¡Tengo miedo! (Vudú)
Tengo miedo. Acabo de terminar con mi novio hace dos meses y tengo miedo. Nunca
debí de haber empezado a salir con él. Todo el mundo me avisó que no era
prudente enamorarse de un brujo, pero no les hice caso.
Era lo prohibido, lo oculto. Saber que a lo que se dedicaba no fue una
cortapisa sino un aliciente. Deseaba introducirme en su mundo de fantasía, de
siniestros dioses y diosas, de ceremonias vudú, donde él, el Hougan, era el
centro de todo. Rituales exóticos donde la música y el baile dan colorido al
sincretismo cristiano y africano, mezcla de animismo y mucha magia.
Nunca había creído en la brujería, pensaba que era una mera superstición de un
pueblo inculto. Para cuando pude darme cuenta que era real y que mi novio era
uno de sus mayores sacerdotes, no había marcha atrás.
Estaba enamorada de él, de su mirada, de su metro noventa, pero sobre todo del
poder y seducción que irradiaba. Al principio no me importó darme cuenta de la
manera que sus acolitas le miraban, ni de la forma que le acariciaban durante
las ceremonias, era parte de su religión y yo no podía cabrearme. Pero cuando
profundizamos en nuestra relación y me fui con él, se volvió insoportable.
Docenas de mujeres venían a verle todos los días, pidiéndole consejo y, lo que
más me molestó, sexo.
Era parte de sus creencias. Él era el Gurú. El jefe supremo de una secta. Juez y
padre. Carcelero de sus seguidores y marido de sus seguidoras. Semental, cuyo
deber era esparcir su simiente. Cuando lo descubrí, salí corriendo.
Él no trató de detenerme, solo me dijo:
-¡Volverás!, eres mía y pronto lo descubrirás-.

En ese momento, estaba tan dolida que no comprendí lo que quería decirme, el
significado de sus negras palabras. Saliendo de su casa, volví al apartamento
donde vivía antes de conocerle. Durante los primeros días, busqué su figura
entre la gente, pensando que a lo mejor me iba a acechar, pero no, no me estaba
vigilando. Era mucho peor lo que me tenía preparado.
La primera vez que le sentí fue ayer lunes en el atestado ascensor de mi oficina
cuando ocho personas y yo lo tomamos en el bajo. Lo que parecía un día como
cualquier otro, se convirtió en una pesadilla, al pararse entre dos plantas.
En un principio, nadie se percató de mi cara de espanto. Debajo de mi camisa,
unas manos hurgaban acariciando mi cuerpo. Escandalizada busqué al agresor pero
no tardé en darme cuenta que no era ninguno de mis acompañantes.
La mano fue deslizándose por mi dorso, concentrándose en mis pechos.
No pude reprimir un grito cuando noté que me pellizcaban los pezones de la
misma forma en el que él lo hacía. Los ocho se dieron la vuelta para ver que me
ocurría.
-Señorita, no se ponga nerviosa-, me dijo un atento anciano, tratando de
tranquilizarme, mientras algo siniestro se apoderaba de mi clítoris.
Era como si una lengua, separando mis labios inferiores, se concentrara en el
botón de mi placer. Fue algo instintivo cerré las piernas tratando de evitar su
incursión, pero una fuerza invasiva me las volvió a separar sin violencia pero
firmemente. Totalmente aterrorizada, me di cuenta que estaba mojada.
Todos creyeron que el sudor que recorría mi escote, era por el nerviosismo
ocasionado por el encierro, y que el segundo grito era un preludio de ponerme
histérica, sin saber que en ese preciso instante estaba siendo penetrada por un
enorme falo invisible. Caí de rodillas, no por que me hubiesen flaqueado las
piernas sino porque me estaban tomando en posición de perrito.
Gracias a que en ese momento empezó a funcionar el ascensor, y que mi
violador se fue como llegó, en silencio, sino me hubiese corrido alborotando a
todos los presentes con mis gritos.
Pensando que había sido producto de la claustrofobia me fui a trabajar. En mi
fuero interno sabía que había sido él, pero me negaba a reconocerlo, tratando de
auto convencerme con excusas absurdas.
Todo el día, lo pasé nerviosa, esperando que se volviera a repetir la escena,
pero las horas pasaron y nada ocurrió por lo que fui olvidándolo, dejándolo en
un rincón apartado de mi mente. Terminando mi jornada, una compañera me invitó a
tomar una copa, pero pensando que estaba cansada decliné su invitación
diciéndole que quería darme un baño. Me sentía sucia y no sabía el porqué.
Alegremente llegué a casa, a mi refugio y tras poner los cerrojos de la puerta,
me dirigí al baño, y mientras la bañera se llenaba y la espuma crecía debajo del
chorro del grifo, me fui desnudando.
"Qué gozada", pensé al meterme en el agua y sentir que el calor del líquido me
relajaba. Los problemas con mi novio y el extraño episodio del ascensor se
fueron diluyendo a la vez que me quedaba dormida.
Lo que en un principio fue un dulce sueño, se fue transformando en pesadilla.
En mi mente, Anabel, una negra de cuerpo escultural que conocí en una de las
ceremonias se había sentado a mi lado, y posando sus labios sobre mi cuello
empezó a recorrer mi piel acercándose a mi pecho. Fue agradable, sentir su boca
abriéndose y su lengua recorriendo mi negra aureola. Sus dientes mordieron mi
pezón mientras sus manos me acariciaban mi estomago bajando hacia mi sexo.
No soy lesbiana, pero la visión de sus dedos abriendo mis pétalos y rozando
mi cueva, consiguió excitarme en sueños.
Abrí mis piernas, para facilitar sus maniobras. La calentura me envolvía,
estaba totalmente empapada y no por el agua de la tina, sino por el flujo que
anegaba mi interior. Soñando todavía, me vi siendo alzada por ella y obligada a
ponerme a gatas sobre el mármol. Y alborozada noté como algo duro se iba
introduciendo en mi coño, mientras dos manos se aferraban a mis pechos. Sin
previó aviso, se incrustó cruelmente de un golpe.
Eso me hizo reaccionar. No era un sueño. Me estaban penetrando por segunda vez
en el día, y temiendo abrir los ojos y darme cuenta que no había nadie en el
baño, me dejé hacer aterrorizaba.
Un pene enorme, me llenaba por completo. La cabeza de su glande golpeaba
contra mi vagina cada vez que como una espada se introducía en mi interior.
Crueles dientes torturaban mis pezones, siniestras manos golpeaban mis nalgas al
compás de mi violación, y afiladas garras recorrían mi cuerpo, arañándome la
piel.
Chillé pidiendo ayuda, pero ningún sonido salió de mi garganta. Hundida por
la profanación de la que estaba siendo objeto, me sentí asqueada al darme cuenta
que contra mí voluntad se acercaba el orgasmo. Lloré al percibir las primeras
señales de mi éxtasis cuando fuertes descargas eléctricas recorrieron mi cuerpo.
Éxtasis y dolor. Placer y humillación
Tal como vino se fue, dejándome convulsionado con los últimos estertores de
mi gozo.
Fueron minutos los que tardé en abrir los ojos, y viendo que no había nadie,
salí envuelta en una sabana. Los cerrojos seguían echados. Era imposible que
alguien hubiese traspasado la puerta, sin romperlos. Aterrorizada por lo que
significaba me eché a llorar en mi cama.
Mi llanto se prolongó toda la noche. No tenía escapatoria.
Era tal mi angustia que incluso pedí ayuda a un cura, el cual después de
oírme me recomendó ir a un psiquiatra.
-Niña-, me dijo,- lo que soñó no es real-.
Desde ese día, soy tomada por un ser invisible. Soy violada en los lugares más
extraños, de las formas más cueles, y lo peor es que me voy acostumbrando.
Cuando lleva unas horas sin visitarme, un raro temblor me domina. Temblor que
solo se calma tras su visita.
"Lo deseo y tengo miedo".