"Nerviosa, una de ellas hizo el relato: «Bueno, ocurre que… ¿te acuerdas ese día cuando ustedes nos dejaron en la casa de la tía porque tenían un retiro y tú nos permitiste invitar a unas compañeras para hacer juntas las tareas?». Asentí, intentando mantener la calma. «Bueno –continuó narrando mi hija- cuando terminamos los deberes nosotras nos pusimos a jugar… Es que una de nuestras amigas llevaba la tabla de la Ouija, esa con las letras, con el vasito, para hablar con los espíritus… y empezamos a ver si nos resultaba. Estábamos en el comedor, abajo, y pusimos todo ahí en el piso, al lado del calefactor que tiene la tía…». Poco a poco, algo temerosas, casi arrepentidas diría, fueron narrándome su secreto. Nos dijeron que llevaban pocos minutos con lo de la Ouija y a su parecer todo iba bien, alguien o algo estaba allí, afirmaban. Pero repentinamente, sin darse apenas cuenta por lo concentradas que estaban en sus preguntas como en las respuestas que iban surgiendo, apareció su hermanito y sin tiempo de reacción para detenerlo, el niño con la inocencia propia de la edad, pasó corriendo por encima del tablero, que estaba en el suelo, desbaratándolo todo. Nuestras hijas nos miraban acongojadas mientras terminaban el relato confesándonos que en un primer instante sintieron mucha rabia con su hermanito por lo sucedido. «¿Pasó algo más hijas?», pregunté. Y me aseguraron que eso era todo.
Sin demora el matrimonio llamó al sacerdote Sánchez quien les indicó que la familia completa fuera de inmediato a verlo. "Partimos todos y nuevamente, nada más entrar al jardín de la casa de los sacerdotes, mi hijo se puso a llorar, se revolvía en mis brazos, estaba claro que no quería entrar allí, el corazón me dio un vuelco".
Liberación
El Padre Agustín –cuenta Teresa– conversó con cada una de las niñas, las confesó, luego las ungió y con firmeza como lo haría cualquier papá, las reprendió por su imprudencia. En eso estaban, dice, cuando apareció también el Padre Carlos y el Padre Agustín tomando de los brazos de Teresa a su hijo se lo entregó al recién llegado… "Miguel lloraba a todo pulmón cuando ambos sacerdotes ingresaron en la capilla del recinto llevando a mi hijo. Yo, instintivamente les seguí para entrar con ellos, pero el Padre Agustín me detuvo y dijo… «No hija, tú te quedas fuera»".