Belenes

Se acerca la Navidad, como ya he dicho en otras ocasiones, se trata del período festivo más importante del año, por lo menos uno de los más entrañables desde el punto de vista familiar. No me voy a referir a quienes les resultan unas fechas especialmente tristes o deprimentes, por circunstancias personales o de cualquier tipo. Tampoco a quienes puedan tener algo contra ella por su carácter religioso, todo es respetable. También está muy manido el tema de que se ha convertido, sobre todo si incluimos fin de año y reyes, en puro consumismo. Todo eso ya lo sabemos, nos quedan las lucecitas y los adornos navideños, también muy diluidos en cuanto a su forma plástica y su finalidad comercial.
La música, sobre todo los villancicos, son a veces los que más contribuyen todavía a proporcionarnos un ambiente especial, no exento de magia. Después está el árbol, Papá Noel, los trineos y campanillas, importados pero útiles para mantener la atmosfera festiva. Por fin tenemos los belenes, con las figuras principales y las accesorias, en realidad todas importantes, incluidos el buey y la mula, metidos en el portal, junto a San José, la Virgen y el Niño.
Estos testigos mudos, la mula y el buey, del gran misterio de la Navidad, de la encarnación de Dios infinito en carne mortal, según las creencias cristianas, siempre me han dado mucho que pensar. Aunque algunos, como ya tuve oportunidad de comentar, los quisieron suprimir a raíz de unos comentarios, mal interpretados para variar, de Benedicto XVI, ahí siguen impertérritos en cualquier Belén que se precie. Para la tradición y la piedad popular forman parte inseparable del único calor de hogar que el Hijo de Dios encontró en la tierra, además del de sus padres, claro está. Me imagino que ya estaban allí cuando llegaron San José y la Virgen, así que no perdieron detalle de todo el acontecimiento, el nacimiento del Niño.
En realidad, como buenos y pacíficos irracionales no se enteraron de casi nada, salvo que aquella noche había en su habitáculo más barullo del habitual. Supongo que si hubieran podido habrían disfrutado de situación tan extraordinaria, intentando comprender qué estaba pasando en su pesebre. No serían los únicos animales que habitaban en el lugar, pero si los más grandes y representativos; además en vez de molestar daban calor y compañía. Un buey y una mula no son demasiado ruidosos, por suerte no se podían poner a discutir sobre la ideología de género, ni estaban para darse cornadas ni rebuznar, su presencia era pacífica. Ni siquiera la llegada de los pastores con sus ovejas y sus perros, perturbaron demasiado la quietud de aquel momento, pues el Belén para el que quiera y pueda entenderlo, no es otra cosa que Paz, Felicidad y Esperanza.

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