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LA ZONA FANTASMA
Columna
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El gubernamental desprecio por la libertad

Javier Marías

Entre los muchos síntomas de enloquecimiento que en los últimos tiempos presenta el Gobierno de Zapatero (en España deberían prohibirse las segundas legislaturas, porque en ellas todos los Presidentes pierden el norte, cuando no el juicio, como Aznar), hay uno al que se presta poca atención y que a mí me parece de los más graves, por lo que significa y deja traslucir: nada menos que el más absoluto desprecio por la democracia.

Como saben, hace unos años el Gobierno y el Parlamento aprobaron una ley antitabaco que puso considerables restricciones a los fumadores, a los que ni siquiera se permitió disponer de un espacio cerrado, en sus trabajos, para echarse un pitillo de vez en cuando. A los bares y restaurantes se los obligó a separar tajantemente las áreas de fumadores y de no fumadores si sus locales sobrepasaban los cien metros cuadrados, lo cual les supuso a muchos hosteleros costosas obras y reformas. En cuanto a los de menos de cien metros, se dejó, lógicamente, que los dueños decidieran si los suyos eran espacios libres de humo o no, es decir, se les concedió cierto grado de libertad. Ahora Zapatero planea acabar con esa libertad, y promulgar una nueva ley que prohíba fumar en todos los bares y restaurantes sin excepción y sin que, absurda e injustamente, los propietarios puedan opinar ni decidir al respecto. Así, la libertad que Zapatero y su entonces Ministra de Sanidad Salgado otorgaron en su momento para elegir, ha resultado ser una libertad de quita y pon, falsa y condicionada. Como el uso que la mayoría de los hosteleros hicieron de esa libertad no fue del agrado del Gobierno (que deseaba que prohibieran fumar), entonces se les retira sin más.

"Lo que nuestro trivial Gobierno no se para nunca a pensar es si una ley es en sí justa o no"

No sé si ustedes se dan cuenta de la gravedad del asunto y de lo antidemocrática que resulta la actitud zapateril o gubernamental. Denota el mismo desprecio por la voluntad de los individuos que si se les dijera: "Miren, estamos en un sistema democrático y por lo tanto ustedes pueden votar y elegir a sus representantes cada cuatro años. Ahora bien, si no eligen como nosotros esperamos y deseamos (esto es, si no nos votan a nosotros), entonces cambiaremos las leyes, suprimiremos ese derecho y no les permitiremos acudir más a las urnas, ya que en ellas no depositan el papel que nos gusta. Ustedes disponían de esa libertad, pero sólo en la medida en que nos complacieran con ella, en que supieran interpretar nuestros deseos y los satisficieran. Si no es así, se acabó tal libertad". ¿Verdad que ante semejante mensaje la ciudadanía se rebelaría (o eso espero; con las cada vez más amplias tragaderas de la gente, y su mayor indiferencia ante las injusticias y la corrupción, ya no lo sé)? Pues lo que se proponen Zapatero y la actual Ministra de Sanidad Jiménez es, a escala reducida, el mismo atentado contra la democracia y las libertades.

La principal razón que estos políticos aducen para el endurecimiento de esa ley antitabaco es que España debe amoldarse a lo que rige en los países "de nuestro entorno". Que yo sepa, los Estados Unidos, el histérico e hipócrita propulsor de estas campañas, no es precisamente de nuestro entorno. Pero lo que nuestro trivial y adocenado Gobierno no se para nunca a pensar, mostrando su increíble falta de personalidad, es si una ley es en sí justa o no, independientemente de las injusticias cometidas "en nuestro entorno". Los no fumadores fundamentalistas se quejan de que no pueden entrar en muchos bares, por lo que exigen que sean los fumadores los que a partir de 2010 no puedan entrar. Según esa argumentación, podrían exigir que no hubiera locales topless aquellos que no quieran ver tetas sobre un mostrador, o que no haya billares los que detesten su ambiente, o discotecas los que no soporten el ruido, o casinos los que ven con malos ojos el juego o temen caer en él. La gente, simplemente, se abstiene de entrar o de llevar niños a ciertos sitios, pero no exige que esos sitios dejen de existir, como se pretende ahora con los espacios en que se puede fumar.

Yo no tengo coche, y me gustaría que cuantos lo tienen dejaran de utilizarlo y de atentar contra mi salud en mucha mayor medida de lo que lo hacen los fumadores, pero no se me ocurre pedir que no se circule en automóviles particulares y que se use sólo el transporte público o la bici. En cuanto a los Gobiernos, su grado de hipocresía salta a la vista si se recuerda que casi todos ellos, mientras dicen proteger la salud de la gente con sus leyes antitabaco, se dedican a vender armamento por doquier y al por mayor, incluido el de Zapatero. Por lo demás, es fácil prever lo que traerá la nueva ley, y que ya ha ocurrido en Italia: los bares y restaurantes instalarán más terrazas (para beneficio y recaudación de los Ayuntamientos), en las que en invierno pondrán calefactores, para que la gente se siente en ellas a fumar. En un país tan bullanguero, ruidoso y vociferante como el nuestro, lo más probable es que los no fumadores fundamentalistas pasen a ser insomnes perpetuos. Al escándalo permanente de los botellones habrá que añadir el de los fumaderos al aire libre. Creo que, más daño que el humo para los que lo elijan, harán la falta de descanso y los nervios de punta para todo el mundo. Suele ocurrir: el desprecio por las libertades trae más males que remedios.

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