Se puede pensar que el mundo enfrenta al menos dos pandemias. A la que ocupa la tapa de los diarios, la del coronavirus, se agrega otra que venimos padeciendo desde hace tiempo, reflejada en las consecuencias que trae el capitalismo financiero globalizado y desregulado.

La OMS acaba de caracterizar al coronavirus como pandemia, definición más que preocupante, en primer lugar por los efectos sanitarios a nivel global, pero también por los impactos económicos.

Desde el abordaje económico, cabe citar que luego de la baja de tasas excepcional de la FED (banca central estadounidense) y del colapso de los precios del crudo del lunes 9, los países centrales comenzaron a anunciar importantes estímulos monetarios y fiscales durante la semana.

La canciller alemana, Angela Merkel, sostuvo que “se trata de una situación extraordinaria y haremos todo lo posible para salir de ella”, lo que exige recursos sanitarios pero principalmente del presupuesto público. De allí que Merkel finalizó la idea considerando que “una vez superada (la pandemia) veremos qué ha significado para nuestro presupuesto”, es decir, gastamos lo necesario y luego veremos. 

Por su parte, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, señaló que sin una acción coordinada “veremos un escenario que nos recordará a muchos de nosotros la gran crisis financiera de 2008”. 

Una vez más queda claro que cuando la situación lo amerita no se duda en dejar de lado los manuales e intervenir de manera decidida. Pero también sobresale otra vez la doble vara con la que miden otros temas como la pobreza o el desempleo: éstos no resultan acuciantes para los grandes decisores mundiales. Se encaran como problemáticas del paisaje normal del sistema económico.

En lo financiero, la pandemia se expande de forma proporcional a la sensación de pánico de los mercados. Considerando el índice de las 500 empresas más grandes que cotizan en Wall Street, a la caída inicial del lunes (-7,6 por ciento) se agregó la del miércoles (-4,9 por ciento), seguidas por una más aguda aún, la del jueves (-9,5 por ciento), la más fuerte desde el derrumbe de 1987. 

De esta forma, contando un mes al 12 de marzo se perdió cerca del 26 por ciento del valor de capitalización de dichas empresas. Desde el inicio del mes, se perdieron cerca de 4 billones de dólares en la capitalización de mercado que refleja el S&P 500. Esta situación, además de las preocupaciones por los efectos del Covid-19, no es ajena a los exorbitantes niveles que se habían alcanzado, cercanos a un contexto que podría caracterizarse como de burbuja financiera.

Y si bien desde hace un tiempo los organismos vienen alertando sobre los peligros que enfrenta el mundo ante la sobreexposición financiera vinculada a la deuda global, tanto pública como privada, nada se ha hecho. Podría decirse que está en la naturaleza del actual capitalismo que gobierna el mundo.

Esto no hace más que reforzar la convicción de que el único camino posible para nuestro país pasa por seguir renegociando la deuda con el objetivo de alcanzar un buen acuerdo, que genere un sendero de sostenibilidad. La actual fortaleza de la posición argentina está en línea con el contexto que se enfrenta, teniendo en cuenta que se espera una desaceleración fuerte de la economía global, una baja del comercio y de los precios de las materias primas. Todos efectos que generarán tensión en la disponibilidad de divisas del país.

No debe pasarse por alto que las responsabilidades de los acreedores privados son evidentes. ¿En la búsqueda de rentas fáciles, acaso no sabían el riesgo implícito que significaban los altos rendimientos? La autocrítica también le toca al FMI. Con un mercado de cambios liberalizado por completo, no podía esperarse un desenlace diferente, algo que varios advertimos en su momento.

Por lo demás, los hechos recientes muestran que en países como la Argentina resulta imprescindible regular los flujos de capitales. Con los controles actuales a la compra de divisas para atesoramiento, la pérdida de reservas internacionales alcanzó el lunes unos 100 millones de dólares, motivada por intervenciones cambiarias del Banco Central. En cambio, Brasil, que casi no posee regulaciones, perdió ese mismo día unos 3000 millones de dólares de sus reservas internacionales.

El entorno actual es complejo y amerita más que nunca la adopción de políticas de protección de la producción local. Va en este sentido la adopción de licencias no automáticas para las importaciones de petróleo, para que las empresas del sector no opten por adquirirlo en el exterior, ante la fuerte baja que mostró estos días. Una conclusión generalizable al conjunto de las actividades que enfrentan competencia externa y que muestra a un Estado activo, tratando de minimizar los impactos de la crisis. 

* Diputado Nacional Frente de Todos. Presidente Partido Solidario.