Chile: mineros y familias esperan el inicio del rescate

  • Valeria Perasso
  • Enviada especial de BBC Mundo a la mina de San José, Chile
Un familiar de uno de los mineros en el campamento Esperanza
Pie de foto, Los familiares esperan bajo el sol rabioso del desierto de Atacama.

El día de los 33 mineros chilenos atrapados y el de sus familiares se parecen bastante: todos esperan. Esperan el paso de las horas, el avance de las máquinas, el parte de novedades que entregan las autoridades, a unos en persona, a otros a través de una línea de comunicación que desciende tierra adentro entre las rocas.

Esperan. Unos bajo el sol rabioso del desierto de Atacama, otros 700 metros bajo la superficie.

En las próximas horas, deberían recibir el informe más ansiado: que la Strata 950, ese monstruo mecánico de 30 toneladas que llegó por partes hasta el cerro de la mina San José, ha comenzado a operar. Esta perforadora de avanzada ha sido montada justo encima del refugio subterráneo donde permanecen los mineros y será la encargada de abrir la ruta de salida: un conducto de 70 centímetros, por el que - si todo sale como está planeado- subirán acurrucados en canastos, de uno a la vez. Pero para eso falta: tres meses como mínimo, quizás cuatro.

Falta, además, que llegue una parte del motor desde Alemania. El traslado se ha demorado y el ministro de Minería, Laurence Golborne, ya reconoció que el encendido del equipo se postergará unas doce horas más. Estima, según dijo ante BBC Mundo, que ocurrirá el lunes por la tarde.

Los familiares han aprendido a enfrentar las cosas paso a paso y la noticia es tomada como todo aquí: con calma, con un espíritu imperturbable que de a ratos no se condice con la tragedia.

"Que todo vaya con mesura, a su debido paso para no cometer ningún error. Si se apuran las cosas, por presión de algunas familias, pueden ocurrir cosas que no debieran", dice Alonso Contreras Rojas, primo de Carlos Barrios y amigo de Víctor Zamora, los dos encerrados en la mina de cobre y oro tras el derrumbe del 5 de agosto.

En la gran familia

Cuadro con una foto de Mario Gómez y las cartas que le envió a su mujer
Pie de foto, Lilian Ramírez fue la primera en recibir una carta desde el fondo de la mina de su esposo y la enmarcó.

Contreras pasa las horas en una carpa comunitaria, que han montado las familias de tres mineros allegados provenientes de Tierra Amarilla, una localidad a 70 kilómetros del yacimiento.

Es un comedor común, con cocina y altar propio en el que siempre hay dos velas encendidas. Se turnan para el aseo y para la cocina y envían delegados comunes a las reuniones que todas las tardes organizan las autoridades para informar de los avances en el operativo San Lorenzo, como ha bautizado el presidente Sebastián Piñera a la misión de rescate, en honor al santo patrono de los mineros.

"Acá todo es una mancomunión bien armoniosa… y tenemos la fortaleza que ellos nos dan desde allá abajo. ¡Si son ellos que nos dan fuerza a nosotros!", asegura Contreras.

Cuenta que su amigo Víctor llegó a trabajar a la mina de San Antonio por iniciativa de Barrios. El primero dejó un hijo y una mujer embarazada esperando por su rescate. El segundo no tiene esposa, pero si "muchos cuerpos", novias y queridas que "cuando salgan, lo van a agarrar todas juntas y hay que ver la que se va armar", se ríe su amigo por anticipado.

El humor es estrategia de supervivencia en el Campamento Esperanza, el asentamiento improvisado en la base del cerro que muchas familias no abandonarán, dicen, hasta que vean subir a los mineros del pozo.

Como los Segovia. Catorce hermanos que planean una celebración con un asado pantagruélico cuando Darío esté de regreso. Mientras almuerzan lo que se cocinan sobre un fuego de leña y carbón en un barril metálico. Dicen que el mismo minero pagará el banquete con parte de la donación de cinco millones de pesos chilenos, unos 10.000 dólares, que prometió a cada víctima el empresario Leonardo Farkas.

A María Segovia, una de las hermanas, le dicen "la intendenta", porque desde su carpa, a la entrada del camino de acceso al cerro, ha asumido el rol de darles la bienvenida a los camiones que suben y bajan con objetos para el rescate. Con poca formalidad y mucha euforia. Con el contagioso "Ceacheí", el cántico popular para vivar a Chile.

Organizados

Trabajos de rescate en las afueras de la mina San José
Pie de foto, El comienzo de la perforación de la ruta de salida se retrasará al menos 12 horas.

En la carpa de los Segovia hay una ley autoimpuesta: está prohibido llorar. Y todos la cumplen.

Salvo aquel domingo 22 de agosto, cuando recibieron la noticia de que sus familiares habían sobrevivido. Ahí sí hubo llanto, euforia, abrazos. "Estamos bien en el refugio los 33" es hoy una frase "histórica", que los parientes llevan impresas en camisetas azules.

Después de aquel mensaje llegaron otros, y hoy las familias escriben y escriben lo que será enviado en "palomas", las cápsulas que durante todo el día suben y bajan hasta el refugio subterráneo. Cartas, dibujos, recortes de periódicos… hasta alguna "Bomba 4", la foto de una mujer con el torso al aire que publica a diario el periódico La Cuarta, plegada y en sobre cerrado.

Y los mineros responden.

"Nos manda cartas todos los días. Le pone a mi hermana que ahora va a salir un hombre cambiado y que la va a querer mucho más que cuando estaba acá afuera", cuenta Bélgica Ramírez, cuñada de Mario Gómez. Su hermana, Lilian, fue la primera en recibir una misiva de su esposo, el minero de 63 años que, según se sabe, se ha convertido en líder espiritual de "los 33".

Los Gómez son 30 aquí en el campamento: hijos, nietas, sobrinas, yernos, hermanos que se van turnando para que siempre haya alguno, atento a cualquier novedad.

Todas hablan este domingo de la Strata, la máquina salvadora. También saben del "plan B" anunciado el sábado por las autoridades: la posibilidad de ensanchar uno de los tres conductos abiertos hasta la fecha entre la guarida y el exterior para intentar por allí el rescate. Ambas excavaciones se harán en simultáneo.

Fe y rutinas

José Sánchez, cuñado de Víctor Segovia
Pie de foto, José Sánchez es cuñado de Victor Segovia, el minero que desde el fondo del yacimiento escribe un libro.

"Que sea una máquina o la otra, nosotros tenemos fe. Yo estuve a punto de entrar en marzo y Víctor no quiso que entrara, dijo que estaba muy mala la mina y que si había que morir uno, era él… pero acá no va a morir nadie, ya vimos que están mejor con la comida que les están mandando", confía José Sánchez, cuñado de Víctor, de apellido Segovia "pero otro, no somos la misma familia".

Por los tres conductos llegan esos alimentos, las medicinas, otros enseres y el agua, indispensable para supervivencia de los hombres en condiciones extremas: 95% de humedad y temperaturas por encima de los 30 grados. Por allí también se tira el cable de comunicaciones, por el que unos y otros podrán escucharse, posiblemente con regularidad si el operativo marcha bien.

Ya tuvieron un primer contacto telefónico: 30 segundos por familia, en promedio, para escuchar las voces después de 24 días. Sólo un familiar por minero tuvo la suerte, aunque la sensación de alivio tuvo efecto contagioso.

"Vamos a empezar a hablar más y nos van a dar una clave para que podamos comunicarnos desde nuestras casas en los próximos días", dice Oscar Peña, que lleva el nombre de su sobrino Edison escrito en una gorra y lo presenta como "el Elvis" minero.

"Les mandaron unos equipos (reproductores de mp3) y van a poder escuchar música, qué bueno… porque él desde cabro chico que está con Elvis, ta, ta, ta…", dice.

Los mineros abajo y las familias arriba se acercan a lo que se convertirá en rutina. Serán semanas. Dos meses, en el mejor de los casos. Cuatro, según los cálculos más certeros del gobierno. Todo se trata de esperar.