
Tal vez uno de los aspectos más llamativos de la concepción aristotélica es el énfasis con el
que sitúa la verdad en el plano del lenguaje, del decir, más bien que en las cosas. Una idea que
puede verse como una conquista en relación con sus predecesores, aunque siga siendo discutible
para algunos exégetas la posibilidad de hallar una verdad ontológica, o una verdad práctica,
dentro de sus planteamientos. En las reflexiones que llevaremos a cabo a continuación dejaremos
de lado esta cuestión, centrándonos en su concepto lógico de verdad.
1. La verdad como propiedad de las oraciones declarativas
El problema de la verdad está indisolublemente ligado a la cuestión de qué ítems son
apropiados como vehículos o portadores de esta noción. Sería vano pretender reconstruir este
largo debate aquí, el cual, por demás, no ha sido resuelto hasta ahora de manera concluyente 6.
1
Cf. Metafísica, IV, 7, 1011b25-27
2
Cf. Eutidemo, 284a
3
Cf. Crátilo, 385b
4
Cf. Sofista, 240d-240e
5
Cf. Nicolás, J. – Frápolli, M., «Teorías actuales de la verdad», en Diálogo Filosófico, 38 (1997), Madrid, p. 156
6
Cf. Haack, S., Filosofía de las lógicas, Cátedra, Madrid, España, 1982, p. 100
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Por otra parte, afirmar que la verdad pertenece o se predica de algo más, es un supuesto que
implica de antemano una peculiar comprensión suya. La verdad, así concebida, resulta una
propiedad; cosa que puede objetarse o considerarse como redundante.
Aristóteles, quien no tuvo conciencia de estas dificultades, se limitó a señalar que la verdad
es un atributo de un cierto tipo de expresión lingüística que denominó: «lógos apophantikós».
Dependiendo de la traducción que se haga de estas palabras griegas, obtendremos una
interpretación determinada sobre cuál es el portador de verdad para Aristóteles; bien sea el
enunciado, la proposición o la oración. Por el momento no las traduciremos. A medida que
desarrollemos la exposición veremos cuál es el sentido que, a nuestro modo de ver, se adecúa
mejor a su concepción.
Una breve indagación etimológica ofrece algunas pistas al respecto. Como es harto
conocido, el término griego «lógos» tiene un amplio domino de significados que abarca todo lo
relativo al lenguaje y el pensamiento. Nuestra lengua castellana, cuyos orígenes se remontan al
latín, no logra acertar con una traducción única del mismo. De ahí que se equipare «lógos» con
«palabra», aun cuando las raíces de este último vocablo se encuentren en la «parabla» latina,
derivada del griego parabolḗ, que significa «comparación» o «símil», de donde surgen
«parábola» y «parlar» 7.
Lo mismo puede decirse de la identificación de «lógos» con «razón», proveniente de la
«ratio» latina, que además es «ración», «cálculo» y «porción». En este caso el latín conserva uno
de los sentidos más importantes de «lógos» para los griegos: también refiere a lo mensurable, la
cantidad y el número; el paradigma de toda palabra, libre de ambigüedades e interpretaciones 8.
Así pues, el ideal de un lenguaje perfecto no es exclusivo del pensamiento moderno, sino que
forma parte de las más antiguas pretensiones de la racionalidad.
De igual manera, «lógos» tiene que ver con lo dicho en toda enunciación, aquello proferido
en cada emisión. En su traslación latina esto se corresponde con la «oratio», que todavía resuena
7
Cf. Corominas, J., Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Gredos, Madrid, España, 1987, pp. 432433
8
Véanse, por ejemplo, los pasajes de República, 523a-526b; Filebo, 56c-e; Teeteto, 198a-d; y, especialmente,
Crátilo, 435c-d. Es casi una constante en estos textos la oposición del pensamiento discursivo (dianoeîn) al
pensamiento puro o captación (noeîn) que prescinde del recurso a la palabra, múltiple y equívoca, lo que para Platón
representaba una dificultad en el alcance del conocimiento estricto (epistḗmē). Por esta razón el número se erige
como el modelo capaz de superarel carácter defectivo de todo nombre (ónoma), de todo cambio y de toda
multiplicidad; algo que resulta paradójico si recordamos que la posibilidad misma de la predicación y de la falsedad
es la pluralidad o equivocidad de la significación.
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en nuestra lengua como «oración». Pero oraciones pueden ser las órdenes, plegarias, deseos,
preguntas, aserciones y demás; algo que produce cierta perplejidad si debemos decidir a cuál de
ellas adjudicar verdad o falsedad.
Es por ello que Aristóteles escoge al adjetivo «apophantikós», procedente del verbo
apophaínesthai –mostrar, declarar; en voz media–, para caracterizar al «lógos» que posee un
valor de verdad, que no es el lenguaje en general, ni toda oración, sino solo un segmento del
mismo y una expresión lingüística en particular. Este término griego no halla parangón en el latín
ni en el castellano. Sin embargo, «declarativo» podría ser una buena opción ante tal opacidad.
Como acertadamente indicaron los comentaristas medievales –Boecio 9 entre ellos–, a través de él
se distingue la «oratio enuntiativa» u «oración declarativa» del resto de las oraciones.
Así, es posible entrever que la oración declarativa es un candidato idóneo para traducir lo
que Aristóteles designó como «lógos apophantikós», al mismo tiempo que nos brinda una idea
clara de lo que, para él, es un portador de verdad. En este punto alguien pudiera objetar que una
simple inspección de los usos de una serie de palabras, en distintos idiomas, no es suficiente para
saber qué es una oración declarativa. Al fin y al cabo, las etimologías son imprecisas y con el
tiempo pierden vigencia. Si no contásemos con otro criterio, simplemente tendríamos que asentir
ante tal objeción. No obstante, en diversos lugares del texto Sobre la interpretación Aristóteles
expone varias condiciones que deben cumplir las oraciones para poder ser consideradas como
susceptibles de verdad o falsedad. Veamos, a continuación, cuáles son estos requerimientos.
2. Requerimientos sintácticos de las oraciones con valor veritativo
A lo largo del tratado aristotélico Sobre la interpretación encontramos diferentes
exigencias que nos permiten identificar cuándo una oración es declarativa. Decimos que son
«sintácticos» los requerimientos asociados a la formulación correcta de una oración según las
convenciones o reglas del lenguaje que se trate; griego antiguo, en el caso de Aristóteles. Dado
que él se limitó a reflexionar sobre el lenguaje ordinario o natural, la sintaxis en cuestión es de
carácter gramatical. Por «semánticos» entendemos aquellos requerimientos –si los hay–o
principios relacionados con el significado de una oración en función de sus términos
componentes. Entonces, «significado» no remite aquí a las condiciones de verdad de la misma –
9
Correia, M. (trad.), Boecio. Los tratados silogísticos. De syllogismo categorico & Intdoductio ad syllogismos
categoricos, Ediciones Universidad Católica de Chile, Santiago, Chile, 2011, p. 66
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lo que constituiría un punto de vista extensional–, sino al sentido de las palabras que la integran;
razón por la cual Aristóteles se vería enfrentado a las dificultades propias de un enfoque
intensional del mismo.
Una oración, si ha de contar con valores de verdad, debe exhibir un enlace entre nombres
(propios y comunes) o, de acuerdo con la estructura gramatical, entre dos términos (sujeto y
predicado). Fuera de la oración, ninguno de ellos es verdadero o falso por sí mismo.
Designaremos a esto como Requerimiento de Composicionalidad (RC), el cual puede
establecerse a partir de las siguientes líneas del texto aristotélico mencionado en el párrafo
anterior:
[…] en efecto, lo falso y lo verdadero giran en torno a la composición y la división. Así, pues, los
nombres y los verbos, por sí mismos, se asemejan a la noción sin composición ni división, v.g.:
hombre o blanco, cuando no se añade nada más: pues aún no son ni falsos ni verdaderos. (Sobre la
interpretación, 1, 16a11) 10
«Composición» y «división» refieren, en el pasaje citado, a la oposición cualitativa que ve
Aristóteles entre oraciones afirmativas (kataphásis) y oraciones negativas (apóphasis). Esto se
deriva del papel que otorga a la negación dentro de una oración. En el primer caso, no está
presente, por lo que se puede hablar de una sínthesis de sus términos. En el segundo, antecede a
la cópula, dividiéndolos o separándolos (diaíresis); negando cualquier relación entre ellos. Como
puede observarse, aquí la negación es comprendida gramaticalmente a partir de la forma
predicativa de la oración; no como una operación realizada sobre la oración completa, ni como un
elemento lógico indicativo de que su valor de verdad es falso.
Ahora bien, si dejamos de lado la aparente diferencia entre esas oraciones, resulta que
ambas representan un «compuesto» o «combinación» (symplokḗ) que, o es el caso, y
efectivamente hay una síntesis de sus componentes, o no es el caso, y debemos afirmar la
negación de dicha unión; lo que Aristóteles llama «división». Esto conduce a dudar de si
realmente hay oraciones «afirmativas» y «negativas», o, simplemente, oraciones que pueden
negarse. Sin embargo, estas cuestiones fueron ajenas al pensamiento de nuestro autor. Para evitar
10
Candel, M. (trad.), Tratados de lógica (Órganon), vol. II, Gredos, Madrid, España, 1995, pp. 36-37
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escollos, diremos que RC refiere a la «composición» o «combinación» en general de una oración,
indistintamente de su cualidad (afirmativa, negativa) o estructura (sintética, diairética) 11.
En consecuencia, los nombres, tomados aisladamente, no tienen valor de verdad. Lo mismo
ocurre con los nombres compuestos. Estos no constituyen una oración, aun cuando pueda
sostenerse que se da entre ellos cierto tipo de combinación. Para Aristóteles, aquello que asegura
el genuino enlace entre dos términos es el verbo ser, la cópula:
De esto hay un ejemplo significativo: en efecto, el ciervo-cabrío significa algo, pero no es
verdadero ni falso, a menos que se añada el ser o el no ser, sin más o con arreglo al tiempo. (Sobre
la interpretación, 1, 16a15-19) 12
La palabra «ciervo-cabrío» es producto de la combinación de dos nombres que, por
separado, remiten cada uno a un animal de la naturaleza. Sin embargo, en esta composición no
está presente el verbo ser, el cual, además de cumplir la función sintáctica de unir los términos
que contiene la oración, tiene un importe existencial. El ejemplo de Aristóteles es ilustrativo al
respecto. Pues, tratándose de una criatura mítica, podría inducirnos a considerarla como falsa.
Pero, ni su nombre es un caso de auténtica composición u oración, ni quien dice «ciervo-cabrío»,
sin añadir nada más, hace afirmación alguna acerca de su existencia; de si es o no es.
Una formulación más precisa de RC es la siguiente:
(RC) Una expresión lingüística es verdadera o falsa si, y sólo si, es una oración
compuesta por un término sujeto, un término predicado, y cualquier persona y número
del verbo ser.
En cuanto prescribe la forma y clase de elementos que deben contener las oraciones con
algún valor veritativo, RC es un criterio sintáctico en el sentido estipulado anteriormente. Por
medio de él quedan excluidos otros tipos de composición distintos a una oración. Una mirada
más aguda puede apreciar que este requerimiento depende del Principio de Composicionalidad
(PC), que definiremos así:
(PC) El significado de una oración es producto del sentido de sus términos
componentes en su determinada posición sintáctica.
En la obra Sobre la interpretación Aristóteles emplea pocas veces el término «symplokḗ» en el sentido amplio que
le hemos dado; no obstante, es usado así en otros lugares, cf. Metafísica, VI, 4, 1027b17-27; Acerca del alma, III, 6,
430a25-29; Acerca del alma, III, 6, 430b2; Acerca del alma, III, 8, 432a11; Categorías, 10, 13b10ss.
11
12
Candel, M. (trad.),Tratados de lógica (Órganon), vol. II, op. cit., p. 37
119
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Este principio de índole semántica –según la acepción dada más arriba–, se infiere de lo
dicho hasta el momento. Podemos pensar que «ciervo-cabrío», «hirco-ciervo», y otros nombres
compuestos 13que carecen de correlato real, poseen algún sentido y alguna referencia si los
descomponemos, pero no por ello son verdaderos ni falsos. Desde el punto de vista de
Aristóteles, el sentido de las palabras proviene de las representaciones mentales que tenemos de
las cosas (pathḗmatatêspsychês) 14, que sirven de base a los diferentes sonidos y letras convenidos
(katàsynthḗkēn) por cada pólis o ciudad para designar a estas últimas 15. Por tanto, es un asunto de
uso y convención.
Ahora bien, cada palabra ocupa un lugar determinado dentro de la oración: el término
sujeto refiere a un objeto en particular, el predicado, a una propiedad suya. De este modo, el
significado entero de una oración resulta de la unión entre ambos, y a ésta es la que se atribuye
verdad o falsedad. Con ello quedan separadas verdad y significatividad.
Otra condición que debe cumplir una oración para poder ser portadora de verdad tiene que
ver con el modo en que se encuentra el verbo ser dentro de ella. Según Aristóteles, solamente el
modo indicativo cuenta con la fuerza asertiva suficiente para mostrar el enlace efectivo entre los
términos. Los demás modos del verbo griego –como el imperativo, subjuntivo u optativo– no
cumplen con esta función, y, por esta razón, deben dejarse a un lado. En relación con esto, es
preciso mencionar algunas características de la sintaxis del verbo griego.
Este último posee dos rasgos: el aspecto o cualidad verbal y el grado temporal. El aspecto
denotala manera en que se realiza una acción (continua, puntual o instantánea, perfecta o
acabada). El grado, por su parte, indica el tiempo en que se realiza (pasado, presente o futuro).
Los modos son las formas mediante las cuales se revela la actitud del hablante con respecto a la
acción significada por el verbo: si la considera como real, irreal, posible, necesaria o deseada.
Únicamente en el modo indicativo coinciden la cualidad verbal y el tiempo. De igual forma,
solo a través de él se manifiesta el grado temporal, los modos restantes son exclusivamente
aspectuales y, por ello, se emplean distintivamente para formular órdenes, deseos y ruegos. En
13
En Sobre la interpretación, 2, 16a20-30, Aristóteles ofrece otros ejemplos de nombres compuestos que representan
términos vacuos, como «Kállippos», producto de la combinación entre «kalòs» (bello) e «ippos» (caballo); o
«epaktrokéles», de «kélēs» (nave) y «epaktrís» (pirata). A diferencia de éstos, señala, los nombres simples no son
significativos en absoluto si los separamos, ya que sus elementos últimos son las sílabas. El argumento, por
extensión, sirve para los nombres simples: tampoco son portadores de verdad.
14
Cf. Sobre la interpretación, 1, 16a5-10
15
Cf. Sobre la interpretación, 2, 16a20-30
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cambio, aquellas oraciones que expresan un hecho se rigen por un tipo de construcción sintáctica
cuyo rasgo principal es el uso del modo indicativo.
Así pues, la elección por parte de Aristóteles de este modo en particular está ligada a los
presupuestos realistas de su ontología y epistemología. La pretensión de verdad de una oración
declarativa consiste en que, de darse el caso, ella debe «reflejar» (dēlôn) un estado de cosas
correspondiente que consiste en una articulación de objeto y propiedad. Solo a través del modo
indicativo queda manifestada esta intención: el hablante pretende que lo que él dice se da, en
realidad, tal como lo dice. En esto consiste la fuerza asertiva de una oración.
La segunda condición para las oraciones declarativas que hemos venido comentando puede
extraerse a partir del siguiente pasaje del tratado Sobre la interpretación:
Necesariamente toda oración declarativa «constará» de un verbo o una inflexión del verbo: y, en
efecto, la definición de hombre, si no se añade el es, o el será, o el era, o algo semejante, no es en
modo alguno una oración declarativa […] (Sobre la interpretación, 5, 17a10-15) 16
Varias puntualizaciones deben ser hechas al respecto. En primer lugar, lo que Aristóteles
llama inflexión (ptôseis) son los distintos morfemas flexivos que adquiere un verbo en cada caso,
por medio de los cuales se expresa la concordancia con el sujeto gramatical (persona y número),
así como el tiempo, modo y aspecto. De esta manera, el indicativo constituye una flexión verbal
que puede reconocerse a través de los diversos cambios que experimenta una misma raíz o
lexema. El ejemplo paradigmático del estagirita es el verbo ‘ser’ (eînai), en modo indicativo, y en
los tiempos presente (éstin), futuro (éstai) y pasado (ēn); correspondientemente.
Por otra parte, si consideramos la definición de hombre como «animal racional» o «animal
bípedo», notamos que en ella no está presente dicho verbo, en ninguna de sus inflexiones. Por
tanto, una definición no es, estrictamente hablando, una oración declarativa. Con ello se
evidencia la necesidad de la cópula, dentro de la estructura gramatical, para determinar qué
candidato resulta apropiado como portador de verdad. Esta exigencia recibe el nombre, otorgado
por nosotros, de Requerimiento de Asertividad (RA), el cualdemanda lo siguiente:
16
Candel, M. (trad.), Tratados de lógica (Órganon), vol. II, op. cit., pp. 42-43. A partir de aquí no seguimos a
Miguel Candel, quien vierte la expresión «lógos apophantikós» por «enunciado asertivo», aun cuando él mismo
reconoce los límites de su traducción (véase, Ibíd., p. 42, n. 40).
121
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(RA) Una expresión lingüística es verdadera o falsa si, y sólo si, además de ser una oración
compuesta por un término sujeto, un término predicado, y cualquier persona y número del verbo
ser; este último se encuentra en modo indicativo.
Con ello queda excluida la posibilidad de considerar como verdaderas o falsas aquellas
oraciones que expresan deseos, órdenes o ruegos; pues, cada una precisa de diferentes verbos y
distintas inflexiones. Sin lugar a duda, RA es un criterio sintáctico, que, mediante la
especificación de las condiciones de uso de sus palabras componentes, delimita la adjudicación
de valores veritativos a ciertas expresiones lingüísticas. Lo cual no implica que Aristóteles haya
incurrido en una falacia descriptiva. Él reconoce la existencia de diversas funciones del lenguaje,
aparte de la constatativa, pero el estudio de éstas conviene a otras disciplinas:
[…] no toda oraciónes declarativa, sino sólo aquella en que se da la verdad o la falsedad: y no en
todas se da, v.g.: la plegaria es una oración, pero no es verdadera ni falsa. Dejemos, pues, de lado
esas otras –ya que su examen es más propio de la retórica o de la poética–, ya que el objeto del
presente estudio es la oración declarativa.(Sobre la interpretación, 4, 17a1-7) 17
Así pues, para Aristóteles, no es el lenguaje en general el que descubre la verdad, como
sostuvo Heidegger 18, sino sólo un segmento suyo en particular. Una última precisión añade el
estagirita como resultado de la célebre discusión acerca de los futuros posibles o «futuribles». Se
trata de una restricción del principio de bivalencia–tertium non datur– para las oraciones
declarativas sobre estados de cosas o hechos futuros contingentes. En este caso, no hay más
alternativa que considerar como indecidible su pretensión de verdad 19.
El ejemplo brindado por Aristóteles consiste en una oración compleja del tipo «mañana
habrá o no habrá una batalla naval». Si nos preguntamos por su valor de verdad, este queda
indeterminado; pues, es posible que tenga lugar tanto uno como otro estado de cosas de la
disyunción. Lo mismo ocurre si tomamos cualquiera de los disyuntos por separado, tratándose de
una oración simple, ya que nadie tendría certeza sobre un evento probable.
No obstante, vale acotar, la limitación del principio de bivalencia no concierne a todas las
oraciones declarativas que refieren a hechos futuros. Dentro de la abultada ontología aristotélica
encontramos entidades que existen eternamente y, por tanto, de manera necesaria; por lo que
17
Candel, M. (trad.), Tratados de lógica (Órganon), vol. II, op. cit., pp. 41-42
18
Cf. Rivera, J. (trad.), Martin Heidegger. Ser y tiempo, Trotta, Madrid, España, 2009, pp. 52-53
19
Cf. Sobre la interpretación, 9, 19b1-4
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podemos hablar del futuro de ellas con propiedad. De modo que aquellas oraciones que expresan
lo que estos objetos siempre son, o nunca pueden ser, resultan necesariamente verdaderas o falsas
y, por ende, decidibles. Que «el triángulo tiene –y tendrá– dos rectos», o que «la diagonal del
cuadrado no es–ni será– conmensurable con el lado» son, para Aristóteles 20, oraciones «eternas»
cuyo valor de verdad no es indeterminado.
Esto representa una condición adicional que debe tomarse en cuenta para identificar un
auténtico portador de verdad. Hablamos, entonces, de un Requerimiento de Decidibilidad (RD),
en el siguiente sentido:
(RD) Una expresión lingüística es verdadera o falsa si, y sólo si, además de ser una oración
compuesta por un término sujeto, un término predicado, y cualquier persona y número del verbo
ser, donde este último se encuentra en modo indicativo; puede ser decidible.
Lo dicho hasta aquí supone que la «decidibilidad» de una oración depende, bajo el marco
ontológico de la concepción aristotélica, de los diferentes tipos de entes y relaciones modales que
mantengan entre ellos, los cuales constituyen su referencia. No contamos aquí, por tanto, con un
método de verificación que nos permita saber qué condiciones tienen que darse para que una
oración sea verdadera, más allá de una vaga noción de correspondencia entre un plano lingüístico
y otro extralingüístico, con todos los problemas que acarrea.
Ahora bien, como vimos anteriormente con RA, en el análisis de la sintaxis del verbo ser
nada se dijo acerca del grado temporal que debe indicar éste, más bien, Aristóteles menciona
indiferentemente tanto al presente, como el pasado y el futuro. Una vez que tenemos conciencia
de la dificultad de hablar del futuro de las cosas o estados de cosas contingentes, habría que hacer
una salvedad aquí. El tiempo futuro, de acuerdo con RD, queda reservado solamente para
aquellas oraciones declarativas referidas a hechos necesarios, en el caso de que las entidades
correspondientes también lo sean. Así, queda excluida la posibilidad de que dichas oraciones
resulten indecidibles. Por lo que una formulación más precisa de RD puede ser la siguiente:
(RD)′ Una expresión lingüística es verdadera o falsa si, y sólo si, además de ser una oración
compuesta por un término sujeto, un término predicado, y cualquier persona y número del verbo
ser, este último se encuentra en modo indicativo y en cualquier tiempo; excepto el futuro, en el
caso de que refiera a estados de cosas contingentes.
20
Cf. Metafísica, IX, 10, 1051b15-1052a10
123
La concepción aristotélica de la verdad
Como puede observarse, cada uno de los requerimientos que hemos expuesto siguiendo las
líneas fundamentales del tratado aristotélico Sobre la interpretación suponen a los precedentes,
de manera que cualquier expresión lingüística, para ser considerada como un auténtico tipo de
oración declarativa y, con ello, portadora de verdad, debe cumplir sucesivamente con las tres
condiciones establecidas: (RC), (RA) y (RD)′.La concepción de la verdad de Aristóteles queda
así delimitada al ámbito de las oraciones. Resta ver cuáles definiciones nos da de ella.
3. Dos caracterizaciones de la verdad
En Metafísica encontramos dos definiciones de verdad donde están ausentes términos como
«adecuación» o «concordancia» 21, acuñados por la tradición posterior. No obstante, la
concepción clásica de la verdad como correspondencia es compatible con la idea subyacente a
ambas caracterizaciones, sosteniendo que la verdad y falsedad de una oración depende de la
relación que ésta mantiene con el mundo, entendido como una dimensión extralingüística y
extramental.
La primera definición la encontramos en Metafísica, IV, 7, 1011b25-27, en el marco de una
argumentación relativa a la validez del principio de bivalencia, y puede sintetizarse del siguiente
modo:
Def1:a) Verdadero es decir que lo que es, es; o que lo que no es, no es.
b) Falso es aseverar que lo que no es, es; o que lo que es, no es.
La segunda definición involucra las nociones de «oración», «composición» y «división»,
implicando mayor complejidad. La encontramos en Metafísica, VI, 4, 1027b20-23, y, de manera
similar, en Metafísica, IX, 10, 1051b2-5. Básicamente postula que:
21
Como es sabido, la formulación clásica de la verdad como una adaequatio intellectus et rei, tiene su origen en una
determinada interpretación del conocido pasaje de Sobre la interpretación, 1, 16a3-9, donde Aristóteles dice que las
afecciones del alma (pathḗmata tês psychês) son semejantes (homoiṓmata) a las cosas. Como bien señala Ackrill, no
es posible establecer con precisión a qué se refiere Aristóteles cuando habla de ‘afecciones del alma’, si son
impresiones sensibles, imágenes o representaciones mentales, cf. Ackrill, J. L., AristotleCategories and De
Interpretatione, Oxford University Press, New York, 2002, p. 113-115. Esto condujo al supuesto, muy cuestionable,
de que la verdad consiste en una relación visual fundada en la imaginación o el entendimiento, pasando por alto el
hecho de que lo importante aquí no es cómo tiene lugar nuestra representación subjetiva de los objetos, sino el modo
en que nos referimos a ellos.
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Def2: a) Una oración declarativa es verdadera si: 1) en el caso de que sea
afirmativa, presente lo compuesto como compuesto, y 2) de ser negativa, si presenta lo
dividido como dividido;
b) Una oración declarativa es falsa si: 1) en el caso de que sea afirmativa,
presente como compuesto lo que está dividido, y 2) de ser negativa, si presenta como
dividido lo que está compuesto.
Cabe preguntarse aquí, qué entiende Aristóteles por «composición» y «división». Como se
dijo anteriormente, cuando discutimos las condiciones que permiten establecer RC, por medio de
estos términos pretendió dar cuenta de una aparente diferencia entre la cualidad afirmativa o
negativa de una oración. No obstante, si consideramos que la negación no es tanto un atributo de
las oraciones como una operación realizada sobre ellas, es posible dudar de esta distinción. Por lo
que es razonable abandonar esta vía de interpretación. Otro sentido que puede otorgárseles,
guardando mayor fidelidad al talante de las reflexiones del estagirita, involucra una noción
amplia de «composición» que refiere a la síntesis de los elementos lógicos presentes en la
oración. Mientras que la «división» supondría la negación de dicha síntesis, expresada,
gramaticalmente, anteponiendo el «no» a la cópula.
Luego de haber visto las dos caracterizaciones de la noción de verdadofrecidas por
Aristóteles, inmediatamente surge la pregunta: ¿Cuál de ellas prefiere el estagirita, o las considera
por igual? Como acertadamente señala Vigo 22, aunque explícitamente no se encuentra en
Metafísica una respuesta a esta interrogante, hay razones de peso para considerar a la Def2 como
preferente, mientras que la Def1 sería de carácter provisorio. En primer lugar, porque la Def1
aparece enmarcada en una defensa del principio de bivalencia y, por tanto, fuera de una
consideración específica del concepto de verdad. Asimismo, en la Def1 no se hace alusión a qué
clase de ítem perteneciente al lenguaje le corresponde tener valores veritativos, dando lugar a
cierta ambigüedad. De esta manera, cuando Aristóteles habla ex professo del concepto de verdad,
tanto en Metafísica VI, 4 como IX, 10; recurre a la Def2 y no a la Def1.
Por último, del hecho de que Aristóteles haya concebido a la oración declarativa como
vehículo de verdad o falsedad se desprende otra razón convincente para optar por la Def2. En
efecto, a través de las nociones de «composición» y «división» se pone de relieve que la
22
Vigo, A., Estudios aristotélicos, EUNSA, Pamplona, España, 2006, pp. 114-116
125
La concepción aristotélica de la verdad
pretensión de verdad de toda oración consiste en que, de ser el caso, ésta «refleja» (dēlôn), en el
plano lingüístico, una correspondiente articulación extralingüística entre objeto y propiedad. De
este modo, se presenta una isomorfía entre la combinación lógica (symplokḗ) de los términos de
la oración, por una parte, y el compuesto ontológico, por otra. Solamente la Def2 da cuenta de tal
isomorfía, remitiendo a la estructura gramatical de la oración declarativa.
La segunda formulación es entonces compatible con la intuición básica de la teoría
correspondentista, en cuanto comparte el mismo supuesto de que la verdad consiste en una
relación –de «ajuste» o «concordancia»– entre dos «cosas» de naturaleza distinta. En el caso
específico de la concepción aristotélica, los términos de dicha relación son, por un lado, la
oración declarativa, por otro, el hecho al que refiere. Por tanto, estamos lejos aquí del ideal de
una correlación uno a uno entre las partes de una expresión predicativa de la forma «S es P», y
aquello discernible en un estado de cosas que corresponda con ellas, a saber, entidades y
atributos.
En consecuencia, cuando caracterizamos esta relación como isomórfica, no lo hacemos en
el mismo sentido que pudo tener, por ejemplo, para ciertos exponentes del atomismo lógico. Esto
es relevante para comprender la teoría de la verdad de Aristóteles como una versión particular de
correspondencia, pues, en ella no encontramos un paralelismo unidimensional o simétrico entre
los componentes de una sentencia y los elementos últimos analizables en un hecho particular,
sino entre la oración vista como un todo y un estado de cosas igualmente apreciado en su
conjunto.
Para evitar la ambigüedad propia de esta noción de isomorfía, Kirkham ha distinguido dos
sentidos en los que puede hablarse de una teoría de la correspondencia. En primer lugar, como
congruencia exacta de cada parte de un portador de verdad con cada parte de un hecho que hace
verdadero a éste, de manera semejante al anverso y el reverso de una moneda. Segundo, como
una correlación entre un portador de verdad y un estado de cosas donde ambos son considerados
íntegramente, como dos eslabones de una cadena. Según este autor, ejemplos paradigmáticos de
una teoría de la correspondencia como congruencia pueden hallarse en Platón y Russell, mientras
que Aristóteles y Austinson representantes de la variante correlativa 23.
Así pues, valiéndonos de la distinción de Kirkham podemos decir que, en el caso de
Aristóteles, la teoría de la verdad como correspondencia es del tipo correlativa, lo que involucra
23
Cf. Kirkham, R., Theories of truth: a critical introduction, MIT, USA, 2001 p. 119-130
126
Apuntes Filosóficos. Volumen 26. Número 50/2017
Luciano Garófalo
un isomorfismo no estructural entre la oración (declarativa) entera y la situación objetiva
«reflejada» por aquella. El lenguaje es entonces, para Aristóteles, un espejo que se ha
fragmentado y del que sólo unas pequeñas partes que se han salvado alcanzan a mostrar las cosas
verdaderamente, las demás, permanecen rotas.
4. A modo de conclusión
De acuerdo con la interpretación que hemos desarrollado aquí, la noción aristotélica de
verdad puede verse como una versión particular de la teoría de la correspondencia delimitada al
ámbito de las oraciones declarativas, razón por la cual adquiere un aspecto extensional más bien
que intensional. Esto le confiere una actualidad indiscutible, al punto de haber sido privilegiada
por un autor como Tarski, quien pretendió reivindicar las intuiciones básicas presentes en ella con
su propia concepción semántica para lenguajes formalizados 24.Sin embargo, para ser justos con el
pensamiento de Aristóteles, es preciso reconocer que las diversas definiciones del término
«verdadero», tal como él las elaboró, únicamente cuentan para lenguajes naturales. Aunado a
ello, es innegable que su concepto de verdad está hondamente influenciado por la orientación
esencialista de su ontología, con todos los compromisos que envuelve.
Por otra parte, es evidente el predominio que tiene en las reflexiones del estagirita la forma
predicativa de la oración, comprendida bajo la estructura gramatical o copulativa «S es P». Sigue
siendo una cuestión abierta si este rasgo se debe más a nuestra recepción medieval de los tratados
aristotélicos, que a su contenido verídico 25. Lo cierto es que, de ser así, difícilmente puede
expresar de manera apropiada relaciones complejas para las que no bastan predicados monádicos,
o involucran una cuantificación múltiple de sus términos. Todos estos son problemas que
cualquiera puede percibir claramente en la silogística de Aristóteles y que determinaron el
surgimiento de la lógica moderna.
24
Cf. Tarski, A., «La concepción semántica de la verdad y los fundamentos de la semántica», en Villanueva, L.
(comp.), La búsqueda del significado, Tecnos, Madrid, España, 2005, p. 301
25
Cf. De Rijk, L., Aristotle Semantics and Ontology, vol.I, Koninklijke Brill NV, Leiden, Holanda, 2002, pp. 8396.Este intérprete sostiene, fundándose en la lectura directa de la fuente griega, que Aristóteles no se atuvo a la
forma copulativa como esquema de las oraciones, sino que empleó un constructo monádico consistente en un
compuesto «asertible» o nominal como «hombre blanco», que hace las veces de argumento de una función cuyo
operador «asertórico» es el verbo «ser», de lo que resulta: «es (el caso) [(hombre & blanco)]». Para De Rijk, fueron
los comentaristas medievales en su mayoría, y, quizá, también algunos de los neoplatónicos, como Ammonio, los
que supusieron erróneamente que esto representaba una construcción del tipo «sujeto-cópula-predicado».
127
La concepción aristotélica de la verdad
Finalmente, consideramos que las condiciones dadas por Aristóteles a partir de las cuales
extrajimos los requerimientos que hemos expuesto, son una buena muestra de las potencialidades
presentes en el lenguaje ordinario–o, por lo menos, en trozos de éste–para identificar a qué
expresiones es aplicable el predicado «verdadero»; aun cuando no dispongamos en este caso de la
misma exactitud que puede ofrecernos un lenguaje bien especificado, ni tampoco desaparezca el
riesgo de antinomias como la del mentiroso. Posibilidades que Tarski apreció como positivas y
promisorias para una semántica descriptiva, lo que vendría a ser otro motivo aristotélico en su
concepción.
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