La triste reposición de las dos Españas

OPINIÓN

15 jun 2015 . Actualizado a las 04:00 h.

A todos los actores que, haciendo pie en la geometría variable, tomaron el poder el sábado, hay que otorgarle los derechos democráticos que son inherentes a su nuevo estatus. Y entre ellos están, como prioritarios, su legitimidad para mandar y reformar, y la lógica disposición de cien días de gracia crítica para que puedan conocer los palacios del poder y enseñar sus orientaciones vertebrales. La democracia es, antes que ninguna otra cosa, voto libre y alternancia en el poder, y quejarse de que una vasta oleada de regeneradores se haya instalado en los ayuntamientos y gobiernos autónomos sería como lamentar que el agua moje o el fuego arda.

Pero hay una cosa que, siendo esencial para la democracia, nada tiene que ver con la acción de gobierno, y que por eso puede y debe ser criticada desde hoy mismo. Porque a poco que analicemos los discursos pronunciados el sábado, veremos que su denominador común -aquello en lo que coinciden todos los nuevos líderes, desde Bildu a Ciudadanos- es en proclamar su superioridad moral sobre todos sus adversarios y sobre todos los hechos que han generado en el tiempo la España próspera y europea que procede de la transición.

Los de ahora son los buenos, los dignos, los que gobiernan para el pueblo y los que anteponen el rescate de los que sufrieron la crisis a cualquier otro objetivo. Y los de antes son, por evidente deducción, los malos, los indignos, los que gobernaban para Merkel y Lagarde, y los que se divierten viendo que la gente pasa frío, no da el desayuno a los niños, duerme debajo de los puentes y se mueren en la calle cuando los expulsan del hospital. El lenguaje que tan exitosamente han instalado en el debate público viene a decir que, después de cuarenta años de libertad y cohesión, vuelve a haber dos Españas, la de los buenos, que tienen la llave del paraíso, y la de los malos, que solo sirven para generar indignidad.

No faltará quien piense que este maniqueísmo revolucionario no pasa de ser una estrategia de confrontación política. Pero a mí me parece que es la ruptura de la idea de igualdad radical que exige la democracia, que, en vez de estar medida sobre los niveles de renta o la disponibilidad de oportunidades, se mide ahora desde la sustantividad moral de unos ciudadanos que vuelven a quedar encuadrados en dos Españas.

En contra de la creencia general, los fariseos no eran gente doble o mendaz. Su pecado solo fue, según las Escrituras, el de creerse moralmente superiores a los demás. Y por ese camino estamos andando ya, me temo, hacia una fuerte disgregación social y política y una pauta moral que permita disculpar todo lo que hacen los buenos y desconfiar de cualquier cosa que hagan los malos. Y si eso sucede, como creo que sucederá, solo lo podremos recuperar -¿quién nos lo iba a decir?- reeditando la transición.