(Publicado como Lasén, A. (2012) “Autofotos. Subjetividades y Medios Sociales” en
García-Canclini, N. y Cruces F. (eds.) Jóvenes, culturas urbanas y redes digitales.
Prácticas emergentes en las artes, el campo editorial y la música. Madrid: Ariel, 243262)
Autofotos: subjetividades y medios sociales.
Amparo Lasén
La noción de trendsetter puede traducirse como aquellos que fijan tendencias, pero
observada desde otro ángulo remite a tendencias que nos fijan, que contribuyen a la
configuración de prácticas y subjetividades de aquellos que participan en ellas. En lugar
del trendsetter entendido como el que desarrolla y asienta una tendencia, trendsetter es
también aquella desarrollada y configurada por la tendencia que trabaja y la trabaja.
Este texto y la investigación que describe pretende abordar fenómenos que remiten a
esta segunda forma de entender esta noción, a través del análisis de una particular
práctica fotográfica: los autorretratos digitales, popularmente llamados autofotos, y sus
usos y presencia en la Red. Se trata de una práctica novedosa en vía de generalización y
banalización, que pasa a formar parte de los procesos de subjetivación y encarnación
contemporáneos, participa en las dinámicas de configuración del género, así como en
las transformaciones y negociaciones de la división entre público y privado.
Gracias al desarrollo de las cámaras digitales, su inclusión en los teléfonos móviles y su
convergencia con las nuevas aplicaciones sociales de la Red, donde las imágenes
adquieren un protagonismo creciente, el autorretrato ha pasado de ser una práctica
minoritaria y casi exclusivamente artística, heredada de la pintura, a generalizarse como
forma de presentación y representación personal (Agvitidou, 2003; Petersen, 2009). Se
trata hoy de un elemento crucial de las prácticas comunicativas y los intercambios
online, desde la elaboración de perfiles en las redes sociales, hasta los juegos de
seducción y prácticas sexuales online y también cara a cara. Fotos y videos personales
son formas de presentación en blogs y perfiles de redes sociales o páginas de contacto,
se intercambian en mensajería instantánea, correos electrónicos o mensajes móviles
multimedia (MMS) como forma de comunicación visual o estrategia contemporánea de
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flirteo o juego erótico1. Extender el brazo apuntándonos con el móvil, ponernos delante
de un espejo con la cámara o el móvil en la mano para sacar, lo que el fotógrafo Joan
Foantcuberta (Fontcuberta y Gallego, 2010)2 ha llamado recientemente, reflectogramas,
o posar delante de la cámara con el auto-disparador programado, devienen gestos
cotidianos.
Etnografía
La particularidad de este estudio requiere una triangulación metodológica que
comprende etnografía digital (observación participante, intercambios online vía email,
chat, webcam), entrevistas cara a cara y grupo de discusión, y auto-etnografía, con un
análisis textual y visual. Su desarrollo presta particular atención a la delicada
rearticulación entre privado y público en el propio proceso de investigación, así como a
la manera de integrar y dar cuenta de aspectos no necesariamente intencionales y
verbalizados, necesarios para comprender estas prácticas, que son difícilmente
abordables sólo a partir de procedimientos como entrevistas o grupos de discusión.
Entre enero y junio de 2011 se realizaron nueve entrevistas en profundidad con hombres
y mujeres de entre 20 y 30 años, habitantes de Madrid, donde además se observaron y
comentaron los autorretratos y los perfiles online de los entrevistados. También se llevó
a cabo una etnografía virtual basada en formas de observación participante en las
plataformas online donde se exhiben y se intercambian dichas fotos: Badoo, Facebook,
Meetic, Fotolog, Tumblr. Dicha observación participante se acompaña también de una
práctica de autoetnografía, del desarrollo, aprendizaje y análisis de mi propia
experiencia de la práctica. Tanto en lo relativo a la técnica fotográfica y su complejo
juego de miradas y a la creación de perfiles en distintas plataformas, como a las formas
de reciprocidad e intercambio de imágenes online.
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En Flickr por ejemplo la búsqueda del término “autorretrato” produce 64.127 fotos y la de “self-portrait” 1.469.750.
15.399 grupos incluyen las palabras “self” y “portrait”, como: “Arm’s length self portrait experience”, Identity and
self portrait”, “self-portrait holding the camera”, “Self-Portraits!!!” (búsqueda del 11/10/2011)
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La obra de Fontcuberta reconoce el interés de esta práctica al recopilar más de 300 de estas fotos disponibles en la
red. Si bien de manera controvertida, ya que no se solicitó permiso ni autorización para la publicación de estos
autorretratos, ni serán tampoco compensados con derechos de autor o con parte de los beneficios de la venta del
libro, lo que no ha dejado de suscitar diversos debates y polémicas acerca de lo que se puede hacer legítimamente con
imágenes expuestas públicamente en la Red.
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Esta reciprocidad en la investigación cumple con uno de los requisitos inherentes a la
práctica estudiada, y es necesaria por tanto para el buen desarrollo de la observación
participante. Representa además un posicionamiento ético en cuanto a la práctica
investigadora y a la relación con los sujetos investigados. El trabajo de campo se
completó con la realización en noviembre de un grupo de discusión con jóvenes adultos
de entre 25 y 34 años.
También fue de gran utilidad para el estudio el taller
“Imaginear” acerca de estas prácticas fotográficas que coordine en el centro MediaLab
Prado de Madrid en otoño de 2010 (http://medialab-prado.es/article/imaginear).
La etnografía digital (Hine, 2000, 2005) requiere no limitar la observación y recogida de
información a la esfera online, y seguir también fuera de la Red las prácticas y a quiénes
las practican. Ya que limitarse a uno de los dos ámbitos sería como mapear la mitad de
un territorio o, peor, contribuir a sustentar la falacia de que lo virtual se opone a lo
“real”, de que lo on- y lo off-line son dos ámbitos separados e independientes, como si
lo que ocurre en las prácticas comunicativas mediatizadas tecnológicamente no formara
parte de la realidad y de la vida cotidiana de los que participan en ellas. Dicho
seguimiento fuera de los espacios virtuales se vuelve particularmente complejo cuando
tratamos con fenómenos emergentes que desdibujan las fronteras entre lo público y lo
privado, propios de lo íntimo, aunque se trate de una intimidad pública o semi-pública,
y más aún cuando en muchos casos la realización e intercambio de autorretratos está
directamente relacionado con la sexualidad. Cuando además se trata de prácticas que, a
pesar de su ubicuidad y crecimiento exponencial, se enfrentan a discursos normativos,
tanto institucionales como informales, que las censuran y estigmatizan, subrayando los
riesgos y peligros que supuestamente esconden. De manera que durante la investigación
se reveló muy complicada la tarea de contactación de informantes dispuestos a dejarse
entrevistar o formar parte de un grupo de discusión. Reiterados intentos a partir de
interacciones online resultaron en su mayoría infructuosos. Si bien estas personas
estaban dispuestas a hablar conmigo de sus prácticas y experiencias en el marco de los
canales de interacción habilitados por las webs en las que nos encontrábamos, no tenían
mucho interés en dedicar una hora de su tiempo a la realización de una entrevista formal
y cara a cara.
En cuanto a las entrevistas y grupo, sus narrativas revelan ambigüedades,
contradicciones e inconsistencias que atestiguan el malestar de sentirse confrontados a
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esos discursos normativos. Sensación sin duda incrementada por la propia situación de
entrevista y del grupo de discusión, ya que estos rasgos no aparecen, o en mucha menor
medida, en las formas de etnografía virtual. Ese malestar no se encuentra en los perfiles,
ni en los foto-blogs, ni en las conversaciones online. Se revelaron así, por una parte las
limitaciones de estas técnicas cualitativas de investigación, y, por otra, la necesidad en
este tipo de estudios de asegurar un máximo de confianza y claridad en la contactación,
algo que es más fácil de conseguir en formas de “bola de nieve” a partir de contactos
personales. También es revelador el contraste entre los temas abordados por el grupo de
discusión, casi exclusivamente concentrado en los riesgos, peligros y demás críticas
“políticamente correctas” a estas prácticas, con los del taller del MediaLab Prado, donde
los asistentes, que tampoco se conocían personalmente, fueron convocados
públicamente como personas que realizan, usan, intercambian y se interesan por los
autorretratos digitales, lográndose un grado de confianza mutua mayor, y una mayor
riqueza y variedad en las intervenciones de los participantes.
Tendencias como forma de Agencia Compartida
Considerar las tendencias como prácticas que nos atraviesan y dan forma, implica
considerarlas como procesos de aprendizaje y procesos de subjetivación, que resultan de
la agencia compartida, colaboración, conflicto y constreñimiento, entre diversos
participantes.
Al tratar de las relaciones entre personas y tecnologías nos encontramos a menudo con
dos visiones contrapuestas pero igualmente erróneas: la de las tecnologías como
instrumento neutral, cuyos usos y efectos dependen únicamente de la voluntad e
intencionalidad de los que los usan, y de los rasgos del contexto social donde se dan
estos usos y prácticas; y por otro lado la concepción que defiende un destino autónomo
de la tecnología, un determinismo tecnológico donde los rasgos técnicos y la mera
presencia, invención y desarrollo de los dispositivos explicarían sus usos y efectos. Este
enfoque corresponde al extendido uso del término “impacto” para describir las
consecuencias de las prácticas y usos tecnológicos, como si en lugar de ser dispositivos
diseñados, fabricados, comercializados y utilizados en el seno de múltiples relaciones y
redes sociales que ellos mismos contribuyen a configurar, fueran una especie de cuerpos
extraños, meteoritos, que impactan en nuestras vidas y relaciones.
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Una atención detallada a las situaciones, prácticas y encuentros entre las personas y las
tecnologías, revela como en estas prácticas se constituyen una suerte de actores y
acciones híbridos (Bruno Latour), facilitados por las mediaciones tecnológicas de
intercambios, expresiones, acciones y actuaciones (performance). La relación de los
jóvenes con sus cámaras digitales, ordenadores y smartphones son un ejemplo de
vínculo material y corpóreo que mediatiza otras interacciones. Usar un móvil o un
ordenador implica que compartimos nuestra capacidad de hacer y actuar con ellos, ya
que dichos dispositivos facilitan algunas prácticas, intercambios, actividades y modos
de control, al tiempo que dificultan o impiden otros.
De este modo, distintos usos y prácticas resultan del encuentro, y del encontronazo a
veces, entre los dispositivos y los jóvenes con sus necesidades cambiantes, sus
intenciones, deseos y particularidades. Así nos encontramos con una configuración
cultural, social y personal de las tecnologías, pero también, recíprocamente, las
personas, sus cuerpos y sus relaciones se ven transfiguradas por los usos y mediaciones
tecnológicos, a través de esta agencia compartida entre personas y máquinas, donde no
sólo están implicados usuarios y artefactos, sino también las condiciones de
comercialización marcadas por operadores, servidores y propietarios de las plataformas,
y las distintas regulaciones institucionales e informales de dichos usos y prácticas. Así
por ejemplo, la actualización de un perfil en una red social moviliza una pluralidad de
actividades y formas de conocimiento social: como relaciones de género, encarnación y
formas de hacer y habitar el cuerpo (embodiment), pericias tecnológicas, reglas de
etiqueta, habilidades lingüísticas, creatividad personal y colectiva, o gestión emocional.
Estas tecnologías facilitan compartir las experiencias vividas al tiempo que contribuyen
a crear y dar forma a estas experiencias.
Esta agencia compartida participa de los procesos de subjetivación contemporáneos, de
la producción de sujetos, en su doble acepción (Foucault, 1982): configuración y
transformación de subjetividades; y emergencia y mantenimiento de sujeciones, de
formas de apego y dependencia. Estas se refieren tanto a la sujeción respecto de
instituciones, grupos y otros individuos, al apego y dependencia hacia objetos y
artefactos, como la sujeción respecto a la concepción e ideas que nos hacemos de
nosotros mismos. Sujetos al auto-conocimiento y a la auto-consciencia. La demanda de
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reconocimiento, presente en la mayoría de las relaciones interpersonales, es uno de los
modos de sujeción y dependencia característicos de la formación del yo, sujeta a una
mediación digital creciente. Ambos significados sugieren una forma de poder que nos
subyuga y nos da forma como sujetos. Los dispositivos digitales participan de ambos
aspectos: identidad, reflexividad auto-conocimiento por un lado; y vigilancia, control,
auto-control y dependencia por el otro. Median las formas de sujeción y también forman
parte de las estrategias para librarse de ellas. En nuestro caso estas formas de
dependencia atañen tanto a la relación entre las personas con sus aplicaciones online y
sus cámaras digitales, los objetos mismos, como las dependencias respecto de los
demás, mediadas y articuladas por estos artefactos. Los allegados y desconocidos que
forman nuestras microaudiencias, los que ven, reciben, intercambian y comparten
nuestras imágenes.
Del autorretrato a la autofoto
En febrero del 2006 un artículo en el New York Times llamaba al autorretrato el arte folk
de la era digital (Williams, 2006). El éxito popular sin precedentes de esta práctica en la
historia de la fotografía puede verse comparando el número de estas fotos que podemos
encontrar si visitamos algunas de las páginas de cualquier red social con investigaciones
como la de Guy Stricherz (2002), que incluye fotografías de 500 familias americanas,
donde se revisaron más de 100,000 fotos durante 17 años que duró la compilación del
libro pero sólo se encontraron 100 autorretratos. De manera que el autorretrato ha
pasado de ser una práctica minoritaria y artística, heredera del autorretrato pictórico, a
convertirse en la práctica generalizada de la autofoto o autorretrato digital, gracias a la
invención de las cámaras digitales, su convergencia con los móviles y otros
dispositivos, y a la creciente presencia y necesidad de fotos personales en Internet, con
la aparición de los medios sociales, basados en perfiles personales. Así se multiplica la
presencia y producción de autofotos que guardamos en los móviles, envíamos en MMS,
enseñamos y compartimos en nuestros perfiles en distintas webs, redes sociales, medios
sociales, páginas de contactos y aplicaciones de mensajería instantánea.
Los autorretratos que observamos online revelan diferentes niveles de destreza: a
menudo borrosos, desenfocados, oscuros o sobreexpuestos. Estos errores aparentes no
son un obstáculo para su exhibición ya que añaden autenticidad, encanto, e incluso un
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plus de excitación cuando se trata de intercambios de imágenes eróticas. Los
autorretratos observados a menudo han sido modificados antes de ser mostrados:
pasados a blanco y negro, pasados por el “photoshop” o decorados con distintos
motivos. Estas fotos forman parte de modos de comunicación visual cuya eficacia es
subrayada por muchos de los entrevistados. Permiten ahorrar tiempo y explicaciones,
además de operar como selectores de nuestros contactos, a través de lo que cuentan de
nosotros.
El sentido de las imágenes y la práctica es el complejo resultado de esa agencia
compartida formada por los dispositivos y sus aplicaciones, los individuos y grupos, las
plataformas y sus características y regulaciones, las normas de uso formales y las reglas
de etiqueta informales, las intenciones de usuarios, comercializadores y reguladores, y
también lo que escapa a esa intencionalidad. Así por ejemplo, en diferentes plataformas
las mismas fotos tendrían distintos significados. En las prácticas de la autofoto se
generan a su vez convenciones, tanto en la producción de imágenes como en las
ocasiones y formas de compartirlas, en las secuencias esperadas al intercambiarlas, o en
sus usos como formas de don o recompensa.
Así por ejemplo, según los participantes en la investigación, en Facebook “te ven
quiénes te conocen”, por lo tanto hay más pudor acerca de lo que se muestra, es un
espacio para la socialidad, también para publicar “fotos homenaje” (a una persona, un
día, una situación, un viaje). Es “como la plaza del pueblo”, donde se cuelgan “cosas
que enseñaría a cualquiera”. En Flickr lo que cuenta es el arte, la técnica, la calidad
estética, se pueden colgar fotos más osadas que en Facebook, porque aquí lo que cuenta
es cómo están hechas y lo que da vergüenza es la falta de calidad. Las webs de contacto
son para ligar, para mostrar nuestros atractivos, enseñar en las fotos “quién soy
físicamente, pero no como soy por dentro”. Los MMS, y las fotos enviadas por
Whatsapp documentan el momento: el corte de pelo nuevo, mostrar que guapa estoy,
como me aburro, o como me he excitado pensando en ti. Sin embargo la etnografía
muestra que las fronteras entre plataformas son más porosas, y que tanto usuarios como
usos se caracterizan por una gran heterogeneidad: así, se liga o intenta ligar tanto en
Facebook como en Flickr; se busca trabajo o consejo en las páginas de contacto, o se
“da imagen” en todas las redes.
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En cuanto a los tipos de foto que se muestran en las redes sociales observadas, y
también según las entrevistas realizadas, podemos distinguir entre las fotos que cuentan
una crónica: de fiestas, salidas de fin de semana, vida doméstica, de los cambios de
look.
Y luego hacíamos fotos a nuestra casa, cuando el año pasado vivía en esta casa le pusimos
hasta un nombre a la casa y la gente lo seguía como si fuera un gran hermano. Te lo digo
de verdad (ríe). Era como… se llamaba “Casita linda” y pintábamos cosas en las paredes.
La gente, o sea nuestros amigos, luego, la gente, nos decían “ay, ¿qué habéis hecho en
Casita linda?, ¿habéis subido algo nuevo?” o sea, era como alimentar… (Nerea, 23 años).
Las “fotos porque si” que pertenecen al “album de cosas chorras”, las que se sacan para
evitar el aburrimiento, o para experimentar. Las “fotos que muestran mi personalidad y
estado de ánimo”, esto es las presentaciones de cómo soy y cómo estoy. Las fotos para
seducir, excitar y excitarme, donde se encontrarían las autofotos ejemplo de
autopornificación, esto es, las imágenes casi siempre mostrando desnudez, destinadas a
atraer y excitar a los que las ven, y en muchos casos también a los que se las hacen. Es
común en las conversaciones acerca de estas autofotos que se opongan fotos estéticas y
artísticas frente a fotos sexuales, excitantes; la calidad y el cuidado frente a aquellas en
que una menor atención a encuadres, luz y rasgos técnicos, proporcionan una mayor
impresión de autenticidad e intensidad erótica.
Todos los entrevistados hablan de poses y del aprendizaje a posar, a encontrar tu “pose
estrella”, así como de la evolución de las poses con el tiempo, y de las diferentes poses
para diferentes usos y audiencias. Dentro de la ingente cantidad y heterogeneidad de
imágenes, la observación etnográfica y las entrevistas muestran la recurrencia de varias
de estas poses, algunas tomadas de las imágenes de moda o publicitarias como las fotos
“poniendo morritos”, el guiño de ojo, la “mirada hacia el horizonte”, las poses y
atrezzos de pin up, la cara de sorpresa, en cuclillas con tacones, “miraditas sexys”. Otras
de estas poses recurrentes son innovaciones propias de la fotografía digital: como la
autofoto en picado desde arriba, a menudo mostrando el escote, la autofoto hecha con el
móvil con el brazo estirado, la foto delante del espejo, a menudo en el cuarto del baño,
la versión masculina de la anterior posando sin camiseta para mostrar abdominales.
Otras poses usuales son hacer el saludo con los dedos en V ( “paz y amor”), y aquellas
que muestran los piercing y tatuajes. Otro tipo de fotos digitales que se encuentran a
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menudo en perfiles y webs corresponden a partes del rostro: ojo o labios. Una de las
convenciones de las fotos de autopornificación es la de no mostrar la cara y los genitales
en la misma foto, lo que da lugar a autofotos de cuerpos sin cara y de partes del cuerpo
como torsos, genitales, nalgas, espalda. También se dan fotos de partes del cuerpo de
otro tipo, como las de la barriga de mujeres embarazadas, o los primeros planos de
miembros tatuados. Por último también se dan poses que no corresponden tanto a
convenciones acerca de cómo resultar atractivo o gracioso, sino a los gustos personales
del retratado, reforzando la función de presentación y representación que operan estas
fotos: “yo es que soy un payaso de los deportes y de Grecia” dice Pedro, empleado de
parques y jardines y triatleta madrileño, refiriéndose a la presencia en sus autorretratos
de ropa y material deportivo, así como de poses tomadas de esculturas clásicas.
Presentación-Representación-Encarnación
La práctica de las autofotos y su exposición e intercambio online comprende tres
aspectos: presentación (del cuerpo y del yo), representación (para uno mismo y para los
demás) y corporealización o encarnación (embodiment), esto es configuración e
inscripción de los cuerpos. Estos tres aspectos forman parte del mismo bucle, de la
misma dinámica. Esas fotos son formas de presentación online delante de una audiencia
de desconocidos, conocidos y seres queridos. Representan al yo, para uno mismo y para
los demás, al tiempo que inscriben el cuerpo doblemente, online y offline. Esto es, los
cuerpos quedan inscritos en todas esas plataformas y pantallas a través de las fotos,
intercambios y comentarios. Y por otro lado, la práctica del autorretrato, con sus gestos,
poses y modificaciones de la percepción, concepción y disposición del propio cuerpo,
también contribuye a inscribir, a dar forma, a los cuerpos de los que la practican. Se
trata de un proceso de aprendizaje continuo, de ensayo y error, que incluye la
observación y reapropiación de las imágenes disponibles, tanto en los medios
tradicionales como las que los demás muestran.
Esta doble inscripción de los cuerpos se relaciona con una particularidad de las
tecnologías digitales, común con otras tecnologías y materialidades previas: la
capacidad de inscribir (y estabilizar) procesos y aspectos relativos a las dinámicas
sociales y a las relaciones interpersonales (intenciones, comunicaciones, afectos, etc.)
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A través de los autorretratos los cuerpos aparecen inscritos en las fotos y en las webs
donde se cuelgan, en los ordenadores y móviles donde se archivan y guardan esas fotos,
que son comentadas, observadas y compartidas. Favoreciendo por tanto la aparición de
otras inscripciones en forma de textos o imágenes. El desarrollo y aprendizaje de la
práctica, de la que forma parte la observación y valoración de otros autorretratos,
contribuye a inscribir los cuerpos en el sentido de contribuir a darles forma y
capacidades: aprendizaje de habilidades técnicas, aprender “efectos que consiguen que
las fotos tengan efecto”, relativas al manejo de las cámaras, programas y aplicaciones,
efectos de luz, formas de posar, formas de mirar, gestos. Y también al desarrollo de
disciplinas a que se someten los cuerpos, como a las formas de percepción del propio
cuerpo y del de los demás. De manera que el desarrollo de esta práctica contribuye a
delimitar qué es apropiado y qué no lo es, qué se puede hacer y qué no, a descubrir
cosas que podemos hacer y podemos conseguir, y limitaciones también.
Este efecto de las prácticas favorece por una parte formas de reconciliación con el
propio cuerpo, ya que las fotos pueden proporcionar un reflejo más amable que el del
espejo.
Normalmente cuando empiezas a hacerte fotos, también es como, un poco para
autoafirmarte, para aceptarte, yo creo que la gente se acepta más por foto que por mirarse
al espejo. Porque en el espejo si tienes un mal día, vas a tener un mal día todo el rato, pero
una foto si te pillan bien … (Pedro, 25)
Por otro lado las miradas ajenas pueden ser, como lo afirman muchas de las
entrevistadas, más amables que la propia, y aquellas cuya apariencia no se conforma a
los cánones de la belleza mediática pueden sorprenderse con los piropos ajenos, o
buscarlos para reconfortarse. De manera que estas formas de reconocimiento público
constituyen en muchos casos intentos por reconciliarse con el propio cuerpo y la propia
apariencia a través de la mirada del otro. La exposición a la mirada de extraños nos hace
descubrir en muchos casos el atractivo que podemos tener, fuera de los cánones y de
nuestras expectativas: descubrir el sex appeal de los pies, aunque grandes, o de la
obesidad o la extrema delgadez, o la atracción que suscitamos en otras y otros mucho
más jóvenes. Algo bien conocido ya para los amantes del porno en sus numerosas
variaciones categóricas, pero que no deja de sorprender a aquellos que se inician en
estas prácticas.
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El ejemplo de dos jóvenes mujeres de nuestro estudio ilustra este punto. La primera es
una usuaria de Flickr, que muestra entre sus numerosas imágenes una autofoto en
blanco y negro de su cuerpo desnudo, sentada de perfil, sin que se vea su cabeza, con un
original efecto de luz que parece perfilar la parte superior del cuerpo en la foto. Según
me contó en un intercambio de correos electrónicos a través de la misma web, decidió
hacerse y mostrar esa foto en verano, cuando se quedó sola en la ciudad para estudiar en
vez de irse de vacaciones. Empezó a no se sentirse bien, temerosa de recaer en los
desórdenes alimenticios que había sufrido en el pasado. Al subir esa foto a esta página
de fotógrafos amateurs, buscó con éxito tranquilizarse y reconciliarse con su cuerpo,
gracias a los comentarios y halagos de otros usuarios desconocidos. La segunda mujer,
participante en el taller de autorretratos citado anteriormente, treintañera, se sirve de las
webs para encontrar y conocer gente después de más de diez años. Al describir los
cambios experimentados desde la generalización del uso de fotos para tales prácticas
online, relata su sorpresa cuando descubre que su cuerpo rollizo puede ser atractivo y
que sus fotos reciben comentarios elogiosos. Este descubrimiento la anima a iniciarse en
la práctica de los autorretratos, nos cuenta, a jugar con su imagen y con su desnudez.
Los autorretratos que en principio son formas de presentarse a los demás, se convierten
en autofotos para ella misma que le permiten descubrir y explorar las potencialidades de
su cuerpo. En estos dos casos la mirada y el reconocimiento de los demás, de las
microaudiencias en esas webs contribuyen a la reconciliación con el propio cuerpo.
Por supuesto que los comentarios no siempre son elogiosos, la mirada ajena puede ser
fuente de confort pero también de ansiedad e inquietud. En nuestro estudio se da con
más frecuencia entre las mujeres que entre los hombres este vínculo entre la práctica de
las autofotos y las formas de reconciliación con el cuerpo, así como las experiencias
liberadoras y de poderío en el desarrollo de la práctica. Para los hombres heterosexuales
presentarse y representarse, para si mismos y para los demás, como cuerpos atractivos y
objetos deseables, es a menudo una fuente de malestar e incomodidad. Según las
entrevistas, la práctica femenina de la autofoto se hace a menudo en grupo, de forma
lúdica y festiva, el “momento book”, algo que también he encontrado en las entrevistas
con varones homosexuales. Mientras que en el caso de los hombres heterosexuales
nunca es una práctica que se realice en grupo, con amigos. Es una actividad solitaria y
hasta secreta en muchos casos. El cambio de la posición tradicional masculina en este
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juego de miradas parece estar en el origen de este malestar. Estos hombres no están
acostumbrados a exhibirse y tienen dudas acerca de tener el cuerpo apropiado, incluso
los deportistas habituales del gimnasio. “No tengo cuerpo” para hacerme fotos sin
camiseta, dice uno de los entrevistados. La definición muscular parece haberse
convertido en una obsesión masculina, desde luego en una preocupación y un factor
necesario para verse bien, que multiplica el interés por conocer efectos, tanto de luz
como de Photoshop, para poder subrayarla.
Por otro lado los varones heterosexuales carecen de referentes iconográficos y son
demasiados conscientes, sobre todo los usuarios de las páginas de contactos, de la
competitividad existente, al tiempo que temen los comentarios jocosos de los amigos y
conocidos. La definición y las prácticas de la masculinidad hegemónica tradicional no
encajan bien con las autofotos. La semejanza entre los autorretratos de los varones
homosexuales y heterosexuales que pueden verse en estas webs ilustra bien este punto.
A fin de cuentas la iconografía gay es una de las pocas fuentes de imágenes masculinas
como objetos de deseo. En prácticamente todas las entrevistas con hombres se encuentra
disonancias e inconsistencias entre las afirmaciones acerca de lo que debe hacerse y de
lo que se debe evitar, de lo que es apropiado y lo que no, y también entre los discursos y
el contenido y forma de sus fotos y prácticas.
Los comentarios e intercambios con los demás forman parte del proceso de aprendizaje
sobre cómo movilizar y ver nuestro cuerpo de manera distinta, referido a las actividades
de fotografiar, posar, y también de mirar y ser espectador. Este proceso comprende los
usos de los dispositivos, las maneras de posar, el juego con las luces y los espacios, el
uso de programas y aplicaciones para editar las fotos, las maneras de ver el propio
cuerpo y el de los demás, o cómo obtener de los otros las imágenes que nos gustaría ver.
Así, estos tres aspectos, presentación-representación-encarnación, que se desarrollan en
una relación circular, constituyen una forma de actuación (performance) realizada para
una audiencia de allegados, conocidos y extraños, donde de manera compleja y distinta
según son los usuarios emergen puestas en escena de juegos de máscaras, y también
puestas en escena de la autenticidad. En palabras de un entrevistado lo importante “no
es como salimos, sino como nos ven”.
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Este bucle de presentación-representación-encarnación de las prácticas del autorretrato
digital se configura dentro de la lógica de accesibilidad, común a la fotografía y a las
redes sociales. Accesibilidad a los demás y de los demás, de informaciones e imágenes
acerca de nosotros, accesibilidad a través de la fotografía a lo fotografiado,
accesibilidad a nosotros mismos a través del acto de fotografiarnos; y por lo tanto
también de apropiación de lo fotografiado, propiedad que se comparte en cierta forma al
colgar las fotos, apropiación que se revela al coleccionar y guardar las fotos, tanto las
propias como las recibidas de otros.
El poder de inscripción de los dispositivos digitales puede apreciarse en otras de las
atribuciones que hacen los entrevistados acerca de estas prácticas fotográficas, cuando
distintos procesos y diferenciaciones sociales (edad, clase, género) son interpretados y
reconocidos a partir de rasgos de las prácticas, bajo la forma de lo que se considera
apropiado o inapropiado. Así por ejemplo la maduración, el paso de la adolescencia a
ser adulto, se reconoce en la práctica a través de los efectos de ese proceso de
aprendizaje que es esta tendencia, de los cambios en la motivación, la frecuencia y el
tipo de fotos que se hacen y se enseñan. Según sean tus prácticas y usos, así se puede
determinar tu madurez. Cuando eran más jóvenes, dicen, se hacían más fotos y les
preocupaba más la inmediatez, la rapidez en compartirlas, tenían “ansia por enseñar”.
Dicen nuestras entrevistadas que, adolescentes, les preocupaba más el aspecto físico,
mostrar fotos en que salieran guapas, mientras que ahora buscan más fotos que
muestren su estado de ánimo y su personalidad. Con la edad mejores fotos, más bonitas,
mejores cámaras, más selectivos, aunque se tengan más arrugas. “He aprendido a
posar”.
También se reconocen prácticas de género, las que serían apropiadas para mujeres y
para hombre, e incluso de clase. En este caso hay que señalar una inconsistencia entre
las afirmaciones y las observaciones, pues es evidente que los hombres posan, incluso lo
describen abiertamente en las entrevistas, aunque afirmen no hacerlo en otros
momentos, ya que “posar es de mujeres”. Lo mismo ocurre con las atribuciones de
ciertas poses, por ejemplo las fotos delante del espejo sin camiseta, a jóvenes periféricos
de clase trabajadora, cuando la etnografía virtual muestra que se trata de una pose
extendida y convencional, practicada por jóvenes y menos jóvenes, de diversa
extracción social (dentro de los límites que la observación de contenidos de webs y
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perfiles ofrece a la hora de realizar las atribuciones de clase). Nos encontramos aquí con
una forma de definir quién es apropiado y quién no, quién tiene valor y quién no, a
partir de la forma y rasgos de las autofotos. Así vemos también su valor como formas
de presentación y representación de uno mismo, destinadas a favorecer y reforzar
contactos, y de que manera, como dice uno de los entrevistados, ayudan a “seleccionar
tus contactos”.
Complejo juego de miradas
“No estamos acostumbrados a vernos” afirma uno de los participantes en el grupo de
discusión. La práctica de las autofotos supone aprender a verse, a través de la mirada del
otro y de la propia mirada distante. Esa tarea triple de representación, presentación y
encarnación se lleva a cabo a través de un complejo juego de miradas. La miradas es
uno de los mecanismos más poderosos en los procesos de subjetivación modernos.
Hacer, mostrar e intercambiar autorretratos revela un complejo juego de miradas, donde
las personas son a la vez el sujeto que toma la fotografía y el objeto fotografiado,
compartiendo la doble actividad del fotógrafo y el modelo, logrando un tipo de visión
in-corporada o encarnada, aprendiendo a actuar (perform) y ver el propio cuerpo de una
manera distinta, al tiempo que se ponen en el lugar de los otros, los potenciales
espectadores de esas imágenes, tomando en consideración en sus prácticas lo que saben
o imaginan de las preferencias y evaluaciones de los demás.
Esta intimidad compartida con conocidos y desconocidos es una performance, también
un juego de máscaras, de encarnar distintas personas y roles. Una manera de
experimentar con las posibilidades de la presentación del yo que facilitan estas
tecnologías, que proporcionan elementos para la configuración del yo y para su auto- y
hetero- evaluación, gracias a la capacidad para probar las reacciones de los demás. Las
redes sociales, webcams y foto-blogs no son siempre por tanto, ni principalmente,
medios de confesión donde desvelamos nuestra personalidad, sino escenas donde se
juega en compañía la ronda de la presentación-representación-encarnación de las
múltiples caras, cuerpos y apariencias de una misma.
En estas prácticas se da también una reversibilidad de la mirada, en una relación
recíproca con los otros que también muestran sus imágenes. De hecho, en muchos casos
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son las demandas de reciprocidad, de ver o recibir nuestras fotos, por parte de aquellos
con quienes estamos en contacto, las que llevan a iniciarse en la práctica de hacerse y
compartir autofotos. Esta situación es completamente distinta a los dispositivos de
vigilancia o al voyeurismo tradicional, donde la distancia y la separación entre el
observador y lo observado es máxima (Villota, 2001), ya que el que mira también se
expone y busca la mirada de los demás. Así, este complejo juego de miradas consiste en
exponerse al escrutinio de un público parcialmente elegido y seleccionado, eligiendo
con cuidado como los demás nos ven, tomando en cuenta lo que creemos que son sus
deseos y expectativas, con el fin de mantener su interés, y por lo tanto aumentar las
posibilidades de realizar encuentros. La categoría de “espectáculo” por lo tanto,
tampoco es la más adecuada para describirlo, porque los participantes, usuarios de esas
webs y redes sociales, son a la vez observadores y observados, objetos y sujetos de las
imágenes. Este juego es también un proceso de aprendizaje que forma parte de los
procesos de corporealización y encarnación contemporáneos, así como de las dinámicas
de auto-conocimiento e identificación, donde están implicados personas (como
fotógrafos, fotografiados y públicos) y aparatos. Estas imágenes y actividades
fotográficas que implican distintos individuos y dispositivos técnicos no sólo presentan
y representan entidades que se encontraban ahí, sino que contribuyen a la configuración
y transfiguración de los cuerpos y de los sujetos.
Intimidad Pública
Estas formas de presentación de sí, lúdicas y complejas, desdibujan la distinción entre
público y privado de diversas maneras. Muchas de las fotos expuestas en webs de
acceso público o intercambiadas entre desconocidos están hechas en cuartos de baño o
dormitorios. A veces se trata de desnudos o imágenes eróticas, como en el llamado
“sexting” (juego de palabras entre sex y texting, la expresión inglesa para describir el
uso de SMS) cuando los usuarios retratan partes de sus cuerpos y las envían por MMS o
Bluetooth. Las transformaciones técnicas de las cámaras analógicas a las digitales
incrementan el carácter privado de la fotografía, al eliminar el proceso de revelado,
facilitando estas nuevas formas de publicitarse. Estas prácticas implican cambios en las
relaciones entre privacidad e intimidad (Lasén y Gómez, 2009). Son formas de
intimidad compartida, con cierto público, aunque no el público en general
necesariamente, como en formas tradicionales y no occidentales de relaciones
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interpersonales. Un ejemplo de cómo la intimidad se mueve desde la “pasión por la
privacidad” de la burguesía del XIX (Gay, 1984) al “poderío exhibicionista”
(empowering exhibitionism) tal y como define Hille Koskela (2004) la liberación de la
vergüenza y la necesidad de esconderse que se produce al revelar nuestras intimidades.
Este aspecto liberador de la revelación de intimidades se reconoce a menudo de manera
explícita. Por lo que la práctica de las autofotos revela que, si situaciones cargadas de
afecto, desnudos o imágenes potencialmente embarazosas, ya no parecen serlo, a juzgar
por como se muestran e intercambian, nos encontraríamos frente a un ejemplo de
transformación del pudor. También se produce una modulación de la intimidad respecto
de sus espacios, tiempos, situaciones, ámbitos, y también respecto de aquellas personas
con quién se comparte nuestra intimidad. Los blogs, redes sociales, páginas de contacto
y foros facilitan que temas de conversación y prácticas considerados íntimos,
relacionados con el cuerpo, lo doméstico, la sexualidad o los afectos, se compartan
también con desconocidos, produciéndose por lo tanto también una modulación de la
intimidad y de los íntimos. Sin que sea posible definir una frontera estable y clara entre
lo que es íntimo y lo que no es, lo que está protegido por las barreras del pudor y lo que
puede ser revelado en público, entre los íntimos y los extraños. Entre las categorías de
amigos, conocidos y desconocidos, ¿cómo situar a aquellos de nuestros contactos a
quienes nunca hemos visto en persona, pero que han visto, oído y comentado múltiples
aspectos de nuestras vidas? ¿Cómo categorizar a aquellos a quiénes pedimos ayuda y
contamos nuestras penas, o con los que hablamos periódicamente en foros acerca de
nuestros intereses lúdicos, musicales o deportivos? Y ¿qué suerte de íntimos
desconocidos son también aquellos con los que compartimos juegos eróticos o
conversaciones inesperadas, en chats o videochats como el reciente chatroulette.com?
El reconocimiento y los modos de sujeción concomitantes se desarrollan respecto de
una audiencia pública de amigos, conocidos y desconocidos, a los que se dirigen las
imágenes expuestas. Estas prácticas se ven reforzadas por el desarrollo de microaudiencias (Cohen, 2005) en las webs donde se exponen los autorretratos, donde los
contadores de visitas, altamente valorizados por los usuarios, registran la huella de estos
públicos. En algunos casos, además de los comentarios que dejan los que ven esas
imágenes, se solicita su voto, como en algunas páginas de contactos, donde la foto
principal de cada perfil no es la que elige cada usuario, sino la mejor votada de entre
todas las que han subido.
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La privacidad en estas prácticas no esta ligada a la exposición de cierto tipo de
información si no al control sobre quién sabe qué acerca de ti. Así, se desarrollan ciertas
estrategias de control de las imágenes en las maneras en que son fabricadas y
escenificadas, en la elección de cuáles se muestran y cuáles no, en el posado, la luz y los
efectos. El control se ejerce también no permitiendo que otros puedan descargarse esas
imágenes o compartiéndolas sólo con quiénes comparten las suyas con nosotros. El
desarrollo de ciertas normas de etiqueta para proteger el anonimato promueve formas de
control adicional, como la regla de no mostrar el rostro y los genitales en la misma foto,
y las expectativas acerca del comportamiento correcto de aquellos que visitan las webs
donde se muestran estas fotos. Estas formas de control dependen también de las
características de las diferentes aplicaciones utilizadas, que no siempre facilitan la
tareas, como lo revelan las polémicas acerca de las normas de privacidad de Facebook o
la manera en que están definidos los criterios de privacidad “por defecto” de muchas
páginas de contacto. En cualquier caso se trata siempre de un control relativo, ya que
una vez que estas imágenes se comparten sus autores no controlan lo que ocurre con
ellas.
Autopornificación
Uno de los efectos del aumento de la privacidad, gracias a la eliminación del revelado,
del paso por el laboratorio y la tienda de fotos bajo las miradas ajenas de sus empleados,
es que las cámaras digitales primero, y los móviles con cámara ahora, pasan a formar
parte de los encuentros sexuales y del juego erótico. Estas imágenes se encuentra
también en numerosas webs, tanto las específicamente dedicadas a ellas como otro tipo
de medios sociales como Flickr o Facebook, plataformas de chat aleatorio como
Chatroulette, páginas de contactos sexuales como adultfriendfinder.com, y otras webs
como beautifulagony.com o seemyorgasm.com. Estas prácticas son también ejemplo de
experiencia de ese poderío exhibicionista, sobre todo en el caso de las mujeres, en ese
movimiento respecto de las posiciones tradicionales de género que suscita sentimientos
encontrados en los varones heterosexuales. La autopornificación de las autofotos
permite experimentar con el propio deseo y con las potencialidades de jugar con los
deseos que despertamos en los demás. Se traduce en la emergencia en los dispositivos
digitales de los usuarios de “archivos porno personales”, que comprenden tanto sus
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autorretratos, con el fin de poder participar en los juegos eróticos, creando secuencias
que mantengan la excitación y el suspense; como las fotos recibidas que se suelen
guardar en carpetas específicas para poder contemplarlas y usarlas cuando deseen. Estas
fotos forman parte del juego erótico que algunos entrevistados denominan “intercambio
de cromos”, cuando se van enseñando e intercambiando fotos de sus cuerpos desnudos,
respondiendo, burlando o anticipando las peticiones del otro. Pero la erotización de la
práctica no se encuentra sólo en la contemplación de las fotos de la otra o en el
intercambio de imágenes y comentarios, sino que también, como reconocen y describen
algunos de los entrevistados, en el acto mismo de fotografiarse.
Ambivalencias
Tanto en las entrevistas como en el grupo de discusión aparecen diversas ambivalencias,
contradicciones e inconsistencias en los discursos acerca de estas prácticas. El carácter
innovador de las mismas, su difícil encaje en posiciones tradicionales de género, así
como la renegociación que plantean de los límites entre lo público, lo privado y lo
íntimo, explican la emergencia de estas controversias acerca de unas prácticas en trance
de redefinir que es lo apropiado y qué no lo es. Algunas de estas ambivalencias se
asemejan a formas de doble vínculo (Bateson, 1972), a expectativas y solicitudes
contradictorias, a formas de sujeción y obligación social que parecen contradecirse entre
sí.
Todos los jóvenes del estudio afirman que la presencia de retratos en perfiles, blogs y
otras webs genera confianza, y credibilidad, que no se fían ni contactan a quiénes no las
muestran, que colgar tu foto se ha convertido en una obligación de las interacciones
online Esto es evidente no sólo en las redes sociales y los ejemplos de socialidad
amical, sino también en blogs profesionales, en una práctica que se generaliza más allá
de los usos y prácticas juveniles, caracterizando también a los modos de presentación y
representación, online y offline, de instituciones y corporaciones. Esta obligación social
ligada al vínculo entre imagen y confianza, se acompaña también del reconocimiento
creciente de la eficacia de la comunicación visual. Pero junto a este reconocimiento de
la valía de las fotos y las expectativas sociales en torno a ellas, persiste una pose cultural
que llamo “iconoclasia puritana moderna-de clase media-de cara a la galería”. Con esto
me refiero a los discursos y acusaciones encontrados tanto en el grupo de discusión,
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como en los medios y otras formas de comunicación institucional, por ejemplo en las
asociaciones y agencias de atención y protección a los menores, donde se subraya el
carácter superficial y frívolo de las apariencias, de las fotos, de la imagen, de la atención
a los rasgos del físico, ya que lo importante es la “personalidad”, el carácter, el
“interior” y no la apariencia de los cuerpos. Lo llamo de “clase media”, no sólo porque
estas preocupaciones y discursos son más característico de jóvenes de esta clase y no
parecen preocupar tanto a los de clase trabajadora, sino porque también se atribuye con
frecuencia esta frivolidad, superficialidad y ausencia de personalidad y buen gusto a los
jóvenes de clase trabajadora que habitan los barrios y la periferia: autofotos típicas de
“esos chulazos de Parla”, “poligoneras”, “pokeras”, “canis”, en una reformulación de
las estigmatizaciones y estereotipos de clase tradicionales. También aparece esta pose
en la acusación de que centrar la atención sobre el cuerpo nos vuelve objetos; así como
en el énfasis exclusivo al hablar de estas prácticas de los riesgos y peligros a que se
exponen los que las practican. Esta posición se visibiliza en las campañas públicas de
distintos organismos de defensa de los menores, como la de la Oficina del Defensor del
Menor de la Comunidad de Madrid titulada “En la Web tu imagen es de todos”, cuyo
spot publicitario es un calco de la campaña estadounidense “Think Before You Post”
del National Center for Missing & Exploited Children. Estas campañas no condenan ni
criticar las malas prácticas de aquellos que acosan a las que muestran autofotos, o de los
que se muestran esas fotos sin consentimiento fuera de los espacios e intercambios
usuales, con el fin de acosar o avergonzar a los que aparecen en ellas, aprovechándose
de su confianza, sino que centran su mensaje en reinstaurar el pudor y la vergüenza, con
campañas donde se pone en escena el avergonzamiento público de las jóvenes que
cuelgan autofotos (en ninguna de estas campañas aparecen varones a pesar de lo
evidente de su práctica); en una forma de estigmatización que conecta y renueva la
tradición del ‘slut shaming’.
Otra de las ambivalencias encontradas en el estudio, es aquella que se da entre el deseo
y la expectativa de autenticidad, “ser tú”, “ser natural”, “mostrarte como eres”, que sirve
como criterio para definir las buenas fotos y los buenos modos de presentarte, y el
reconocimiento de que la práctica no es algo espontáneo sino el resultado de un proceso
de aprendizaje, que pasa por “aprender a posar”, observar e inspirarse en “bancos de
imágenes” accesibles en Google por ejemplo, según cuenta un entrevistado.
Una
práctica que hay que “currarse”, esto es, trabajarla, trabajarse y esforzarse, donde
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también se hacen cosas y se llevan ropas que nunca harías ni llevarías en otras
situaciones, donde la autenticidad, en suma, es el resultado de un proceso de agencia
compartida y aprendizaje, una construcción fruto de pruebas de ensayo y error, de
decisiones y elecciones. La artificialidad y reflexividad de este proceso, encarnada en el
acto de posar, es otro de los rasgos de ese malestar masculino en cuanto a las autofotos.
Las fotos apropiadas para los hombres son aquellas en las que no se posa, posar es de
mujeres y gays, pero la observación online revela igual presencia del posado, e incluso
de las poses recurrentes citadas más arriba, en el caso de estos varones, víctimas de la
relación de doble vínculo entre los requerimientos de esta práctica fotográfica y los de
las definiciones hegemónicas de la masculinidad apropiada con su homofobia
concomitante.
También encontramos ambivalencias respecto a las transformaciones del pudor
señaladas anteriormente. Por un lado, en la realización, exhibición e intercambio de
autofotos emergen transformaciones de lo que se considera es apropiado e inapropiado
mostrar en público, y por lo tanto emergen también modificaciones de ese sentimiento
ligado a la consideración de estar comportándose de manera inapropiada, de estar
mostrando lo que debería estar oculto. Desde esta perspectiva esa exhibición de
cuerpos, desnudeces, cuartos de baño sucios y dormitorios desordenados, serían signos
impúdicos y exhibicionistas. Lo que antes nos hubiera avergonzado, ahora no es
indiferente, cuando no nos divierte y nos libera. Pero por otro lado, los participantes en
el estudio dicen encontrar en las interacciones online una prolongación del espacio
seguro y privado del hogar, las miradas diferidas y distantes no causan vergüenza.
Reconocen atreverse a hacer cosas y llevar cosas que no harían ni llevarían en espacios
públicos físicos como la calle o los bares. Nos recuerdan que los medios sociales están
abiertos a públicos, pero no al público en general, que hay distintos modos de
publicidad y de público. Algunos apuntan también que el hábito de realizar la toma de
contacto primera con desconocidos en espacios virtuales, antes del encuentro cara a cara
en la cita o la quedada, aumentaría el reparo ante la toma de contacto directamente en el
cara a cara, tanto para ligar en un bar como para entablar conversación con los
compañeros de facultad.
Por último, estas prácticas operan bajo la obligación y expectativa de creatividad y
originalidad, hay que “llamar la atención”, “parecer creativo aunque no lo seas”,
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“currarse” las fotos para que no sean iguales que las de los demás. Esto debe ser así
porque ser creativo y original es algo positivo y valioso, digno de reconocimiento; pero
también porque en el creciente mar digital de imágenes y perfiles conseguir el objetivo
de llamar la atención requiere una mayor innovación. Pero al mismo tiempo los
participantes en la investigación reconocen que es importante “no ser el primero ni el
único”, respetar las convenciones, observar e imitar lo que hacen los demás. Son fotos
destinadas a general contactos, a impulsar y reforzar vínculos. Esta segunda obligación
adquiere una significación especial para los varones, dado que la definición hegemónica
de la masculinidad problematiza el reconocimiento de la sujeción que supone la
imitación de lo que hacen los demás. El malestar del que sigue la corriente en un
entorno socio-cultural donde se premia el ideal moderno de autonomía y originalidad
individual se incrementa en los varones, aún más en esta situación paradójica, común a
muchas de las tendencias y los “trendsetters” en que creatividad y originalidad se tornan
obligaciones sociales y modos de sujeción.
Me fijo en los demás para no ser el primero, ni hacer algo distinto, pero no porque sean un
ejemplo (…) ver a tíos que salen con el torso descubierto sí me ha hecho llevar a mí a lo
mejor a mostrar mi pearcing en Badoo, eso sí. (Miguel, 30).
Estas formas digitales innovadoras de presentación-representación-encarnación, que
operan una doble inscripción de los cuerpos, en las pantallas y en las carnes, a través de
un complejo juego de miradas, siguen una lógica de remediación (Bolter y Grusin,
2000). Las autofotos retoman prácticas pasadas, minoritarias y artísticas, como la del
autorretrato, y establecen resonancias con prácticas de las élites decimonónicas, como
las de incluir minirretratos en las cartas de visita, o con prácticas artísticas y feministas
que reivindican la potencialidad, energía y liberación en la contemplación, puesta en
escena y exhibición voluntaria y desafiante del propio cuerpo. Pero estas resonancias no
parten necesariamente de intenciones y voluntades conscientes, sino que re-emergen en
las prácticas. Dicha reanudación es una remediación, se hace con nuevos medios,
nuevas aplicaciones que reproducen modificando y obligando a redituarse a los medios
pasados, Se desarrollan en distintos espacios, con el objeto de encontrar también
remedio para deseos, placeres, búsquedas, obligaciones y vinculaciones, en un proceso
no exento de controversias, contradicciones y conflictos donde se construyen en parte
las subjetividades y sujeciones contemporáneas.
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Referencias Citadas
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131-138.
Bateson, Gregory (1972) Steps to an Ecology of Mind: Collected Essays in
Anthropology, Psychiatry, Evolution, and Epistemology, New York: Ballantine Books.
Bolter, Jay David y Grusin, Richard (2000) Remediation. Understanding New Media,
Cambridge: MIT Press.
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27(6), 883-901.
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Chicago: The University of Chicago Press.
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Villota, Gabriel (2001) “Mirando al patio: el cuerpo representado en la frontera entre las
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