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Acámbaro: De Pueblo a Ciudad, 1526-1899. Textos de Isauro Rionda Arreguín (1934-2012), Cronista Vitalicio de Guanajuato Capital. In Memoriam. Compilación: Lic. Gerardo Argueta Saucedo, Presidente de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, “Dr. Isauro Rionda Arreguín”, A. C., Período 2019-2022. Noviembre de 2021. Acámbaro, Gto., México. SEGUNDA EDICION, Noviembre de 2021. PRIMERA EDICION, Septiembre de 2013. Acámbaro: De Pueblo a Ciudad, 1526-1899. Textos de Isauro Rionda Arreguín (1934-2012), Cronista Vitalicio de Guanajuato Capital. In Memoriam. Coordinación: Lic. Gerardo Argueta Saucedo, Cronista del Municipio de Acámbaro, y Presidente de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, “Dr. Isauro Rionda Arreguín”, A. C. Esta edición consta de 500 ejemplares. Impreso en los talleres gráficos de editorial “Puente de Piedra”, printdigital@hotmail.com IMPRESO EN MEXICO, Registro en trámite. Esta edición no puede ser reproducida, ni toda ni en parte; incluidos los diseños de portadas, páginas interiores, viñetas y dibujos, ni puede ser registrada o transmitida por ningún sistema de reproducción de información, en ninguna forma, ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electro-óptico, por fotocopia, sean, o cualquier otro, sin el permiso previo y por escrito del autor. El diseño de la portada y contraportada estuvo a cargo de la Oficina de la Crónica Municipal de Acámbaro, Gto., Noviembre de 2021. Fotografía del Dr. Isauro Rionda, Fundador de la Asociación Estatal de Cronistas. I N D I C E: Dedicatorias …………………………………………………….………………………………………..…….. PRESENTACIÓN, Mesa Directiva de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, A. C., “Dr. Isauro Rionda Arreguín”, A.C. …………………………………………………………………….. PRÓLOGO, Lic. Gerardo Argueta Saucedo, Cronista del Municipio de Acámbaro, Gto. …………………….………….……………………… 1.- Capítulo I: Acámbaro Indígena, Colonizador y Evangelizador en el siglo XVI………………..…..… 2.- Capítulo II: Los Chichimecas en Guanajuato a Principios del siglo XVI …………………………..……… 3.- Capítulo III: La Evangelización en Guanajuato....................................………………………...……….. 4.- Capítulo IV: Situación de la Minería Guanajuatense antes de Iniciarse la Revolución de Independencia de México………………………….. 5.- Capítulo V: Acámbaro: Pueblo, Villa, Ciudad………………………….…………………………….……………… REFLEXIÓN FINAL Acámbaro en tres momentos históricos: Pueblo (1526), Villa (1827) y Ciudad (1899) ………………………………………………….….. BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA ……………………….……………………………………………..…… BREVE BIOGRAFÍA DE ISAURO RIONDA ARREGUÍN ……………………………………….…. Dedicatorias: A la memoria de don Isauro Rionda Arreguín (q.e.p.d.), notable historiador de Guanajuato, el Estado Cuna de la Independencia Nacional. A la Familia Rionda Arreguín, con el respeto de siempre. PRESENTACIÓN El libro “Acámbaro: De Pueblo a Ciudad, 1526-1899”, en una segunda edición, es parte del programa de trabajo de nuestra Mesa Directiva, mismo que tiende a rescatar y difundir la riqueza histórica de los municipios de Guanajuato. Pocos pueblos como el de Acámbaro, registran un gran historial. Desde la época prehispánica hasta nuestros días, la comunidad ha sido y es el punto de encuentro entre las ciudades de la región. Por eso, bien se dice que es una “frontera de culturas” y “la puerta de la historia en el bajío”. Gracias a la Oficina de la Crónica Municipal de Acámbaro, la revaloración de textos como los que aquí se presentan son una forma de conservar lo nuestro. Y qué mejor, que en este caso haya sido el Doctor Isauro Rionda Arreguín, Cronista Vitalicio de Guanajuato capital (q.e.p.d.), quien elaborara tan relevante perspectiva de la localidad entre los siglos XVI y XIX. Por fortuna, no todo termina aquí y el trabajo es un referente para la investigación sobre la historia regional del municipio, sobre todo ahora que desde el mes de septiembre de 2011 se prepara el festejo de los 500 años de su incorporación a la cultura hispana. Vaya nuestro reconocimiento a los que intervienen en esta interesante publicación, deseando que sigan reconstruyendo nuestra historia guanajuatense para beneplácito de las actuales y las futuras generaciones de mexicanos. ¡Felicidades!. Sinceramente: Mesa Directiva de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, “Dr. Isauro Rionda Arreguín”, A.C., Período 2019-2022. Noviembre de 2021. PRÓLOGO Los textos aquí reunidos y presentados al amable lector corresponden a la minuciosa labor de investigación del Doctor Isauro Rionda Arreguín (19342012), quien no sólo profesó respeto sino amor sincero por Acámbaro, el lugar de magueyes. Los trabajos abarcan desde el inicio del Virreinato en el siglo XVI hasta fines del siglo XIX, mostrándose que Acámbaro transita de un pueblo de indios en septiembre de 1526, a uno que adquiere el grado oficial de Ciudad en noviembre de 1899. En esta perspectiva histórica, se ofrece una rica y muy concreta visión sobre nuestra comunidad en temas poco o nada conocidos, sobre todo en el período colonial. Un significativo aporte del Maestro Isauro Rionda es el texto de “Acámbaro Indígena, Colonizador y Evangelizador en el siglo XVI”, cuya esencia refiere a la Fundación de Acámbaro “a la española” en 1526 y a su notoria influencia regional en lo que hoy es el bajío. La compilación llevada a cabo permite abordar también lo relativo a “Los Chichimecas en Guanajuato a Principios del siglo XVI”, uno de los grupos que fueron congregados para la denominada refundación de Acámbaro en 1526, y la consiguiente “Evangelización en Guanajuato”. Aquí, la investigación trasciende a los siglos XVII y XVIII. Parte de su contenido es reafirmado con el texto de la “Situación de la Minería Guanajuatense antes de Iniciarse la Revolución de Independencia de México”. Por último, lo relativo al tema sobre “Acámbaro Pueblo, Villa, Ciudad” cierra con ‘broche de oro’ la idea de recuperar una historia que invita a profundizar sobre la vida social de los acambarenses en estos cuatro siglos. Es por ello, la base de lo que hoy es el Acámbaro contemporáneo del siglo XXI. Valiosos en todas sus formas son los textos enunciados, lo que ayuda a delinear la historia de Acámbaro a través de los siglos. Por fortuna, ya no estarán aislados sino integrados en un solo documento que recupera nuestro pasado en el presente. Es por eso que aportaciones de este tipo son siempre bienvenidas, pues dejan la huella de don Isauro Rionda, quien siendo originario de Silao, el municipio de Acámbaro fue para él tanto el sitio en donde vivió un tiempo a mediados del siglo XX como el punto de enlace para revalorar una historia mayor, la del bajío. Sin ser acambarense, el Doctor nos delineó cómo ha sido nuestra tierra; hoy en día, esa contribución nos ayuda a preservar y proteger nuestra raíz, identidad y orgullo de ser mexicanos. Sirva este libro-homenaje al Doctor Isauro Ronda Arreguín (q.e.p.d.) en donde quiera que se encuentre, como un reconocimiento a su fructífero trabajo. Sin embargo, es un reconocimiento mutuo: Rionda lo hizo con Acámbaro por medio de sus textos; y ahora, Acámbaro lo hace con esta compilación. Gracias a don Isauro Rionda por su legado. Sin duda, es un claro ejemplo que los “acambarenses de Acámbaro” debemos seguir. ¡Muchas gracias, Doctor!. Respetuosamente: Lic. Gerardo Argueta Saucedo, Cronista del Municipio de Acámbaro, y Presidente de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, “Dr. Isauro Rionda Arreguín”, A.C., Período 2019-2022. Noviembre de 2021. AL AMABLE LECTOR: LOS TEXTOS DEL HISTORIADOR ISAURO RIONDA ARREGUÍN, ORIGINARIO DEL MUNICIPIO DE SILAO DE LA VICTORIA, GTO., SE INCLUYEN EN ESTE TRABAJO COMO UNA COMPILACION. POR LO TANTO, SE RESPETA CADA UNO DE LOS ESCRITOS ORIGINALES, SIN CAMBIOS. INCLUSO, LA PARTE DE LA BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA SE INCLUYE TAL Y COMO LA MENCIONA EL INVESTIGADOR EN SUS OBRAS. Capítulo I ACÁMBARO INDÍGENA, COLONIZADOR Y EVANGELIZADOR EN EL SIGLO XVI Varios años antes de la aparición de los españoles por los llanos y montañas que componen el territorio de Acámbaro, ya existía un sitio habitado en el lugar y con ese nombre. Al finalizar el siglo XV o en los muy primeros años del XVI, fue creado Acámbaro por razones de estrategia económica y de defensa militar. Un buen día de esos tiempos, se plantaron ante el Señor del Reino de Michoacán, cuatro caciques otomíes, originarios de un lugar dependiente de Jilotepec, acompañados de sus conyugues y descendientes y de una cauda de sesenta familias más. Le pidieron ser admitidos entre sus súbditos y disponer de un terreno donde asentarse. Se les designó el fértil valle donde caminando los tiempos se creó la ciudad de Guayangareo, después Valladolid y ahora Morelia. Posiblemente por quedar nutridamente cercados por michecuas, fueron retirándose del lugar y acercándose hacia sus querencias, lo que los hizo dar con dos murallas del Reino de Michoacán: el río Grande o Lerma y la presencia de los bravos Chichimecas. Allí, entre magueyes, que abundaban, poblaron y nació Acámbaro. Aunque dependiendo del trono de Michoacán, se gobernaron por sí mismos; al transcurso de algunos años, el monarca envió a Acámbaro a cuatro Principales purépechas y sus súbditos, para que poblasen junto a los otomíes, haciéndolo en la falda del cerro que cobija a la población; y es casi seguro que fueron éstos los que le dieron el nombre al sitio, por ser palabra de su lengua. Después vino otro Principal tarasco a gobernar a los de su nación. Los Chichimecas cercanos fuéronse acomodando a la vida sedentaria de los otomíes y tarascos y formaron su barrio, contando con su propio jefe. Los tarascos acambarenses tributaban a su rey con el producto de algunas sementeras que sembraban de maíz y otras semillas y pocas mantas; mientras que los otomíes y chichimecas, también acambarenses, lo hacían con cargas de leña y como soldados, defendiendo el Reino de incursiones de enemigos a su interior 1. 1 Relación de Celaya, Acámbaro y Yuririapúndaro, de 1580. Págs. 135 y 136 Nos atrevemos a asegurar que la razón por la que fue permitido que los otomíes poblasen en donde se encuentra Acámbaro, fue porque, no siendo purépechas, algún peligro representaban quedándose en pleno seno de Michoacán, y en cambio estando en la orilla donde terminaba el Reino y donde está la población, el posible peligro era menor y además, en este lugar fronterizo servirían de baluarte ante los enemigos, como eran los mexicanos y chichimecas. Otro tanto fueron los pocos chichimecas que se asentaron en Acámbaro, razones por las cuales y para vigilar a ambos, fue mandado a vivir al lado de ellos el buen grupo de tarascos, que ya dijimos. Acámbaro, en sus primeros tiempos, fue pueblo de frontera; pero de frontera con gentes con las que se tenía un estado de guerra constante: los mexicanos, los de Xocotitlán, los chichimecas tanto de Jalisco como de Guanajuato 2. De estos últimos, bravos, crueles y temidos todos, estaban los pames y los guamares3. Siguiendo, sin sostenerlo, a un autor, diremos que Acámbaro ya existía como población desde 1482 y era cabecera de Pejo, Irámuco, Chupícuaro, Tócuaro y otros 4. Sobre la cantidad de población de ese momento, no tenemos cifras ningunas, pero sí informes de que eran muchos más que en los primeros tiempos coloniales; pues en estos, las epidemias y trabajos forzados los acababan mucho, al grado de que casi no se veían viejos5. Los tiempos caminaron y llegó el momento en que los hispanos hicieron su arribo a nuestra patria, y Acámbaro tan era puesto fronterizo–defensivo, que después de la caída de la ciudad de México, cuando Cristóbal de Olid incursionó a Michoacán con 70 hombres de a caballo, 200 a pie e infinidad de indios nahuatls, ordenó el Calzonzi: “Vayan correos por toda la provincia y lléguese aquí toda la gente de guerra, y muramos, que ya son muertos todos los mexicanos y ahora vienen a nosotros… invadido Taximaroa, envió a 2 Ibid. Pág. 135 y 136; Fray Juan de Torquemada. Monarquía Indiana, Tomo I pág. 220; Fray Isidro Félix de Espinosa. Crónica de la Provincia Franciscana de los Apóstoles de San Pedro y San Pablo de Michoacán. Pág. 42; Delfina Esmeralda López Sarrelangue. La nobleza indígena de Pátzcuaro en la época virreinal. Pág. 29; Wigberto Jiménez Moreno. La colonización y evangelización de Guanajuato en el siglo XVI. Pág. 9 3 Wigberto Jiménez Moreno. Ob. Cit. Págs. 7 y 9; Philip W. Powell. La guerra chichimeca. 1550-1600. Pág. 52; Kieran R. Mc Carty. Los franciscanos en la frontera chichimeca. Pág. 325 y 326. 4 Vicente Ruiz Arias. Historia de la Provincia de Guanajuato. Mecanografiada. Pág. 19. 5 Relación de Celaya, Acámbaro y Yuririapúndaro, de 1580. Pág. 137. Chiniarángori para que reuniese la gente de guerra de Ucareo, Acámbaro, Araró y Tuzuntlán, todos los cuales se juntaron y estaban en el monte con sus arcos y flechas”6. Debido a la actitud de subordinarse a la autoridad de Hernán Cortés y lo que él representaba, por el señor de Michoacán, este territorio fue pronto conocido y distribuido entre los españoles; y así, desde 1523 encontramos que los indios de Acámbaro estaban encomendados a Pedro de Sotomayor, el que alquilaba a los indios para trabajar en las minas de Michoacán, sobre todo entre 1526 a 15287, dando principio muy temprano con eso, al desparrame de los lugareños. Posiblemente, como lo sostiene Powell, los españoles necesitaban una adecuada defensa a lo largo del trayecto de Querétaro, Acámbaro y lago de Chapala, lo que produjo que se designasen a caciques otomíes a que entrasen al territorio chichimeca a guerrear con sus habitantes y fundar poblaciones 8, lo que ocasionó la refundación (a lo española) de Acámbaro; o a que, como lo manifiesta el Maestro Wigberto Jiménez Moreno, fue empresa planeada por Hernán Cortez, de la que informó al Rey en su Carta de 15269; lo cierto es que el aliado a los españoles, reciente católico, indio otomí y cacique de Jilotepec, Don Nicolás de San Luis de Montañés, al frente de sus huestes, otomíes también, acompañado por algunos españoles, entre los que se encontraban un sacerdote, el bachiller cura y vicario de Tula, Don Juan Bautista, y dos franciscanos: Fray Juan Quemada y Fray Antonio Bermul, en el mes de septiembre de 1526, hicieron su presencia en los terrenos de Acámbaro, donde derrotaron a los chichimecas guamares que les salieron al frente y acto continuo procedieron a refundar la población, lo que verificó el día 19 de los mismos mes y año. Para tal, contaron con los ya de antaño habitantes del lugar, los otomíes que venían con él y los guamares que se derrotaron y aceptaron vivir en comunidad. Se procedió a hacer la traza, que consistió en una cuadrícula de cinco calles rectas que fueron del cerro que parapeta el lugar al llano y otras tantas del río Grande al sur, formando así diez calles en cuadrado, dejando al centro un amplio lugar para construcción del templo. Solares de privilegio se les dieron tanto a los caciques otomíes como a los tarascos, y más chicos, pero de igual dimensión a los sencillos colonos, aunque dividiéndolos por naciones, esto es, del lugar destinado al templo hacía el río se les designó a los otomíes y del templo hacía Michoacán a los tarascos, mandando a los chimecas más allá del río, uniéndolos al pueblo por un puente de gruesos maderos de sabino. 6 Relación de Michoacán. Pág. 260. Vicente Ruiz Arias. Ob. Cit. Págs. 18 y 19. 8 Philip W. Powell. Ob. Cit. Pág. 166 9 Wigberto Jiménez Moreno. Ob. Cit. Pág. 9. 7 Se procedió a la designación de autoridades, una para los otomíes y otra igual para los tarascos, siendo el total de colonos iniciales en número de 412 cabezas de familia, por mitad de una nación y otra, pero previniendo que más indígenas se reduciesen y prohibiendo que llegasen a asentarse en su fundo los españoles, si no era con previa licencia, lo que nos indica claramente que la fundación se hizo primordialmente para los indios. Recibió el pueblo el nombre de San Francisco de Acámbaro. Se dio parte a la Real Audiencia de México, la que confirmó la fundación, y además se ordenó que se hiciese un convento de la orden de los Franciscanos 10. El Conquistador siguió su camino hacia Zinapecuaro 11, dejando en Acámbaro a los Franciscanos. Los acambarenses iniciaron la construcción de sus fincas, templo y convento, pero como el sitio carecía de suficiente agua limpia para el consumo humano, Fray Antonio Bermul se dedicó a buscarla en las cercanías y la encontró en la sierra de Ucareo en un lugar llamado Tócuaro, desde donde se llevó el agua; en Tócuaro vivían hasta cuarenta familias de tarascos, el fraile trató de reducirlos a la cercana población, pero los indígenas no aceptaron y pidieron que donde vivían se les fundase su pueblo. Y así, el 21 de septiembre de 1527, Fray Antonio Bermul fundó San Mateo de Tócuaro12, siendo ésta la primera obra colonizadora hecha por los de Acámbaro. El nefasto Presidente de la primera Audiencia de México, Nuño de Guzmán, en 1529 ordenó que se edificase un templo y convento grande y sólido, para lo que se derribó las humildes capilla y convento de paredes de adobe y techos de paja, a fin de dar principio a la nueva obra el 15 de mayo de 1531 y terminarse en 1532. El benéfico presidente de la segunda Audiencia, Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, ordenó la creación del “Hospital Real de los naturales para los pobres enfermos y así mismo para los caminantes”13, y dos años después se mercedó a favor de esta institución un sitio para estancia, que fue denominado “de la Virgen”, cuyos productos se destinarían al pago de los gastos y ornamentos de las funciones religiosas hospitalarias 14. Sobre la época de creación de este hospital existen diferencias de tiempos. Fray Pablo Beaumont, transcribe el acta de fundación de Acámbaro, 10 Fray Pablo Beaumont. Crónica de Michoacán. Tomo II. Págs. 298 a la 306. Ramón López Lara. Zinapécuaro. Pág. 43. 12 Fray Pablo Beaumont. Ob. Cit. Tomo II. Pág. 297. 13 Ibid. 14 Vicente Ruiz Arías. Ob. Cit. Tomo II. Pág. 20 11 donde aparece la fecha antes dada15, y en cambio en el volumen número cinco del ramo de Mercedes del Archivo General de la Nación, aparece que el gobernador y los principales indios de Acámbaro le informaron al virrey Don Luis de Velasco, que en su pueblo no había hospital ni casa de la comunidad, por lo que solicitaban licencia para crearlos, a lo que el funcionario accedió positivamente el 29 de agosto de 1560 16, lo que quiere decir que antes de esta última fecha no existía hospital en Acámbaro; pero en otro fundamental documento, éste de 1580 y denominado “Relación geográfica de Celaya, Acámbaro y Yurirapúndaro”, aparece que en este último año había en Acámbaro dos hospitales, uno para tarascos y otro para otomíes17; lo que nos hace concluir que no hay error ninguno, sino que el acta de fundación del pueblo se refiere al hospital para tarascos, que es el edificio que todavía recibe ese nombre y que se encuentra enclavado en el territorio que les correspondía a los purépechas, y la merced de 156018 se refiere al hospital de los otomíes, que se construyó, según nos dice Don Nicolás León en donde actualmente se encuentra el templo de Guadalupe19 y que aún conserva un excelente lavamanos-retablo pétreo de la época, lo que nos parece lógico por estar en la parte que les correspondía a los otomíes. Lo que al respecto nos causa algo de extrañeza es que no obstante que Fray Alfonso Ponce, que pasó la Semana Santa de 1586 en Acámbaro y hasta hace una detallada descripción del pueblo 20, no se refiere en específico a hospital ninguno, y que en la “Minuta y razón de las doctrinas que hay en este obispado de Michoacán… de 1631”21, aparece que en ese año solo había un hospital en Acámbaro. 15 Fray Pablo Beaumont. Ob. Cit. Tomo II. Pág. 300. Archivo General de la Nación. Ramo Mercedes. Volumen #5. 17 Relación de Celaya. Acámbaro y Yuririapúndaro de 1580. 18 Archivo General de la Nación. Ramo Mercedes. Volumen #5. 19 Nicolás León. Don Vasco de Quiroga. Grandeza de su persona y de su obra. Pág. 173. 20 Antonio de Ciudad Real. Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España. Tomo II. Pág. 129. 21 Archivo del Obispado de Morelia. “Minuta y razón de las doctrinas que hay en este obispado de Michoacán así beneficios de clérigos como guardianías de religiosos de San Francisco y San Agustín con los pueblos y feligreses que cada doctrina tiene. Año de 1631.” Pág. 136. El obispado de Michoacán en el siglo XVII. Nota preliminar de Ramón López Lara. Pág. 168, y del mismo López Lara: “los hospitales de la Concepción”. En la obra Vasco de Quiroga. Educador de adultos. Pág. 123. Josefina Muriel en su obra “Hospitales de la Nueva España”. Tomo I.pág.79, sostiene que el hospital fue construido en 1532, y por lo tanto su fuente es la crónica de Beaumont, y que éste se encontraba dónde está el templo de Guadalupe, como lo dice el Dr. Nicolás León, mientras que Carmen Venegas Ramírez en su libro titulado “Régimen hospitalario para indios en la Nueva España”, pág. 79 y 183, manifiesta que en Acámbaro había dos hospitales, uno fundado en 1532, y que uno era para tarascos y el otro para otomíes. 16 No sabemos cómo Pedro de Sotomayor dejó de ser Encomendero de Acámbaro para tomar su lugar Hernán Pérez de Bocanegra, el que había llegado a México en 1526 en el séquito de su pariente Luis de León, que vino a residenciar a Cortés. Entregose a la vida cortesana y en 1529 acompañó a Nuño de Guzmán a la conquista de Jalisco, pero estando en Humitlan dejó la expedición y se volvió22. Por otro lado, poco tiempo después de la conquista de Tenochtitlán, un indio otomí, originario de Nopala, de nombre Conin, se asentó con sus parientes y amigos en el lugar llamado en lengua otomí Andamexei, a fin de comerciar con los chichimecas 23, a donde por 153124 apareció Pérez de Bocanegra acompañado por un buen número de indios tarascos de Acámbaro. Formando unión con Conin y los suyos guerreó contra los chichimecas y una vez derrotados los bárbaros, con sus propias tropas acambarenses y los de Conin fundó el pueblo e inició con frailes franciscanos de Michoacán, posiblemente del convento de Acámbaro, la catequización de los habitantes; empezó por Conin, el que bautizado recibió el nombre de Hernándo de Tapia. Al lugar, los tarascos acambarenses le dieron el nombre de Queréndaro (lugar de piedra), que los españoles corrompieron llamándolo Querétaro 25. Con el tiempo siguieron llegando al naciente pueblo y procedentes de Acámbaro tanto tarascos 26 como otomíes, habiendo el caso que éstos últimos dependieron del gobernador otomí acambarense hasta que el 28 de octubre de 1560 el virrey Don Luis de Velasco, les nombró uno que viviese en Querétaro27. Acámbaro es pues, piedra fundamental para el nacimiento y desarrollo de Querétaro y base del conocimiento de la doctrina de la Cruz. A su vez, Hernando de Tapia, discípulo espiritual del Encomendero de Acámbaro, Don Hernán Pérez de Bocanegra, y su hijo Diego, serán los colonizadores y evangelizadores de la Sierra Gorda, norte de Guanajuato y San Luis Potosí. La simiente acambarense siguió produciendo. 22 Joaquín García Izcalbalceta. Colección de documentos para la historia de México. Tomo II. Relación de los teules chichimecas que dio Juan de Sámano. Pág. 279. 23 Wigberto Jiménez Moreno. Ob. Cit. Pág. 12. 24 Primo Feliciano Velázquez. Historia de San Luis Potosí. Tomo I. pág. 352. Philip W. Powell. Ob. Cit. pág.84. John C. Super. La vida en Querétaro durante la colonia 1531 – 1810. Pág. 12. 25 Relación de Querétaro de 1582. Págs. 15 y 16. 26 Fray Pablo Beaumont. Ob. Cit. Tomo III. Pág. 99. 27 Archivo General de la Nación. Ramo Mercedes. Volumen #5. Gobernador de Acámbaro. El Encomendero de Acámbaro siguió regando la sangre indígena acambarense por doquier, no solo en creación de población y llevando la palabra de Cristo, sino también por razones de negocios, como sucedió en 1537 al alquilar por 1600 pesos a 60 indios, o en 1545 por 614 pesos y 2 tomines a 39 indios de Acámbaro para que trabajasen por un año en las minas de Taxco 28. Y como siempre sucedía, algunos volvieron a su terruño, otros se quedaron para liberarse de los servicios personales obligatorios a su Señor y algunos murieron en el recio del trabajo. Nuevamente, en 1541, los de Acámbaro, encabezados por su Encomendero, aportaron su sangre para pacificar territorios habitados por chichimecas, esta vez en Jalisco, en la famosa guerra del Mixton, coadyuvando a la derrota de los chichimecas y a las subsecuentes colonización y evangelización de la zona 29. Diez años después, los indómitos chichimecas estaban causando muchos estragos en las vidas y los bienes de los españoles que vivían o transitaban en los “llanos de San Miguel”, por lo que el Virrey Don Luis de Velasco ordenó una expedición al territorio de los chichimecas, la que le fue encomendada a Hernán Pérez de Bocanegra, al que con treinta soldados que salieron de la ciudad de México y otros veinte que reclutó en Acámbaro y sus cercanías, más tamemes chimecuas, acambarenses, dieron la batalla en una campaña que duró tres meses en las cercanías del pueblo de San Miguel30. Hernán Pérez de Bocanegra había reunido en su poder una gran extensión de tierras que le fueron mercedadas sobre todo a partir de 1538, dentro de las cuales y con el tiempo fueron naciendo y desarrollándose algunas poblaciones como Tarimoro y Apaseo el Alto, las que en mucho fueron pobladas por gente de Acámbaro. Ese cúmulo de bienes hizo que el 8 de noviembre de 1562 el Rey de España otorgara su real permiso para que Hernán Pérez de Bocanegra y esposa crearan un mayorazgo con sus bienes, lo que se hizo mediante escritura confeccionada en Jerécuaro el 11 de octubre de 1564 31. 28 Silvio Zavala. Los esclavos indios en le Nueva España. Pág 104. Mismo autor. El servicio personal de los indios en la Nueva España, 1521- 1550. Tomo I. pág.221. 29 Philip W. Powell. Ob. Cit. págs. 20 y 21. 30 Archive General de Indias. Contaduría. Legajo número 672, Ramo 6°. Philip W. Powell. Ob. Cit. Págs.. 76 y 77. 31 Biblioteca Nacional de Madrid. Manuscrito número 12069. Relación de los bienes que vincularon los señores Hernán Pérez de Bocanegra y Córdova y Doña Beatríz Pacheco, su mujer. Desde la llegada de los Franciscanos a Acámbaro, este lugar fue un baluarte desde donde los frailes estuvieron haciendo constantes entradas al país de los chichimecas, con afanes catequizadores, y logrando muy buenos resultados, cooperaron muy activa y efectivamente en el nacimiento de muchos centros de población. Para tal obra, los religiosos se preparaban no solo en sus disciplinas propias, sino también aprendieron las lenguas que se hablaban en la región, lo cual era condición fundamental, porque no podía haber evangelizador que no hablara por lo menos la lengua de sus discípulos indios. Así pues, todos los frailes franciscanos de Acámbaro, hablaban aparte de su idioma madre y el latín, el tarasco y el otomí, como el caso de Fray Rodrigo de Alonso, que en un solo día, en Acámbaro, dijo cuatro sermones: uno en castellano, otro en mexicano, otro en purépecha y otro en otomí, aparte de oficiar en latín 32. Un gran ejemplo de estos seráficos varones, que desde su convento de Santa María de Gracia de San Francisco de Acámbaro, regaron la semilla del auténtico catolicismo entre los chichimecas, fue Fray Juan de San Miguel. Ya fraile franciscano, de España se embarcó con rumbo al fabuloso México, llegando a éste después de sus primeros doce frailes de su orden que habían hecho arribo en 1524; no sabiéndose ciertamente si desembarcó en 1526 o en el año siguiente, o en el año de 152833, pero ya para 1531 se encontraba entre sus hermanos de la orden en Michoacán, donde de inmediato se aplicó al aprendizaje de la lengua tarasca. En ese mismo año inició su labor en Guayangareo, donde organizó la ciudad y abrió un colegio, para pasar luego a fundar la población de Uruapan en 1533, de donde partió a Tehuantepec a embarcarse con rumbo a las islas de la especiería; viaje que fracasó y volvió a su amado Michoacán. “En 1540, Fray Juan (de San Miguel) dejó su vergel de Uruapan para encargarse de la guardianía del convento… de Acámbaro”, donde termina la construcción del hospital para tarascos y el templo del pueblo34. El 20 de noviembre de 1542 se encontraba en Acámbaro, pues en esa fecha firmó, representando a los indios del lugar, un documento que formalizaba un concierto entre el Encomendero Hernán Pérez de Bocanegra y 32 Fray Alonso de la Rea. Crónica de la orden de Nuestro Seráfico Padre San Francisco, Provincia de San Pedro y San Pablo Michoacán en la Nueva España. Fray Isidro Félix de Espinoza. Crónica de la Provincia de los Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán. Pág 340. 33 Fray Pablo Beaumont. Ob. Cit. Tomo II. Pág. 136. 34 Eduardo Enrique Ríos. Fray Juan de San Miguel. Pág. 3 los nativos, mediante el cual se repartían las aguas y tierras de la zona 35. Por lo tanto, fue después de ese día cuando nuestro fraile salió de su reclusión con Don Hernán Pérez de Bocanegra y acompañados de muchos catecúmenos tarascos y otomíes acambarenses, algunos aún niños, entre ellos el sacristán Pedro Vizcaíno, que cincuenta años después era el gobernador de Xichú (actual Victoria), conduciéndose a Querétaro, donde se desprendió Don Hernán, continuó el religioso e indios con rumbo a la chichimeca. Adentrándose en ella, dieron con un lugar de antiguo llamado Izcuinapan, encrucijada de los temibles guamares y guachichiles, donde con los que iban con él y chichimecas pacíficos, fundó un pueblo nombrándolo San Miguel, que dotó de templo y colegio; siguiendo su ministerio fue a Xichú y luego pasó el Río Verde; volviéndose a San Miguel y de allí a Acámbaro 36, desde donde envió al fraile galo Fray Bernardo Cossin 37, el que después de algún tiempo y de haber construido el convento franciscano, se volvió a San Miguel a descansar para continuar su peregrinar por Xichú de los Chichimecas y subir hasta la llanura de la sierra Madre Occidental38 y llegar al terreno de los zacatecas 39, donde en la aldea Zain fue martirizado por indios enemigos 40, el 19 de enero de 1550 41. Esta entrada de Fray Juan Cossin a territorio chichimeca y sus buenas consecuencias se debió a que las autoridades virreinales les preocupaba la ribera del río Lerma, como frontera que era con los chichimecas, pues peligraban los caminos de la ciudad de México con rumbo a la Nueva Galicia, por las incursiones que los guamares y guachichiles hacían a aquellos rumbos 42. Poblando y evangelizando se detenía el avance peligroso. Otro caso de la labor de los monjes de Acámbaro, simplemente ejemplificativo, pues si citáramos varios como los hay, no terminaríamos en corto tiempo, es el de Fray Juan Bautista Molinedo. Natural de Portugalete, Vizcaya; noble que llegó a la Nueva España a finales del siglo XVI. Tomó el hábito franciscano, profesó y se ordenó en el 35 Biblioteca Nacional de Madrid. Manuscrito número 12069. Relación de los bienes que vincularon los señores Hernán Pérez de Bocanegra y Córdova y Doña Beatríz Pacheco su mujer,… 36 Fray Pablo Beaumont. Ob. Cit. Tomo III. Pág. 192. Fray Alonso de la Rea. Crónica de la orden de Nuestro Seráfico Padre San Francisco, Provincia de San Pedro y San Pablo Michoacán en la Nueva España. Pág. 183. Fray Isidro Félix de Espinoza. Crónica de la Provincia Franciscana de los Apóstoles San Pedro y San Pablo. 37 Eduardo Enrique Ríos. Ob. Cit. Pág. 9. 38 Robert Richard. La conquista espiritual de México. Pág. 460. 39 Fray Pablo Beaumont. Ob. Cit. Tomo III. Págs. 193 y 194. 40 Kieran R. mcCarty. Ob. Cit. Pág. 337. 41 Fray Agustín de Betancurt. Teatro Mexicano. Pág. 7 42 Philip W. Powell. Ob. Cit. Pág. 334. Kieran R. McCarty. Ob. Cit. pág. 322. convento de Acámbaro. Aprendió el otomí, fue guardián del convento de Celaya. Con licencia de sus superiores fue a catequizar a Río Verde y su región, que ya habían iniciado otros pero que habían casi abandonado, por lo que el terreno humano lo encontró casi virgen o por lo menos abandonado 43. De inmediato y con ahínco se entregó a lo suyo, llegando a enseñarles su doctrina a por lo menos quince naciones 44. Caminando hacia el norte “llegó casi al nuevo Reino de León… habiendo andado hasta allí más de 120 leguas a pie y solo y sin más matalotaje que un poco de maíz tostado…”45. Estuvo en el convento franciscano de Xichú desde 1613 a 1615 de simple religioso, siendo guardián del mismo en 1615 46 de donde pasó en 1617 al convento de Acámbaro donde se celebraba el Capítulo Provincial. Circunstancia que aprovechó muy bien para convocar a sus iguales y superiores de la necesidad de religiosos desde Río Verde al norte, pero aunque lo facultaron para que personalmente reclutara algunos, no logró conseguirlo. Luchando, logró que el Capítulo General de su Orden que se reunía en Segovia en 1621 elevase a la categoría de Custodia libre de la Provincia de Michoacán, la región de Río Verde con el título de Santa Catalina. Por razones de defensa de intereses franciscanos fue nombrado su Procurador y fue a España, donde “alcanzó diez y siete religiosos para que viniesen a… Río Verde, los cuales despachó desde Madrid…” con rumbo a la Nueva España, específicamente a Michoacán, donde permanecieron sin saberse si fueron mandados a su destino. Estando Fray Juan Bautista Molinedo en arreglo de los asuntos de su Orden, murió en Madrid en 162847. En la función puramente colonizadora, los de Acámbaro siguieron prestando su importante fuerza de trabajo, así en 1543 en obedecimiento a la orden del Virrey Don Antonio de Mendoza, mandaron sus constantes contingentes periódicos, junto con los de otros pueblos, a la construcción de la naciente Valladolid48, que llegará a ser la ciudad de Michoacán. 43 Fray Alonso de la Rea. Ob. Cit. Pág. 393. Fray Isidro Félix de Espinosa. Ob. Cit. Pág. 439. 45 Fray Alonso de la Rea. Ob. Cit. Págs. 399 y 400. 46 Fray Isidro Félix de Espinosa. Ob. Cit. Pág. 440. 47 Fray Alonso de la Rea. Ob. Cit. Págs. 385 a la 424. Fray Isidro Félix de Espinosa. Ob. Cit. Págs.. 433 a la 445. 48 Boletín del Archivo General de la Nación. Tomo VI. Número 1. Enero-Febrero. 1935. José Bravo Ugarte. Historia sucinta de Michoacán. Tomo II. pág. 106. 44 El mismo Virrey ordenó en 1550 al gobernador indígena de Michoacán que construyese un camino de Zitácuaro a Acámbaro, para lo que los habitantes indígenas de este último lugar cooperaron en la apertura de un buen tramo 49. Camino que resultará fundamental para el desarrollo del norte minero. A la mitad de la centuria XVI, la famosa guerra chichimeca había dado principio, lo que ocasionaba muchos trastornos y pérdidas en la explotación de las minas del norte y en el camino que del centro iba hacia ellas. El antiguo pueblo de San Miguel, que había fundado el acambarense, por adopción, Fray Juan de San Miguel, constantemente había sido atacado y dañado por los bárbaros, por lo que ya casi estaba deshabitado y ahora resultaba un bastión muy importante, pues por él pasaba ese camino que había que proteger. Por otro lado existían varias estancias ganaderas de españoles diseminadas por sus campos, los que podían congregarse a vivir en comunidad y con eso darse protección mutua. Corría el año de 1555 y el Virrey Mendoza decide crear una villa que reúna a los dispersos estancieros y que sume a los que quisieran habitar en ella. Hace un viaje desde la ciudad de México para personalmente dar lugar al nacimiento de la villa, pero estando en Apaseo enferma y manda para tal comisión a Ángel de Villafañe. Estaría Villafañe realizando los primeros actos de lotificación de la naciente villa de San Miguel, cuando el Virrey ya de regreso a la capital, desde Querétaro, el 18 de diciembre de 1555, dispuso que los Alcaldes Mayores, Corregidores y Gobernadores de los pueblos de Guango, Acámbaro, Querétaro y Cuitzeo mandasen indios para hacer las casas y demás edificios de la villa; ordenando que del pueblo de Acámbaro se diesen 16 indios, de Guango 10, de Querétaro 8 y de Cuitzeo 1650. Fundase la villa de Celaya en 1571 y para la construcción de sus edificios se decreta que durante tres estaciones del año se den en calidad de repartimiento 15 indios de cada uno de los pueblos de Acámbaro, Ucareo, Zinapécuaro, Cuitzeo y Yuririapúndaro 51. Posteriormente se conceden 100 para las labores de labranza, los que en 1591 son reducidos solo a la mitad52. 49 Philip W. Powell. Ob. Cit. Pág. 34. Delfina Esmeralda López Sarrelangue. Ob. Cit. Pág. 178. 50 Isauro Rionda Arreguín. Nacimiento de las villas de San Miguel y San Felipe, como consecuencia del avance colonizador hacia el norte en el siglo XVI. Pag. 57. 51 Philip W. Powell. Ob. Cit. pág. 160. Claude Morín. Michoacán en la Nueva España del siglo XVIII. Pág. 29. 52 Francois Chevalier. La formación de los latifundios en México. Pág. 97. Al siguiente 1576, se funda la villa de León por el Doctor Juan Bautista de Orozco, el que ordenó que de Acámbaro se enviasen 150 indios para trabajar en las construcciones; pero las autoridades indígenas de Acámbaro se quejaron ante el Virrey Enríquez, haciéndole saber que ellos ya daban hombres para Celaya, las minas de Tlalpujahua y para algunas estancias ganaderas de españoles, y si tenían que dar la cifra ordenada por Orozco, enfrentarían graves perjuicios; por lo que el Virrey decretó que solo fuesen a León 100 acambarenses 53. También la primera simiente evangelizadora franciscana de León fue puesta por el convento de Acámbaro. Como ya dijimos desde el principio, el pueblo de Acámbaro y por lo tanto su territorio, fue reservado para los indígenas, lo que nos parece lógico, pues por lo que respecta al ahora espacio del Estado de Guanajuato, los indios se encontraban en su mayor parte en el suroriente, entre Yuririapúndaro y Acámbaro 54. Los habitantes de Acámbaro siempre fueron gobernados por sus propios caciques tanto otomíes como tarascos, pertenecientes a las noblezas ancestrales de ambos pueblos, como fueron: el Capitán Guacamun, Marcos Sinson, Francisco, Gerónimo, Juan, Antonio Yooc, Antonio Yquiox, Rafael, Diego del Aguila, Zacarias, Cristobal León, Diego Vázquez, Andres de Chifuni, Francisco Puruato, los que estuvieron recibiendo mercedes de sitios para estancias ganaderas y caballerías de tierra para sembradura55, que en un principio estuvieron en su poder para luego perderlos, como veremos adelante. En el régimen de Encomiendas existía la disposición legal de que el Encomendero nunca podía tener bienes dentro del espacio habitado y explotado por sus encomendados, ordenamiento que por lo que respecta a Acámbaro no se cumplió en lo absoluto, dada la buena amistad habida entre Hernán Pérez de Bocanegra y el Virrey Don Antonio de Mendoza, pues desde 1538 se empezaron a dar a Hernán directamente, o a través de sus hijos o por interpósita persona, infinidad de mercedes de tierra para crear estancias de ganado mayor o menor y caballerías de tierra para agricultura, todas dentro de los confines de su Encomienda, que era Acámbaro y Apaseo, por lo que en esa región no tardó en desarrollarse el latifundismo, representado por grandes haciendas en poder de los Pérez Bocanegra56, las que más crecieron con las constantes compras y permutas que la familia terrateniente fue 53 Archivo General de la Nación. General de parte. Tomo número 1. Expediente número 631. Philip W. Powell. Ob. Cit. Pág. 161. Claude Morín. Ob. Cit. Pág. 29. 54 Claude Morín. Ob. Cit. Pág. 30. 55 Delfina Esmeralda López de Sarrelangue. Ob. Cit. Págs. 232 y 233 y 278. 56 Claude Mórin. Ob. Cit. Pág. 29. haciendo con los indios tenedores de tierras, hasta que éstos quedaron sin nada o casi nada. El mal ejemplo estaba dado y varios españoles lograron que las autoridades virreinales les hiciesen Mercedes de tierras, para crear Estancias en el país acambarense, como fueron: la dada en 1560 a Antón Maldonado 57; a Luis Ponce de León, el 30 de septiembre de 1563 58; a Luis de Torres, el 15 de septiembre de 1565; a Pedro de Robles, a Pedro Ponce, a Diego Jiménez, a Sara de Monrroy, a Diego Pérez, a Pedro Bricuela, todas en 156559; a Bernardino Pacheco de Bocanegra y a Cristóbal de Villatoro respectivamente en 1567 60, entre otros. Si en un principio de la vida colonial, Acámbaro solo producía “semillas de la tierra”, para fines del siglo XVI también se daba trigo, cebada y otros frutos de España en gran cantidad, y en sus llanos pastaban más de cien mil cabezas vacunas, de manera que de mantenimientos era muy abundosa, sobrepasando las necesidades de la Provincia que solo era de unas cuantas familias de españoles y sus dependientes y de aproximadamente de tres mil vecinos indios que vivían en casas pajizas y de trabajar sus pocas sementeras que aún tenían o alquilándose como jornaleros a los españoles agricultores o ganaderos. Con el mestizaje se inculcó el vicio de la embriaguez entre indígenas, castas y mestizos. Para ese momento, fines del siglo XVI, se hablaban cinco lenguas en la región: el castellano, el chichimeca, otomí, mazahua y la tarasca, que era la más general. El distrito dependía del corregimiento de Yuririapúndaro y éste de la Alcaldía Mayor de Celaya, limitando por la banda del sur con Zinapécuaro a una distancia de tres leguas aproximadamente; por el levante y a doce leguas de distancia con Querétaro; por el norte a 15 leguas con la villa de españoles de San Miguel, y por la banda del poniente a una distancia de cabecera a cabecera de siete leguas con Yuririapúndaro; quedando dentro de sus límites 46 pueblos de todas dimensiones. El convento franciscano de la cabecera, bien construido, estaba siempre atendido por 3 o 4 sacerdotes y un lego, aparte de los que siempre andaban recorriendo las doctrinas o en otras labores de su ministerio61. 57 Archivo General de la Nación. Ramo Mercedes. Volumen número 5. Archivo General de la Nación. Ramo Mercedes. Volumen número 7. 59 Archivo General de la Nación. Ramo Mercedes. Volumen número 8. 60 Archivo General de la Nación. Ramo Mercedes. Volumen número 9. 61 Relación de Celaya…. Págs. 126, 127, 131, 132, 133, 145 y 146. 58 Así, Acámbaro, siendo buen refugio de indios chichimecas pacíficos, otomíes y tarascos, bien administrados espiritualmente por los hijos de San Francisco de Asís, muchas veces encabezados por sus Señores Naturales, tanto indígenas como españoles, ayudaron en mucho a la población de este largo espacio que se llama Bajío, y otras veces guiados por sus queridos frailes, diseminaron por el mismo terreno y aún más lejos, la palabra de Cristo. Por lo tanto, bien ganada tienen los franciscanos la honra de haber sido sus hombres en el centro de México, unos de los principales fundadores de poblaciones y de catequizadores. Gavia de Rionda de la Cruz de Pajero, Mineral de Mellado, Guanajuato, Gto. Septiembre de 2012. Bibliografía - Espinosa, Fray Isidro Félix de. Crónica de la Provincia Franciscana de los Apóstoles de San Pedro y San Pablo de Michoacán. Jiménez Moreno, Wigberto. La colonización y evangelización de Guanajuato en el siglo XVI. López Sarrelangue, Delfina Esmeralda. La nobleza indígena de Pátzcuaro en la época virreinal. Mc Carty, Kieran R.. Los franciscanos en la frontera chichimeca. Powell, Philip W. La guerra chichimeca. 1550-1600. Relación de Celaya, Acámbaro y Yurirapúndaro, de 1580. Págs. 135 y 136 Relación de Michoacán. Ruiz Arias, Vicente. Historia de la Provincia de Guanajuato. Mecanografiada. Torquemada, Fray Juan de. Monarquía Indiana, Tomo I Conferencia Acámbaro indígena, colonizador y evangelizador en el siglo XVI se presentó en el Salón de actos del Museo Regional de Acámbaro. Corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana. 25 de octubre de 1986. Acámbaro, Gto. Capítulo II LOS CHICHIMECAS EN GUANAJUATO A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVI En los principios de la centuria número XVI y en el corazón de estas tierras guanajuatenses, había muchos vestigios de asentamientos humanos indígenas, de considerable nivel cultural, pero eran sólo eso, huellas, pues estaban abandonados y en ruinas, y posiblemente los chichimecas tuvieron mucha culpa en su desalojo y expulsión de habitantes, sin omitir la posibilidad de otras causas concomitantes como sequías, enfermedades, etc. Si bien es cierto que en los primeros decenios del siglo XVI, casi todo el país guanajuatense se encontraba ocupado por chichimecas, “en épocas más antiguas, es muy probable que los tarascos hayan dominado aún regiones más al norte del río Lerma, y el hecho de encontrarse la llamada cerámica ‘tarasca’ y algunas otras en varias regiones del Estado de Guanajuato, es una clara indicación de que la frontera de los pueblos sedentarios contra los nómadas ha sufrido un retroceso, pues parece que este límite pudo coincidir, en otros tiempos, casi con los actuales linderos de Guanajuato con San Luis Potosí”. 62 Posiblemente este repliegue de los pueblos cultos se debió al ímpetu guerrero de los chichimecas, que los hicieron terribles e inconquistables, como veremos adelante. Es bien sabido que este término “chichimeca”, fue la designación impuesta por los pueblos cultos del sur de México, a todas aquellas naciones que se encontraban en un estado cultural muy primitivo; por lo que el sustantivo “chichimeca” no designaba singularmente a un pueblo, tribu o nación, sino a un nivel de cultura muy primitiva, dentro del cual se encontraban los habitantes del suelo del ahora Estado de Guanajuato. El visitador de los franciscanos, Fray Alonso Ponce, que en 1585 transitó por el territorio de los chichimecas, confirma lo anterior al decir: “chichimeco es vocablo mexicano y nombre genérico, debajo del cual se comprenden muchas naciones de indios bárbaros, de diferentes lenguas, que se ocupan de robar, saltear y matar en lo de México y hacia Zacatecas, y de la otra parte, y a un lado y otro. Todos estos indios de guerra son llamados comúnmente chichimecas, de los españoles, y aún de los indios mexicanos y tarascos...” 63 62 Jiménez Moreno Wigberto. Estudios de historia colonial. El ámbito territorial y temporal de la conquista. México. 1958. Pág. 63. 63 Ciudad Real Antonio de. Tratado curioso y docto de las grandezas de la Nueva España. U.N.A.M. México. 1976. Tomo II, pág. 159. de las Casas Gonzalo. Guerra de los Los chichimecas ocupaban un espacio muy lato e indefinido: al sur, desde confines con la provincia otomí de Jilotepec; al norte, hasta donde el hombre blanco y sus aliados indios llegasen o conociesen. Ese lugar formó el territorio llamado “El Gran Chichimeca”, que varió su tamaño en los tiempos, según se sabiese de él.64 Habitado, o mejor dicho transitado por infinidad de grupos desunidos entre sí, más bien compuestos de corto número de integrantes que de chichimecas. Anales del Museo Nacional de Historia, Etnografía y Antropología. México, 1903. Tomo I, pág. 159: “Este nombre chichimeca es genérico, puesto por los mexicanos (en ignomia) a todos los indios que andan vagos, sin tener casi ni sementera... Es compuesto (el nombre) de chichi, que quiere decir perro, y mecatl, cuerda o soga, como si dijesen, perro que trae la soga arrastrando....”. Torquemada Fray Juan de. Monarquía indiana. Porrúa. México. 1975. Tomo III, pág. 602: “chichimeca, es nombre común, entre nosotros los españoles, y entre los indios cristianos, de unos indios infieles y bárbaros, que no teniendo asiento cierto (especialmente en verano) andan discurriendo de una parte en otra, no sabiendo que son riquezas, ni deleites, ni contrato de policía humana.”. Powell Philip W. La guerra chichimeca (1550-1600). F.C.E. México. 1978. Pág. 20: “epíteto genérico aplicado durante largo tiempo a los indios nómadas y paganos del norte...". Dávila Aguirre Jesús. Chichimecatl. México. 1979. Pág. 52: “el término chichimeca comprende no a una raza determinada, sino que se emplea para designar al conjunto de pobladores del desierto y de la zona árida, sin distinción de raza o de lengua, pero con una unidad homogénica en cuanto a modo de vida, costumbres, organización y caracteres antropológicos en general.”. El mismo autor y en la misma página: “Algunos autores dividen el pueblo chichimeca en dos grandes grupos: los habitantes de la mesa del norte y los de la mesa central, estableciendo diferencias culturales que en realidad solo corresponden a la influencia de los grupos mesoamericanos, sus vecinos del sur, tarascos, nahoas y otomíes... Es frecuente también que algunos cronistas e historiadores de épocas pasadas, aplicaran indistintamente el nombre de chichimecas a cualquier grupo de indígenas belicoso o salvaje. La tendencia actual es de llamar chichimecas a los habitantes de la zona árida del norte en caracteres antropológicos semejantes.”. Herrera Antonio de. Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y tierra firme del mar océano. Argentina. 1945. Década Séptima: “Este nombre chichimeca en lengua mexicana, compuesto de perro y de soga, porque chichi quiere decir perro y mecatl significa soga, como si dijesen perro de trailla, y entre ellos no todos se llaman de este nombre; porque hay muchas diferencias de naciones, lenguas y apellidos de ellos, pero todos son en una manera salvajes y vestiales.”. 64 A.G.I. Audiencia de México. Legajo 19. Carta del virrey Martín Enríquez al rey, de fecha 23 de septiembre de 1575: “La cordillera de los indios de paz con los de guerra (los chichimecas) toma más de 200 leguas...”. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo I. Pág. 38: “Hacia las partes del norte (en contra de la ciudad de México, y en grandísima distancia, apartadas de ella) hubo unas provincias... cuyos moradores, en común y genérico vocablo fueron llamados chichimecas...”. Clavijero Francisco Javier. Historia Antigua de México. México. 1958. Tomo I. Pág. 41: “Pasadas las poblaciones de esta nación (la otomí) no había otras por aquel rumbo en más de 400 leguas. Este grande espacio de tierra estaba ocupado de naciones bárbaras e indómitas (los chichimecas)...”. Cuevas Mariano. Historia de la Iglesia en México. México. 1946. Tomo 2. Pág. 419: “los chichimecas... se movían en el centro de México dentro de una circunferencia de unos 170 kilómetros de radio, con centro en el norte del Estado de Guanajuato...”. Florescano Enrique. Colonización, ocupación del suelo y “frontera” en el norte de Nueva España, 1521-1750. Tierras Nuevas, México. 1969. Pág. 44: “desde tiempos prehispánicos la línea formada por el cauce de los ríos Lerma y Pánuco fue la frontera que separó a los grupos indígenas cazadores y recolectores (chichimeca) de la zona árida del norte, de los pueblos sedentarios del centro y sur de México... “La Gran Chichimeca”, ese inmenso territorio que se extendía desde el río Lerma hasta Texas...”. muchos; unidos por lazos sanguíneos muy cercanos, y que respondían a diversos y varios nombres que otros les imponían o que ellos se ponían. Sin embargo, tenían una gran uniformidad en sus formas de vida, los tipos de alimentos y bebidas que ingerían, usos económicos y sociales, y en sus ideas abstractas.65 Formados por grupos más bien errantes que sedentarios, que cambiaban de lugar conforme se agotaban los frutos y la caza, pues desconocían la agricultura y todo tipo de trabajo creativo; en general desnudos y en ocasiones vestidos de pieles crudas y de acuerdo con la diversidad de climas que tenían que conocer en su constante cambio de habitación; alimentados con frutos y carnes que proporcionaba el medio geográfico, y que ingerían sin preparación o condimento alguno; bajos de estatura, de color moreno cenizo, de carnes enjutas, musculosos y fuertes; acostumbrados a largas caminatas y a soportar todas las manifestaciones de la naturaleza, por crudas que fueran; al parecer, sin una religión definida, ni sistema de convivencia social, solamente unidos en pequeños grupos por lazos sanguíneos; diestros en el uso del arco y flechas, para lo que desde su infancia recibían esmerada educación, pues su supervivencia dependía en mucho de tal pericia; pasaban su existencia en guerra constante con los otros grupos chichimecas, por el dominio temporal de un territorio rico en frutos y animales, por el hurto de las mujeres jóvenes, por incursiones que hacían a territorios de pueblos sedentarios en busca de objetos que robar, o simplemente por el placer de matar, lo que verdaderamente les brindaba un gran júbilo, pues el que más mataba semejantes era reputado como más valiente, y esto era su máximo orgullo. En lo que es el actual territorio del Estado de Guanajuato, vivían merodeando varios de estos grupos, que a veces solo se diferenciaban en la lengua; grupos que dominaban un territorio más o menos definido, aunque no preciso y delimitado por fronteras estrictas. Estos grupos eran los pames, 66 los guamares con sus confederados los copuces, guajabanes y sanzas,67 los guachichiles, sus unidos, y otros 68. 65 Mendizabal Miguel Othón de. Historia económica y social de México. Obras completas. México. 1946. Tomo IV, pág. 100. 66 de las Casas Gonzalo. Ob. cit. Pág. 159: “La nación de estos chichimecas más cerca a nosotros, digo a la ciudad de México son los que llaman Pames, y es un buen pedazo de tierra y gente, están mezclados entre otomíes y tarascos; los españoles les pusieron este nombre... que en su lengua quiere decir no, porque esta negativa la usan mucho... su habitación o clima comienza de 20 grados de latitud, poco más o menos, que es por lo más el Río de San Juan abajo; comienzan en la provincia de Michoacán, en pueblos sujetos a Acámbaro, que son San Martín y Santa María, y en Yuririapúndaro, y aún llegan en términos de Ucareo, que es de esta otra parte del Río Grande, y de allí van a pueblos sujetos a Jilotepec, son Querétaro y el Tuliman, San Pedro, y van por el Río de San Juan abajo, y tocan a Itzmiquilpan, y pasado de Metztitlán, y por aquellas cerranías hasta los confines de Pánuco, y vuelven por los pueblos de... Xichú...”. Dávila Aguirre Jesús. Op. cit. Pág. 56: “Los pames, ocupaban Querétaro, el oriente de Guanajuato y San Luis Potosí....”. Powell Philip W. Op. cit. Pág. 52: “Los pames... los más cercanos a la ciudad de México, vivían al sur y al este de los guachichiles. Algunos grupos fueron localizados al sur hasta Acámbaro, Yuririapúndaro y hasta Ucareo... Desde estos puntos se extendieron por la parte septentrional de la provincia de Jilotepec (exactamente al norte del río de San Juan), por Tulimán, San Pedro, Parrón, Sinquía y Sichú en el norte, y hasta Izmiquilpan y Meztitlán y dentro de la huasteca. Su territorio coincidía en parte con los de los otomíes de Jilotepec, los llamados tarascos de Michoacán, los guachichiles y los guamares en el oeste... eran nómadas... habían absorbido algunos refinamientos culturales de los otomíes; particularmente en el ámbito de las ideas abstractas y las prácticas religiosas, estaban más avanzados que los guamares, los guachichiles y los zacatecos”. 67 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 160: “...Los guamares, que a mi ver es la nación más valiente y belicosa, traidora y dañosa de todos los chichimecas y la más dispuesta, en los cuales hay cuatro o cinco parcialidades, pero todos de una lengua, aunque difieren en algo; su habitación o clima es de 21 grados de latitud hasta 22; empiezan desde la villa de San Miguel, y allí fue su principal habitación, y alcanza a la de San Felipe y minas de Guanajuato y llega hasta la provincia de Michoacán y Río Grande; están poblados en... Pénjamo y Cuerámaro, y allí fue su primera población y de allí van por las sierras de Guanajuato y Comanja a dar a los Organos y Portezuelo... Están en la confederación y amistad de estos guamares y se cuentan por unos: los copuces... los guajabanes y sanzas...”. Velázquez Primo Feliciano. Historia de San Luis Potosí. México. 1946. Tomo I. Pág. 460: “...el límite de los guamares, el cual empezaba en la villa de San Miguel y alcanzaba a la de San Felipe y minas de Guanajuato... San Luis de la Paz fue el asiento de los guajabanes...”. Powell Philip W. Op. cit. Pág. 52: “la nación de los guamares, centrada en las sierras de Guanajuato se extendía hacia el norte hasta San Felipe y Portezuelo, casi hasta Querétaro hacia el este, a veces más allá del río Lerma en el sur, hacia el oeste al menos hasta Aguascalientes...”. 68 de las Casas Gonzalo. Op. cit. Pág. 161: “Los guachichiles... comienzan por la parte de Michoacán, del Río Grande y salen a Ayo el Chico y Valle de Señora, de los Arandas y sierras de las minas de Comanja y villa de Lagos... y toman las sierras del Xale y Bernal y Tunal Grande, por el límite de los guamares... Llegan hasta confines de Pánuco; ocupan mucha tierra, y así es la más gente de todos los chichimecas... este nombre guachichil es puesto por los mexicanos, componese de cabeza y colorado; dicen, se lo pusieron por que se embijan lo más común con colorado, y se tiñen los cabellos con ello, o porque algunos de ellos usan a traer unos bonetillos agudos de cuero colorado... y entre estos guachichiles, (hay) muchas parcialidades...”. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit. Tomo I. Pág. 447: “Guachichila fue llamada por los españoles la tierra que comenzaba en parte de Michoacán del Río Grande, seguía por Ayo el Chico, Valle de Señora de los Arandas y Sierras de Comanja y villa de Lagos, tomaba las del Xale y Bernal y Tunal Grande hasta las Bocas de Maticoya, las Salinas, Peñol Blanco y Mazapil, y por las Macolias confinaba con la provincia de Pánuco...”. Pág. 448: “Quachichil es vocablo mexicano, significa gorrión: de quaitli, cabeza, y chichiltia, cosa colorada o bermeja. Así que cuachichiles o guachichiles, como a estos indios llamaron los españoles, a su cabeza colorada deben el nombre: de colorado se embijaban comúnmente, en particular el cabello. Los había que usaban unos bonetillos puntiagudos de cuero colorado; de ahí la apariencia de gorrión.”. Pág. 460: “...tomaban los guachichiles las sierras del Xale y Bernal y Tunal Grande por el límite de los guamares...”. Dávila Aguirre Jesús. Op. cit. Pág. 56: “...los guachichiles (ocupaban), el extenso territorio desde el río Balsas por el sur, hasta Saltillo por el norte, a través de Guanajuato, Jalisco, Aguascalientes, parte de Zacatecas, Nuevo León y Coahuila...”. Jiménez Moreno Wigberto. Estudios de Historia Colonial.- El ámbito territorial y temporal de la conquista. México. 1958. Pág. 36: “...los guachichiles... que se extendían desde Pénjamo, muy cerca del Río Lerma, hasta Saltillo...”. Powell Philip W. Op. cit. Pág. 48: “Los guachichiles que ocupaban el territorio más extenso... merodeaban desde Saltillo en el norte hasta San Felipe en el sur, y desde No todos estos grupos tenían el mismo nivel de desarrollo cultural; los más cercanos al río Tololotlán, nombre mexicano del río Grande o Lerma69, como se le nominó desde el inicio de la colonización española, así como los más sureños, por contacto con los pueblos de Michoacán los unos, y por lo mismo con los otomíes y náhuatls los otros, habían logrado una talla cultural superior a los de “tierra adentro” o muy metidos en la “Gran Chichimeca”70. Lo que hacía que existiesen leves diferencias entre ellos, como adornos, tatuajes, materiales de que estaban hechas sus armas, ritos religiosos, supercherías, etc; pero como ya decíamos, a todos los grupos o clanes los unificaban las mismas características fundamentales. Gentes nómadas, que transitaban de un lugar a otro, sobre todo en el verano, en busca de caza y recolección de frutos de que se alimentaban; asentándose transitoriamente en un lugar mientras transcurrían los fríos de invierno y calores de la primavera. Pero que seguramente siempre caminaban por lugares conocidos de antiguo, quizá de varias generaciones, tanto en el ir a los terrenos de la cacería y recolección, como a los que les prometían protección para soportar el clima en sus temperaturas bajas y altas anuales. Ligeros en su andar, debido a su poca carga de enseres y alimentos, pues todo lo que tenían que llevar en sí, eran sus armas, escasísimas ropas que portaban, los más indispensables trastos para transportar muy pocos alimentos hechos polvo o en pasta, y los críos de pocos meses de nacidos. Lo que facilitaba que en poco tiempo recorrían grandes distancias: del Bajío a la montaña, del desierto de la meseta a la costa, etc; aparte de conocer muy bien los caminos cortos, aunque tuviesen que pasar por desfiladeros peligrosos, zonas áridas, otras de tupidas y espinosas arboledas, algunas pantanosas o donde reinaba el peligroso puma, lobo, víboras, etc. De entre estos la diosción de la Sierra Madre Occidental hasta la ciudad de Zacatecas... El nombre de “guachichil” que les dieron los mexicanos significaba “cabezas pintadas de rojo”; porque se distinguían por sus tocados de plumas rojas, porque se pintaban de rojo (especialmente el pelo) o porque llevaban “bonetillos” de cuero pintados de rojo.”. A.G.N. Mercedes V: “...los dichos guachichiles no viven juntos, ni tienen partes señaladas a donde vivan, ni tierra conocida, y que andan por los campos...”. Alcedo Antonio de. Diccionario geográfico e histórico de las Indias Occidentales o América. Ediciones Atlas. Biblioteca de autores españoles. España. 1967: “Quachichiles: Nación de indios de los chichimecas, en Nueva España; en tiempos de su gentilidad eran de los más brutales, vivían vagantes por los bosques y montes, manteniéndose de la caza que ejercitaban contra los cristianos, lo mismo que con las fieras; no daban indicio de racionalidad...”. 69 Romero José Guadalupe. Noticias para formar la historia y la estadística del obispado de Michoacán. Guanajuato. México. 1971. Pág. 147. 70 Dávila Aguirre Jesús. Op. cit. Pág. 52: “Algunos autores dividen el pueblo chichimeca en dos grandes grupos: los habitantes de la mesa del Norte y los de la mesa Central, estableciendo diferencias culturales que en realidad solo corresponden a la influencia de los grupos mesoamericanos, sus vecinos del sur, tarascos, nahoas y otomíes”. Gómez Canedo Lino. Evangelización y conquista. Experiencia franciscana en hispanoamérica. Porrúa. México. 1977. Pág. 119. chichimecas era menos errante el vecino de pueblos cultos, al habitante del corazón y extremo norte del territorio chichimeca 71. Cuando se estaban quietos en un lugar, normalmente escogían éste en lo abrupto de las montañas, en el fondo de profundos desfiladeros, junto a altos acantilados o en pequeños valles circundados por montañas, que tuviesen cuevas u oquedades donde pudiesen, sobre todo dormir, o construían chozas de zacate u otras yerbas, de formas cónicas, o simples techados, aprovechando grandes rocas o salientes de éstas. Edificaciones totalmente transitorias y deleznables, que año con año tenían que volver a hacer, pues cuando partían de un lugar nada se llevaban de la construcción y la naturaleza en poco tiempo las destruía 72. 71 de las Casas Gonzalo. Op. cit., pág. 160: “Chichimeca... indios que andan vagos, sin tener casi ni sementera... no les da pena el dejar su casa, pueblo, ni sementera, pues no la tienen. Antes les más cómodo vivir solos de por si, como animales o aves de rapiña, que no se juntan unos con otros para mejor mantenerse y hallar su comida... no tienen casa y andan de unas partes en otras...”. A.G.I. Audiencia de México. Legajo 19. Carta del virrey Martín Enríquez al rey, de fecha 10 de octubre de 1573: “...ellos (los chichimecas) no tienen habitación cierta, ni siembran... andan siempre vagando y bien pocos juntos...”. A.G.I. Audiencia de México. Legajo 20. Instrucción del virrey Martín Enríquez a su sucesor, de fecha 3 de septiembre de 1580: “...nunca tienen un asiento ni lugar cierto donde los puedan hallar, sino que con sus arcos y flechas que son las armas que usan andan de una parte a otra como venados...”. A.G.I. Audiencia de México. Legajo 22. Carta del virrey Luis de Velasco al rey, de fecha 8 de octubre de 1590: “...los indios chichimecas no tienen sitio cierto, ni en los que habitan tienen sementeras... ni usan de casas para su vivienda...”. A.G.N. Mercedes V. “Lo que Vuestra Señoría en nombre de Su Majestad concede a los indios de Jilotepec, que se han de poblar en el Camino Real de las Zacatecas en un sitio adelante de San Miguel.”. De fecha 29 de mayo de 1560: “...los dichos guachichiles no viven juntos, ni tienen partes señaladas a donde vivan, ni tierra conocida, y que andan por los campos como gente sin conocimiento de Nuestra Santa Fe Católica, ni otra sujeción, obediencia, vagando...”. Mendieta Fray Jerónimo de. Historia Eclesiástica Indiana. España. 1973, tomo II, pág. 34: “...andan por los campos como venados, sin tener casas ni policía de hombres...”. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III. Pág. 602: “Chichimeca, es nombre común, entre nosotros los españoles, y entre los indios cristianos, de unos indios infieles y bárbaros, que no teniendo asiento cierto (especialmente en verano) andan discurriendo de una parte en otra...”. Pág. 589: “...estos indios chichimecas, que ahora corren por tierras ásperas... haciendo noche donde se les pone el sol... llevando consigo sus mujeres e hijos...”. Acosta José de. Historia Natural y Moral de las Indias. México. 1962. Pág. 320: “...Dormían por los montes, en las cuevas y entre las matas... no tienen pueblos ni asiento...”. Clavijero Francisco Javier. Op. cit., pág. 41: “...naciones bárbaras e indómitas, que ni tenían domicilio fijo...”. 72 de las Casas Gonzalo. Op. cit., pág. 178: “..todas las rancherías que yo he visto suyas, están arrimadas a algunos pedrastros y sobre quebradas hondas...”. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Memoriales. México. 1971. Pág. 3: “Estos chichimecas no se halla que tuviesen casa ni lugar... Habitaban en cuevas y en los montes...”. Pág. 197: “...ni tienen choza, ni casa, ni hogar, más que se abrigan par de algunos árboles...”. Ciudad Real Antonio de. Op. cit., tomo II, pág. 160: “La habitación y morada de estos chichimecas es una ranchería y casillas de paja en sierras o junto a sierras en lugares Su errantía provenía de no practicar la agricultura, lo que no quiere decir que todos no la conocían; pues los que estaban o pasaban cerca de los pueblos cultos, o los que se acercaban periódicamente, por lo menos la habían visto realizar. Así pues, los chichimecas más culturizados la conocían y ejecutaban, sobre todo en el cultivo del maíz, chile y calabazas; no así los que por no tener ningún contacto con éstos, la desconocían. Pero en general fue característica de todos, pues aún los que la conocían, dejaban de ejecutarla por pereza y por el gusto de andar de nómadas, etc. 73. Así pues, de lo que se alimentaban lo adquirían de la caza y la recolección; razón fundamental de su nomadismo periódico, que sobre todo lo realizaban después del tiempo de lluvias, cuando había frutos y animales gordos. La caza la hacían los hombres de todas las edades y la recolección de frutos las mujeres también de cualquier edad. Conocían por transmisión de generaciones, los lugares donde pastaban los mejores y más gustados animales, y donde se daban los frutos más sabrosos y más de su agrado. Para ir a la caza se preparaban de lo necesario en abundancia: arcos y flechas. A la recolección, de cestas y redes. Cazaban y por lo tanto comían, casi todo lo que se movía: venados, pumas, roedores, culebras, topos, tarántulas, lagartijas, ranas, etc; los que casi siempre deglutían crudos o semicrudos, despedazándolos con las manos, uñas y dientes y a veces con un instrumento de piedra que hacía la función de cuchillo. El hombre mataba al animal y la mujer iba por él, lo cargaba, pelaba, limpiaba y sazonaba. Eran muy diestros en la cacería, pues flechaban a los animales en plena carrera, dejándolos muchas veces clavados en el suelo con la flecha, a las nerviosas y veloces liebres y aún a los resistentes armadillos, no obstante su dura caparazón; derribando en pleno vuelo a las menudas y ásperos y fragosos, por estar más seguros, y nunca en llanos...”. Torquemada Fray Juan de. Op. cit., tomo I, pág. 38: “...su habitación en los lugares cavernosos...”. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit., tomo I, pág. 387. Powell Philip W. Op. cit., págs. 54 y 58. 73 de las Casas Gonzalo. Op. cit. Pág. 165: “...no siembran ni cogen ningún género de legumbre, ni tienen ningún árbol cultivado...”. Torquemada Fray Juan de. Op. cit., pág. 598: “...sin saber sembrar ni coger pan...”. Acosta José de. Op. cit. Pág. 320: “No sembraban ni cultivaban la tierra...”. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit. Tomo I, pág. 450. Dávila Aguirre Jesús. Op. cit., pág. 63. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Ob. cit., pág. 186: “Estos chichimecas no se halla que tuviesen... maíz ni otro género de pan y semillas.”. Cartas de Indias. España. 1974. Tomo I. Carta de Fray Andrés de Olmos al emperador Don Carlos de fecha 25 de noviembre de 1556. Pág, 127: “...que ni tienen casa, ni siembran...”. Herrera Antonio de. Ob. cit., Década Séptima. Pág. 299: “ni labran la tierra, aunque las tienen muy buenas y fértiles...”. Mendizabal Miguel Othón de. Ob. cit., pág. 102: “Sería necesario poner entre ellos quien les muestre a cultivar la tierra...”. Cuevas Mariano. Ob. cit., tomo II, pág. 421: “...ni en los pueblos que habitan tienen sementeras...”. ligeras aves como el colibrí, y aún a las águilas y zopilotes que caían desde grandes alturas. Primordialmente gustaban de la carne 74. Recolectaban casi todo tipo de frutos y otras partes de los vegetales, de las regiones por donde transitaban, como: tunas, garambullos, vainas de mezquite, pitayas, flores de yuca, hojas de nopal tiernas, raíces y tubérculos, pencas de maguey, el corazón del mismo y otros cactus. Las tunas, tanto la dulce como la agria, eran de los principales alimentos y del que más había por todos lados donde fuesen. Se comían frescas; otras veces eran secadas al sol y luego molidas, para su fácil transporte 75; en otras 74 de las Casas Gonzalo. Op. cit. Pág. 172: “...lo más común es mantenerse de caza, porque todos los días la salen a buscar; matan liebres, que aún corriendo, las enclavan con sus arcos, y venados, y aves, y otras chucherías que andan por el campo, que hasta los ratones no perdonan... si acaece matar algún venado, a de ir la mujer por el, que no lo ha de traer a cuestas (el hombre)...”. Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, pág. 161: “gustan mucho de comer carne...”. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Ob. cit., pág. 281: “Cuando van a caza, cercan los venados, liebres y conejos, y aunque vayan a más correr, no se les ha de salir cosa sin la matar o herir que caiga presto; y si por alguna arte se sale la caza sin lesión, la pena que dan al que mala maña se dió, es señalarle y echarle una vestidura de mujer... dando a entender que no es hombre sino mujer el que no es muy gran flechero y certero.”. Pág. 197: “...venados, que en todos aquellos llanos hay mucho número de ellos, y de liebres y conejos, y culebras y víboras, y de esto comen asado, que cocido ninguna cosa comen...”. Acosta José de. Ob. cit., pág. 320: “solo se mantenían de caza... todo su ejercicio y vida era cazar, y en esto eran diestrísimos... cazaban venados, liebres, conejos, comadrejas, topos, gatos monteses, pájaros, y aún inmundicias como culebras, lagartos, ratones, langostas y gusanos, y de esto y yerbas y raíces, se sustentaban... las mujeres iban con los maridos a los mismos ejercicios de caza.”. Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit. Tomo II, pág. 228: “Comen carne de venados, vacas, mulas, caballos, víboras, y de otros animales ponzoñosos, y esas (cuando más bien aderezadas) por lavar y medio crudas, despedazándolas con las manos, dientes y uñas, a manera de lebreles.”. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III, pág. 589: “...comiendo lo que podían matar con arco y flechas... la caza que matan se la dejan en el lugar donde la mataron y obligan a las mujeres que vayan por ella por muy lejos que sea... comiendo lo que pueden matar con arco y flechas...”. Herrera Antonio de. Ob. cit., Década Séptima. Pág. 299: “sustentanse de caza de venados, conejos y liebres y de sabandijas y frutas silvestres, como son tunas, mezquites y panales...”. Espinoza Fray Isidro Félix de. Crónica de la provincia de los apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán. México. 1945. Pág. 143. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, págs. 386, 450. Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., pág. 61. 75 de las Casas Gonzalo. Op. cit., pág. 172: “...de las frutas que más usan son, tunas, haylas de muchas maneras y colores, y algunas muy buenas...”. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Op. cit. Pág. 197: “...tunales, que son unos árboles que tienen las hojas del grueso de dos dedos, unas más y otras menos, tan largas como un pie de un hombre, y tan anchas como un palmo; y de una hoja de estas se planta y van procediendo de una hoja en otra, y a los lados también van echando hojas, y haciéndose de ellas árbol. Las hojas del pie engordan mucho, y fortalecense tanto hasta que se hacen como pie o tronco de árbol. De este género de nuchtli hay muchas especies; unas llaman montesinas, estas no las comen sino los pobres; otras hay amarillas y son buenas; otras llaman picadillas, que son entre amarillas y blancas, y también son buenas; pero las mejores de todas son las blancas, y a su tiempo hay muchas y duran ocasiones, eran exprimidas para solo aprovechar el jugo, tanto como alimento o bebida refrescante para suplir el agua, como para hacer el gustado y embriagante colonche 76. El fruto del mezquite era comido maduro y fresco, o bien seco y molido, de cuyo polvo unido con agua se hacía una pasta que endurecida resultaba un pan que duraba mucho tiempo 77. El corazón del maguey se cuecía en “hornos de tierra”, para hacer el quiote 78, con el que suplían el dulce 79. También comían maíz tostado, molido y endulzado con miel, o sea el pinole. Esto sobre todo en sus correrías 80. Por lo tanto, fundamentalmente se alimentaban de carne y vegetales 81. mucho, y los españoles son muy golosos de ellas, mayormente en verano y de camino con calor, porque refrescan mucho. Hay algunas tan buenas que saben a peras, y otras a uvas. Otras hay muy coloradas y no son nada apreciadas, y si alguno las come es porque vienen primero que otras ningunas. Tiñen tanto que hasta la orina del que las come tiñen, de manera que parece poco menos que sangre; tanto, que de los primeros conquistadores que vinieron con Hernando Cortés, allegando un día a donde había muchos de estos árboles, comieron mucha de aquella fruta sin saber lo que era, y como después todos se viesen que orinaban sangre, tuvieron mucho temor, pensando que habían comido alguna fruta ponzoñosa, y que todos habían de ser muertos...”. 76 Carrera Luis. Diccionario de Aztequismos. México. 1980. Pág. 50: “Colonche.- Bebida fermentada, especie de tepache. Etimología desconocida. ¿De coloa, torcer o andar haciendo rodeos?”. 77 de las Casas Gonzalo. Op. cit., pág. 172: “...también comen la fruta de otro árbol, que acá llamamos, mezquitl, que es un árbol silvestre, bien conocido, que lleva unas vainas como algarrobas, las cuales comen y aún hacen pan, para guardar y comer cuando se acaba la fruta...”. Velázquez Primo Feliciano. Colección de Documentos para la Historia de San Luis Potosí. Tomo I, México. 1897. Descripción de Querétaro, por su Alcalde Mayor Hernando de Vargas, de 20 de enero de 1582... pág. 41: “...árbol llamado mezquite, en lengua mexicana, el cual da una fruta... comen los naturales de esta fruta cuando está madura, por golosina, hay mucha cantidad de ellos en toda esta tierra... y los indios chichimecos hacen unos panes muy grandes de esta fruta molida, que comen entre año, él es pan riquísimo y sin virtud ninguna, el es tal cual ellos son...”. Ciudad Real Antonio de. Op. cit., tomo II, pág. 162: “...mezquite, que es fruta de un árbol de que hacen pan...”. 78 Carrera Luis. Op. cit., pág. 116: “Quiote.- Bohordo o eje floral del maguey “saltado”, es decir que florece antes de ser “capado” para rasparse. Más propiamente se llama mequiote. El quiote asado es comestible.”. 79 de las Casas Gonzalo. Op. cit. Pág. 172: “...el maguey les es gran ayuda y mantenimientos, que nunca les falta, y del que se aprovechan en todo lo que los demás de la Nueva España, y cierto en no hacer ropa de él, pero comen las hojas y raíz cocidas en hornillo, que acá llaman mixcalli, y es buena comida....”. 80 Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, págs. 388, 450. 81 A.G.I. Audiencia de México. Legajo número 20. Instrucción que el virrey Martín Enríquez le dejó a su sucesor, de fecha 3 de septiembre de 1580: “...andan de una parte a otra y como venados sustentándose desde yerbas y raíces y polvos de animales que traen en unas calabazas...”. Ciudad Real Antonio de. Op. cit., tomo II. Pág. 162: “...donde quiera que llegan hallan que comer raíces, yerbas, tunas y lechuguillas... con lo cual se sustentan y viven sanos, recios y valientes...”. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Op. cit., pág. 3: “...Estos chichimecas no se halla que tuviesen... ni maíz, ni otro género de pan y semillas... manteníanse de raíces del campo, y de venados, conejos, liebres, y culebras, y esto comían crudo, seco al sol...”. Aquellos que gustaban caminar por lugares lacustres o de ríos, enriquecían su dieta con peces que capturaban ya fuese flechándolos, con arpones de punta de madera dura, de hueso o de sílice; con nasas de carrizos, tules, raíces o varas; o con las simples manos a “zambullidas nadando”82. Practicaban el canibalismo, aunque éste, como otros grupos de México que también lo realizaban, era totalmente ritual, y por lo tanto solo consumían partes determinadas del cuerpo humano, en especiales ocasiones y de muy singulares individuos83. En morrales o talegos, en guajes o calabazas, o en cestas muy bien tejidas, transportaban la carne seca y molida, el pan de mezquite, el pinole y otros comestibles; así como las bebidas, agua y vino; yerbas medicinales, peyote, amuletos: cenizas de sus ancestros, etc. Conocían el fuego; lo sabían producir por frotación o por golpe y chispa; del que hacían buen uso para prepararse los alimentos, calentarse, alumbrarse, suturarse las heridas, preparar las puntas de las flechas, castigar, incinerar los muertos, en actos rituales o de brujería, etc.84. Contaban con pocos útiles caseros, como cestas de ixtle de tejido muy apretado; otras hechas de vara, carrizo o tule y aún de raíces delgadas; calabazas, redes, cunas de vara o raíz, guacales, huesos para horadar y coser, cráneos para usarse como platos, etc. No tenían, en general, vasijas de barro, pues no practicaban la alfarería85. Aunque “la falta absoluta de alfarería no significaba, en realidad, un atraso tecnológico, sino una característica del nomadismo, puesto que la fragilidad de esta clase de artefactos no se presta a las continuas mudanzas y marchas, en ocasiones precipitadas...” 86. Normalmente tanto hembras como machos, andaban totalmente desnudos. En ocasiones y sobre todo en climas fríos, se cobijaban con cueros 82 de las Casas Gonzalo. Op. cit. Pág. 175: “...algunos alcanzan pescado, y los pescan con la flecha, y otros los toman en cañales y nasas y algunos a zambullidas nadando...”. Jesús Dávila Aguirre. Op. cit., pág. 61. 83 Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 233. Powell Philip W. Ob. cit., págs. 55, 64 y 65. 84 de las Casas Gonzalo. Op. cit. pág. 173: “... el fuego y humo los descubre, porque no pueden vivir sin lumbre...” Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., págs. 66-67. 85 de las Casas Gonzalo. Op. cit. Pág. 176: “...ninguna vasija tienen de barro ni palo, solo tienen unas que hacen de hilo tan tejido y apretado, que basta a detener el agua...”. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit., tomo I, pág. 451. Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., pág. 67. 86 Mendizabal Miguel Othón de. Ob. cit., tomo IV, pág. 108. crudos; o cuando estaban frente a extraños, se tapaban con pieles u hojas, las mujeres de la cintura a las rodillas y los hombres sólo las partes genitales 87. Pero como gustaban “del abrigo y aún quizá del buen parecer de los vestidos”, y como no sabían tejer, en sus fronteras, tanto con los otomíes de Jilotepec como con los habitantes de Michoacán, realizaban actos comerciales, por medio del trueque, dando “cueros de venado, de león, de tigre, de liebre, así como arcos y flechas”, y en cambio recibían “mantas de hilo de maguey y sal, que preciaban sobremanera”88. También gustaban de decorarse; usando el pelo largo, algunos en una o dos trenzas, pintándoselo de colores, ya rojo, ya amarillo; se horadaban las orejas o abajo del labio inferior, donde seguramente traían aretes y besotes; se pintaban de colores los rostros y cuerpos, siempre con rayas, y se hacían algunos tatuajes. Se colgaban, aparte de los pendientes, collares y pulseras de hueso, piedra o madera, y partes del cuerpo humano como cabelleras con todo y cuero, y huesos pequeños de las manos y pies.89. Totalmente libres, sin sujeción a ninguna ley o caudillo, divididos unos grupos de otros, únicamente unidos cada clan por lazos familiares muy cercanos, donde posiblemente la única autoridad era el ancestro más viejo y 87 de las Casas Gonzalo. Op. cit., pág. 176: “Andaban desnudos, in puris naturalibus, las mujeres traen fajados unos cueros de venado, lo demás desnudo, y así no admiten ropa; cuando tratan con nosotros (los españoles) la muestran, y buscan con que cubrir sus vergüenzas, aunque sean unos trapos o yerbas...”. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Op. cit., pág. 197: “...gente muy pobre y muy desnuda, que no cubren sino sus vergüenzas; y en tiempo frío se cubren con cueros de venados...”. Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 228. Cartas de Indias. Tomo I. Pág. 127. Carta de Fray Andrés de Olmos al rey de fecha 25 de noviembre de 1556. Torquemada Fray Juan de. Op. cit. Tomo III, pág. 602: “traen los cuerpos del todo desnudos, duermen en la tierra del todo desnuda, aunque sea empantanada, con perpetua soledad. Sufren mortales fríos, nieves, calores... y por estas y otras cosas adversas que les suceden, no se entristecen”. Acosta José de. Op. cit., pág. 320. Espinosa Fray Isidro Felix de. Ob. cit., pág. 143. Herrera Antonio de. Ob. cit., Década Séptima. Pág. 299. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit. Tomo I, págs. 348, 386, 450. Powell Philip W. Op. cit., pág. 54. Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., pág. 68-69. 88 Velázquez Primo Feliciano. Op. cit. Tomo I, págs. 348 y 386. Mendizabal Miguel Othón de. Ob. cit., tomo IV, pág. 102. 89 de las Casas Gonzalo. Op. cit., pág. 176: “...usan mucho envijarse, que es, pintarse de colores, con almagre colorado, y otros minerales de ellos negros y amarillos y casi de todos colores.”. A.G.N. Ramo Historia, volumen 406. Título de indios encomendados a Sebastián de la Rocha: “...un indio, de nación guachichil... con una raya desde el pelo de la frente hasta el labio de abajo de la nariz y dos arpones que ascienden de las sienes hasta los ojos y dos lunares en las dos sienes, y otro indio... una raya desde el nacimiento del pelo de la frente hasta el labio de abajo de la nariz, tres rayas en la barba y dos desde cada ojo hasta las sienes, otro indio... con rayas en la cara, agujereadas las orejas... una india... y tiene dos rayas en la cara atravesadas y en el carrillo derecho y en el izquierdo una raya, y la barba rayada y horadado el beso y las orejas...”. Ciudad Real Antonio de. Op. cit. Tomo II, pág. 161: “...tienen los rostros rayados, lo cual hacen por galanura y por su contento...”. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit. Tomo I, pág. 450. Powell Philip W. Op. cit. Págs. 54, 260 a la 263. experimentado. En ocasiones, ante peligros o hambrunas solían unirse unos grupos para mejor defenderse y deambular de un lugar pobre a otro rico en vituallas 90. “…ellos son dados muy poco o no nada a la religión, digo a idolatría, porque ningún género de ídolo se les ha hallado, ni quu (sic), ni otro altar, ni modo alguno de sacrificar ni sacrificio, ni oración ni costumbre de ayuno, ni sacarse sangre de la lengua ni orejas, porque todo esto usaban todas las naciones de la Nueva España”. "Lo más hacen algunas exclamaciones al cielo, mirando algunas estrellas, que a lo que se ha entendido, dicen lo hacen por ser librados de los truenos y rayos...”. Según nos transmite sabrosamente Gonzalo de las Casas 91. Todos los autores y documentos están acordes en que los chichimecas no tenían ninguna religión. A lo más, veneraban al sol como deidad principal y como secundarias, a la luna y algunas estrellas. Eran muy supersticiosos, le temían a la lluvia, a los rayos y a los maleficios de los brujos y de algunos animales. Diariamente ofrecían al sol la primera pieza que cazaban, en espera de así contar con más. Al retirarse de sus temporales campamentos recogían todo, “hasta las cáscaras de las tunas”, pues temían dejar algún objeto que hubiesen usado, el que podía caer en manos de brujos o enemigos que les podían hacer algún mal. Durante las epidemias que los diezmaban, cercaban sus aldeas con varas espinosas, creyendo que así se libraban del mal espíritu que los perseguía con la enfermedad. Antes de hacer algo, por ejemplo, ir a la guerra, consultaban sus oráculos, y si “la respuesta les infunde ánimo y coraje, se determinan y aventuran; y si cobardía, dejan de dar la batalla, aunque más les favorezca la ocasión, cólera y apetito y certidumbre de la victoria”92. 90 Benavente Motolinía Fray Toribio de. Ob. cit., pág. 3: “Tenían y reconocían estos chichimecas a uno por mayor, al cual obedecían como pater familias.”. Acosta José de. Ob. cit., pág. 320. Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 228: “No tienen reyes ni señores, más entre si mismos eligen capitanes o caudillos...”. El mismo autor dice en la pág. 227 que vivían sin ningún “contrato de policía humana” y que “tampoco tienen ley alguna”. Torquemada Fray Juan de. Op. cit., tomo III, pág. 589: “...estos indios chichimecas, que ahora corren por tierras ásperas de estos reinos indianos, sin más rey ni ley que su natural discurso... andan discurriendo de una parte a otra, no sabiendo que son riquezas ni deleites, ni contrato de policía humana... No tienen reyes, ni gobierno, ni señores, más entre sí mismos eligen capitanes o caudillos, grandes salteadores, con quienes andan en manadas movedizas, partidas en cuadrillas. Tampoco tienen ley alguna...”. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit., tomo I, pág. XXXIV. Dávila Aguirre Jesús. Op. cit., pág. 73. 91 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 180. 92 Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 228. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III, pág. 603. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Ob. cit., pág. 3: “no tenían sacrificios de sangre ni ídolos, más de llamar al sol y tenerlo por Dios, al cual ofrecían aves, culebras, y mariposas...”. Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo I, pág. 160: “no En el cuerpo se pintaban algunos rasgos característicos de animales, que sobre todo eran feroces o ligeros, deseando así contar con sus virtudes. Portaban muchos amuletos, tales como colmillos de fieras, semillas de algunas plantas, a las que les atribuían algunas cualidades mágicas, piedras con los mismos adjetivos, cabellos humanos o de bestias, etc. Ejecutaban danzas, las que tenían un contenido ritual religioso. Las hacían de noche, en torno a una fogata, danzando unidos de los brazos y en círculo, al parecer sin instrumentos musicales ningunos, “sin música ni canto acompasados”, en total algarabía con plenos gritos. Cuanto tenían algún prisionero, lo ataban en el centro de la circunferencia de danzantes, al que le iban entregando flechas, hasta que alguno le quitaba una y se la lanzaba, produciéndole la muerte 93. El culto que profesaban a sus muertos, también tenía contenido religioso. A sus difuntos los incineraban y sus cenizas las traían consigo en unos costalitos; a los cadáveres de sus enemigos también los quemaban y los restos los tiraban al viento. Guardaban luto por el fallecimiento de sus seres queridos: “su luto es trasquilarse y tiznarse de negro, y traerlo por algún tiempo, y para quitárselo hacen fiesta y convidan a sus amigos, y acompañados van a lavarse...” 94. Los chichimecas que andaban por el territorio del actual Estado de Guanajuato, eran monógamos: “tienen matrimonios y conocen mujer propia, y los celebran por contratos de tercería de parientes, y muchas veces los que son enemigos se hacen amigos a causa de los casamientos; por la mayor parte cuando casan en otra parcialidad sigue el varón el domicilio de la mujer; también tienen repudios, aunque por la mayor parte ellas los repudian y no por el contrario...”; nos dice el testigo ocular Gonzalo de las Casas. Para la mujer, el matrimonio era un estado de esclavitud; al respecto nos sigue diciendo las Casas: “todo el trabajo cae sobre las mujeres, así de guisar las comidas, como traer los hijos y alhajas a cuestas, cuando se mudan de unas partes en otras... las mujeres les sirven (a los hombres) como si fuesen propias tienen ídolos ni adoración ninguna que hasta ahora se les haya conocido...”. Acosta José de. Ob. cit., pág. 320: “ni adoraban dioses ni tenían ritos ni religión alguna”. Mendizabal Miguel Othón de. Ob. cit., tomo IV, pág. III. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 449. Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., págs. 75-76. 93 de las Casas Gonzalo. Op. cit. Pág. 179: “...cuando matan a algún cautivo bailan a la redonda de él, y aún al mismo le hacen bailar... Los bailes son harto diferentes de todos los demás que acá se usan, hacenlos de noche al rededor del fuego, encadenados por los brazos unos de otros, con saltos y voces, que a los que los han visto, parecen desordenados, aunque ellos con algún concierto lo deben hacer, no tienen son ninguno, y en medio de este baile meten al cautivo que quieren matar, y como van entrando, va cada uno dándole una flecha, hasta el tiempo que el que se le antoja se la toma y le tira con ella”. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 451. 94 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 179. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 450. esclavas, hasta darles las tunas mondadas”, “si acaese matar (el hombre) algún venado, a de ir la mujer por él, que (el hombre) no lo ha de traer a cuestas, y así tienen cuidado las mujeres de coger estas frutas y raíces y aderezarlas y guisarlas, cuando ellos vuelven de caza”. Para el macho el matrimonio era dulzura, “porque a los varones no les es dado cargarse, ni se encargan de otra cosa más que con su arco y flechas, pelear y cazar”. Para la mujer todo era sufrimiento, “porque como no tiene casa y andan de unas partes en otras, muchas veces les acontecía parir caminando, y aún con las pares colgando y corriendo sangre caminan, como si fuesen una oveja o cabra; lavan luego sus hijos, y si no tienen agua los limpian con unas yerbas; no tienen otro regalo que darles, más que la propia leche; ni los envuelven en mantillas porque no las tienen, ni cuna, ni casa a donde se abriguen, sino una manta o peña, y con toda esta aspereza viven y se crían” 95. Al nacer el hijo primogénito de un matrimonio, los amigos y parientes le hacían heridas al padre hasta hacerlo sangrar 96. La educación de los menores quedaba a cargo de la madre, por lo menos en los primeros años de sus vidas; cuando los varoncitos ya podían empezar a manejar las armas, entre los cinco y los seis años, quedaban a cargo del padre, el que debía enseñarles el manejo del arco y las flechas y las demás reglas guerreras y de cacería; las mujercitas quedaban siempre bajo la dirección de la progenitora, la que debía enseñarles los deberes de esposa chichimeca. Aunque las mujeres también sabían hacer uso del arco97. Gonzalo de las Casas dice: “Hasta hoy no se ha hallado nación que se contente con beber solo agua”, y no sabemos si el testigo las Casas se refirió a los pueblos que quedaron dentro de la Nueva España, o a todas las naciones del mundo, pero la verdad es que nuestros chichimecas eran excesivamente borrachos. Tenían más tipos de vinos que cualquiera de los pueblos de la meseta central de México. Aunque no sabían tejer el ixtle del maguey para hacerse tilmas que los arroparan, en cambio, sacaban muy buen pulque de él; lo mismo de las vainas del mezquite, que fermentadas producían un vino, y también otro del zumo de la tuna (colonche); de los que hacían uso colectivo muy frecuentemente, convinándolos con peyote. De tal revoltura, las bacanales eran atroces y peligrosas, y “por la experiencia que tienen del daño 95 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., págs. 179-180. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Ob. cit., pág. 3: “Tomaban a solo una por mujer y no propinca pariente”. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III, pág. 589: “la caza que matan se la dejan en el lugar donde la mataron y obligan a las mujeres que vayan por ella por muy lejos que sea.”. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 450. 96 Philip W. Powell. Ob. cit., pág. 56. 97 Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, pág, 160: “crianse y ensayanse en esto desde niños, y este es un ejercicio desde que llegan a edad de poder tirar un arco pequeño, y así salen grandes tiradores.”. que les sucede en las borracheras, tienen ya de costumbre, que en emborrachándose se apartan las mujeres de ellos, y les esconden los arcos y flechas, y según he sabido nunca todos juntos se emborrachan, que siempre dejan quien vele y mire por ellos, para que no los tomen borrachos”. La elaboración de éste quedaba a cargo de las mujeres. Por cierto, que no llegaron a gustar de los vinos y aguardientes que, en la época colonial, traían los españoles, por muy finos que fuesen 98. Sobre sus diversiones, las Casas dice: “Sus pasatiempos son juegos, bailes y borracheras; de los juegos el más común es el de la pelota, que acá (en la región de México) llaman batey, que es una pelota tamaña como las de viento, sino que es pesada y hecha de una resina de árbol muy correosa, que parece nervio, y salta mucho y juegan con las caderas y rastreando las nalgas por el suelo, hasta que venció el uno al otro; también tienen otros juegos de frijoles y canillas, que todos son sabidos entre los indios de estas partes; y el precio que juegan es flechas y algunas veces cueros; también tienen otro pasatiempo de tirar al terrero, y en ello meten a las mujeres que tiren con sus arcos a una hoja de tuna, la cual tiene por dentro llena de zumo colorado de tunas...” 99. Su característica general y fundamental de todos los grupos del Gran Chichimeca, fue que estaban en guerras constantes un pueblo contra de otro y aún dentro del mismo pueblo una familia en contra de otra u otras, siempre por razones de dominio de un territorio, de cotos de caza, lugares de recolección, abrigos donde acampar, y hasta por la disposición de una pieza cazada o un fruto, raíz o penca recolectada. “Estos chichimecas... siempre unos con otros han traído y traen guerras, sobre bien livianas causas, aunque algunas veces se confederan y hacen amigos y después se tornan a enemistar, y esto les acontecía muchas veces, y aún entre una misma lengua y parcialidad, que sobre el partir un hurto o presa o caza, que ellos hayan hecho de común, pelean y se apartan unos de otros...” 100; “... no se hartan de matar en ellos, y aún con otros, los que son de diferentes lenguas traen siempre diferencias y contiendas... Todos los chichimecas, hombres y mujeres y niños, son gente de guerra, porque todos se ayudan para hacer la munición y flechería...” 101. 98 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 179. Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, pág. 95. Alegre Francisco Javier. Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España. México. 1960. Tomo I, pág. 417: “Las mujeres hacen el vino... El modo de fabricarlo es... ponerlo al fuego o al sol...”. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, págs. 451, 458. 99 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 181. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 451. 100 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 181. 101 Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo III, pág. 160. “Tienen estos chichimecas entre sí, guerras civiles muy sangrientas y enemistades mortales, así nuevas como antiguas, heredadas de mano en mano de sus antepasados, y estas por livianas ocasiones, porque los unos entraron en tierras de otros o a cazar o a coger alguna fruta...” 102. Sus armas generales eran el arco y la flecha. Los más diestros en el uso de estas103; de excelente puntería a corta y larga distancia; de mucha rapidez en sus tiros y en la continuidad de unos a los otros. En guerra o caza traían su aljaba siempre llena de flechas y cuatro o cinco de éstas en la misma mano donde portaban el arco, tanto para tenerlas más cerca y asegurar la rapidez de los tiros, como para en caso de combate, entre flechas y arco “rebatir las que le tira su enemigo”104. La aljaba o carcaj, era un cilindro de más o menos de treinta a cincuenta centímetros de largo, de piel cruda de venado, gato montés, puma u otros animales, suspendida a la espalda por una correa del mismo cuero, que atravesaba de un hombro a la cintura del lado contrario. Además traían un brazalete de cuero, de la muñeca al codo, en el brazo donde portaban el arco y donde batía la cuerda, para protegerse del golpe de éste105. Los arcos medían desde un metro y diez centímetros aproximadamente106 a un metro y sesenta y cinco centímetros, también aproximadamente107; las flechas eran de dos terceras partes del tamaño del 102 Mendieta Fray Jerónimo de. Op. cit., tomo II, pág. 228. Torquemada Fray Juan de. Op. cit., tomo III, pág. 603. Que copia íntegramente a Mendieta. Powell Philip W. Ob. cit., pág. 9. 103 Ciudad Real Antonio de. Op. cit. Tomo II, pág. 160: “Las armas que traen son arcos y flechas, y están tan diestros en jugarlas, que antes que llegue la flecha al lugar donde la envían sale ya otra del arco, y luego otra y otras, y son tan ciertos en tirar y tan buenos punteros, que si apuntan al ojo y dan en la ceja, lo tienen por mal tiro...”. Zubillaga Félix. Monumenta Mexicana. Italia. 1959. Tomo II. Carta del padre provincial de los jesuitas de Nueva España al padre general Aquaviva, de fecha 12 de enero de 1586: “usaban el arco y flechas... y eran muy diestros en esto... y cuentan hazañas que hacen con sus arcos, que parecen increíbles; porque al primer tiro que ellos tiran a pie quedo, no hay resistencia...”. Benavente Motolinía Fray Toribio de. Op. cit., pág. 281: “Son muy belicosos, en especial de arco y flechas, de lo cual son tan diestros, que a más de cien pasos no yerran un pequeño blanco... en descubriendo el ojo, lo tienen enclavado...”. Mendieta Fray Jerónimo de. Op. cit., tomo II, pág. 228: “Pelean... con solo arcos... labrados con pedernales, de que también son las puntas de las flechas, que miradas en si parecen frágiles y de menospreciar... y puestas en sus manos no hallan reparo... La certinidad, ánimo, destreza y facilidad con que juegan esta diabólica arma, no se puede explicar...”. Torquemada Fray Juan de. Op. cit., tomo III, pág. 603, copia textualmente a Mendieta. Herrera Antonio de. Ob. cit. Década Séptima. Pág. 299: “sus armas son flechas y arcos, en que son muy diestros y no usan yerba ponzoñosa”. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 386. Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., págs. 40, 41, 42. 104 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 182. 105 Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, págs. 386-387. 106 Powell Philip W. Ob. cit., pág. 62. 107 Mendieta Fray Jerónimo de. Op. cit., tomo II, pág. 228: “Pelean... con solo arcos medidos a su estatura...”. Dávila Aguirre Jesús. Op. cit., pág. 59: “De los estudios arco. Esta diversidad de tamaños de arcos o flechas se debía a “que cada nación de los chichimecas se diferencia en las flechas, en las formas y marcas que les echan; de suerte que así como difieren en las lenguas, así difieren en la flechería”108. Estas armas estaban hechas de cañas 109, mezquite u otras maderas regionales 110; los arcos eran tensados con nervios o tendones de humanos o de animales; las flechas, muchas veces tenían tostado el cabo y la punta; en el cabo llevaban unas plumas que sirviesen de directrices, y en la punta cuando no solamente estaba afilada y endurecida al fuego, llevaba un “casquillo de pedernal atado con unos nervezuelos....” 111, pues “a la persona que prehenden, ahora sea hombre o mujer.... quítanles... los nervios, para con ellos atar los pedernales a sus flechas....” 112. Algunos usaban la macana, que era hecha de un fuerte madero de encino o mezquite bordeado de navajas de obsidiana113; y otros, el hacha de piedra pesada y compacta, unida a un cabo de madera, que mucho se encuentran en el territorio de la sierra de Guanajuato. Peleaban pintados y desnudos; si por casualidad portaban alguna ropa, se la quitaban para entrar en combate; se apartaban unos de otros y “ninguno se pone detrás de otro... por mejor ver venir la flecha y guardarse de ella....” 114, ocultos tras las peñas o metidos en matorrales, esperando al enemigo en un mal paso, barranca, quebrada, acantilado y teniendo cerca y segura atrás su ruta para escapar en caso necesario y después del ataque; sorprendían siempre al enemigo con una lluvia de flechas y dando “tantos y tan fieros y espantosos gritos y alaridos, que bastan a turbar y desconcertar mucha gente...” 115. Solían hacer sus ataque al amanecer o al atardecer, usando la sorpresa, teniendo el sol a sus espaldas; aunque hay quien dice que esta táctica de luchar con el sol abajo la aprendieron cuando tuvieron que pelear contra los españoles y aliados 116. antropológicos efectuados en sus restos (de los chichimecas), se deduce que... tenía de 1.60 a 1.68 metros de altura...”. 108 Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, pág. 160. 109 Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 228. 110 Powell Philip W. Ob. cit., pág. 62. 111 Zubillaga Félix. Ob. cit., tomo II, pág. 421, Carta del padre provincial al padre general Aquaviva, de fecha 12 de enero de 1585. 112 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 181. 113 Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, págs. 232 y 244. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III, pág. 606. Copia íntegramente a Mendieta. 114 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 180. Torquemada Fray Juan de. Tomo I, pág. 603. Herrera Antonio de. Ob. cit., Década Séptima, pág. 299. 115 Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, pág. 160. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 386. 116 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 180. Si tenían que huir por estar en desventaja con el enemigo o por haber terminado un ataque, siempre lo hacían hacia lugares seguros, divididos en pequeños grupos para desorientar la persecución, en caso que la hubiese, y a toda carrera, evitando que los enemigos los alcanzasen, pues eran tan “ligeros y sueltos en correr, que por maravilla los alcanzaban los caballos”117. Eran terriblemente crueles con los prisioneros de guerra, “a la persona que aprehenden, ahora sea hombre o mujer, lo primero que hacen es hacerles de corona, quitándoles todo el cuero y dejando el casco mondo, tanto como toma una corona de un fraile y esto estando vivos”118. El triunfador ponía con fuerza uno de los pies sobre el cuello del derrotado que estaba tirado en el suelo, y tomándolo del pelo tiraba en dirección contraria al nacimiento del caballo, arrancándole la piel de la cabeza y parte de la cara119. Estos cueros cabelludos eran tenidos en mucho, pues se reputaba por más valiente el que más cabelleras traía colgando en las espaldas y suspendidas del pelo 120. No perdonaban hombre, mujer o niño, a todos mataban, pero antes los sujetaban a varias crueldades, como sacarles los nervios, que usaban para sujetar las puntas de las flechas a las varas o para tensar los arcos y hacer otros amarres; también les sacaban los huesos de las canillas de todas las extremidades y las costillas; a los niños de brazos los mataban estrellándoles el cráneo contra una piedra voluminosa hasta que brotaran los sesos; a otros les abrían el pecho y les sacaban el corazón, aún latiendo; a otros los castraban; los empalaban sentándolos bruscamente en una estaca afilada; los arrojaban desde arriba de altos riscos; los descuartizaban; los ahorcaban; les abrían la espalda y les sacaban la médula espinal, nervios y músculos; les arrancaban a tirones, sobre todo a los hombres, los órganos sexuales121; en fin “tomando alguno descuidado no se contentan en quitarle la vida, sino con mil géneros de crueldades, y no tienen respeto más a que sea hombre, que mujer, que niño, aunque sea de dos años”122. El orgullo y pedantería de matar era tal, que llevaban la cuenta de los muertos hechos, apuntándolos con rayitas en un hueso, que presumidamente 117 Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 228. de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 181. 119 Powell Philip W. Ob. cit., pág. 65. 120 de las Casas Gonzalo. Ob. cit., pág. 181. Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, págs. 386, 450. Powell Philip W. Ob. cit., pág. 9. 121 de las Casas Gonzalo. Op. cit., págs. 181 y 183. Ciudad Real Antonio de. Op. cit., tomo II, pág. 161. Velázquez Primo Feliciano. Op. cit., tomo I, págs. 386 y 450. Powell Philip W. Op. cit., págs. 64, 65 y 66. 122 A.G.I. Audiencia de México. Legajo Nº 19, Carta del virrey Martín Enríquez al rey, de fecha 10 de octubre de 1573. 118 se lucía suspendido como collar del pecho, “y hay quien numere 28 y 30, y algunos más”123. Con su vida errabunda, su cambio constante de un lugar a otro, acostumbrados a comer de todo, no necesitaban llevar provisiones alimenticias consigo para iniciar y continuar una lucha guerrera, pues donde quiera que llegaban encontraban lo necesario para su sustento 124. Su constante ejercicio físico con el caminar, correr, cazar, jugar, danzar, vivían una vida sana, siendo hombres robustos, fuertes, de reflejos rápidos, de larga y buena vista, ligeros en el andar y correr 125 que los hacía capaces de soportar los peores cambios de climas y todos los sufrimientos físicos, como el dolor, frío, calor, fuego, humedad, viento, hambre y sed 126. Los trofeos de guerra más preciados eran las cabelleras desprendidas a sus enemigos, las armas que se apropiaban en la lucha y las mujeres cautivas que les servían de todas formas 127. En su constante guerrear hicieron incursiones al territorio sureño de los otomíes; expulsaron del terreno guanajuatense a los purépechas y llegaron a meterse en sus dominios 128. 123 Alegre Francisco Javier. Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España. Italia. 1966. Tomo I, pág. 416, carta del padre Francisco Zarfate al padre provincial, de 20 de noviembre de 1594. 124 Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, pág. 162: “...para pelear no tienen necesidad de llevar consigo vituallas ni aparatos de guerra... sino solamente arco y flechas, porque donde quiera que llegan hallan que comer raíces, yerbas, tunas y lechuguillas, que son maguey silvestre, y mezquite, que es la fruta de un árbol de que hacen pan, con lo cual se sustentan...”. 125 Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, págs. 161-162: “Es gente bien dispuesta, morena, robusta, ligera y para mucho trabajo... viven sanos, recios y valientes”. Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 228: “Diferencianse de los indios de paz y cristianos, en la... fuerza, ferocidad y disposición de cuerpo... son dispuestos, nerviosos, fornidos y desbarbados... en sus costumbres son tan diferentes de hombres, cuanto su ingenio es semejante al de los brutos.”. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III, pág. 602. Copia textualmente a Mendieta. Santa María Fray Vicente de. Relación histórica de la colonia de Nuevo Santander. México. 1980. Págs. 95 y 96: “En estos bárbaros... se ven en el día, cuerpos tan bien formados, tan robustos, ágiles y expeditos, que es muy reducido entre ellos el número de los lacrados; les son extraordinarias las enfermedades crónicas, o si acaso algunos las padecen, serán entre muchísimos y por muy poca duración; 50 o 100 leguas son, para su robustez y agilidad en andarlas, lo mismo que 10 o 20 para cualquiera otros; poca es la diferencia que encuentran entre un piso llano y los desfiladeros más fragosos...”. 126 Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III, pág. 602: “traen los cuerpos del todo desnudos, duermen en la tierra desnuda, aunque sea empantanada, con perpetua soledad. Sufren mortales fríos, nieves, calores, hambre y sed; y por estas razones y otras cosas adversas, que les suceden, no se entristecen.”. 127 Powell Philip W. Ob. cit., pág. 9. 128 Velázquez Primo Feliciano. Ob. cit., tomo I, pág. 348. Powell Philip W. Ob. cit., pág. 166. Otras características de estos chichimecas guanajuatenses fueron: no ser dados a trabajar, dedicados totalmente al ocio; el único esfuerzo que ejecutaban era cazar y luchar129. No tenían idea de la riqueza y de la acumulación de ésta, por lo tanto carecían del concepto de propiedad 130 y la esclavitud era desconocida entre ellos 131. Todo lo que les estorbaba para su vida errabunda lo abandonaban, así a los enfermos incurables, inútiles, locos, niños raquíticos y ancianos, los mataban o los dejaban en el camino 132. Conocían todas las propiedades de los vegetales y minerales, los que usaban para curar enfermedades133. Según parece, la lengua más general entre estas gentes, o por lo menos la que más se hablaba en territorio guanajuatense, era la otomí134, aunque había y se hablaban varias otras135, pues había tal diversidad de lenguas, que en una pequeña población de no más de treinta vecinos, se llegaban a hablar cuatro lenguas diferentes en todo unas de otras 136. Gavia de Rionda en la Cruz del Pajero, Mineral de Mellado, Guanajuato, Gto., México. Invierno de 1995. 129 Zubillaga Félix. Ob. cit., tomo V. Carta anua de la provincia de Nueva España. 1594. Pág. 449: “Son esos chichimecas una clase de hombre muy dados al ocio, principalmente los varones; por que las mujeres se ejercitan asiduamente ya en cultivar el campo, ya en cargar las haces y montones de leña.”. Torquemada Fray Juan de. Ob. cit., tomo III, pág. 589: “...estos indios chichimecas... hechos holgazanes sin saber sembrar ni coger pan, antes la caza que matan se la dejan en el lugar donde la mataron y obligan a sus mujeres que vayan por ella por muy lejos que sea.”. Cuevas Mariano. Ob. cit., tomo II, pág. 421, transcribe una carta del virrey Luis de Velasco al rey, de fecha 8 de octubre de 1590, donde le dice al monarca: “los indios chichimecas no... cultivan la tierra... ni hay remedio de hacerles trabajar.”. 130 Mendieta Fray Jerónimo de. Ob. cit., tomo II, pág. 227. 131 Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., pág. 97. 132 Dávila Aguirre J. Jesús. Ob. cit., pág. 73. 133 Ibid. 134 Cuevas Mariano. Ob. cit., tomo II, pág. 419. 135 Ciudad Real Antonio de. Ob. cit., tomo II, pág. 160. 136 Zubillaga Félix. Ob. cit., tomo V, pág. 451. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA Archivo General de Indias (A.G.I.). Audiencia de México. Legajo Nº 19. A.G.I. Audiencia de México. Legajo Nº 20. A.G.I. Audiencia de México. Legajo Nº 22. Archivo General de la Nación (A.G.N.). Mercedes V. A.G.N. Historia, vol. 406. - Acosta José de. Historia natural y moral de las Indias. México. 1962. - Alcedo Antonio de. Diccionario geográfico e histórico de las Indias Occidentales o América. Ediciones Atlas. Biblioteca de autores españoles. España. 1967. - Alegre Francisco Javier. Historia de la provincia de la Compañía de Jesús de Nueva España. México. 1960. - Benavente Motolinía Fray Toribio de. Memoriales. México. 1971. - Carrera Luis. Diccionario de aztequismos. 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Capítulo III LA EVANGELIZACION EN GUANAJUATO En los primeros años del siglo XVI, el territorio del actual estado de Guanajuato estaba ocupado en su mayor parte por pueblos chichimecas; a quienes el español desde que los conoció, vio difícil su dominación, dada su bravura e indócil de su conducta. A esas gentes descritas como bárbaros se vinieron a encontrar los españoles e indios aliados, que los acompañaron siempre, no a la conquista de los chichimecas, pues eso nunca se logró, sino a la colonización de ese rico territorio, que se realizó cuando el aguerrido chichimeca se fue a otros lugares o aceptó a los intrusos y se adhirió a ellos. Después de consumarse la sumisión de la capital mexica, y aunque las tierras que circundaban los lagos no habían sido totalmente repartidas entre los españoles, en 1522 los conquistadores empezaron a acercarse al territorio del Gran Chichimeca, llegando a lugares cercanos donde se encuentra la ciudad de Santiago de Querétaro. Los españoles y aliados pronto tuvieron conocimiento de la feracidad de los llanos abajeños y posibles riquezas mineras en sus montañas. En 1526 los indígenas guanajuatenses se encuentran por primera vez con los frailes franciscanos, blancos y barbados, al conocer y oír a los españoles que acompañaban a Nicolás de San Luis Montañés a la refundación a la española, de los pueblos de Apaseo y Acámbaro. Decimos refundados, porque estos sitios ya estaban habitados desde tiempos viejos por otomíes y tarascos. Así, los autóctonos del chichimeca abajeño tuvieron contacto con el hombre blanco, con el mejor blanco hispano de la época, el religioso franciscano; pues con la refundación de Acámbaro, llegaron a este territorio los primeros miembros de esa Orden, que muy pronto aparecieron también en Yuririapúndaro, que luego dejaron para ser posteriormente tomada por los agustinos. Entre los blancos que acompañaban a Don Nicolás de San Luis Montañés iban el sacerdote secular, el bachiller cura y vicario de Tula Juan Bautista y dos franciscanos: Fray Juan Quemada y Fray Antonio Bermul. De la ejecución de la fundación se dió informe a la Real Audiencia de México, la que confirmó lo realizado, y además ordenó que se fundase un convento franciscano. En Acámbaro se quedaron los dos franciscanos e iniciaron la construcción de la primitiva iglesia y convento, así como las fincas del pueblo, pero como en el sitio se carecía de suficiente agua para consumo humano, Fray Antonio Bermul se dedicó a buscarla en las cercanías y la encontró en la sierra de Ucareo, en un lugar nombrado Tócuaro, desde donde por acueducto se llevó el agua a Acámbaro. En Tócuaro vivían cerca de 40 familias de tarascos, el fraile trató de reducirlos a la naciente cercana población, pero los tocuarenses no aceptaron y pidieron que donde vivían se les fundase su pueblo y así se hizo; iniciándose su evangelización por los frailes de Acámbaro. El presidente de la segunda Audiencia, Don Sebastián Ramírez de Fuenleal, ordenó en 1532 la creación de un hospital para los Naturales, tanto enfermos como caminantes. Con el tiempo se edificó otro hospital, quedando uno para atender a los tarascos y el otro para atender a los otomíes. Estos frailes acambarenses pronto tuvieron conventos y doctrinas en Tarandacuao, Jerécuaro y Coroneo. Desde la llegada de los franciscanos a Acámbaro, éste lugar fue un baluarte desde donde los frailes hicieron constantes entradas al país de los chichimecas con afanes evangelizadores, logrando buenos resultados y cooperaron activa y efectivamente en el nacimiento de muchos centros de población. Para tal obra, los religiosos se preparaban no solo en sus disciplinas propias, sino también aprendiendo las lenguas que se hablaban en la región, lo cual era condición fundamental, porque no podía haber evangelizador que no hablase por lo menos la lengua de sus discípulos indios. Así pues, todos los frailes franciscanos de Acámbaro, hablaban aparte de su idioma madre y el latín, el tarasco y el otomí, habiendo algunos que también dominaban el náhuatl y el matlacinca, como el caso de Fray Rodrigo Alonso, que en un solo día en Acámbaro, dijo cuatro sermones, uno en castellano, otro en mexicano, otro en purépecha y otro en otomí; habiendo oficiado en latín. El convento franciscano de Acámbaro estaba siempre atendido por 3 o 4 sacerdotes y un lego y los que siempre andaban recorriendo las doctrinas o en otras labores de su ministerio. Poco tiempo después de la conquista de la ciudad de México, un indio otomí de nombre Conin, se asentó con sus parientes y amigos en el lugar donde ahora florece la ciudad de Querétaro; a donde por 1531 apareció Hernán Pérez de Bocanegra acompañado por buena cantidad de tarascos de Acámbaro y formando unión con Conin y los suyos luchó contra los chichimecas, derrotándolos, procediendo luego con sus propias tropas acambarenses y las de Conin a fundar el pueblo e inició con frailes franciscanos de Michoacán, muy posiblemente del convento de Acámbaro, la catequización de los habitantes, empezando por Conin, el que bautizado recibió el nombre de Hernando de Tapia. Este Tapia, y su hijo Diego, serán los colonizadores y evangelizadores de la Sierra Gorda, norte de Guanajuato y parte de San Luis Potosí. Acámbaro, buen refugio de indios chichimecas pacíficos, otomíes y tarascos, para lo que se quería en aquellos tiempos bien administrados espiritualmente por los franciscanos; muchas veces encabezados por sus Señores Naturales, tanto indígenas como españoles, ayudaron en mucho a la población de este largo espacio que se llama el Bajío, y otras veces encabezados por sus frailes, diseminaron por el mismo terreno y aún más lejos, la doctrina de Cristo. Por lo tanto bien ganada tienen la honra de haber sido sus ancestros en el centro de México unos de los principales fundadores de poblaciones y de catequizadores. Nos dicen Motolinía y Mendieta que antes de 1539 habían entrado al campo chichimeca algunos frailes menores, y que en ese mismo año otros dos franciscanos se internaron en el mismo lugar y fueron recibidos pacíficamente y alguna obra hicieron. En 1542 Fray Juan de San Miguel, residente en el convento de su Orden que había en Acámbaro, con algunos españoles e indios tarascos, otomíes y chichimecas conversos, fundó muy cerca de la actual ciudad de San Miguel de Allende, el pueblo de San Miguel, donde creó un hospital, un colegio y un convento, que se convirtió en un bastión para la catequización y colonización de amplia zona de su circunferencia, sobre todo de la Sierra Gorda cercana y del norte desértico, como Xichú y Río Verde. Su obra fue continuada por Fray Bernardo Cossin, quien murió sacrificado en sus andanzas por el país zacatecano. Los franciscanos aparte de los lugares mencionados, también se establecieron en 1573 en Celaya, en 1589 en León; haciéndolo también en Chamacuero, Salvatierra, Irapuato, Silao, toda la Sierra Gorda y tardíamente en la ciudad de Guanajuato. Por cierto que esta Orden religiosa fue la primera que hubo entre los chichimecas e inició las labores de evangelización y pacificación entre esos aguerridos aborígenes. Los miembros de la orden agustina habían llegado a Michoacán en 1538 y para el siguiente año ya se encontraban en Yuririapúndaro, donde Fray Diego de Chávez construiría magníficos templos y conventos y una laguna admiración de la técnica. Desde ese lugar los agustinos tendrán benéficos encuentros con los chichimecas cercanos y aún lejanos, sin olvidar a otras etnias como los otomíes y purépechas; además de negros, mulatos, criollos, españoles y mestizos diseminados en poblaciones y estancias nacientes. De Yuririapúndaro los agustinos se extendieron a Celaya (1609), donde ya había conventos de franciscanos y carmelitas descalzos; más adelante, en 1615, se asentaron en Salamanca y extendieron su acción a toda la zona que rodeaba ambas villas. Desde Acámbaro y Yuririapúndaro los franciscanos y agustinos, respectivamente, abarcaron amplias regiones de influencia exclusiva y serán muchas las andanzas que estos religiosos harán al seno del territorio chichimeca, sembrando su doctrina religiosa y cultura y con ello ayudaron a la colonización pacífica. Desde 1533 el entonces Oidor de la Segunda Real Audiencia de la Nueva España, Don Vasco de Quiroga, había fundado junto a su hospital de San Fe de la Laguna en Michoacán, un centro catequizador para indios, al que frecuentemente acudían los chichimecas que merodeaban más acá del Lerma. Posteriormente habiéndose fundado el obispado de Michoacán en 1538 y quedando el territorio de Guanajuato dentro de su jurisdicción, el primer obispo Don Vasco de Quiroga dispuso que en todo centro de población de su diócesis hubiese hospitales para indígenas, los que estarían bajo la advocación de la Purísima Concepción de la Virgen María y gobernados por ordenanzas dictadas por el mismo jerarca de la iglesia, los que se edificarían cerca del templo del lugar, en el que se recibirían los enfermos, huérfanos, desvalidos, caminantes y trabajadores temporales; donde habría capilla para la catequesis de los refugiados y oficios religiosos, donde estaría fundada una cofradía de Nuestra Señora de la Limpia Concepción; las capillas serían circundadas por cementerios para el servicio mortuorio de los indios. En el territorio de los chichimecas pronto abundaron estos hospitales, pues tan solo en las minas de Guanajuato hubo 3 en Santa Fe, 2 en Marfil y otros tantos en Santa Ana. Cerca de dos siglos después los hospitalarios betlemitas fundan otro hospital en la villa de Guanajuato, el que contará con sanatorio, escuela de primeras letras y hospicio para infantes varones. Quiroga, en el largo tiempo que permaneció de obispo en Michoacán, hizo varias visitas a un grande obispado, sobre todo hacia la región de la planicie abajeña y sus sierras circundantes, creando varios templos, parroquias y hospitales; pero sobre todo reduciendo a pueblos a los errantes chichimecas; propiciando con tal que se mezclaran con los otros pueblos y adquirieran sus costumbres y la nueva religión. La labor del obispado Quiroga unida a la de los franciscanos, agustinos y luego jesuitas, por medio de la evangelización, culturización y diplomacia, lograron que para fines del siglo XVI se pacificaran los chichimecas que sobraban en el territorio guanajuatense. Aunque en 1540 todavía no se repartían el suelo comprendido de Jilotepec a San Juan del Río, para favorecer a los peninsulares las autoridades virreinales comenzaron a otorgar en la región chichimeca mercedes de extensiones de tierras para dedicarlas a estancias ganaderas de toda índole. Esta repartición empezó del centro hacia el norte, llegando pronto a los terrenos de los actuales Celaya y pueblos comarcanos. Al mismo tiempo los habitantes españoles de Pátzcuaro, brincaron el río Toluca o Lerma porque fueron mercedados de estancias ganaderas en el territorio de los chichimecas. Estos primeros estancieros de Guanajuato no contaron con hombres que los ayudaran en las labores ganaderas, pues el semihabitante de la región, el chichimeca, no tenía el hábito del trabajo ni apego a un lugar fijo, ni mucho menos conocía ni aceptaba la sujeción del hombre por el hombre. Razones por las cuales no se pudo dedicar a la ganadería. Ante la apremiante necesidad, el estanciero trajo indios de Tlaxcala, Michoacán, Valle de México y región de Jilotepec, los que se dedicaron al cuidado de los ganados de las estancias. Pronto estos indios se entremezclaron y se les vendrán a unir los negros, mulatos, blancos y mestizos, que también vinieron a trabajar en las estancias, en la minería, comercio, arriería y oficios especializados. La ansiedad de la búsqueda de minerales preciosos, pronto dio resultados y a partir de la década de los cincuentas se fueron encontrando yacimientos de plata en Guanajuato, Pozos, San Antón de las Minas, Comanja, Xichú y otros. Los dueños de las minas tuvieron las mismas dificultades que los estancieros: no contaron con el trabajo de los chichimecas. El resultado fue el mismo: traer brazos de fuera del territorio. El estanciero y el minero insistían en tratar de aprovechar la fuerza de trabajo del chichimeca, y cuando por medios normales no lo lograron, usaron otros drásticos, como obligarlos por la fuerza, atacándolos y quemándoles sus transitorias rancherías, persiguiéndolos enconadamente para esclavizarlos, arrebatándoles sus mujeres e hijos, impidiéndoles la recolección y cacería de las cuales se sustentaban. Entonces, defenderse era lo único que podían hacer los chichimecas, y la guerra era su única defensa, para lo que eran expertos. Tal guerra dio principio por 1550 y duró casi 50 años. Dicha guerra vino a tardar la evangelización de todos los habitantes del territorio de Guanajuato, pues los encargados de hacerla se detuvieron por temor o prudencia hacia los crueles chichimecas; sin embargo, la campaña evangelizadora vino a ayudar a terminar con la contienda. En el grueso de la región guanajuatense casi no hubo encomiendas por haber pocos indios sedentarios; eso solo sucedió en la zona limítrofe con la cultura michoacana, donde había pueblos asentados en un lugar desde viejos tiempos e influidos en sus usos y costumbres por la cultura de los tarascos. Así desde 1544 le había sido encomendado a Juan de Villaseñor el pueblo precolonial tarasco de Pénjamo, y en 1549 varios chichimecas de la parcialidad de los guamares, aceptaron reducirse a dicho pueblo en compañía de familias tarascas, iniciándose desde luego por miembros del clero secular la catequización de ambos y otros que vivían o merodeaban por la zona. Para proteger de los ataques de los chichimecas, un tramo largo del Real Camino de Tierra Adentro, obligó a convencer a los otomíes de Jilotepec de hacer una población hacia el Tunal Grande en el norte, entre las actuales poblaciones de San José Iturbide y San Luis de la Paz. Los otomíes pidieron ser los primeros y únicos que poblasen el lugar y se aceptó; se les ayudó con alimentos, ropa, instrumentos de labranza, yuntas, semilla, frailes franciscanos y en 1552 nació San Luis de la Paz; durando poco tiempo los frailes en el sitio para venir a tomar su lugar los jesuitas. La guerra contra los chichimecas continuaba, era necesario crear poblaciones para contenerla, así en 1562 se funda la villa de San Felipe, donde pronto se establecieron los franciscanos construyendo un templo, un convento y un hospital para los indios. Los franciscanos se entregaron a una encomiable labor de pacificación y catequización entre los chichimecas, metiéndose varias leguas en tierras del norte, logrando varios conversos en un dilatado espacio, que en un momento obligó a pedir del rey que se hiciese una provincia franciscana en esas tierras norteñas con cabecera en San Felipe. Deseo que no se cumplió. Tanto el General de la Compañía de Jesús, como el Rey de España, al determinar mandar a los religiosos jesuitas a América, lo hicieron con la intención de destinarlos a las zonas más difíciles y que requerían de mayor esfuerzo, abnegación, sufrimiento y peligro, pues sabían de la reciedumbre de su formación, firme voluntad, disciplina castrense, capacidad intelectual y espiritual. Razones por las cuales el virrey, de acuerdo con el rey, determinó destinar a los jesuitas la catequización y consecuente pacificación de la Gran Chichimeca. Desde muy pronto los jesuitas entraron al territorio de los chichimecas, tanto venidos de Pátzcuaro como de México o Tepotzotlán; sobre todo a las minas de Guanajuato y estancias ganaderas del Bajío, pero siempre lo hicieron de paso y como simples misiones; será hasta la década de 1580 a 1590 cuando oficialmente se decide encomendarles y patrocinarles la catequización de la etnia chichimeca. Esta evangelización era fundamental para lograr la pacificación del país, lo que se deseaba fervientemente, pues atravesándolo pasaba el camino que iba hacia el norte minero, hacia Zacatecas y sus ricas minas, crisol de sueños de riquezas y grandezas, no solo del gobierno español sino también del simple aventurero. Ese mismo camino tocaba recientes poblados y estancias que albergaban a colonos y estancieros, que estaban haciendo la riqueza ganadera y agrícola del centro de la colonia y que con sus productos asegurarían la extracción minera de Zacatecas, Guanajuato, San Luis Potosí, Xichú, etc. Gonzalo de Tapia, sacerdote jesuita, será de los primeros destinados a tal fin y en 1590 fundará el curato de San Luis de la Paz. Pueblo difícil, pues en su región se hablaban de cuatro a cinco lenguas, entre ellas el guajaban, guachichil, otomí, pame y náhuatl; además de que San Luis estaba enclavado en el riñón de los más fieros, indómitos y cerriles chichimecas; causas que dificultarán la labor. Sin embargo, ésta se inició y pronto se vieron resultados, no solo en la cabecera del poblado, sino por toda la región. Meses adelante, Tapia abandona el lugar y sale hacia el norte, donde perderá la vida sacrificado por los Naturales. Cuatro años después, el virrey Luis de Velasco tramita ante el provincial jesuita, que hacia el norte se mandaran otros religiosos de su orden, para que fundaran misiones, que fueran perennes, en el corazón mismo del pueblo chichimeca; para lo cual serán respaldados económicamente por la corona. Como resultado de lo anterior, en 1594 llegaron a San Luis dos sacerdotes, los que se encargaron de la parroquia creada por Tapia, y fundaron la residencia, que le dará a la misión un carácter de establecimiento definitivo. A partir de este momento, los jesuitas inician reiteradamente su obra en la región; en primer lugar establecen una escuela para los varones chichimecas pequeños, donde éstos aprenderán el castellano, a rezar oraciones católicas y todos sus ritos, a cantar, a tañer instrumentos musicales, a leer, escribir y las operaciones fundamentales de la aritmética. Esta escuela será un excelente vehículo para pacificar al pueblo chichimeca, pues será ejemplo de bondad y buena intención a través de los menores, que impresionará bien a los padres y otros mayores. De inmediato edificaron un templo, que con el tiempo se irá mejorando y cambiando de lugar; también construirán una casa para habitación y colegio, que igualmente tendrá cambios. Se inician las interminables salidas de los religiosos a las montañas y planicies, en busca de los cerriles habitantes, los que mediante prédicas son convencidos de lo benéfico que será vivir en paz, comunidad y en sedentarismo; y poco a poco, se van congregando en la población y una vez ahí, aprenderán a trabajar para su beneficio desde la labranza de la tierra, algunos oficios y varias artesanías utilitarias, además de practicar el catolicismo. La actitud de los jesuitas la llevaron a toda la amplia región, sobre todo de la Sierra Gorda guanajuatense y hacia el Potosí mexicano, dedicándose fundamentalmente a los oriundos del país, pero sin descuidar a otros indígenas, venidos de lejos, pero que ahora habitaban en la zona como fueron los tlaxcaltecas, mexicas, otomíes; al igual que blancos, negros, mulatos, mestizos de loa Reales de Minas cercanos, de las estancias ganaderas, pueblos y villas comarcanas como fueron Casas Viejas, Charcas, Palmar de Vega, San Felipe, San Miguel, Tierra Blanca, San Diego, Xichú de los Indios y el Real de Xichú. Al paso de las décadas van recibiendo donaciones y herencias, como minas de plata y haciendas donde beneficiar ésta, dinero acuñado, ganados, solares, fincas urbanas y haciendas propias para las crías de ganados de toda alzada. Todo lo trabajan y todo les produce, lo que invierten en expandir y consolidar su obra. Son los primeros que plantan vides en la región, lo que con el tiempo les dio muy buenas ganancias; las carnes, cueros y lanas de sus ganados, se consumían en la región y aún en la capital virreinal y sus silos estarán siempre con semillas para el consumo de su Orden. Deudas nunca tuvieron y sí reservas para contingencias. Su seguridad económica les facilitó, aparte de cumplir con su cometido principal, el mejorar siempre sus instalaciones como curato, escuela, casa y templo, y el hacer múltiples mejoras en la población de San Luis de la Paz como la conducción higiénica del agua hasta el centro del pueblo para el consumo de sus residentes. Los tiempos caminan, los siglos pasan, y para los principios del XVII ya la belicosidad de los chichimecas ha quedado solo en las páginas de la historia; la región avanza, las tierras cambian en mucho de giro y de simplemente ganaderas, varias se transforman en agrícolas; la minería progresa y nuevos filones se encuentran y explotan; los rincones se comunican y para el siglo XVIII, el antiguo corazón chichimeca es un emporio de riqueza, trabajo, paz, tranquilidad; todo fraguado por el tesonero esfuerzo de los religiosos de la Compañía de Jesús. A principios de este siglo XVIII, la parte plana y baja de Guanajuato se había convertido en un vergel, en el granero del centro de la Nueva España, en una zona densamente poblada y prolífica en granos, pastos, ganados, artesanías, comercio, arriería, caminos, haciendas, ranchos, ciudades, villas, pueblos, congregaciones, colegios, escuelas, etc. La puerta de este emporio era la ciudad de Celaya, rodeada de tierras muy fértiles, donde prosperaban varias haciendas agrícolas que ocasionaban riqueza en sus dueños y en el país; cruzadas por múltiples caminos, en los cuales se realizaba un intrincado tránsito y comercio; había un convento de carmelitas descalzos, un colegio y convento de franciscanos e igual de agustinos; pero los moradores, desde hacía tiempo, pedían contar con un colegio de jesuitas. Desde el lejano año de 1641 los vecinos celayenses hicieron las primeras gestiones, las que no prosperaron; nuevamente se repitieron 38 años después y tuvieron igual suerte; pero en 1719 el Capitán Don Manuel de la Cruz Sarabia y su hijo, ofrecieron varios bienes, consistentes en haciendas de labranza con ganados, aperos, construcciones con canales para riego y criaderos para ganado; y para el asiento del posible colegio, daban las casas de su morada con templo dotado de todo lo necesario para celebrar, y dinero en efectivo para los primeros gastos. Esta vez, viendo los jesuitas la seguridad económica para la fundación, aceptaron y crearon el colegio, aunque hasta años después obtuvieron la autorización del rey. Los jesuitas en la región de Celaya fomentaron el cultivo del olivo y de la vid; misionaron incansablemente por el Bajío, llegando a abarcar una amplia zona de influencia, donde se volvieron indispensables. El Bajío guanajuatense era largo, de los Apaseos a los pueblos del Rincón; era imposible que los de la Compañía de Jesús de Celaya lo atendieran todo; por lo que en 1731 aceptaron el ofrecimiento que un floreciente vecino de la villa de León les venía haciendo desde 1729 para establecerse en éste lugar, consistente en haciendas de labranza y dinero. Crearon un hospicio, que llegó a ser colegio, aunque con múltiples dificultades económicas, al grado que en el período de 1739 a 1744 se retiraron de la villa; sin embargo, su quehacer se hizo notar, pues en la población de León, antes de su llegada, había mucha delincuencia y poco apego a la conducta católica, lo que con sus constantes prédicas y otros ejercicios, lograron erradicar la primera y dirigir bien la segunda, además de que también atendieron la región cercana a la villa, con sus centros de población. A partir del siglo XVI un lugar muy socorrido por los jesuitas, fue el Real de Minas de Guanajuato. Desde que se asentaron en Pátzcuaro, fueron frecuentes sus visitas a este mineral, unas veces por simple tránsito, otras, respondiendo a invitaciones que los párrocos les hacían, tanto el del Real de Minas de Santa Ana como el de Santa Fe de Guanajuato. Fueron varias las misiones, que a lo largo de los tiempos, hicieron los jesuitas en estas minas. El lugar siempre fue muy devoto del santo fundador de la Compañía, como lo demuestra el hecho de que en los primeros lustros del XVII, cuando Ignacio de Loyola solo había sido declarado beato, el Real lo había designado ya como su patrono y protector. Tal apego a la Compañía por los guanajuatenses, bien puede atribuirse a la gran cantidad de vascos y montañeses que había en estas minas y a que Loyola era vascuense. Eso también motivó que varias ocasiones se hiciesen invitaciones para que los jesuitas fundasen un colegio en Guanajuato, pero estos nunca aceptaron. Alguna vez, sobre todo en los primeros años del siglo XVIII y bajo la influencia del dueño de la mina de San Juan de Rayas y Oidor de la Audiencia de la Nueva España, Don Juan Díaz de Bracamonte, estuvieron a punto de admitir, tanto por la importancia social del peticionario como por la seguridad económica que se ofrecía; pero siempre dudaban de hacer la fundación, pues Guanajuato como todo lugar minero próspero, prometía poca inmunidad, por los vaivenes de la riqueza en estos sitios; tanto por lo caprichosas y escurridizas de las vetas mineras, venero de la opulencia, como por la disposición humana, pues en las primeras décadas del siglo XVIII, los habitantes mineros de toda escala social de Guanajuato, que eran el noventa por ciento de la población total, eran muy indisciplinados, muy dados a la holganza y a los vicios, lo que ocasionaba constantes delitos, sobre todo contra los patrimonios y de sangre. Guanajuato era el imperio del vicio y la delincuencia; llena de tugurios de toda ralea, prostíbulos por doquier, palenques en cada barrio y pueblos mineros cercanos; inseguridad total de transitar por sus calles, plazas y caminos y la confianza no la brindaban ni siquiera los atrios e interiores de templos y conventos. En 1732 la viuda rica, dueña de minas y haciendas agrícolas en el Bajío, Doña Josefa Teresa de Busto y Moya, muy influida por los jesuitas que periódicamente visitaban la villa, por el cura párroco del lugar y por su hijo, que era sacerdote secular, nuevamente hace al Superior de la Provincia de la Compañía de Jesús, la proposición de fundar un colegio en Guanajuato, para lo que ofrece fuerte y suficiente cantidad de dinero, así como bienes inmuebles. A su propuesta se unen la de su hermano el marqués de San Clemente y la de aproximadamente diez mineros acaudalados, que ofrecen dar para lograr la creación como para mantenerla y construir lo necesario, tanto dinero en efectivo como la famosa “piedra de mano” de las minas. Esta institución de la “piedra de mano”, sólo existía en los centros mineros; y consistía en una piedra que contuviera plata u oro y que cada obrero al terminar su faena y salir de la mina al exterior, debía escoger y llevar hasta la boca de la cueva, para depositarla en un chunde que estaría en la puerta. Cestos que llenos de rocas con valor, eran entregados a los administradores de las obras a las que se destinaban; como fue el caso de los jesuitas en Guanajuato. Con tal, esta vez el superior jesuita vio mayor garantía en la perpetuidad de una creación de su Orden, además de que había huellas de que Guanajuato se estaba acercando a sus tiempos de gran opulencia económica, lo que aseguraba una vida y desarrollo firmes a lo que llegasen a crear en la localidad. La Compañía de Jesús aceptó recibir lo propuesto en bienes y crear provisional hospicio con una escuela de fundamentales letras. Los primeros días del décimo mes de 1732 dieron inicio en Guanajuato a sus labores. A medida que los tiempos caminaron, la obra se fue consolidando; primero alcanzaron la autorización real y de hospicio quedó en colegio firme, con el nombre y advocación de la Santísima Trinidad; luego, con la ayuda amplia de los guanajuatenses, iniciaron la construcción del majestuoso templo y colegio; obra que en su hechura llegó a dispendios que se antojan de leyenda, pero que fueron muy reales. Posteriormente, el rico hacendado Pedro Bautista Lascuraín de Retana, influido por el obispo de Michoacán, le heredó al colegio sus haciendas situadas en el Valle de Santiago, cuyos productos debían ser aplicados en tres cometidos: primero, en la creación de misiones que debían dar periódicamente los jesuitas de Guanajuato en toda la diócesis michoacana; segundo, en la implantación de una cátedra de filosofía en el colegio guanajuateño y tercero: en dotar anualmente a una joven pobre al contraer nupcias. Al semiconcluir el edificio para el colegio, se abrió la cátedra de filosofía, que pronto contó con un buen número de alumnos, y se iniciaron los recorridos misionales. La ciudad de Guanajuato fue sintiendo la acción de los jesuitas al cambiar las conductas particulares y sociales, de malas a buenas, de negativas en positivas; pues en mucho con las prédicas, sermones, misiones, ejemplos de los jesuitas, disminuyó la delincuencia, pendencia, uso desmedido del alcohol y apego al juego. Además, la minería guanajuatense y sus derivados, entraron a la época de gran bonanza, sobre todo a partir del reinado de Carlos III y su política económica, lo que vino a consolidar la labor jesuítica en la región. Para tal, fueron destinados al colegio de Guanajuato sacerdotes de amplia cultura y valor humano como fueron Sardaneta y Legaspi, Coromina, Borrote y otros. A medida que los tiempos transcurrían, los jesuitas se habían ido enraizando y cimentando y su labor produciendo en la región, comprendida desde el pueblo de San Luis de la Paz, donde estaban el Real de Pozos o Palmar de Vega, el Real de San Francisco de Xichú, el Real de Atarjea, el pueblo de San Juan Bautista de Xichú y el pueblo de Santo Tomás Tierra Blanca. La puerta del Bajío: Celaya; segunda fundación jesuítica en el territorio del actual Estado de Guanajuato, donde daba principio el gran mezquital, abarcaba en el siglo XVIII la propia ciudad cabecera y los pueblos de Yuririapúndaro, San Miguel Emenguaro, Urireo, San Juan de la Vega, San Miguel Jerécuaro, San Juan Bautista Apaseo, San Francisco Chamacuero y Acámbaro. Los jesuitas radicados en su colegio de Celaya atendían a toda la población de esta jurisdicción. Los religiosos jesuitas del colegio de León atendían la villa misma y toda su jurisdicción, que comprendía los pueblos de indios de San Francisco del Cuecillo, San Miguel, San Francisco del Rincón, la Purísima Concepción, San Francisco de Pénjamo y la congregación de españoles de San Pedro Piedra Gorda. La ciudad de Guanajuato, donde estaba el último colegio fundado por los jesuitas en esta región, comprendía varios Reales de Minas situados en su áspera sierra, entre ellos Real del Monte de San Nicolás, el Realejo, Sirena, Mellado, Rayas, Cata, etc., y las congregaciones de Silao, Marfil e Irapuato. Todos estos lugares eran constantemente atendidos en lo espiritual y material por los jesuitas del colegio de la Santísima Trinidad, en una labor agotadora pues la jurisdicción era densamente poblada. Además, estos jesuitas residentes en Guanajuato, misionaban periódicamente por todo el obispado de Michoacán, de acuerdo con lo dispuesto en su testamento por Lascuraín de Retana y aceptado por estos. Muchas veces, en esas largas correrías, los sorprendieron las epidemias y quedáronse en los pueblos atendiendo a los enfermos, siendo algunos misioneros atacados por los padecimientos. Con el transcurrir de los tiempos fueron llegando a Guanajuato y cooperaron con su grano de arena en la campaña evangelizadora: los carmelitas, que se establecieron en Celaya y Salvatierra; los dieguinos y betlemitas en la capital de la provincia; los mercedarios en Valle de Santiago y el Mineral de Mellado; los hospitalarios juaninos en León y Celaya; los oratorianos de San Felipe Neri en San Miguel, Guanajuato y León y varios grupos de beatas que se expandieron por doquier. La labor al respecto del clero secular, salvo la magnífica actuación del Obispo Quiroga, podemos asegurar que no existió. Gavia de Rionda en la Cruz del Pajero, Mineral de Mellado, Guanajuato, Gto., Verano de 1997. Capítulo IV SITUACIÓN DE LA MINERÍA GUANAJUATENSE ANTES DE INICIARSE LA REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA DE MÉXICO En la primera mitad del siglo XVIII, Guanajuato era uno más de los centros mineros de la Colonia; rico, pero que no se había distinguido como de la primera línea; Zacatecas estaba adelante. Por lo tanto, el Bajío que era ya un gran proveedor interno y externo a su zona, tampoco se había convertido en el gran granero que llegó a ser. Lo anterior se debía a condiciones que no propiciaban el desarrollo minero de Guanajuato, y por consecuencia, el agrícola, ganadero, industrial, comercial y cultural de la región. Veamos las condiciones de la minería en esa época y sus inmediatas auxiliares: En general hubo escasez de capitales para la aplicación minera. Ningún minero llega rico a la minería propiamente; sale rico de ella, o más pobre. Por lo tanto necesitó siempre de refaccionamiento pecuniario. Para tal ocurrió a la Iglesia o al prestamista. La primera no fue amante de aventurar sus capitales en algo tan incierto como el producto minero; en general prefirió más seguridad, como la que daban la agricultura o el comercio; sin embargo, aunque poco, no dejó de invertir o prestar algo. Por lo tanto, casi siempre el minero necesitado, recurrió al prestamista, que no se encontraba en estos Reales mineros, sino en la capital virreinal, el que como buen usurero prefería prestar con las mayores seguridades de rescate y ganancia de su capital, o sea, con altos intereses, plazo corto y mediante contrato muy favorable a él. Y no cabe duda que Guanajuato era prometedor, pues buen número de estos créditos eran concedidos en esos tiempos a mineros de la localidad. Sin embargo, esos préstamos no sacaban del atolladero a los mineros, sino al contrario, en general los hundían más, pues las minas más importantes ya eran muy profundas y por lo tanto sus gastos de laboreo más altos. Entre esos costos elevados encontramos el del azogue; ingrediente fundamental para la separación de la plata de las “impurezas”. Era caro y escaso, pues por motivos del monopolio oficial de éste, solo podía venir de España, y el que llegaba, era poco para el que se necesitaba; su costo ascendía a 82 pesos el quintal. Los mineros siempre andaban en espera de éste, el que nunca se sabía cuándo llegaría y en qué cantidad; por lo tanto muchas minas y haciendas de beneficio paraban sus trabajos mientras había poco o nada de azogue, pues selectos eran los que se podían dar el lujo de almacenar el mineral hasta la llegada del azogue. Si no había azogue, el beneficiador no trabajaba y por lo tanto no le compraba al minero, y éste se veía obligado a suspender la extracción, es decir, el trabajo en la mina. Sin embargo los intereses de los préstamos seguían corriendo, estos no se suspendían y el minero se endeudaba más cada vez. La pólvora, que ya en la primera mitad del XVIII se usaba muy profusamente en Guanajuato, era manufacturada solamente por concesión a particulares dada por el Estado, y muy controlada por éste; la que también era escasa y cara, y el no contar con ella hacía que los costos de laboreo ascendieran, pues para no parar la extracción de mineral se tenía que recurrir al método de “lumbradas”, que era mucho más caro, lento y peligroso, además de que nos ‘pelaban’ los cerros. La sal y el cobre, otros ingredientes necesarios para la amalgamación, eran traídos a lomo de mula desde Colima y Peñón Blanco el primero y de Michoacán el segundo; subiendo el precio muy considerablemente por el largo trayecto que se tenía que recorrer. Todo lo anterior acarreaba que la minería siempre estaba endeudada con los que la aviaban, con la Real Caja, sobre todo por el suministro de azogue, lo que en muchos casos llevó a la quiebra a varios mineros y beneficiadores, con los consiguientes cierres de minas y haciendas. A lo dicho hay que sumarle la poca mano de obra que había en Guanajuato. Aunque la minería era un buen aliciente tanto por el buen salario: 4 reales diarios y partido; como por la libertad de tránsito y escaparse de impuestos y prestaciones, para que llegasen hombres que trabajasen en ese giro, como así sucedía; pero había algunos tropiezos que hacían que siempre se necesitasen más brazos; esos eran: el trabajador minero pocas veces llegaba más allá de los 40 años de vida, por muerte accidental o por enfermedad profesional; la zona agrícola hacía lo posible para que no se le escaparan los jornaleros, pagándoles más y tratando de acasillarlos por medio de deudas; la vida de vicios pendencias, que era mucha, también arrancaba hombres para llevarlos a la cárcel o al otro mundo. La falta de brazos para el trabajo minero obligaba a una competencia entre empresarios mineros, que se reflejaba ofreciendo mayores salarios, y que ocasionaba que los que no tenían dinero suficiente, o conseguían o cerraban. Esos mayores salarios, unidos a otros costos altos, traían a la minería en constante angustia. Por consecuencia la compra de bestias, alimentos, cueros, era poca; lo que se traducía en también poca producción en el Bajío; se producía lo estrictamente necesario para cubrir la corta demanda. Esa precaria situación cambió en la segunda mitad del XVIII, en forma muy favorable. En la década de 1760-70, los prestamistas de la ciudad de México, después de sonados fracasos de sus inversiones en las minas de Mellado, Rayas, Cata, Sirena y otras, retiraron sus avíos a la minería guanajuatense. El campo quedó abierto para que los comerciantes de Guanajuato y Reales cercanos, se convirtiesen en “aviadores” de la minería del lugar, aviando con mercancías y dinero no solo a los mineros extractivos, sino también a los “rescatadores” o compradores de mineral, y a los “hacederos” o refinadores. Muchos de ellos después de prestamistas pasaron a “refinadores”, al comprar o alquilar haciendas de beneficio de metales y hacer ellos mismos el proceso de separación de la plata; luego “rescataron”, o sea, compraron personalmente el mineral en las bocas de las minas, y finalmente se convirtieron en mineros al adquirir barras o acciones en algunos fundos. Así, los antiguos mineros, rescatadores y refinadores, en bancarrota constante, fueron en parte desplazados de la minería, como también los prestamistas capitalinos. A partir de este momento, en la década antes dicha, la minería de Guanajuato, será trabajada y financiada por los elementos de la misma localidad. A lo anterior se vendrán a unir varias circunstancias favorables. Estas fueron: La política social y financiera de Carlos III, que se tradujo, entre otras disposiciones, en abrir más puertos marítimos al comercio, tanto de España como de América, lo que hizo más fluido a éste y menos costosos los artículos que mutuamente se necesitaban entre ambos continentes. En 1750 el quintal de azogue tenía una costa de 62 pesos y fracción; aunque había bajado de precio, todavía resultaba caro; en 1777 con todo y transporte hasta Guanajuato se redujo a menos de 44 pesos, y posteriormente bajó hasta 30 pesos el quintal. Lo anterior con la idea de favorecer la explotación minera, como así sucedió. Dejó casi de usarse el método de fundación y se propagó más el de amalgamación, que se hacía con azogue; también se logró sacar mayor cantidad de plata al beneficiar metales de poca ley y con poner a producir minas abandonadas o abriendo otras nuevas. Además se permitió la búsqueda en territorio mexicano de yacimientos de mercurio para auxiliar a los de Almacén. En la intendencia de Guanajuato se tuvo noticia de yacimientos mercuriales en la localidad de Casas Viejas y por lo menos otros cuatro lugares más. Al respecto fue poco el éxito y se siguió necesitando que continuase llegando de España; pero además ya podía venir de Perú, Alemania y Asia. Sobre el método de amalgamación que se hacía con azogue en esta parte del reino español, Fausto de Elhuyar trató de modernizarlo y hacerlo más eficiente, rápido y de menos costo, para la cual trajo técnicos alemanes que trataron de implantar el famoso método de Born, lo que resultó un total fracaso, por lo menos en Guanajuato, donde la amalgamación se hacía con mucha perfección. Al respecto, Sonneschmid, uno de los peritos germanos dijo: “El método de amalgamación denominado de patio, es tan perfecto en la Nueva España, que deberían ser los europeos quienes deberían venir a la América para aprenderlo.” La pólvora era otro elemento necesario para el trabajo y fomento minero, ésta había venido siendo elaborada por particulares que conseguían la concesión del rey mediante una renta, hasta que en esta época de reformas fue estancada y administrada directamente por el gobierno, lográndose reducir el precio de 8 reales que valía antes la libra, a 6 reales primero y luego a 4; lo que redundó en beneficio de la minería. Se exceptuó del impuesto de alcabalas a todas las materias primas, herramientas y algunos alimentos, necesarios para el fomento minero. Hasta finales de 1767 se tenían muchos problemas para contar con trabajadores mineros constantes, pues éstos eran muy indisciplinados, muy dados a la holgazanería y a los vicios, lo que ocasionaba constantes delitos, sobre todo contra los patrimonios y de sangre; también muy seguido se cambiaban de un trabajo a otro, en busca de mayores ganancias, que no eran aplicadas para vivir mejor, sino dilapidadas en alcohol y juegos de azar. Su salario era bueno para la época y circunstancias, alrededor de 4 reales diarios más producto del partido, mientras que un trabajador del campo ganaba no más de 2 reales diarios, más un pedazo de tierra para cultivar. Guanajuato era el imperio del vicio y la delincuencia; llena de tugurios de toda ralea, prostíbulos por doquiera, palenques en cada barrio y pueblos mineros; inseguridad total al transitar por sus calles y plazas y la seguridad no la brindaban ni siquiera los atrios e interiores de templos y conventos. El día de raya, Guanajuato era todo música, cantos, gritos, alcohol, cuchillos, detonaciones, heridos, robos y muertes. Todo eso lo producían los buenos salarios, la indisciplina y el libertinaje en que vivía el gremio minero. Este grupo, muy pronto tuvo conciencia de defensa contra aquello que lo perjudicaba; así, constantemente se amotinó contra disposiciones gubernamentales, siendo los más notorios y recientes los de 1766 y 67. El primero por oponerse a la imposición del estanco del tabaco, el aumento de nuevos impuestos y por el censo que se pretendía hacer para organizar las milicias. Seis mil mineros se situaron en las alturas de la ciudad y entraron a ella en “forma de motín”, tomaron como rehén al administrador de aduanas y obligaron al Alcalde Mayor de la ciudad a firmar “capitulaciones”, donde se derogaban las disposiciones en disputa; y el mismo virrey confirmó ese compromiso. El siguiente año fue peor en todos sentidos; a fines del mes de junio llegó la orden de expulsión de los jesuitas; se trató de ejecutar, el pueblo minero se amotinó, saquearon el almacén general de la pólvora y trataron de tomar las Casas Reales; asaltaron muchos comercios y personas, sobretodo españoles. El gobierno cercó la ciudad durante 3 meses y medio con un anillo de poco más de 8,000 soldados. Se encarceló a cerca de 700 personas, entre culpables e inocentes, y se condenó a la pena capital a los más responsables, otros a cadena perpetua, otros a largas y cortas condenas de privación de la libertad, algunos a destierro y a los que mejor les fue, a ser azotados públicamente; a la ciudad toda le fue impuesta una multa anual y un impuesto especial sobre las harinas de trigo y maíz en grano que entraran a la ciudad. En este momento los obreros mineros perdieron su libertad de tránsito, pues quedaron sujetos a los “mandones” o capataces de las minas y haciendas, los que vigilarían su conducta y hasta fueron facultados para aplicar algún correctivo y obligados a denunciar toda sospecha de subversión; también se les redujo el salario a los obreros, pues paulatinamente fue desapareciendo el partido; y se creó un cuerpo de ejército permanente para vigilar de día y de noche la ciudad y sus minas. La vida alegre y libertina terminó, pero rencores se incubaron o crecieron los ya existentes. Aunque las medidas tomadas sujetaron al obrero, al dueño de mina o hacienda de beneficio, esto no aumentó la mano de obra, pero sí en cambio aseguró la que había, lo que resultó benéfico para el auge minero. Fue creado el Tribunal de Minería para que ventilara los casos referentes a ese ramo, dándole con eso cierta autonomía al gremio y toda injerencia en el desarrollo minero. En 1783 se promulgaron las nuevas Ordenanzas de Minería; más modernas y acordes con los tiempos. Al año siguiente se puso a funcionar un Banco de Avío para la minería, el que no tuvo éxito. Posteriormente iniciará sus trabajos el Colegio de Minería, que produciría muchos técnicos en la materia que evolucionarán la extracción y beneficio de los metales. Socialmente, lo que en esos tiempos era muy importante, los mineros fueron elevados de categoría social, poniéndolos a las alturas de los comerciantes. La división del virreinato en Intendencias, hizo que la justicia se convirtiese en más pronta y expedita; tocándole en suerte a Guanajuato, como segundo intendente, un Antonio Riaño, hombre que mucho ayudó a la evolución cultural y económica de la provincia. Aunque en varias partes se otorgaron exenciones de impuestos, en Guanajuato no se dio ninguna, porque no se necesitaron, dado el desarrollo que ya tenía la minería local, gracias a la Valenciana. Esta mina, ya conocida desde muy antiguo, pero que se había dejado de trabajar por incosteable, había permanecido por muchos años sin ser explotada. En el año de 1760 nuevamente fue laboreada por el criollo Antonio de Obregón y Alcocer, teniendo como aviador y socio a un comerciante de Rayas nombrado Pedro Luciano de Otero; mas otro socio, Juan Antonio de Santa Ana, que posiblemente en alguna ocasión los avió. Así, la mina que constaba de 24 barras o acciones, estaba dividida en 10 de Obregón, 10 de Otero y 4 de Santa Ana. Transcurrieron hasta 8 años sin que la mina produjera, hasta que dieron con la veta. En 1771 se extraen por primera vez del interior llamado Dolores, ricas cargas de plata, con lo que da principio una de las más ricas y duraderas bonanzas de la minería guanajuateña. La producción masiva se inició en 1768 y para el siguiente de 1774, ya se extraían de 800 a 1000 cargas de metal de buena ley cada semana, y los frutos de esta mina se estaban moliendo en muchas de las principales haciendas de esta jurisdicción y era la que estaba en máxima bonanza. Y tres años después entre barreteros, barrenadores, tenateros, faineros, pepenadores y peones, trabajaban, entre día y noche, más de 2000 personas, los que hacían ascender el monto de salarios de estos a 1,200 o 1,300 pesos por semana. En los contornos de la mina y donde antes de 1760 “pacían las cabras”, 17 años después se había formado un pueblo que constaba de “447 casas de adobe y piedra”, y más de 2500 jacales, donde vivían 6100 gentes, los que estaban construyendo un templo majestuoso, aunque la licencia fue otorgada para capilla. Pronto fue necesario que la mina contara con tres tiros: el de San Antonio, que fue el primero, que tenía de profundidad 227 metros, donde fueron instalados 4 malacates y costó 396,000 pesos; el de Santo Cristo de Burgos, con una profundidad de 150 metros y con 2 malacates, habiendo costado 95,000 pesos, y el tiro de Nuestra Señora de Guadalupe, que fue el más reciente, con 345 metros de hondo dotado con 6 malacates, el que costó 700,000 pesos. El costo total de los tres fue de cerca de 1,200,000 pesos. Suma altísima para la época, pero que nos da idea para entender la riqueza de esa mina, y lo rico que pronto también hizo a sus dueños Los principales dueños de la Valenciana no se concretaron a hacer y atesorar dinero, sino que lo aventuraron “aviando” o refaccionando a casi toda la minería guanajuatense, prestando dinero a mineros, rescatadores y beneficiadores y comprando el mineral extraído de otra minas; lo que ocasionó que los comerciantes-aviadores del lugar, perdieran campo de acción para tomarlo Obregón y Otero. Así, la Valenciana y sus riqueza no solo sirvió para hacer muy ricos a sus dueños, sino también para ayudar al gran surgimiento minero que experimentó Guanajuato a fines del siglo XVIII y primeros diez años del XIX. Entre más riqueza salía de sus bocas, mas desparrame de dinero había en Guanajuato y el Bajío. Por tal motivo bien vale la pena dar otros datos más sobre esa mina. Pronto debido a la profundidad cada vez más honda, los gastos de explotación se hicieron más grandes, por lo que fue necesario hacer un nuevo tiro, el de San José, que llegó a tener en el año de 1810 más de 527 metros de profundidad; el más hondo del mundo en ese momento, y que costó alrededor de 1,000,000 de pesos y fue equipado con 8 malacates. Sobre este tiro general, Humboldt dijo que era “una de las empresas mayores y más atrevidas que presenta el laboreo de las minas del mundo”. Los dueños de la mina tenían anualmente de ganancia un término medio de cerca de 1,000,000 de pesos, o sea, aproximadamente 400,000 pesos para Obregón, otro tanto para Otero y 200,000 para Santa Ana. Las ganancias de los dueños fueron fluctuantes, pero siempre altas, así en 9 años, de 1794 a 1802, obtuvieron 5,791,317 pesos. Los dueños fueron los que más rápidamente se enriquecieron en su tiempo en la Nueva España, y llegaron a ser de los más opulentos de la Colonia. Así como las ganancias eran muy buenas, también los gastos de explotación eran altos, llegando a ser los más costosos del reino. La mano de obra absorbía el 75% del total de gastos, ya que después de 1767 a los obreros se les fue quitando el partido, quedándoles solo el salario, el que tuvo que elevarse a 10 reales diarios a barreteros y barrenadores, 8 a los tenateros y 4 a los peones ordinarios. En esa época ya trabajaban en la mina 3,332 personas en diversas funciones, pagándose semanalmente de 16 a 20,000 pesos en salarios. El gasto de pólvora también era crecido, 400,000 libras anuales aproximadamente; así, de 1794 a 1802 se gastaron 673,676 pesos en compra de ese elemento, o sea, un término medio por año de 65,000 pesos; pues diariamente se hacían cerca de 600 taladros para barrenos. Igualmente se consumía al año 150,000 libras de acero para hechuras de herramientas, pues se necesitaban tantas que tan solo en el interior de la mina había 16 fraguas. En general, los costos de la mina fueron en ascenso; en los primeros años el gasto fue de 400,000 pesos por año aproximadamente, para llegar a cerca de 800,000 por año; en 9 años, de 1794 a 1802, los costos de labores fueron de un poco más de 8.000,000 de pesos, pero en cambio en ese mismo período tuvieron un producto de la venta de minerales extraídos de la mina, de cerca de 14,000, 000 de pesos. La Valenciana de por si era riquísima, pero esa riqueza se pudo aprovechar gracias a su eficiente forma de explotación; ella sola a fines del XVIII y principios del XIX, produjo las dos terceras partes de toda la plata que se beneficiaba en Guanajuato, es decir, entre el 60 y el 70 %. Tan solo en 1803, Guanajuato produjo de 5 a 6 millones, mientras que catorce solo dio 3 millones y medio y Zacatecas cerca de 3 millones. Prueba de lo anterior, en el ámbito de las escalas sociales de la época, es que de los cinco títulos de nobleza que hubo en la ciudad de Guanajuato, tres fueron producidos por la Valenciana: los condes de Valenciana, el de Casa Rul y el de Pérez Gálvez. En esta época de apogeo minero, Guanajuato produjo entre la cuarta y la quinta parte de toda la plata extraída en la Nueva España, y una sexta del total producida en toda América. O sea, ocupaba el primer lugar como productor de plata, le seguían el Real de Catorce y luego Zacatecas. Para tal efecto, cada día en Guanajuato se molían un poco más de 11,000 quintales de mineral, para lo que se contaba con cerca de 14,000 mulas que trabajaban jalando 1895 arrastres o molinos, situados en 80 haciendas de beneficio grandes y cerca de 200 zangarros o haciendas chicas, donde se consumían para la amalgamación 4,000 quintales de azogue anualmente, es decir, una cuarta parte de todo el consumo nacional; también se necesitaban cada año 2,000 cargas de plomo y más de 25,000 cargas de sal. Si las cifras nos parecen altas, es porque tan solo en los 38 años últimos antes de 1810, se beneficiaron en Guanajuato aproximadamente 165 millones de pesos, el doble que en Potosí, Perú, en sus mejores tiempos; pues por ejemplo, de 1785 a 1789, Guanajuato produjo el 25% de toda la producción novohispana. Y esa cantidad se había extraído en mineral, casi solamente en un espacio externo de 2,500 metros, esto es, en una superficie comprendida entre la mina de La Esperanza a la de Rayas; siendo la zona minera conocida en ese momento de 12,000 metros. Esa opulencia le hizo decir a Humboldt: “sus vetas exceden en riqueza a cuanto se ha descubierto en las demás partes del mundo”. Desde 1766 la producción minera anual de Guanajuato fue constante y en ascenso; así, en 1809 llegó a un poco más de 5 millones y medio y para 1810 bajó a 4 millones y medio, por efecto de la lucha libertadora y la decadencia continuó en los siguientes años. Como ya dijimos, la bonanza minera de Guanajuato de fines del XVIII y principios del XIX, repercutiría en otras funciones como en la agricultura, la que principalmente se encontraba en las feroces tierras del Bajío. En la Intendencia de Guanajuato había 448 haciendas, 360 ranchos independientes y 1,046 dependientes, 37 pueblos y 29 estancias; donde laboraban cerca de 54,000 trabajadores del campo. Las haciendas en cuanto a extensión eran las más chicas de la Nueva España, más en el Bajío que en la montaña; estas haciendas de la planicie estaban muy bien organizadas, eran verdaderas unidades de producción; bien irrigadas por vasos de captación y acueductos o canales, divididas sus tierras para las diversas siembras, de regadío, de temporal, intermedias, agostaderos, de leña, etc.; las situadas en las montañas aunque ricas, no tenían la feracidad de las primeras, pero al dueño le brindaban buenas rentas. Las pocas tierras comunales que tenían los indígenas avecindados en algunas partes de Guanajuato en el siglo XVI, para la segunda mitad del XVIII ya casi habían desaparecido; se habían convertido en ranchos de propiedad particular o habían pasado a engrosar las haciendas. La mano de obra era suficiente en el campo, pero siempre existía la amenaza de que abandonaran la labranza para pasarse a la minería, por lo que los hacendados y rancheros tratando de asegurar los brazos que necesitaban para atender sus tierras, hacían lo posible por sujetar a la peonada, acasillándola por medio de deudas con la hacienda. En general las haciendas y ranchos abajeños se dedicaron en el siglo XVIII más a la agricultura, mientras que las situadas en la zona montañosa lo hicieron más a la ganadería. El Bajío era de tierras ricas, la montaña de suelo pobre. Fue el Bajío la región más productiva de la Colonia, se le llegó a llamar “el granero de la Nueva España”, pues la mayor parte de la llanura producía cosechas de entre 30 y 40 por uno, y en algunas ocasiones 180 por uno. Para Humboldt la zona mejor cultivada de todo el virreinato era la región comprendida entre Salamanca y León y le recordaba los campos de la Francia. Sin embargo no todos los años eran de buenas cosechas; sequias o heladas, que eran y son frecuentes, muchas veces ocasionaron que las siembras se perdieran, como pasó en 1785-86, haciendo que el maíz subiera mucho de precio, quedando fuera de alcance de la gente pobre, lo que ocasionó hambre y 8,000 personas murieran en la ciudad de Guanajuato y más de 65,000 en toda la Intendencia. Otro tanto sucedió en el ciclo 1809-10. No obstante, la malas rachas, en general en esa época el Bajío fue la región más productiva de la Nueva España. Lo fue por fértil y por exigencia, pues la minería inmediata, tan solo, tenía que mantener 14,000 mulas, necesario para el trabajo minero, consumiendo 400,000 fanegas de maíz al año, aparte de otros granos, verduras, pasturas, carnes, leche, cueros, etc. La población de la Intendencia era numerosa, la segunda de la Colonia en cantidad. La primera era el Valle de México. La Intendencia de Guanajuato, la más chica en extensión territorial, para 1803 tenía una superficie de 912 leguas cuadradas, poblada por 517,300 habitantes: 568 por legua cuadrada, donde había tres ciudades: Guanajuato, Celaya, Salvatierra; cuatro villas: San Miguel, León, San Felipe y Salamanca; 47 pueblos; 33 parroquias y como ya dijimos, 448 haciendas y múltiples ranchos. En la segunda mitad del siglo XVIII, este territorio tuvo el desarrollo demográfico más alto de la Colonia, pues en toda la Nueva España fue de aproximadamente el 33%, mientras que en la Intendencia de Guanajuato llegó a más de 150%; en 1742, tenía el 4.6% de todos los habitantes del virreinato, proporción que para 1793 creció al 9.4%. Así, para 1810 llegó a tener 633 habitantes por legua cuadrada. Tan solo la ciudad de Guanajuato y sus Reales dependientes antes de 1790, tenían aproximadamente 55,000 habitantes; en 1794 la población solamente de la ciudad era de 31,998; para 1803 entre la ciudad cabecera y los Reales de Marfil, Santa Ana y Santa Rosa habían 55,631 vecinos y agregándole los otros Reales como Valenciana, Rayas, Mellado y demás llegaban a un poco más de 70,000 personas. Para 1810 andarían por los 90,000. La población de Guanajuato era en los primeros diez años del siglo XIX mayor que la de Lima, Santa Fe, Quito y Caracas. Después de las ciudades de México y la Habana era la ciudad con más habitantes de Hispanoamérica. Población totalmente heterogénea en sus principios: españoles, negros, indios, mestizos, criollos; para luego convertirse en el siglo XVIII en más o menos homogénea: mestiza; que fue y es la mezcla predominante. La riqueza del Bajío y la exigencia de la minería, pronto convirtieron a la Intendencia en un centro industrial muy diversificado; en general se trabajaba la lana de sus ganados, de los que se hacían muy buenas y famosas cobijas, jorongos, cobertores y otras prendas de vestir; igualmente se tejía el algodón, sobre todo haciendo mantas, de las que se confeccionaban los vestidos más generalizados; la piel se trabajaba tanto cruda para uso de la minería y la agricultura, como labrada para cientos de prácticas; la herrería hacía lo necesario para el trabajo minero y del campo; y así todas las artesanías de carácter utilitario, desde la cerámica pobre y sencilla hasta la policromada, al igual que la cestería de vara, tule y carrizo, etc. En 1792 había en la Intendencia de Guanajuato 10,753 trabajadores de fábricas y 16,605 artesanos. El desarrollo minero, agrícola e industrial, a su vez hicieron florecer el comercio. La Intendencia producía casi todo para sí y para otros lugares, por eso la circunstancia geográfica de encontrarse en pleno corazón de la Nueva España, encrucijada de todos los caminos del centro al norte y viceversa, hicieron que se desarrollara un gran e intrincado tránsito mercantil, que efectuó la arriería. A lo anterior se le debe unir el gran número de centros de población que había y la cercanía de unos a otros; siempre unidos por caminos, lo que también hizo que fuese nuestra Intendencia de las mejor comunicadas, por donde caminaban las recuas y carretas que traían y llevaban todo tipo de mercancías, productos de la tierra, otros de los que se carecían y por lo tanto se exportaban; riquezas de las entrañas salían para la Metrópoli; azogue y otros que venían para el beneficio minero; lujos de todas partes del mundo que llegaban; noticias que se llevaban y se traían y un buen montón de emigrantes gachupines, que dejando la vieja España venían a la Nueva, después de haber sabido lo rica que era la Intendencia de Guanajuato, y en donde podían “hacer la América”. El buen número de ciudades, villas, pueblos, haciendas y ranchos, todos muy bien poblados y muy cerca unos de otros, bien comunicados por caminos buenos y malos, por donde transitaban cientos de gentes, le aportaron a Guanajuato un índice alto de cultura, trasmitida mucha por la comunicación de boca a oído. A lo dicho, le unimos que en todos los lugares donde había religiosos regulares, estos tenían escuelas, colegios y seminarios, como sucedía en Acámbaro, Yuriria, Salvatierra, Salamanca, Celaya, San Miguel el Grande, León, San Luis de la Paz, Irapuato, Silao, Guanajuato, etc. En estos centros de enseñanza, los estudiantes de acuerdo con sus medios económicos, recibían conocimientos, desde los rudimentarios del saber leer y escribir y las operaciones fundamentales de la aritmética, hasta altos estudios de la filosofía; o sea, recibían una buena embarrada de cultura general; llegando en algunos casos, aunque pocas, sobre todo donde había discípulos criollos, a impartirles a escondidas algunos conocimientos de los filósofos modernos, los condenados franceses, esos que estaban muy prohibidos por la Inquisición de la época, tanto el leerlos como enseñar su doctrina y aún el poseer sus obras. De acuerdo con lo que acabamos de tratar de narrar, en 1810 en la Intendencia de que venimos hablando, había un contexto cultural muy generalizado, superior a muchas otras provincias y quizá únicamente inferior a la ciudad de México. Por lo tanto, el hecho de que la iniciación de la revolución de independencia de México haya sucedido en Guanajuato, no fue un acontecimiento casual, fortuito, sino que forzosamente tuvo que acontecer aquí, porque en las tierras abajeñas y sierras guanajuatenses se dieron las condiciones sociales, acontecimiento. económicos y culturales necesarios para tal Gavia de Rionda en la Cruz del Pajero del Real de Mellado. Guanajuato, Gto. Septiembre de 1998. FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA A.G.N. Minería, vol. no. 18, exp. 8. A.G.N. Minería, vol. no. 16, exp. 5. A.G.N. Historia. Estadística y Geografía. vol. no. 74 A.G.N. Hacienda, Consulado, vol. no. 917. Museo Naval de Madrid, España. Archivo de la Marina. Manuscrito no. 563. Archivo Histórico de Guanajuato. 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México. 1979. - Wolf Eric R. “El Bajío en el siglo XVIII”. Un análisis de integración cultural. En Barkin David. Los beneficiarios del desarrollo cultural. SepSetentas no. 52. México. 1972. Capítulo V ACÁMBARO: PUEBLO, VILLA, CIUDAD Obedeciendo a las crónicas, sabemos que muchos años antes de la llegada de los españoles a nuestro territorio americano, lo que actualmente es la ciudad de Acámbaro, el sitio ya estaba poblado. Corriendo el siglo XIV del calendario que rige al mundo y cultura occidental, partieron de un lugar de la provincia otomí de Jilotepec, cuatro indígenas Principales con sus esposas e hijos, encabezando a sesenta familias, otomíes todos. Ocurrieron hasta la Provincia del monarca del Reino de Michoacán, al cual ofrecieron vasallaje y obediencia y pidieron lugar donde poblar. Admitidos, se les señaló para asentarse en la región de Guayangareo, donde estuvieron algún tiempo. “No hallándose bien, se vinieron de lugar en lugar, hasta llegar al río Grande que pasa por este dicho pueblo, y allí poblaron”. Corrido algún tiempo y siendo estos de nación extraña a los michoacanos, el rey purépecha envió a este naciente pueblo a cuatro Señores tarascos y sus familias para que poblaran entre y con los otomíes. Después, estando ya asentados en Acámbaro, los cuatro señalados michecuas y sus seguidores, el soberano michoacano mandó a un Señor Principal para que gobernase a los de su pueblo. Dícese que el nombre de la consorte de este Principal, le dio la denominación al lugar: Acámbaro. Varios chichimecas más o menos pacíficos, se asentaron cerca de los otomíes; rio de por medio. Por lo tanto, en la zona se hablaban las lenguas chichimecas, otomí y principalmente purépecha. Las tres etnias: tarascos, otomíes y chichimecas, fueron puestos allí, como punto de frontera, para defender al Reino de Michoacán de sus eternos enemigos: los mexicanos, los oriundos de Jocotitlán, Jalisco y Guanajuato. Así pasaron largos tiempos, pero llegó el conquistador hispano a nuestros lares y por 1522 los michoacanos aceptaron gratuitamente ser súbditos del rey ibero. En general, la denominación europea de nuestro suelo, en mucho se debió a la colaboración de los propios indígenas para tal acto. No nos queda la menor duda que la mayor arma que tuvo el conquistador, muy bien representado por Hernán Cortés, fue la política: las argucias utilizadas por el blanco, después de darse cuenta que los pueblos autóctonos no formaban una unidad política ni de intereses, fueron efectivamente aprovechadas para facilitar la sojuzgación. Así, en septiembre de 1526 llegan a Acámbaro multitud de indígenas otomíes capitaneados por Nicolás de San Luis Montañés, cacique de éstos, emparentado con la antigua casa reinante de México y asociado con los peninsulares; quien viene acompañado de otros jerarcas que también comandan indios aliados a los conquistadores, más algunos españoles, significándose entre estos los religiosos. Después de hacer la guerra y derrotar a los indómitos chichimecas lugareños, refunda la población a la usanza española, con todas las ceremonias y ritos religiosos y profanos aplicables al caso. Se traza el pueblo, se reparten solares; se ubican por zonas, respondiendo a sus tribus, a los viejos y nuevos pobladores; se eligen autoridades, se les reparten tierras para la labranza, se crea un convento franciscano y se inicia la evangelización; se notifica lo hecho a las autoridades centrales, que se encontraban en la ciudad de México, quienes aprueban la refundación, llamándola fundación. Quedaron reducidas o congregadas varias familias purépechas, otras tantas otomíes y fuera del pueblo, rio de por medio, algunas de chichimecas. Se dispone que el pueblo de San Francisco de Acámbaro, que así se le puso, y sus pertenencias, fueran únicamente para indígenas. El curso de la vida del pueblo continúa, se encomiendan sus habitantes a Pedro Sotomayor, quien dura poco en tal disfrute, y luego se los pasan al español recién desembarcado Hernán Pérez de Bocanegra, pilar de una de las familias más significativas de la dominación en la región. Corriendo el siglo de la conquista, se crearon dos hospitales para enfermos y caminantes, uno para los tarascos y otro para los otomíes. Pronto Acámbaro desparrama su gente por doquier. En 1531 asisten los acambarenses, capitaneados por Hernán Pérez de Bocanegra, al ataque y derrota de los chichimecas que dominaban la región de Querétaro y ayudan a fundar y crecer el pueblo de este último nombre. En 1537 por razones de negocios de su Encomendero van a dar hasta las minas de Taxco. En 1541 ayudan a terminar en Jalisco con la guerra del Mixtón. Después, Pérez de Bocanegra, ordenado por el virrey, irá encabezando acambarenses al riñón de la Chichimeca, en los llanos de San Miguel, y sofoca a sus ocupantes. Desde el arribo de los frailes franciscanos a Acámbaro, este lugar se convirtió en un baluarte desde donde miembros de la seráfica orden estuvieron haciendo continuas entradas al suelo de los indómitos chichimecas, con fines catequizadores y logrando muy buenos resultados, cooperando en forma muy efectiva al nacimiento de muchos centros de población y fundación de conventos como en Jerécuaro, Coroneo, Tarandacuao, Celaya, Salvatierra, Irapuato, León, San Felipe, Villagrán, Cortazar, los Apaseos, San Miguel el Grande, Xichú, todos en el actual Estado de Guanajuato, y algunos en otras entidades, como el de Río Verde. En la función colonizadora, los indígenas de Acámbaro dieron su fuerza de trabajo por muchos lados; así, en 1543, obedeciendo órdenes virreinales, mandaron constantes grupos a la edificación de la naciente Valladolid. En 1550 cooperaron en la construcción del camino de Zitácuaro a Acámbaro. En 1555 ayudan a levantar casas y demás edificios de la Villa de San Miguel; luego en 1571 hacen lo mismo en Celaya y en 1576 en la villa de León, aparte de que sus brazos fueron fundamentales para la explotación minera de Santa Fe de Guanajuato. En las disposiciones que protegían y regían las Encomiendas de Indios, existía la prohibición para el Encomendero de tener tierras dentro del lugar habitado y trabajado por sus encomendados, ordenamiento que por lo que respecta a Acámbaro no se cumplió en lo absoluto, como en otros muchos lugares, pues desde 1538 en adelante, le dieron a Hernán Pérez de Bocanegra, directamente o a través de sus hijos o por interpósitas personas, varias Mercedes de tierras para estancias ganaderas y caballerías de tierra para la labranza, todas dentro de los limites habitacionales de sus encomendados, o sea, Acámbaro; por lo que en este lugar, no tardó en desarrollarse el latifundismo de los Pérez de Bocanegra, el que creció más con las compras y permutas que hicieron con los indios que tenían las tierras, hasta que éstos últimos se quedaron sin nada o casi nada. Otros españoles lograron Mercedes de tierras en la región de Acámbaro como fueron en 1560 Antón Maldonado, en 1536 Luis Ponce de León, en 1565 a Luis de Torres, a Pedro de Robles, Pedro Ponce, Diego Jiménez, Sara de Monroy, Diego Pérez y varios otros. Con las Mercedes Reales llegaron los españoles y con ellos y los Estantes se inició el mestizaje y también el cambio de vida, añadiéndose a sus viejas costumbres ancestrales otras de origen español. Por mucho tiempo, Acámbaro dependió del corregimiento de Yuriria y éste de la alcaldía mayor de la villa de Celaya. En 1580 estaba lleno de bosques de mezquite y en las riberas del rio Grande o Lerma, se daban frondosos y viejos sabinos, abundaba el pescado bagre, tierra fértil de muchos y buenos pastos para todo tipo de ganado y labranza de trigo, maíz, cebada y varios tipos de frutos de España. Por causas de explotación y epidemias periódicas había bajado el número de pobladores, ahora, en 1580, sólo había 2,600 cabezas de familia que vivían agrupados en poblaciones. Acámbaro se desarrolló durante todo el curso de la época virreinal: crecieron sus haciendas, el comercio aumentó considerablemente, su población se mestizó y multiplicó, se embellecieron sus fincas, templos, conventos, puentes, fuentes, acueductos; sus calles y plazas se engalanaron con magnificas fachadas, se multiplicaron sus medios productivos y se significó el lugar. Su participación en la gesta libertaria iniciada en 1810 fue de gran importancia como pueblo amante de la libertad de su nación. Sus hijos, hombres y mujeres, dieron sus vidas y caudales a favor de la insurgencia, hasta ver consumada la anhelada independencia. Deudas de gratitud había que pagar, la villa de San Miguel el Grande se elevó a ciudad y se nombró San Miguel de Allende, en recuerdo de su máximo héroe; la Congregación de Dolores se designó villa de Dolores Hidalgo y Acámbaro, el 18 de julio de 1827, dejó de ser pueblo y se convirtió en villa por decisión del Congreso del Estado. Todas las circunstancias nacionales sucedidas en el siglo XIX, las vive la villa de Acámbaro. En el curso de la vida como villa, la población creció, tanto en su extensión física como en el número de pobladores, se multiplicaron los servicios satisfactores de necesidades de los usuarios y varias mejoras se realizaron como la renovación efectuada en los altares y decorados de su iglesia central, se multiplicaron las escuelas de primera enseñanza, tanto clericales como del gobierno; hubo una escuela de música y otra de dibujo y se fomentaron las artesanías del lugar. En 1850 se inició la construcción de la capilla a la imagen (de la Virgen) del Refugio; también se hizo el nuevo, majestuoso y bello Puente del Pilón, llegaron las manifestaciones del progreso como telégrafo, teléfono y ferrocarril, haciéndose con esto un centro ferroviario de suma importancia. Caminando los tiempos, los acambarenses llegaron a finales del siglo XIX y las autoridades del sitio solicitaron al Congreso del Estado, que la villa fuera elevada a ciudad. Este cuerpo estudia el caso y estando conforme el gobierno de la entidad, en sesión plenaria del 8 de noviembre de 1899 es que decreta que la villa de Acámbaro se eleve a ciudad, quedando con el mismo nombre y se le concede la facultad de realizar una feria anual. El Decreto correspondiente de 1899, es enviado para su publicación el día 9 en el organismo oficial y entra en vigor el día 12, es decir, tres días después. Textualmente, dice: “El C. Joaquín Obregón González, Gobernador Constitucional del Estado Libre y Soberano de Guanajuato, á los habitantes del mismo, sabed: Que el H. Congreso ha decretado lo siguiente: El Décimo Octavo Congreso Constitucional del Estado Libre y Soberano de Guanajuato, decreta: Artículo 1º Se erige en Ciudad la Villa de Acámbaro. Conservará su propio nombre y se le concede una feria anual que se verificará cuando su I. Ayuntamiento, de acuerdo con el Ejecutivo el Estado, lo disponga. Artículo 2º Durante la feria se permitirá toda clase de juegos y diversiones públicas que la ley no prohíba expresamente, y el Ayuntamiento respectivo al organizar aquella, designará el lugar en que debe verificarse, procurando satisfacer las necesidades y aspiraciones de la localidad y su vecindario, á la vez que los intereses del Municipio. Artículo 3º Podrá el mismo Ayuntamiento, durante la feria, modificar como estime conveniente las tarifas relativas al cobro de derechos de plaza, y para dar impulso y mayor brillo á las fiestas, podrá también la repetida Corporación, de acuerdo con el Gobierno, dedicarle la suma de dinero que crea conveniente, tomándola de los sobrantes que hubiere en la Tesorería Municipal. Lo tendrá entendido el Gobierno del Estado y dispondrá se imprima, publique y circule para su debido cumplimiento. Dado en Guanajuato, á 8 de Noviembre de 1899. -Eusebio Ortega, Diputado Presidente. – B. Olivares, Diputado Secretario. – Carlos M. Vargas, Diputado Secretario. Por lo tanto, mando se imprima, publique, circule y se le dé el debido cumplimiento. Palacio del Gobierno del Estado de Guanajuato, á 9 de Noviembre de 1899. Joaquín Obregón González - Nicéforo Guerrero. Secretario Gavia de Rionda en la Cruz del Pajero en el Mineral de Mellado, Guanajuato, Gto. Septiembre de 2012. BIBLIOGRAFÍA GENERAL CONSULTADA Fuentes 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 A.G.I. Audiencia de México. Legajo Nº 20. A.G.I. Audiencia de México. Legajo Nº 22. A.G.N. Hacienda, Consulado, vol. no. 917. A.G.N. Historia, vol. 406. A.G.N. Historia. Estadística y Geografía. vol. no. 74 A.G.N. Minería, vol. no. 16, exp. 5. A.G.N. Minería, vol. no. 18, exp. 8. Archivo General de Indias (A.G.I.). Audiencia de México. Legajo Nº 19. Archivo General de la Nación (A.G.N.). Mercedes V. Archivo Histórico de Guanajuato. Minería. 1792-1826 Biblioteca Nacional. Cedularios, no. 1402. Museo Naval de Madrid, España. Archivo de la Marina. Manuscrito no. 563. Bibliografía Consultada 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 Acosta José de. Historia natural y moral de las Indias. México. 1962. Alcedo Antonio de. Diccionario geográfico e histórico de las Indias Occidentales o América. Ediciones Atlas. Biblioteca de autores españoles. España. 1967. Alegre Francisco Javier. 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Conferencia 1 Acámbaro indígena, colonizador y evangelizador en el siglo XVI se presentó en el Salón de actos del Museo Regional de Acámbaro. Corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana. 25 de octubre de 1986. Acámbaro, Gto. REFLEXIÓN FINAL Acámbaro en tres momentos históricos: Pueblo (1526), Villa (1827) y Ciudad (1899) Los cinco textos del investigador guanajuatense Isauro Rionda Arreguín (q.e.p.d.) sobre Acámbaro abarcan un período que va desde la época prehispánica y el inicio del Virreinato en el siglo XVI hasta el año de 1899 cuando la localidad adquiere el grado oficial de Ciudad. Transita de Pueblo a Ciudad, sin dejar de ser Villa en el siglo XIX. Del primer texto: “ACÁMBARO INDÍGENA, COLONIZADOR Y EVANGELIZADOR EN EL SIGLO XVI”, el lector puede remontarse al origen del pueblo, mismo que al fundarse (a la indígena) en el año de 1275 es apenas una aldea de otomíes (denominada hoy, la antigua Maguadam). Isauro Rionda detalla que anterior al siglo XVI, el de la bien llamada también re-fundación de Acámbaro de 1526, ya existía un sitio habitado con el mismo nombre. En el siglo XVI, la comunidad fue creada por razones de estrategia económica y de defensa militar. En forma previa, otomíes, cercados por Michecuas, poblaron el lugar de magueyes, dependiendo del trono de Michoacán. Los otomíes pagaban tributo a los purépechas. Posteriormente lo harían los chichimecas, pames y guamares, al ser sometidos y pacificados. Los otomíes eran un baluarte a favor de los purépechas en contra (del Imperio) de los mexicas, en la frontera norte del Reino, ubicada en Acámbaro. Para 1482, Acámbaro ya era cabecera de Pejo, Irámuco, Chupícuaro, Tócuaro y otros. Tras la consumación de la conquista en 1521, Cristóbal de Olid incursionó en Michoacán, comenzando otra conquista, propia y regional, a partir de 1522. Acámbaro se re-funda en septiembre de 1526 “a la española” por don Nicolás de San Luis Montañéz, luego de someter a los chichimecas guamares, un hecho que confirmó la Real Audiencia de México y ordenó se hiciese entonces un Convento de la Orden de los Franciscanos. Después, Fray Antonio de Bermul y Juan Lazo de Quemada re-fundaron Tócuaro en 1527. Nuño de Guzmán, Presidente de la Primera Audiencia de México, ordenó en 1529 edificar un templo y un convento, que se terminó en 1532. Sebastián Ramírez de Fuenleal, Presidente de la Segunda Audiencia, pidió crear el “Hospital Real de los Naturales para los pobres y enfermos y así mismo para los caminantes”. La evangelización y no solo la conquista militar, se consolidan hacia 1560-80. En ese período, no faltaron las Estancias y floreció la agricultura y ganadería. Aquí, hubo una proyección social relevante de Acámbaro hasta 1631 del siglo XVII. En los años 30 del siglo XVI, se convirtió a Conin a la religión católica y pasó a ser Hernando de Tapia. Pedro de Sotomayor y Hernán Pérez de Bocanegra, Encomenderos de Acámbaro, en forma continua lograron una gran presencia social; no sin que avance la colonización de nuevos pueblos en el bajío. Pérez de Bocanegra logró tener un Mayorazgo. A su vez, desde Acámbaro acudieron indios a poblar otros sitios. Notoria fue la intervención del Virrey Antonio de Mendoza, que crea Valladolid y avala la re-fundación del Pueblo de Acámbaro de 1526. Para mediados del siglo XVI, los conquistadores españoles vivieron una Guerra con los Chichimecas (1550-90), en donde los de Acámbaro siguieron influyendo. Regionalmente se hablaban el castellano, chichimeca, otomí, mazagua y tarasco. Acámbaro así, ayudó al desarrollo del bajío, de ahí que tenga bien ganada la honra de haber sido en el centro de México, uno de los principales fundadores de poblaciones y de catequizadores. Siguiendo esta perspectiva, Rionda Arreguín aborda en el segundo escrito la relevancia de los “CHICHIMECAS EN GUANAJUATO” a principio del siglo XVI. En esta centuria, los Chichimecas logran una significativa presencia en una amplia extensión del norte del actual Estado de Guanajuato, “tierra adentro”, y desplazan a los purépechas, que en otra época dominaron la parte del sur de la entidad. Los otomíes también fueron desplazados. Entonces, había una amplia gama de grupos desde los pames, guamares y copuces hasta los guajabanes, sanzas y guachichiles. Los nómadas Chichimecas controlaron el territorio, ante lo cual los españoles debieron de responder con la Guerra. Al final, logran someter a este pueblo indómito que, por condición ritual, practicaba el canibalismo. Los Chichimecas se alimentaban de lo que la naturaleza les daba en el valle; comían carne animal y vegetales y ya conocían el uso del fuego. No eran alfareros, pero sí supersticiosos. Era un pueblo guerrero y cazador con el buen uso del arco y la flecha. Nómadas; crueles y sanguinarios. Ante los conflictos causados por los Chichimecas y la Guerra que estuvo vigente en la segunda parte del siglo XVI, los conquistadores españoles y los sacerdotes que les acompañaban reforzaron la “EVANGELIZACIÓN EN (EL TERRITORIO) DE GUANAJUATO”. El historiador y cronista Isauro Rionda nos remonta en el tercer texto, a ese momento. Los pueblos chichimecas dejarían de pelear cuando aceptaron a los ‘intrusos’ y se adhirieron a ellos, es decir, a los españoles y sus aliados. Chichimecas siempre los hubo desde 1522 por lo menos, pero sus relaciones se deterioraron con los españoles conquistadores a tal grado que llegaron a una Guerra regional. La re-fundación de pueblos como Querétaro, Apaseo y Acámbaro se hizo en el siglo XVI a pesar de la presencia bélica de los propios Chichimecas, sobre todo en el caso de éste último. Los Franciscanos fueron un factor esencial al evangelizar a los Naturales y edificar conventos y doctrinas en Tarandacuao, Jerécuaro y Coroneo. Hablaban además de su idioma madre y el latín, el tarasco y el otomí. En Acámbaro hubo indios chichimecas, pero tras la re-fundación de 1526 se volvieron pacíficos, eran los guamares. En la tarea evangelizadora no faltó Fray Juan de San Miguel, quien la profundizó en la región. Desde Acámbaro y Yuririapúndaro, los Franciscanos y Agustinos, respectivamente, abarcaron una amplia zona, además de Vasco de Quiroga, quien dispuso crear hospitales para los indígenas que estuvieran bajo la advocación de la Purísima Concepción de la Virgen María. Hubo toda una labor e influencia catequizadora durante el resto del siglo XVI y parte del XVII; incluso, Vasco de Quiroga redujo poco a poco a los errantes chichimecas a un (solo) pueblo o núcleo poblacional. Para el período de 1580-90, no faltó la participación de los jesuitas en la pacificación del bajío. Ya pacificado el territorio de Michoacán y Guanajuato, se impulsó el comercio, la ganadería, la minería y numerosos oficios. Los jesuitas, al paso de los años, recibieron por su labor donaciones y herencias (como minas, haciendas, solares y fincas urbanas). Los Chichimecas en la segunda mitad del siglo XVII ya no representaban peligro en la región. Para el siglo XVIII, el antiguo corazón Chichimeca es ya un emporio de riqueza, trabajo, paz y tranquilidad, gracias al esfuerzo de la (disciplina y dinámica) Compañía de Jesús. La zona de Guanajuato llegó a ser el granero del centro de la Nueva España, debido a una abundante agricultura con tierras fértiles y haciendas, sobre todo en las décadas de los años 30 y 40 del siglo XVIII. Eran tiempos de bonanza. De opulencia. Dicho escenario lo describe muy bien Rionda Arreguín en el cuarto texto, referente a la “SITUACIÓN DE LA MINERÍA GUANAJUATENSE ANTES DE INICIARSE LA REVOLUCIÓN DE INDEPENDENCIA DE MÉXICO”. Y es que, a mediados del siglo XVIII, Guanajuato era uno de los centros mineros de la colonia que se confirmaban entre los más ricos. Sin embargo, no podían consolidarse esas características por la falta de capitales para invertir, elevados costos de producción y hasta por la carencia de sal y cobre. Había deudas, escasa mano de obra, insumos caros. Por fortuna, esta precaria situación social y económica cambió en la segunda mitad del siglo XVIII en forma favorable: 1760-70. Se pasó de la inversión foránea a la local y la minería volvió a crecer. La expulsión de los jesuitas en 1767 afectó la actividad y hasta se creó una milicia para pacificar Guanajuato y la región. Ya para entonces, el Virreinato se dividió en Intendencias. La región de Guanajuato seguía con el auge minero a fines del siglo XVIII y la primera década del siglo XIX. La Mina “La Valenciana” por ejemplo, era la principal. Guanajuato produjo entre la cuarta y la quinta parte de toda la plata extraída de la Nueva España, y una sexta del total en toda América. La localidad guanajuatense tenía el primer lugar como productora de plata y entre 1785 y 1789, aportó el 25 % de toda la producción novohispana. Para el siglo XIX, en la Independencia de Guanajuato, había 448 prósperas haciendas, 360 ranchos independientes y 1,046 dependientes, 37 pueblos y 28 estancias en donde laboraban cerca de 54 mil trabajadores del campo. Las haciendas en extensión eran las más chicas de la Nueva España y el bajío en particular, era la zona más productiva del Virreinato. Aun así, hubo dos crisis agrícolas (1785-86 y 1809-10) con pérdidas de cosechas por sequías o heladas. Esto ocasionó precios elevados, hambre y muerte. En el primer período tan solo, murieron más de 65 mil habitantes en toda la Independencia, cuya población llegó a ser la segunda más numerosa, atrás de la del valle de México. El impacto del desarrollo minero, agrícola e industrial que revitalizó el comercio, llegó a pueblos y villas como los de Yuririapúndaro y Acámbaro, a la vez de que la educación pudo recibir un notorio impulso. Para 1810 había un contexto cultural muy generalizado, aceptable. Pero, ese progreso no llegaba del todo a las tierras abajeñas ni a las sierras guanajuatenses. La lucha social por la Independencia, que ‘capitalizo’ todo descontento social, inició en 1810 y se prolongó hasta 1821. Ya en el siglo XIX, la localidad acambarense sería Villa y Ciudad, pues hasta 1827 fue Pueblo desde 1526. Isauro Rionda detalla esta condición en el quinto texto denominado “ACÁMBARO: PUEBLO, VILLA, CIUDAD”, base de un histórico e interesante camino recorrido por la población de la antigua Maguadam. Es así que refiere que 60 familias otomíes fueron de Jilotepec a Michoacán, siendo admitidas cerca de Guayangareo y de ahí, pasaron al actual sitio de Acámbaro, el que fundaron y poblaron (en 1275, según lo establece el Cronista Comunitario de la localidad en los años 60 del siglo XX, Rafael Ferreira León). En torno al Acámbaro indígena, confluyeron los otomíes, purépechas y chichimecas, constituyéndose en un puesto de frontera, ubicado al norte del Reino de Michoacán. Hasta 1522 cuando llegan los conquistadores españoles a la región de Michoacán, es que Acámbaro ingresa en una nueva etapa, la cual culminaría en septiembre de 1526 con su re-fundación “a la española” y estando al frente don Nicolás de San Luis Montañez. Surge así San Francisco de Acámbaro. El suceso de la refundación es notificado a las autoridades centrales, ubicadas en la ciudad de México, quienes la aprueban y la llaman, nada más: fundación. Entre Encomenderos y en el continuo crecimiento urbano de Acámbaro, la localidad aporta gente para la colonización a fin de fundar y re-fundar otros pueblos y edificar obras y caminos, entre ellos, Valladolid. Incluso, en lo militar, en 1541 los de Acámbaro ayudan a terminar en Jalisco con la Guerra del Mixtón y la Orden de Franciscanos, asentada en el “lugar de magueyes” desde 1526, evangeliza naturales y colabora en el nacimiento de pueblos en el bajío. A su vez, hubo Mercedes de Tierras y Estancias, lo que propició el mestizaje y un cambio de vida. Para mediados del siglo XVI, cuando Acámbaro dependía del Corregimiento de Yuririapúndaro y éste de la Alcaldía Mayor de la Villa de Celaya, el escenario natural y social era muy bondadoso, rico, lo que ayudó al desarrollo de la localidad en esta época virreinal. Surgieron haciendas y había un intenso comercio; la población se multiplicó y se edificaron significativas obras, entre ellas, las de los conventos (y el Acueducto Tócuaro-Acámbaro). Ya para el año de 1810, Acámbaro estuvo a favor de la insurgencia, que terminaría en 1821 con una nueva nación; y para el 18 de julio de 1827, la comunidad dejó de ser Pueblo y se convirtió en Villa por decisión del Congreso del Estado. Todas las circunstancias nacionales sucedidas en el siglo XIX, las vive (y sufre) la Villa de Acámbaro. Bajo esa categoría de Villa, Acámbaro creció y le llegaría el progreso a fines del siglo XIX con el ferrocarril. En noviembre de 1899, la localidad pasa de Villa a Ciudad por acuerdo del Congreso de Guanajuato, quedando con el nombre original, indígena, de Acámbaro. Ya no sería “San Francisco de Acámbaro”. De esta forma, Acámbaro pasa de Pueblo a Villa (1526-1827) y de Villa a Ciudad (1827-1899), categoría que mantiene hasta nuestros días (18992021). Hoy y conforme a todo el camino recorrido entre 1526 y 1899, abarcando 4 siglos del XVI al XIX, Acámbaro surge y resurge como una comunidad única en Guanajuato y el bajío. De este último, conserva su lugar de origen, el nombre indígena de Acámbaro (en otomí: Maguadam) y su significado: lugar de magueyes. Los 5 textos referidos revelan todo ese tránsito, no sin agregarse que siendo un Pueblo, pasó de la Provincia de Michoacán a la Intendencia de Santa Fe de Guanajuato a partir del mes de diciembre de 1786. En Guanajuato, Acámbaro también fue Pueblo; Villa y Ciudad, sin dejar de ser una parte esencial de la Nueva España (1521-1821) y del Imperio de Iturbide (1821-1823). Acámbaro junto con Guanajuato se insertó sin problema en la nueva nación, los Estados Unidos Mexicanos (1823/241864) y sorteó con éxito la etapa del Imperio de Maximiliano de Habsburgo (1864-1867) para reintegrarse al país actual: los Estados Unidos Mexicanos (1867-2021). Isauro Rionda permite así conocer, y reconocer, una significativa historia regional. La lectura de sus textos deja una visión muy real de Acámbaro como Pueblo (1526), Villa (1827) y Ciudad (1899). Los tres momentos históricos de la localidad la hacen única, siendo siempre una frontera de culturas, o mejor aún, la puerta de la historia en el bajío. Oficina de la Crónica Municipal, Noviembre de 2021. BREVE BIOGRAFIA DE ISAURO RIONDA ARREGUÍN (1934-2012) Nació en Silao, Guanajuato, el 3 de septiembre de 1934. Hizo una vasta aportación editorial con 28 libros, artículos académicos, capítulos en libros colectivos y varias docenas de ponencias y conferencias. En su vida de joven tuvo una breve experiencia como trabajador en la construcción de la presa “Solís” en Acámbaro. Ya durante su formación en el nivel medio superior, incursionó en el Teatro Universitario (19601962) y se recibió como Licenciado en Derecho en la Universidad de Guanajuato. Es el Fundador (1958) y Director (hasta 1967) de la librería de la misma Universidad. Junto con el maestro José Chávez Morado, logró reconvertir la vieja prisión de Granaditas en el nuevo Museo Histórico-Artístico de “La Alhóndiga”, siendo Subdirector en 1967. Fue jefe del Departamento de Acción Social y Cultural de la Universidad de Guanajuato (1970-1973) y coordinó el Primer Coloquio Nacional Cervantino, gran antecedente del actual Festival Internacional Cervantino (FIC). Fungió como Titular de la Dirección de Cultura Popular del Gobierno del Estado de Guanajuato (1973-1977) y desde ahí llevó teatro y danza a los 46 municipios de la entidad y a otros Estados del país. En España realizó estudios de Doctorado en Historia de Hispanoamérica en la Universidad de Sevilla (1977-1978). De 1978 a 1981 se desempeñó como titular de la Dirección de Investigaciones Históricas del Gobierno del Estado de Guanajuato. En 1982 recibió el Título de Maestro en Historia con la Tesis “La Mina de San Juan de Rayas. (1670-1727)”. Desde el 16 de febrero de 1985 hasta enero de 2004 fue Director del Archivo General del Estado de Guanajuato. Por sus gestiones, esta institución fue provista en 1989 con un excelente edificio. En 1985 fue Coordinador Estatal para la gira de los Símbolos Patrios que en septiembre recorrieron la entidad. Promovió la Fundación de “Guanajuato Patrimonio de la Humanidad A.C.”, reconocida internacionalmente en el 2008. En abril de 2000, el Ayuntamiento de Silao acordó por unanimidad que la Casa de la Cultura de esa ciudad llevara su nombre, y en mayo de 2004 el Congreso del Estado de Guanajuato le otorgó el Premio Estatal al Trabajo y Servicio Civil. El 14 de marzo de 2008, el ayuntamiento de Guanajuato capital le otorgó el título de “Guanajuatense Distinguido”. Desde 1994 hasta el año 2000 fue Investigador Nacional, avalado por el Sistema Nacional de Investigadores del CONACYT. Fue Regidor del Ayuntamiento Constitucional de la ciudad de Guanajuato (1995-1997) y Coordinador de la Mesa de los Cronistas en la Primera Reunión Iberoamericana de Alcaldes, Rectores y Cronistas de las Ciudades Patrimonio de la Humanidad, en Guanajuato (febrero,1997). Gestionó el establecimiento de la Casa de la Cultura de la ciudad capital, inaugurada a fines de 1997. Fue Cronista Oficial de la ciudad de Guanajuato en dos periodos: de 1979 a 1987, y desde 1989 hasta diciembre de 2012. El 19 de Julio de 2001, el Ayuntamiento de Guanajuato le concedió la dignidad de Cronista Vitalicio de la Ciudad. Estuvo como Secretario de la Asociación Nacional de Cronistas de Ciudades Mexicanas (ANACCIM) desde julio de 1985 hasta septiembre de 1986. Fue Fundador y Presidente de la actual Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, A.C. desde el 25 de junio de 1993 hasta el mes de diciembre de 2012. Murió el 3 de diciembre de 2012, en la ciudad de Guanajuato capital. Acámbaro, Sede de la Asociación Estatal de Cronistas y Lugar de la Proclamación del Cura Miguel Hidalgo y Costilla como “Generalísimo de América”: 22 de Octubre de 1810. Ignacio Zaragoza No.48, Interior 3, Centro, C.P. 38600, Tel.- 01 417 17 227 06, Correo Electrónico: cronistasdeguanajuato1922@gmail.com Dirección Electrónica: cronistasdeguanajuato1922@gmail.com Página WEB: www.cronistasdeguanajuato.com Acámbaro, Guanajuato, México. La presente publicación se terminó de imprimir en el mes de noviembre de 2021, en los Talleres de Editorial “Puente de Piedra” de Acámbaro, Gto., México. La Edición consta de 500 ejemplares. Los textos presentados al lector en esta compilación corresponden a la minuciosa labor de investigación histórica del Doctor Isauro Rionda Arreguín (1934-2012), quien siempre profesó respeto y amor por Acámbaro, el lugar de magueyes. Los trabajos del destacado investigador y Presidente de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, A. C. (1993-2012), abarcan desde el inicio del Virreinato en el siglo XVI hasta fines del siglo XIX, incluso, muestra que Acámbaro transita de un pueblo de indios en septiembre de 1526, a uno que adquiere el grado oficial de Ciudad en noviembre de 1899. Se ofrece así una rica y muy concreta visión sobre nuestra comunidad acambarense y del Estado de Guanajuato en temas poco o nada conocidos, sobre todo en el período colonial, lo que constituye la base de lo que hoy son ambas localidades en el México contemporáneo del siglo XXI. Por fortuna, los interesantes escritos del Doctor Isauro Rionda (q.e.p.d.) ya no están aislados, sino integrados en este libro-homenaje que es propicio para agradecer por su legado sobre la historia regional de Guanajuato. ¡Michas gracias!. Lic. Gerardo Argueta Saucedo, Presidente de la Asociación de Cronistas del Estado de Guanajuato, “Dr. Isauro Rionda Arreguín”. A. C., Período 2019-2021. Noviembre de 2021. 500 Años de la Incorporación de Acámbaro a la Cultura Hispana: Septiembre de 1526 – Septiembre de 2026. ____________________________________________________________